Una devoción más actual y necesaria que nunca, para la efectiva obtención de lo que hace dos mil años todos los verdaderos cristianos piden cuando rezan: «Venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» No es aventurado afirmar que si hoy Nuestro Señor Jesucristo volviera a la Tierra, podría ser nuevamente crucificado. ¿Por qué? ¿Qué motivaría tal extremo de maldad contra Aquel a quien debemos nuestra salvación? ¿Contra Aquel que se ofreció como víctima para redimir los pecados de los hombres? ¿Contra Aquel que sólo desea nuestro bien? La respuesta se resume en una sola frase: la asombrosa ingratitud de los hombres contemporáneos. Ingratitud que, debido a nuestros pecados, a la dureza de nuestros corazones, nos impide corresponder al amor del Divino Redentor, que ofreció su vida por nosotros. Que nos impide ser agradecidos, amando sobre todas las cosas a Aquel que tanta dilección tuvo por los hombres y por ellos fue tan poco amado. Debido a esta falta de correspondencia de la humanidad hacia su Creador, ella se encuentra actualmente sumergida en una corrupción moral generalizada y sin precedentes. ¿Pero abandonaría la Providencia Divina a los hombres, dejándolos entregados a sí mismos, hundidos en su impiedad y depravaciones? No. A pesar de todas las ofensas contra Aquel que murió por nosotros, la inagotable misericordia de Dios jamás abandona a los hombres, incluso cuando envía sus justos e imprescindibles castigos. Ella nunca deja de dispensar abundantes gracias, estimulando a los pecadores al arrepentimiento. Pero es necesario reparar el pecado cometido, retornar a la observancia de los Mandamientos, y mediante la conversión, alcanzar el perdón y las gracias tan necesarias para una vida virtuosa y la salvación eterna. Para esto, sin duda, uno de los más eficaces medios es la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. De ese adorable Corazón, traspasado por la lanza de Longinos, brotó sangre y agua en lo alto del Calvario, para salvarnos (cf. Juan 19, 34). Y desde entonces, a lo largo del tiempo y hasta nuestros días, a pesar de nuestras ingratitudes, tibiezas y desprecios, las gracias manan abundantes para todos aquellos que sinceramente las desean. Basta que las pidamos con confianza.
“Cuanto más abundó el pecado, tanto Aún actualmente resuenan con un timbre divino, como venidas de la eternidad, las sublimes palabras pronunciadas hace más de tres siglos por el Sagrado Corazón de Jesús a una humilde y privilegiadísima religiosa, Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), del convento de la Visitación de Santa María, en Paray-le-Monial (Borgoña, Francia). Estaba ella rezando ante el Santísimo Sacramento, el 16 de junio de 1675, cuando Nuestro Señor se le apareció. Y después de un breve diálogo con la religiosa en éxtasis, señalando su propio Corazón le dice: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor, y que no recibe en reconocimiento de la mayor parte sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este Sacramento de amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que me están consagrados los que así me tratan. “Por eso, te pido que se dedique el primer viernes de mes, después de la octava del Santísimo Sacramento, una fiesta particular para honrar mi Corazón, comulgando ese día, y reparando su honor con un acto público de desagravio, a fin de expiar las injurias que ha recibido durante el tiempo que he estado expuesto en los altares. Te prometo además que mi Corazón se dilatará para derramar con abundancia las influencias de su divino amor sobre los que den este honor y los que procuren le sea tributado”.1 “El Sagrado Corazón será la salvación del mundo” Sin embargo, a pesar de todo el celestial atractivo de este llamamiento y de las demás promesas de Paray-le-Monial, vemos que van cayendo en un lamentable olvido. Como católicos, no podemos permanecer ingratos e indiferentes ante esta suprema manifestación de bondad y amor. Hoy más que nunca tenemos una apremiante necesidad de desagraviar al Sagrado Corazón de Jesús, atender su pedido y defender su culto. Nuestra reparación atraerá la misericordia de Dios y las abundantes gracias indispensables para la salvación de la humanidad, tan distanciada de los preceptos divinos. “La Iglesia y la sociedad no tienen otra esperanza sino en el Sagrado Corazón de Jesús; es Él que curará todos nuestros males. Predicad y difundid por todas partes la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, ella será la salvación para el mundo”.2 Esta impresionante afirmación del Bienaventurado Papa Pío IX (1846-1878) al padre Julio Chevalier, fundador de los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús, mostrando que en esta devoción depositaba toda su esperanza. Poderosa protección que nos viene del cielo En anteriores números de Tesoros de la Fe hemos explicado algunos admirables aspectos de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. En este mes de Junio, que tiene todos sus días consagrados al Sagrado Corazón, y cuya fiesta principal conmemoraremos el día 18, deseamos abordar entre las diversas y magníficas promesas de este adorable Corazón, una que aún no presentamos en estas páginas: la devoción al Detente, el Escudo del Sagrado Corazón de Jesús.
