Santoral
Nuestra Señora del Rosario
Fiesta instituida por San Pío V, en acción de gracias por la victoria obtenida en la batalla de Lepanto contra los mahometanos, en 1571, durante la cual Nuestra Señora apareció. Victoria atribuida a la recitación del Rosario
Fecha Santoral Octubre 7 Nombre María,Rosario
Lugar Palestina
Especiales El Santo Rosario

Una poderosa arma de comprobada eficacia


La Divina Providencia nos ofrece un medio de salvación de los más poderosos y eficaces contra Satanás y sus secuaces, que buscan perder a las almas. El Santo Rosario atrae las mayores gracias de Dios, individuales y colectivas; asegura la salvación eterna, y anticipa la implantación en el mundo del Reino del Inmaculado Corazón de María.


Cuando Lucía, en la aparición del 13 de octubre de 1917 en Fátima, le preguntó a la Santísima Virgen qué deseaba, Ella respondió:

“Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor. Que soy la Virgen del Rosario. Y que continuéis rezando el rosario todos los días”.

Al final de esa aparición se dio el conocido milagro del sol, y se desarrollaron sucesivamente, ante los ojos de los videntes, tres cuadros simbolizando primero los misterios gozosos del Rosario, después los dolorosos y por fin los gloriosos. Aparecieron, al lado del sol, San José con el Niño Jesús y Nuestra Señora del Rosario.1

“Rezar el rosario todos los días”. ¿Qué mejor consejo que éste? ¿Qué criatura más elevada que la Virgen Santísima podría transmitirlo? Siendo la propia Madre de Dios —y también nuestra Madre— quien nos hace ese pedido, ¿cómo podremos rechazarlo? ¡Sería insensato! Atendiéndola, seremos atendidos y alcanzaremos todas las gracias que supliquemos con fe y confianza.

Fátima y la devoción al Santo Rosario

En varias otras apariciones la Santísima Virgen recomendó la devoción al Rosario, pero especialmente en Fátima insistió en esta práctica mariana como un medio para obtener la conversión del mundo. Presentándose como la Señora del Rosario, vino a alertar al mundo sobre los terribles castigos que ocurrirían si acaso no se operase una conversión general, es decir, si los hombres no dejasen de ofender a Dios con sus pecados y no hiciesen reparación por ellos.

Esto sucedió al iniciarse el siglo XX. En estos comienzos del siglo XXI, ¿quién se atrevería a afirmar que tales pedidos fueron atendidos? ¡Es obvio que no lo fueron! Basta mirar un poco a nuestro alrededor para ver que, en efecto, la decadencia moral se acentúa día a día; los Mandamientos de Dios son abandonados; los pecados aumentan en número y malicia; las ofensas a Nuestro Señor se vuelven aún más agresivas. Por la simple lectura de los periódicos constatamos la alarmante disolución de la familia, junto con el avance de las modas inmorales —cada vez más próximas al nudismo—, del aborto, la prostitución, las drogas, la homosexualidad, etc.

Es decir, la decadencia religiosa y moral se acentuó incomparablemente, en todos los campos y universalmente. Baste mencionar apenas un aspecto de ella, por cierto de los más dolorosos: la tremenda crisis que sacude a la Santa Iglesia Católica en los días presentes.2

En previsión de todo esto, la Señora de Fátima nos pide oración y penitencia reparadora, insistiendo en la recitación diaria del rosario por la conversión de las almas y del mundo, y para la implantación del reinado de su Inmaculado Corazón, es decir, la restauración de la Civilización Cristiana con un vigor mucho mayor que en el pasado. Si los hombres atendiesen a tal pedido estarán anticipando ese Reino de María, aunque deba ser precedido por los grandes castigos también previstos en Fátima. ¡Para quien verdaderamente ama a Dios, se tratará de una punición regeneradora!

