¿Por qué llora Nuestra Señora? Dos blasfemias con camuflajes “artísticos”

¿En qué sentido podemos decir que Nuestra Señora llora? — Ella goza en el Cielo de una felicidad perfectísima, sin sombra de tristeza. Pero en su vida terrena, durante la Pasión de Nuestro Señor, a su dolor por presenciar el suplicio de su Divino Hijo se le sumó el de antever todas las ofensas que se cometerían en el futuro contra Él, despreciando los frutos de la Redención, y llevando a la perdición eterna una multitud de almas. Y esto constituyó para Ella una fuente adicional de tristeza­ y llanto. O sea, cada pecado que se comete­ hoy, ofendió e hizo llorar concretamente a la Santísima Virgen, en el momento de la Pasión. ¡Nunca perdamos de vista esta realidad!

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En ese sentido, Nuestra Señora llora cuando los hombres, rescatados de la tiranía del demonio por el inmenso precio de la sangre de Cristo— se vuelven contra su propio Benefactor, violando su Ley, profanando lo sagrado y convirtiéndolo en objeto de burla. Sufre más aún cuando ve que estas blasfemias son prestigiadas por todos los medios de comunicación como cosas “interesantes”, “divertidas” o hasta “obras primas”, tratando de borrar de las almas la diferenciación entre lo que es bueno y lo que es malo.

Dos espectáculos recientes, calificados como “artísticos”, son un claro ejemplo de cómo hacer llorar a la Santísima Virgen.

Uno de ellos fue la obra de teatro La Santa Comedia, de Patacláun (dirigida por July Naters). El libreto se desarrollaba en torno a una parodia de la Misa, en la cual tres “religiosas-clauns” con nombres burlescos van haciendo aflorar sus vicios: en una es el alcohol, en otra la agresividad vulgar y en la tercera la impureza. Las alusiones de doble sentido llenaban la pieza de principio a fin. Así, en medio de situaciones hilarantes, los espectadores van acostumbrándose a perder respeto a lo sagrado, además de quedar insinuado que la religiosidad auténtica no existe, pues la hipocresía es la regla general, siendo mejor aceptar los vicios propios que tratar de ocultarlos. De esa manera se transmite una salida falsa, pues el verdadero equilibrio del católico está en luchar contra sus malas inclinaciones y crecer en las virtudes cristianas, con la gracia de Dios obtenida mediante la intercesión de Aquélla sobre la cual el Maligno nunca tuvo poder.

Es lamentable que la segunda fase de esta puesta en escena haya sido promovida por los supermercados Wong y Metro, con notorios carteles cerca de sus locales.

El otro ejemplo lo constituye la película blasfema Madeinusa, de la novel directora peruana Claudia Llosa. Premiada en festivales internacionales, se estrenó en el Perú con gran publicidad de la prensa “seria”.

La cinta relata la vida en un pueblo ficticio de los Andes peruanos, en el que sus habitantes —todos ellos muy “católicos”— aprovechan la Semana Santa para cometer cualquier atrocidad, pues “Cristo está muerto y no los puede ver”. La protagonista principal, que lleva el extraño nombre de Madeinusa, aparece disfrazada de imagen de la Virgen María bajo el absurdo título de “Miss Virgen Manayaycuna”, hecho altamente ofensivo a nuestra Santísima Madre. El propio trailer del film muestra una escena en que ella se acerca a una imagen de Nuestro Señor crucificado para darle un beso sensual...

A la izquierda, el cartel publicitario de la película blasfema Madeinusa y una escena de la misma. La revolución cultural no pierde ocasión de atacar la fe católica, ofendiendo las creencias cristianas de nuestro pueblo, deformando y haciendo mofa de la religiosidad popular.

Madeinusa llegó a nuestro país con bombos y platillos, para después desvanecerse en el olvido. Pero se equivocaría quien piense que no dejó huella. Las blasfemias difundidas por los medios de comunicación con aires de normalidad van acostumbrando a la opinión pública a la profanación de las cosas santas. Peor aún, la propagación de estas escenas rodeándolas de laureles hace que los peruanos vayamos perdiendo respeto a lo sagrado y se enfríe nuestro amor de Dios, si es que no nos empeñamos en pedir gracias para aumentarlo y ofrecer actos de reparación en la medida de la ofensa...     



¿Hasta qué límite la Iglesia puede conceder a los gustos de los jóvenes? Un pequeño ejército con grandes ideales
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Tesoros de la Fe N°59 noviembre 2006


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