Esta piadosa práctica, otrora muy difundida entre los católicos, es un modo simple, pero espléndido, de manifestar permanentemente nuestra gratitud y amor al Sagrado Corazón, víctima de nuestros pecados. Y de recibir, al mismo tiempo, innumerables beneficios, junto con una protección extraordinaria contra todos los peligros, como veremos. ¿Qué es un Detente? ¿Una armadura espiritual? El Detente o Escudo del Sagrado Corazón de Jesús —también conocido como salvaguardia, o incluso como pequeño escapulario del Sagrado Corazón— es un sencillo emblema con la imagen del Sagrado Corazón y la divisa: ¡Deténte! El Corazón de Jesús está conmigo. ¡Venga a nosotros el tu reino!. Por inspiración divina, surgió como un pequeño pero poderoso Escudo que la Divina Providencia colocó a nuestra disposición a fin de protegernos contra los más diversos peligros que enfrentamos en nuestra vida cotidiana. Para ello, basta llevarlo consigo, no siendo necesario que esté bendito, pues el bienaventurado Papa Pío IX extendió su bendición a todos los Detentes –como veremos más adelante. Origen del Detente del Sagrado Corazón de Jesús Santa Margarita María de Alacoque —como atestigua su carta, escrita el día 2 de marzo de 1686, dirigida a su superiora, la Madre Saumaise— trascribe un deseo que le fuera revelado por Nuestro Señor: “que desea encargue una lámina con la imagen de ese Sagrado Corazón, a fin de que los que quieran tributarle particular veneración, puedan tener imágenes en sus casas, y otras pequeñas para llevar consigo” 3. Nacía así la costumbre de portar estos pequeños Escudos. Esta santa devota del Detente lo llevaba siempre consigo e invitaba a sus novicias a hacer lo mismo. Ella confeccionó muchas de estas imágenes y decía que su uso era muy agradable al Sagrado Corazón. La autorización para tal práctica al comienzo fue concedida solamente a los conventos de la Visitación. Después, fue más difundida por la Venerable Ana Magdalena Rémuzat (1696-1730). A esta religiosa, también de la Orden de la Visitación, fallecida en alto concepto de santidad, Nuestro Señor le hizo saber anticipadamente el daño que causaría una grave epidemia en la ciudad francesa de Marsella, en 1720, así como el maravilloso auxilio que los marselleses recibirían con la devoción a su Sagrado Corazón. La Madre Rémuzat hizo, con la ayuda de sus hermanas de hábito, millares de estos Escudos del Sagrado Corazón y los repartió por toda la ciudad en donde se propagaba la peste.
