La Palabra del Sacerdote ¿Cómo tener certeza de nuestra fe y cómo perderla?

 

PREGUNTA

Aumenta cada día el número de los que no tienen fe. Unos titubean, otros dudan, otros incluso escarnecen de los que tienen fe. Con eso corremos el riesgo de quedar nosotros mismos inseguros en nuestra fe.

¿Podría Ud. explicar cómo unos llegan fácilmente a la fe, mientras otros no la alcanzan? ¿Cómo podemos tener certeza de la verdad de nuestra fe?

 

RESPUESTA

La fe es un don de Dios, es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nuestra alma en el sacramento del Bautismo. Ese don, Dios lo destina a todos los hombres, pero sucede que algunos se cierran a él por culpa propia, y entonces el don de Dios no se infunde en el alma. Otros permanecen abiertos a la acción de Dios, y así adquieren el don de la fe.

Este don es completamente gratuito, es decir, no resulta de ningún mérito de nuestra parte, y hasta el hecho de estar abiertos para que él penetre en nuestra alma ya es un fruto de la gracia de Dios. No hay por lo tanto simetría entre los que reciben el don de la fe y los que lo rechazan: los que lo reciben, no lo reciben por merecimiento; los que lo rechazan, la hacen por culpa propia. Hay aquí dos misterios: el misterio de la gracia para los que lo reciben y el misterio de la iniquidad para los que lo rechazan. Decimos que son misterios porque escapan a nuestra capacidad de entendimiento.

El don de la Fe echa raíces en nuestra alma

Por eso, debemos dar gracias a Dios por haber nacido en un país católico, en una familia católica que nos condujo a la Pila Bautismal, o simplemente por haber encontrado en nuestra vida a alguien que abrió nuestros ojos para la fe. Son factores que sin duda influyeron decisivamente para haber recibido el don de la fe. Sobre eso hablaremos enseguida. Dejamos para otra ocasión analizar la situación de los pueblos a los cuales no llegó la prédica del Evangelio. Digamos apenas que, por la simple consideración de la naturaleza creada, sus habitantes pueden llegar al conocimiento de la existencia de Dios; y si vivieren de acuerdo con la Ley natural y la voz de la conciencia, pueden salvar su alma mediante el Bautismo de Deseo. Pero este es un tema demasiado extenso para ser tratado aquí.

Concentremos, pues, nuestra atención en los pueblos beneficiados por el conocimiento del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, en los cuales hay una ponderable mayoría católica en el conjunto de la población y hasta se formó una cultura y una civilización católica. Cultura y civilización que, lamentablemente, se están esfumando de manera notoria en el mundo entero.

Bautismo de San Liberto. La virtud teologal de la Fe es infundida por Dios en nuestra alma en el sacramento del Bautismo

 

Cómo la fe se radica en nuestra alma, y cómo se puede perderla

La Fe se infunde en nuestra alma mediante el sacramento del Bautismo, el cual lo recibimos normalmente cuando aún somos niños muy pequeños. A medida que vamos creciendo —suponiendo que nacimos en una familia católica, insertada, a su vez, en una sociedad católica— encontramos un ambiente impregnado por la Fe, que va infundiendo en nosotros los preámbulos y las primeras verdades de la Fe: la existencia de Dios, de Nuestro Señor Jesucristo, de Nuestra Señora, de los Ángeles y de los Santos (así como de los demonios). Somos llevados a la iglesia, y así tomamos contacto con la institución sacrosanta de la Iglesia Católica, los Sacramentos, etc. Es natural, entonces, que tengamos facilidad para considerar todo eso como auténtico y verdadero. Como observa el lector, la Fe penetra fácilmente en nuestra alma.

Pero esta tierra es un campo de lucha. El demonio ronda a nuestro alrededor para perdernos. Por otro lado, si el Bautismo eliminó de nuestra alma la culpa del pecado original —que todos contrajimos por el simple hecho de ser descendientes de Adán y Eva— no eliminó, sin embargo, una fuerte, aunque no avasalladora inclinación al pecado, dejada en nuestra alma por el mismo pecado original. Así, nuestros lados malos van apareciendo; frecuentemente consentimos en algunos pecados veniales, y podemos llegar hasta el pecado mortal. En ese momento se rasga la vestidura de nuestra inocencia bautismal. Manchada por el pecado, nuestra alma se turba, y la luz de la Fe que la iluminaba comienza a ser ofuscada. Si no reaccionamos con vigor, si no nos arrepentimos de nuestro pecado, si no obtenemos su perdón por el sacramento de la Penitencia, iremos rodando de pecado en pecado.