El hecho que sea la misma Virgen en persona quien exhortó en Fátima a Rezar el rosario todos los días, bastaría para que no nos olvidemos jamás de su pedido. Pero para estar aún más convencidos de la importancia de esta devoción mariana, y también ayudar a nuestros prójimos a comprenderla y practicarla, conozcamos algunas de las razones que más lo recomiendan.

¿Habrá una devoción más importante?

Quien nos responde tal pregunta es San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), gran apóstol de María Santísima, al escribir:

“La Santísima Virgen reveló un día al Beato Alano de la Rupe que, después del Santo Sacrificio de la Misa —primero y más vivo memorial de la Pasión de Jesucristo—, no hay oración más excelente ni meritoria que el Rosario, que es como un segundo memorial y representación de la vida y pasión de Jesucristo”.3

Hay numerosos documentos pontificios exaltando la excelencia del Santísimo Rosario y recomendando con empeño esta devoción.

Devoción al Rosario: una maravillosa historia

Según una respetable tradición, la Santísima Virgen reveló la devoción del Rosario a Santo Domingo de Guzmán, en 1214. Fue el medio escogido por la Providencia para salvar a Europa de una herejía especialmente virulenta que, como una epidemia maldita, contagiaba con sus errores varias regiones europeas a partir del norte de Italia y de la región de Albi, al sur de Francia. De ahí el nombre de “albigenses” atribuido a esos herejes, conocidos también como cátaros (del griego: puros), pues así soberbiamente se autodenominaban.

Eran lobos disfrazados con piel de oveja, que se infiltraron en los medios católicos para engañar mejor y captar simpatía. Tales herejes predicaban, entre otros errores, el panteísmo, el amor libre, la abolición de las riquezas, de la jerarquía social y de la propiedad particular; sus semejanzas con el comunismo saltan a la vista.

Mosaico: la Santísima Virgen y su Divino Hijo entregan el Rosario a Santo Domingo

En las regiones infestadas por la herejía albigense, toda la reacción católica apuntando a contenerla se mostraba ineficaz. Los herejes, después de conquistar muchas almas, destruir muchos altares y derramar mucha sangre católica, parecían definitivamente victoriosos.

Santo Domingo (más tarde fundador de la Orden Dominicana) se empeñó intrépidamente en el combate a la secta albigense, pero sin embargo no conseguía sobrepujar el ímpetu de los herejes, que continuaban pervirtiendo a los fieles católicos. Y los que no se pervertían eran masacrados.

Desolado, Santo Domingo suplicó a la Virgen Santísima que le señalase una arma espiritual eficaz, capaz de derrotar a aquellos terribles adversarios de la Santa Iglesia.

El Rosario aplasta la herejía albigense

Cuando todo parecía perdido, la Santísima Virgen intervino en los acontecimientos para salvar a la Cristiandad de ese mal.

El beato Alano de la Rupe (1428-1475), célebre predicador de la Orden Dominicana, en el libro De la dignidad del Salterio narra la aparición de Nuestra Señora a Santo Domingo en 1214. En aquella ocasión la Virgen le enseña a Domingo a predicar el Rosario (también llamado Salterio de María, en recuerdo de los 150 salmos de David) para salvación de las almas y conversión de los herejes.4

Empuñando la poderosa arma del Rosario, Santo Domingo volvió al combate, predicando incansablemente en Francia, Italia y España la devoción que la propia Señora del Rosario le había enseñado, y en todas partes reconquistaba almas: los católicos tibios se enfervorizaban, los fervorosos se santificaban; las Ordenes Religiosas florecían; convertía a los herejes que, abjurando de sus errores, regresaban a la Iglesia por millares; los pecadores se arrepentían y hacían penitencia; expulsaba a los demonios de los posesos; obraba milagros y curaciones. Solamente en Lombardía, el ardoroso cruzado del Rosario convirtió a más de 100 mil herejes albigenses.

Todo por medio de la mejor artillería contra el demonio y sus seguidores: el Santo Rosario.

