Fernando Antúnez Aldunate Mucho se ha analizado a Plinio Corrêa de Olivera como fecundísimo hombre de acción. Pero poco se ha destacado aquello que era, según me parece, la fuente de la cual brotaba toda su actividad de lucha en pro de la Civilización Cristiana. Ella nacía de una profunda vida espiritual, de contemplación y oración. En el fragor de la batalla, en actividades que le ocupaban prácticamente todos sus días hasta las tres horas de la madrugada, él era un contemplativo, incluso en medio de tantas ocupaciones.
El Prof. Roberto de Mattei, en su espléndido libro El Cruzado del Siglo XX, describe muy bien la personalidad y las múltiples e interminables luchas por la Iglesia, a las que el Dr. Plinio dedicó su vida. Ya en el título está todo dicho: era un cruzado en lucha por la Civilización Cristiana. La lucha en la sociedad temporal, él la emprendía en nombre de la Cruz. “Salvadme, Reina” En mis dieciocho largos años de convivencia muy próxima con él, por haber tenido la gracia de ser su secretario particular, pude observar en mil minucias como en él la oración y la contemplación llenaban su vida, sin quitar nada al ímpetu del combate contra-revolucionario. Es necesario resaltar que su piedad era de fuerte predominancia mariana, ya desde su adolescencia. Desde muy pequeño acompañaba a su madre, Doña Lucilia Ribeiro dos Santos Corrêa de Oliveira, a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, contigua al colegio del mismo nombre en São Paulo, dirigido por los Padres salesianos. Ella tenía especial celo en cultivar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y así, permanecían ambos largos momentos junto a la grande y bella imagen que en aquella iglesia se venera. Allí fue naciendo también en el Dr. Plinio esa profunda devoción, y él se dirigía a la imagen como un niño de cuatro años que conversase con Nuestro Señor. Pero cuando tenía alrededor de doce años, el Dr. Plinio pasó por un aprieto espiritual, que lo hacía sentirse indigno de aproximarse de aquella imagen. Desolado, en el fondo de la iglesia, fue a la nave derecha donde había una imagen de María Auxiliadora, y se puso a rezar la Salve. En su tierna edad interpretó la invocación Salve Reina por “Salvadme, Reina”, lo que le trajo una gran consolación interior, pareciéndole que Nuestra Señora le sonreía. En la siguiente invocación de esta bella oración, Madre de misericordia, él pensó: “¡pero es exactamente eso lo que necesito!”. Después, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve: todo le parecía que se aplicaba a su necesidad. A ti clamamos, los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas: realmente no podría ser más apropiada, concluyó él. Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María. Esta gracia interior marcó su vida entera. Ya en la ancianidad, aún decía que esa era la base y el fundamento de su devoción a la Santísima Virgen. Con frecuencia, en las tardes, iba a visitar aquella imagen.
Recogimiento En las tardes del Dr. Plinio, más de una hora era consagrada a la oración, además de las oraciones que hacía por las mañanas, en el período nocturno y en la acción de gracias después su comunión diaria. Su día comenzaba con aproximadamente quince minutos de oraciones diversas, gradualmente aumentadas a lo largo de la vida; pues, según él, aquello que se ofrece a Nuestra Señora no se le quita más. Así, salvo casos circunstanciales, si él incluía en la lista de sus oraciones alguna otra particular, ella continuaría hasta el fin de su vida. Diariamente acostumbraba rezar sus oraciones a camino de alguna iglesia donde pudiera recogerse. En una época en que los teléfonos móviles eran aún raros, él escapaba así de las interrupciones y otras preocupaciones que pudiesen distraerlo durante las oraciones. Ya al sentarse en el automóvil, su fisonomía cambiaba, iniciando una larga lista de oraciones, entre las cuales sobresale la Consagración a Nuestra Señora según el método de San Luis María Grignion de Montfort. Los salmos del Santísimo Nombre de María, el Pequeño Oficio de Nuestra Señora, novenas perpetuas, oraciones por el Sumo Pontífice, rosarios de jaculatorias y múltiples otras oraciones, él las rezaba con notable piedad. El alma de todo apostolado Tres piedades eran centrales en la su vida de oración: la devoción a la Eucaristía, a Nuestra Señora y al Vicario de Cristo. Gran influencia tuvo en su vida interior el libro El alma de todo apostolado, del célebre monje trapense D. Juan Bautista Chautard (1858-1935). Éste sustentaba que, para llevar adelante una obra de apostolado, era necesario ante todo tener una profunda y densa vida espiritual. Cuando el joven Plinio leyó esta obra, poco después de su ingreso a las Congregaciones Marianas, llegó a la conclusión de que no bastaba cumplir los mandamientos y rezar algunas oraciones, sino que sería necesario ser santo para vencer la lucha que trababa contra un enemigo tan amplio y tan poderoso. Él comentó: “¿Cómo reclutar, cómo atraer, cómo despertar el entusiasmo en las almas de los otros? Hay por detrás de ello un misterio. Exactamente porque, mirado a primera vista, ese objetivo es inalcanzable, y sólo se lo puede conseguir por un misterio. Y existe justamente el misterio sobrenatural de la vida de la gracia, y todo aquello que D. Chautard enseña, que es de hecho el alma del apostolado. Si está bien imbuida de ese espíritu, el alma es suplicante y resignada, pues suplica y está dispuesta a recorrer todos los vaivenes de la lucha, resignada inclusive a no tener éxitos inmediatos”. Elevación de la mente a Dios Lo que más me llamaba la atención era la capacidad del Dr. Plinio, estando en otras actividades, de elevar la mente a temas metafísicos, y de éstos a lo sobrenatural. Elevatio mentis a Deo es precisamente la definición de la oración. Sea en reuniones sobre temas político-sociales, sea en su oficina, sea en tantas reuniones sobre temas relativos a la sociedad temporal, de los cuales trataba abundantemente, relacionaba todo con temas de religión, con Nuestra Señora, la Santa Iglesia.