La historia registra que, poco después, la epidemia cesó como por milagro. No contagió a muchos de aquellos que llevaban el Escudo, y las personas contagiadas tuvieron un extraordinario auxilio con esta devoción. En otras localidades sucedieron hechos análogos. A partir de entonces, la costumbre se extendió por otras ciudades y países.4 La fama de los Detentes llegó a la Corte, siendo una de sus devotas María Leszczynska, esposa de Luis XV. En 1748, por ocasión de su matrimonio, recibió como obsequio del Papa Benedicto XIV varios Detentes. Las memorias de aquel tiempo consignan que, entre los regalos enviados por el Pontífice, había “muchos Escudos del Sagrado Corazón, hechos en tafetán rojo y bordados en oro”.5 Emblema distintivo de los contra-revolucionarios En 1789 estalló en Francia, con trágicas consecuencias para el mundo entero, un flagelo muchísimo más terrible que cualquier epidemia: la calamitosa Revolución Francesa. En ese periodo los verdaderos católicos encontraron amparo en el Sacratísimo Corazón de Jesús, y el Escudo protector fue llevado por muchos sacerdotes, nobles y plebeyos que resistieron a la sanguinaria revolución anticatólica. Incluso damas de la corte, como la princesa de Lamballe, portaban esos Escudos preciosamente bordados sobre tejidos. Y el simple hecho de llevarlo consigo se transformó en señal distintiva de aquellos que eran contrarios a la Revolución Francesa. Entre las pertenencias de la Reina María Antonieta, guillotinada por el odio revolucionario, fue encontrado un dibujo del Sagrado Corazón, con la llaga, la cruz y la corona de espinas, y la expresión: “¡Sagrado Corazón de Jesús, ten misericordia de nosotros!”.6 Heroísmo de los devotos del Sagrado Corazón de Jesús En la región de Mayenne (oeste de Francia), los Chouans —heroicos resistentes católicos, que enfrentaron con energía y ardor religioso a los impíos revolucionarios franceses de 1789— bordaron en sus trajes y banderas el Escudo del Sagrado Corazón de Jesús; como si fuese un blasón y, al mismo tiempo, una armadura: “blasón” usado para reafirmar su Fe católica; “armadura” para defenderse contra las embestidas adversarias. También como “armadura espiritual”, este Escudo fue ostentado por muchos otros líderes y héroes católicos que murieron o lucharon en defensa de la Santa Iglesia, como los bravos campesinos seguidores del aguerrido tirolés Andreas Hofer (1767-1810), conocido como “El Chouan del Tirol”. Estos portaban el Detente para protegerse en las luchas contra las tropas napoleónicas que invadieron el Tirol.
A comienzos del siglo XX, el Detente fue usado en México por los Cristeros, que se levantaron en armas contra gobiernos anticristianos opresores de la Iglesia, y en España por los famosos tercios carlistas —los llamados requetés— célebres por su piedad como por su arrojo en el campo de batalla, cuya contribución fue decisiva para el triunfo de la insurgencia anticomunista de 1936-39. Un hecho histórico semejante ocurrió, en la época actual, en Cuba. Los católicos cubanos que no se dejaron subyugar por el régimen comunista y lo combatieron, tenían especial devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Cuando estando presos eran llevados al “paredón” (donde eran sumariamente fusilados), enfrentaron a los verdugos fidelcastristas gritando “Viva Cristo Rey”. En la antigua Perla de las Antillas (actual Isla Prisión) antes de ser esclavizada por la tiranía de Fidel Castro, había muchas estatuas del Sagrado Corazón de Jesús en sus muy arboladas plazas. Pero después de la dominación comunista, las bellas estatuas del Sagrado Corazón de Jesús fueron derribadas y —pásmese el lector— sustituidas por estatuas del Che Guevara... ¡La estatua del guerrillero que tenía las manos teñidas de sangre inocente, de aquel revolucionario que hizo correr un río de sangre por varios países latinoamericanos, colocada en lugar de la imagen del Sagrado Corazón, que representaba la misericordia divina y el perdón! El bienaventurado Papa Pío IX y el Detente En 1870, una dama romana, deseando saber la opinión del Sumo Pontífice Pío IX acerca del Detente del Sagrado Corazón de Jesús, le presentó uno. Conmovido a la vista de esta señal de salvación, el Papa concedió aprobación definitiva a tal devoción y dijo: “Esto, señora, es una inspiración del Cielo. Sí, del Cielo”. Y, después de un breve silencio añadió: “Voy a bendecir este Corazón, y quiero que todos aquellos que fueren hechos según este modelo reciban esta misma bendición, sin que sea necesario que algún otro sacerdote la renueve. Además, quiero que Satanás de modo alguno pueda causar daño a aquellos que lleven consigo el Escudo, símbolo del Corazón adorable de Jesús”.7
Para impulsar la piadosa costumbre de llevar consigo el Detente, el bienaventurado Pío IX concedió en 1872, cien días de indulgencia para todos los que, portando esta insignia, rezasen diariamente un Padrenuestro, una Avemaría y un Gloria.8 Después de ello, el Santo Padre compuso esta bella oración: “¡Abridme vuestro Sagrado Corazón oh Jesús! ...mostradme sus encantos, unidme a Él para siempre. Que todos los movimientos y latidos de mi corazón, incluso durante el sueño, os sean un testimonio de mi amor y os digan sin cesar: Sí, Señor Jesús, yo Os adoro... aceptad el poco bien que practico... hacedme la merced de reparar el mal cometido... para que os alabe en el tiempo y os bendiga durante toda la eternidad. Amen”.9 El Detente en ocasiones de gran peligro Es común llevar en la billetera, o en las carteras, cartapacios, etc., las fotografías de nuestros seres queridos (padres o hijos, por ejemplo). Así, tener consigo el Detente es un medio de expresar nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús; señal de nuestra confianza en su protección contra las celadas del demonio y los peligros de todo orden. Llevando con nosotros este Escudo, estaremos continuamente como que afirmando: ¡Alto ahí! Deténte, demonio; deténgase toda maldad; todo peligro; todo desastre; deténganse todos los asaltos; todas las balas de bandidos; todas las tentaciones; deténgase todo enemigo; toda enfermedad; deténganse nuestras pasiones desordenadas — ¡pues el Corazón de Jesús está conmigo!