Simón de Montfort

Pero restaban aún aquellos herejes empedernidos, que no se convertían de ningún modo, e intentaban revertir la derrota causando estragos en algunos otros países. Para resolver el problema, Nuestra Señora, además del heroico Santo Domingo, suscitó a otro héroe para erradicar la herejía: el admirable Conde Simón de Montfort. El primero empuñó como arma el Rosario, el segundo empuñó la espada. Una combinación perfecta: el espíritu de oración con el espíritu de cruzada en defensa de la Fe Católica.

La historia de Simón de Montfort es, además de admirable, extensa. Citemos a propósito, apenas de paso, un trecho extraído del libro de San Luis Grignion de Montfort (el apellido de ambos es el mismo, aunque según parece no eran parientes — por lo menos no hay datos concluyentes al respecto):

“¿Quién podrá contar las victorias que Simón, conde de Montfort, logró sobre los albigenses gracias a la protección de Nuestra Señora del Rosario? Fueron tan famosas, que jamás se ha visto cosa parecida. Con quinientos hombres derrotó una vez a un ejército de diez mil herejes. En otra ocasión, con treinta venció a tres mil. En otra, con ochocientos hombres de caballería y mil de infantería despedazó el ejército del rey de Aragón, compuesto de cien mil hombres, perdiendo solamente un soldado de caballería y ocho de infantería”.5

Libre Francia de la furibunda herejía albigense, la devoción al Santo Rosario traspuso las fronteras. Santo Domingo predicó incansablemente hasta el fin de sus días esta milagrosa y eficacísima devoción en los países vecinos, recogiendo en ellos frutos semejantes. Atravesó no sólo las fronteras europeas, sino los continentes y también los siglos, dado que, hasta los días actuales, el Rosario es rezado con gran fruto en todos los países del mundo.

Enemigos internos y externos vencidos por el Rosario

Como acabamos de ver Santo Domingo, con la cruzada de oraciones que emprendió por medio del Rosario, derrotó a los enemigos internos de la Iglesia venciendo a la secta albigense infiltrada entre los católicos. Hay también ejemplos históricos de cómo el Santo Rosario derrotó a enemigos externos de la Cristiandad.

El Papa San Pío V

Uno de ellos ocurrió en el siglo XVI, cuando el poderío otomano (es decir, del Imperio turco, de religión islámica) crecía sorprendentemente y hacía de todo para aniquilar y dominar la Europa cristiana. Los turcos ya habían conquistado Constantinopla y ocupado la isla de Chipre, desde donde pretendían marchar en dirección a Occidente.

Frente al inminente peligro para la Cristiandad, el Sumo Pontífice de entonces, el Papa San Pío V, convocó a los príncipes europeos a unirse en un frente común contra el enemigo. Reunió una escuadra con el aporte de Felipe II de España, de las Repúblicas de Venecia y de Génova y del Reino de Nápoles, además de un contingente de los Estados Pontificios y de la Orden de Malta.

San Pío V no se desanimó ante la desproporción de fuerzas, pues confiaba más en la protección de Dios y de su Santísima Madre. Entregó al generalísimo Don Juan de Austria el comando de la escuadra y le dio un estandarte con la imagen de Nuestra Señora, pidiéndole que partiese cuanto antes al encuentro del enemigo.

La Batalla de Lepanto: una victoria salvadora

Hace 433 años, el 7 de octubre de 1571, la escuadra católica compuesta de 208 galeras se concentró en el golfo de Lepanto. Al avistarse la flota turca, muy superior (286 naves), Don Juan de Austria mandó izar el estandarte brindado por el Papa y gritó: “Aquí venceremos o moriremos”. Enseguida dio la orden de batalla. Los primeros embates fueron favorables a los musulmanes, que formados en media luna lanzaron una violenta carga. Los católicos, con el Rosario al cuello, prestos a dar la vida por Dios y quitársela a los infieles, respondían a sus ataques con el máximo vigor posible.6

Felipe II (con el rosario en la mano), Sánchez Coello — Museo del Prado, Madrid

Pero a pesar de la bravura de los soldados de Cristo, la numerosísima flota del Islam, comandada por Ali-Pachá, parecía prevalecer. Después de diez horas de encarnizado embate, los batalladores católicos temían la derrota, que traería graves consecuencias para la Cristiandad europea. Pero, ¡oh prodigio! Quedaron sorprendidos al percibir que, inexplicablemente y de repente, los musulmanes, despavoridos, se batían en retirada...