Comienzan entonces las incompatibilidades con las exigencias más severas de nuestra Fe, principalmente en el campo moral. Surgen las “dudas”. Los compañeros de colegio, los amigos del barrio, las músicas para jóvenes, los programas de TV, todo habla un lenguaje diferente del de la Iglesia Católica. En la escuela, en la prensa, en las artes, los dogmas de Fe y los principios de la Moral son contestados y ridiculizados. La ciencia pretende describir un universo que prescinde de Dios, tanto para su inicio como para su funcionamiento. ¿Cómo extrañar que el fin de ese proceso sea la pérdida de la Fe?

En estas condiciones, la conservación de nuestra Fe comienza por una batalla moral para preservar nuestra inocencia bautismal, y para restaurarla si la hubiésemos perdido. Después, es preciso renunciar a las ocasiones de pecado y aplicarnos a la oración y a la frecuente recepción de la Sagrada Eucaristía; y también, a la refutación de las doctrinas que se oponen a las verdades de nuestra Fe. Para emprender todo esto, ayudará una comprensión adecuada del acto de Fe.

La Fe exige la cooperación de la inteligencia
y de la voluntad humanas

Así define Santo Tomás el acto de Fe: “Creer es un acto de la inteligencia, que presta su asentimiento a la verdad divina, por determinación de la voluntad, movida por la gracia de Dios” (Suma Teológica II-II, 2, 9).

Con todo, como enseña el Concilio Vaticano I (Denzinger-Schönmetzer nº 3008 § 10), el asentimiento de la Fe no es, “de ningún modo, un movimiento ciego del espíritu”, sino que se basa en los “motivos de credibilidad”, como son los milagros de Jesucristo narrados en los Evangelios, los milagros de los Santos atestiguados en la Historia, el cumplimiento de las profecías, la propagación, estabilidad y santidad de la Iglesia, etc. Estas son señales ciertas de la autenticidad de la Revelación hecha por Dios a la humanidad, y que encontramos en los Libros Sagrados y en la Tradición de la Iglesia. Sin embargo, aunque nuestra Fe esté conforme con la razón, el motivo superior de nuestra Fe es “la autoridad del propio Dios que se revela, y que no puede engañarse ni engañarnos”, como enseña el mismo Concilio Vaticano I en el trecho citado.

Por eso, nuestra Fe es más cierta que cualquier conocimiento humano, porque se funda en la propia Palabra de Dios, que no puede mentir, como observa Santo Tomás de Aquino: “La certeza dada por la luz divina es mayor de que la dada por la luz de la razón natural” (Suma Teológica II-II, 171, 5, obj. 3).

Conformidad entre Fe y razón

Y aquí llegamos al importante punto de las relaciones entre Fe y ciencia. Es verdad que existen muchos científicos católicos, y otros por lo menos creyentes en Dios. Pero la existencia de un gran número (felizmente no mayoritario) de científicos ateos, que todo lo pretenden explicar por razones exclusivamente naturales, impresiona a ciertas almas livianas. Ahora bien, Dios se revela a los hombres de dos maneras: por las Sagradas Escrituras y por la obra de la Creación. Y obviamente no puede haber contradicción entre ambas, como una vez más lo explica el Concilio Vaticano I:

“Pero, aunque la fe esté por encima de la razón; sin embargo, ninguna verdadera disensión puede jamás darse entre la fe y la razón, como quiera que el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe, puso dentro del alma humana la luz de la razón, y Dios no puede negarse a sí mismo, ni la verdad contradecir jamás a la verdad” (Denzinger-Schönmetzer nº 3017). Doctrina reiterada en el reciente Catecismo de la Iglesia Católica (nº 159).

Así, a los medios de comunicación que se hacen eco de la arrogancia de los científicos ateos, nuestra respuesta debe ser la increpación de San Pablo a los paganos: “En efecto, lo cognoscible de Dios es manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó; porque desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las obras. De manera que son inexcusables (Rom. 1, 19-20).

Es decir, tan manifiesta es la existencia de Dios por las obras de la Creación, que los científicos ateos tienen culpa por su ateísmo y sus funestas consecuencias —inexcusabiles sunt— y de él prestarán cuentas en el día del Juicio Final.     



Santo Toribio de Mogrovejo Las Apariciones del Ángel de Fátima
Las Apariciones del Ángel de Fátima
Santo Toribio de Mogrovejo



Tesoros de la Fe N°4 abril 2002


Las Apariciones del Ángel de Fátima
Las Apariciones del Ángel ¿En qué consiste la perfección cristiana? Santo Toribio de Mogrovejo ¿Cómo tener certeza de nuestra fe y cómo perderla?



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