Portar este Escudo nos auxilia, más allá de estas y de tantas otras protecciones, a recordar continuamente las promesas del Sagrado Corazón de Jesús; es símbolo de nuestra total confianza en la protección divina; es una señal de nuestra permanente súplica y fidelidad a Jesucristo y un pedido para que Él haga nuestros corazones semejantes al suyo. En nuestros tiempos en que, debido a la violencia cada vez más avasalladora y generalizada, los peligros nos amenazan de todos lados, es de primordial importancia el uso del Detente del Sagrado Corazón de Jesús. Llevándolo con nosotros —se puede también colocarlo en nuestra casa, junto a los útiles escolares de los hijos, en el automóvil, en la oficina, bajo la almohada de un enfermo, etc.— estaremos en el interior de nuestras almas como que repitiendo lo que dice el Apóstol San Pablo: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom. 8, 31). Pues no hay peligro de que Él no pueda librarnos. E incluso en medio de las dificultades que la Providencia envíe para probarnos, tendremos confianza en la protección divina, que nunca abandona a aquellos que recurren pidiendo amparo y protección. Evidentemente, si nuestro pedido de auxilio fuese hecho por medio de la Santísima Madre de nuestro Divino Redentor, Él nos oirá con mucho más agrado y más rápidamente nos atenderá. Pues Él la constituyó Medianera de todas las gracias, dándonos así una prueba aún mayor de amor, al darnos por Madre a su propia Madre. El Sagrado Corazón de Jesús y María San Juan Eudes (1601-1680) —fundador de la Congregación de Jesús y María— de tal modo consideraba una sola las devociones al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María, que solía referirse al “Sagrado Corazón de Jesús y María”. Note bien el lector, la frase está en singular, como si fuese un solo corazón, para así acentuar la íntima unión de ambas devociones. Dos Corazones inseparables, tan unidos que no se puede pretender considerarlos separadamente. No ama verdaderamente al Sagrado Corazón de Jesús, quien no ama al Inmaculado Corazón de María. Por esta razón es que en el reverso de la Medalla Milagrosa, universalmente conocida, están acuñados los dos corazones: el de Jesús y el de María. El primero rodeado de espinas y el segundo traspasado por una espada. Por ocasión de la celebración en Paray-le-Monial del centenario de la Consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús, realizada por León XIII el 11 de junio de 1899, Juan Pablo II envió un mensaje en el cual acentúa la unión de la devoción al Corazón de Jesús y al Corazón de María Santísima: “Después de San Juan Eudes, que nos enseñó a contemplar a Jesús —el Corazón de los corazones— en el Corazón de María, y hacer con que amásemos estos dos corazones, el culto prestado al Sagrado Corazón se expandió”. El reinado social del Corazón de Jesús y María “Nada nos puede dar mayor confianza, esperanza más fundada, estímulo más seguro, que la convicción de que en todas nuestras miserias, en todas nuestras caídas, no tenemos solamente, mirándonos con el rigor de Juez, a la infinita Santidad de Dios, sino también el corazón lleno de ternura, de compasión, de misericordia, de nuestra Madre Celestial” — escribió Plinio Corrêa de Oliveira en las páginas de “Legionario”.