Más tarde obtuvieron la explicación: prisioneros de los católicos, algunos islamitas confesaron que una brillante y majestuosa Señora había aparecido en el cielo, amenazándolos e inspirándoles tanto miedo, que entraron en pánico y comenzaron a huir.

Tan pronto se inició la retirada de los barcos musulmanes, los católicos se reanimaron y la batalla revirtió: los infieles perdieron el 80 % de su flota (130 navíos capturados y más de 90 hundidos o incendiados), tuvieron 25.000 muertos, y casi 9.000 fueron capturados. Las pérdidas católicas fueron mucho menores: 8.000 hombres, y solamente 17 galeras perdidas.7

Victoria alcanzada por el Rosario

Mientras en las aguas de Lepanto se trababa la decisiva batalla, la Cristiandad rogaba el auxilio de la Reina del Santísimo Rosario. En Roma, el Papa San Pío V había pedido a los fieles que redoblasen las oraciones. Las Cofradías del Rosario promovían procesiones y oraciones en las iglesias, suplicando la victoria de la armada católica.

Batalla de Lepanto, A. Vicentino — colección particular

El Pontífice, gran devoto del Rosario, en el momento mismo del desenlace de la batalla estaba reunido con su tesorero, Donato Cesis, examinando graves problemas financieros. “De repente se separó de su interlocutor, abrió una ventana y quedó suspenso, contemplando el cielo. Volvióse después a su tesorero, y, con aspecto radiante, le dijo: — Id con Dios. No es ésta hora de negocios, sino de dar gracias a Jesucristo, pues nuestra escuadra acaba de vencer. Y apresuradamente se dirigió a su capilla a postrarse en acción de gracias. Cuando salió, todo el mundo pudo notar su paso juvenil y su aire alegre”.8

La milagrosa visión fue confirmada recién en la noche del día 21 de octubre, dos semanas después del gran acontecimiento, cuando finalmente llegó a Roma un correo con la noticia. San Pío V tenía mejores y más rápidos medios para informarse...

En memoria de la estupenda intervención de María Santísima, el Papa se dirigió en procesión a la Basílica de San Pedro, donde cantó el Te Deum Laudamus. También introdujo la invocación Auxilio de los Cristianos en la Letanía de Nuestra Señora. Y para perpetuar esta extraordinaria victoria de la Cristiandad, fue instituida la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria, que dos años después tomó la denominación de fiesta de Nuestra Señora del Rosario, conmemorada por la Iglesia el día 7 de octubre de cada año.

Lima se libra de la peste calvinista gracias al Rosario

Pocos saben que la devoción al Santo Rosario libró también a nuestra Patria de una amenaza similar, de dominación a manos de enemigos de la Fe; en este caso seguidores de Calvino y sus congéneres.

A lo largo del siglo XVI las costas del Pacífico sufrieron repetidas incursiones de piratas protestantes, holandeses e ingleses, quienes mantuvieron en constante alerta a las autoridades virreinales que desde Lima se incumbían de resguardar tan florecientes y dilatados dominios. Esos malhechores, haciendo el papel de terroristas de la época, se dedicaron a asaltar embarcaciones, sembrar el pánico por doquier, quemar y saquear puertos y villas costeras. Panamá, Guayaquil, Paita, Saña, Huaura, Pisco, Arica y Valparaíso fueron algunas de las poblaciones más afectadas.

Antiguo grabado publicado en Amsterdam (1626), por Hessel Gerritzque, para ilustrar el asalto de la flota calvinista holandesa al puerto del Callao el 11 de mayo de 1624, bajo el comando de Jacques L`Hermite

Lima en aquel entonces era la ciudad más codiciada de todo el Continente. Sede primacial en lo político como en lo religioso, en ella se concentraba los más encumbrado de nobleza, junto a una burguesía pujante y adinerada. Sin embargo, la ciudad fundada por Pizarro ostentaba una riqueza aún mayor: la de la santidad. Y el Santo Rosario, predicado desde la llegada de los primeros misioneros, era una de las devociones más populares, y la preferida de los limeños para impetrar la ayuda divina en los frecuentes temblores y las asonadas de los piratas. Hasta el punto que el Virrey Marqués de Mancera ungió a la Virgen del Rosario como Patrona y Protectora de los Reinos del Perú.

De hecho, la Ciudad de los Reyes gozó de una extraordinaria protección cuando poderosas flotas de calvinistas holandeses sitiaron su puerto, con la intención de apoderarse de Lima y someter a su población a mil vejámenes. Aparte de algunos cañonazos y pequeñas escaramuzas, la capital siempre se vio libre de mayores peligros.

Así, por ejemplo, el 8 de mayo de 1624 fondeó en la rada del Callao el pirata holandés L`Hermite, al mando de once navíos, con 294 cañones y 1637 hombres: nunca se vio tan amenazado el poder español en estas tierras. El bloqueo del puerto era total; se estrechó el cerco, y la inminencia de un desembarco mantuvo a la población en zozobra durante varias semanas, mientras los piratas se sentían dueños del Pacífico. Al fin, en los primeros días de julio, después de dos interminables meses de incertidumbre, la escuadra protestante levó anclas y regresó por donde vino, sin que nada lo explique. Se supo entonces de un hecho providencial ocurrido el 2 de junio: la muerte intempestiva del jefe de la armada... pero nada más.9

Imagen de Nuestra Señora del Rosario de Lepanto, que se encuentra en la Iglesia de Santo Domingo en Granada

Nuevo triunfo del Rosario contra los mahometanos

Otra memorable victoria debida a la devoción al Santo Rosario se dio en 1716 contra los turcos. Éstos, en un nuevo intento de subyugar a la Cristiandad y conquistar a Europa para la religión islámica, fueron derrotados en Peterwardein, Hungría, por el Príncipe Eugenio de Saboya (1663-1736).

Este fervoroso guerrero católico, considerado el mejor jefe militar de su tiempo, al mando de los ejércitos cristianos llevaba siempre su precioso rosario, y lo recitaba sobre todo en las horas de más peligro. Sus soldados comentaban que si no fuese por sus oraciones, la victoria sería de los mahometanos. Solían decir, cuando lo veían rezando empuñando el rosario: ¡El Príncipe está rezando mucho, señal de que pronto tendremos batalla!

 

Milagro: las tropas soviéticas se retiran de Austria

Un impresionante ejemplo de nuestra época comprueba admirablemente cómo un país entero puede ser salvado por el Santo Rosario. Se trata de la simpática y acogedora Austria.

Después de la Segunda Guerra Mundial, una parte del territorio austriaco quedó bajo el dominio comunista. Todo fue intentado para obtener la retirada de los rusos; todos los medios políticos y diplomáticos fueron ensayados, pero en vano. Parecía imposible que los opresores soviéticos dejasen el católico país, salvo que ocurriese un milagro...

P. Petrus Pavlicek, quien tuvo la inspiración de crear la campaña Cruzada Reparadora del Santo Rosario

Y la nación austriaca, llena de fe, comenzó pedir el milagro a Nuestra Señora de Fátima. Por iniciativa del admirable sacerdote capuchino Petrus Pavlicek (1902-1982) se organizó un movimiento llamado Cruzada Reparadora del Santo Rosario. Rápidamente, en todas las ciudades, pueblos y aldeas fue creciendo el número de fieles que adherían al movimiento, comprometiéndose a rezar el Rosario a una hora determinada. De tal forma que, las 24 horas al día, siempre había austriacos rezando, rogando a la Virgen de Fátima por la liberación del país del yugo comunista.