El inolvidable fundador de la TFP prosigue: “Omnipotencia suplicante, Ella sabrá conseguir para nosotros todo cuanto nuestra flaqueza pide para la gran tarea de nuestro reerguimiento moral. Con este corazón, todos los terrores se disipan, todos los desánimos se desvanecen, todas las incertezas se despejan. El Corazón Inmaculado de María es la Puerta del Cielo, abierta de par en par a los hombres de nuestro tiempo, tan extremadamente débiles. Y esta puerta, nadie la podrá cerrar —ni el demonio, ni el mundo, ni la carne. Hacer apostolado es, esencialmente, salvar almas. A los que se interesan por el apostolado, nada debe importar más que el conocimiento de las devociones providenciales con que el Espíritu Santo enriquece a la Santa Iglesia en cada época, para el provecho de las almas. El Sumo Pontífice actualmente reinante [Pío XII] señala dos devociones: la del Sagrado Corazón de Jesús, la del Corazón Inmaculado de María. Al aparecerse en Fátima, Nuestra Señora dijo textualmente a los pastorcitos que una intensa devoción al Corazón Inmaculado de María sería el medio de salvación del mundo contemporáneo. Milagros sin cuenta han atestado la autenticidad del mensaje celestial. No nos resta sino conformarnos al dictamen que de él proviene. Si esa es la salvación del mundo, si queremos salvar el mundo, pregonemos el medio providencial para su salvación. El día en que tuviéramos legiones de personas verdaderamente devotas del Corazón Inmaculado de María, el Corazón de Jesús reinará sobre el mundo entero. En efecto, estas dos devociones no se pueden separar. La devoción a María Santísima es la atmósfera propia de la devoción a Nuestro Señor. El verano trae las flores y los frutos. La devoción a Nuestra Señora genera como fruto necesario el amor sin reservas a Nuestro Señor Jesucristo. Y, el día en que el mundo entero se vuelva a Jesús por María, el mundo se habrá salvado”.10 Analogía entre Paray-le-Monial y Fátima En Paray-le-Monial, Nuestro Señor le dijo a Santa Margarita María de Alacoque: “¿Qué temes? Yo reinaré a pesar de mis enemigos y de todos cuantos a esto quieran oponerse”.11 En Fátima, el 13 de julio de 1917 —más de dos siglos después de las apariciones de Paray-le-Monial— Nuestra Señora confirma indirectamente la revelación hecha a la santa confidente del Sagrado Corazón de Jesús, cuando afirmó categóricamente: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!” Es la confirmación de la victoria final, al hacerse efectiva la realeza sagrada del Corazón de Jesús y de María sobre la Tierra entera, con el restablecimiento del reino social de Nuestro Señor Jesucristo sobre todos los corazones y sobre todos los pueblos.
Con la realización de estas dos grandes promesas, estará siendo atendida la súplica que hace 2000 años la Cristiandad viene haciendo, al rezar el Padrenuestro:“Venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt. 6, 9-13). Lo cual –viene a propósito recordar, al final de este artículo– corresponde a la inscripción que consta en la parte inferior del maravilloso Detente del Sagrado Corazón de Jesús. * * * Sagrado Corazón de Jesús — ¡Salvad al pueblo peruano! Sagrado Corazón de Jesús y María — ¡Sed nuestra salvación! En esta difícil y caótica época de nuestra historia, tan cargada de calamidades de todo orden, mirad a nuestro país otrora llamado tierra de santos, infundid profundamente en los corazones de vuestros queridos hijos peruanos el ardiente deseo de que, cuanto antes, “Venga a nosotros vuestro reino”. Notas.- 1. P. José María Sáenz de Tejada S.J., Vida y obras principales de Santa Margarita María de Alacoque, Editorial Cor Jesu, Madrid, 1977, p. 28.2. P. Jules Chevalier M.S.C., Le Sacré-Cœur de Jésus, Retaux-Bray, París, 1886, p. 382 [destaque nuestro]. 3. Sáenz de Tejada S.J., op. cit., p. 137. 4. Cf. P. Auguste Hamon S.J., Histoire de la Dévotion au Sacré-Cœur de Jésus, t. III, pp. 425-431. 5. Cf. De Franciosi S.J., La dévotion au Sacré-Cœur de Jésus, p. 289. 6. Idem., pp. 289-290. 7. Cf. Preces et pia opera, nº 219; http://www.corazones.org/diccionario/detente.htm y http://www.devocoes.leiame.net/coracaodejesus. 8. y 9. Idem. 10. Plinio Corrêa de Oliveira, “Legionario”, 30‑07‑1944. 11. Sáenz de Tejada S.J., op. cit., p. 262 y 318.
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