Muchas procesiones fueron organizadas por esa intención. La mayor de ellas tal vez haya sido la realizada el 12 de setiembre de 1954: una enorme procesión aux flambeaux (con antorchas) en homenaje a la Santísima Virgen de Fátima, en la cual participaron muchas autoridades.

Cuando más de 500 mil austriacos ya habían adherido a esta Cruzada de oraciones, en 1955, sus insistentes súplicas se vieron súbitamente atendidas, y lo imposible —naturalmente hablando— ocurrió: en mayo de ese año, las tropas soviéticas abandonaron definitivamente Austria...

¡Un auténtico milagro había ocurrido! Y por la intercesión de la Señora del Rosario, como lo reconoció públicamente el propio primer ministro austriaco, en su discurso de celebración: “Hoy queremos nosotros, que tenemos el corazón lleno de Fe, enviar al Cielo una oración alegre, y esa oración la terminamos con estas palabras: Nosotros estamos libres. María, nosotros te lo agradecemos”.

Necesidad de nuevas Cruzadas de Oraciones

¿Y no fue algo similar lo que experimentó recientemente el Perú a raíz del fenómeno terrorista? ¿No es verdad que la subversión comenzó a menguar a partir del momento en que el rezo del Santo Rosario se propagó nuevamente entre nosotros? ¿Quién no recuerda aquella conmovedora escena, en la que un padre de familia que había perdido a su hijo en el feroz atentado de la calle Tarata, mostró por la televisión al país entero un rosario y señaló que con esa arma venceríamos a la subversión?

Hoy por hoy, ¿habrá terminado ese ciclo trágico? ¿no seguimos siendo oprimidos por ésta y otras formas de sufrimiento? Los problemas nos acosan: incontables familias se deshacen, la criminalidad aumenta sorprendentemente, el caos contemporáneo nos angustia, tribulaciones de todo orden nos inquietan, nosotros o nuestros allegados pasamos por dificultades espirituales y materiales. Amenazas de crisis se acumulan día a día sobre el país. La Santa Iglesia Católica sufre embestidas avasalladoras del demonio y de enemigos internos y externos, que desean desfigurarla y finalmente destruirla.

Ante ese cuadro, ¿no urge atraer sobre nuestra Patria la protección divina, por medio de una nueva Cruzada del Rosario que incline a Nuestra Señora a socorrernos?

¿Acaso no necesitamos de nuevos milagros? ¡Claro que sí, y cuanto antes! Pero para ello debemos pedirlos insistentemente. ¿Por qué entonces no valernos de la poderosa “artillería” del Santo Rosario que, como hemos visto, durante siglos ha salvado a la Cristiandad y a los católicos en los peores apuros?

Recurramos, pues, al Rosario, empeñadamente y con toda confianza.     


Notas.-

1. Cf. Antonio Borelli Machado, Fátima: ¿Mensaje de Tragedia o de Esperanza?, El Perú necesita de Fátima, 4ª edición peruana, Lima, 2004, p. 66-67.
2. Cf. Tesoros de la Fe, nº 1, Enero de 2002, p. 3.
3. San Luis María Grignion de Montfort – Obras, El secreto admirable del Santísimo Rosario, B.A.C., Madrid, 1984, p. 443-444.
4. Cf. Tesoros de la Fe, nº 10, Octubre de 2002, p. 1-2.
5. San Luis María Grignion de Montfort, op. cit., p. 453.
6. Cf. André Damino, Na Escola de Maria, Ed. Paulinas, 4ª edición, São Paulo, 1962, p. 193.
7. Cf. William Thomas Walsh, Felipe II, Espasa-Calpe, Madrid, 1949, p. 575.
8. W. T. Walsh, op. cit., p. 576.
9. Cf. P. Rubén Vargas Ugarte  S.J., Historia General del Perú, Milla Batres, Lima, 1971, vol. III.



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Tesoros de la Fe N°34 octubre 2004


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