Un ejemplo. A mediados de la década del 70, el Dr. Plinio dirigía una reunión en que trataba de un asunto muy concreto, a partir del cual subió a altísimas consideraciones. Le preguntaron entonces cómo él conseguía hacer eso. Él respondió que la pregunta debería ser otra: cómo es que, contemplando, él conseguía ver cosas tan prácticas. Y añadió que, sin dejar los altos páramos de la contemplación, era desde allí que él analizaba los pequeños episodios, haciendo como ciertas aves que, para atrapar a su presa, vuelan más alto para después, en vuelo fulminante, coger lo que estaba en la mira. Como por ejemplo una gaviota, que “pesca” al pez que estaba desplazándose tranquilamente bajo las aguas. Nuestra dificultad, claro está, era comprender algo que en realidad era lo opuesto a lo que pensábamos que se daba en su mente. Se podría decir que la mentalidad suya estaba constantemente en un inter-relacionamiento entre lo temporal, lo metafísico y lo espiritual. Y esto le permitía pasar de un campo a otro, con una agilidad y una facilidad enteramente naturales. Entrega a la Cristiandad Al comienzo de un libro sobre las actividades de la TFP, Medio Siglo de Epopeya Anticomunista, él quiso colocar una frase que refleja su posición de entrega a la contemplación, renunciando a las grandezas mundanas de esta tierra: “Cuando aún era muy joven, consideré con amor y veneración las ruinas de la Cristiandad, a ellas entregué mi corazón. Volví las espaldas a mi futuro, e hice de aquel pasado cargado de bendiciones mi porvenir”. Una consideración contemplativa hizo, por lo tanto, que él se entregase a la lucha por revivir la Cristiandad y renunciase a un brillante futuro político, social y económico. “Ruinas de la Cristiandad”, “cargado de bendiciones”: aquí también encontramos las dos partes del arco gótico entre lo temporal y lo religioso, que él tenía tanta facilidad de ver, y en el cual, por así decir, el Dr. Plinio vivía. En la lucha contra-revolucionaria sin cuartel que él llevaba a cabo, con un día pleno de actividades hasta la madrugada, no perdía de vista lo que D. Chautard denomina “la guarda del corazón”. Nada, absolutamente nada lo sacaba de la tranquilidad sobrenatural y contemplativa: preparación de campañas de acción pública; consejos a representantes suyos en lugares-clave del Brasil, o a las TFPs de otras naciones; orientaciones espirituales para sus discípulos.
Calma en el fragor de la lucha Reflexión, serenidad, piedad —eran frutos de los altos páramos donde se situaba el espíritu del Dr. Plinio. En medio de las tempestades que tantas veces los enemigos de la Iglesia desataran contra su obra, solía decir: Alios ego vidi ventos; alias prospexi animo procellas— Ya pasé por otros vientos y contemplé otras tempestades. Y en su escritorio, precisamente donde se daba el fragor de la batalla, era el lugar donde se encontraba más paz. Mientras dirigía la TFP, con sus ramificaciones en 26 países, informándose y opinando sobre los acontecimientos nacionales e internacionales y llevando una vida pública intensa, nunca perdía la clave de contemplación sobrenatural, que lo distinguió durante toda su vida. Él decía que la parte principal de su tiempo era para la contemplación, y la lucha contra-revolucionaria una consecuencia. De temperamento muy plácido —y hasta, como él decía, con una tendencia para la molicie, cuando niño— supo vencerse, para resultar en el gran batallador católico del siglo XX. La luz primordial En los años 1960, él definió para sus discípulos su propia luz primordial (el ángulo desde el cual la persona está llamada a admirar y glorificar a Dios): “Mi luz primordial es una visión amorosa de todo el orden del Universo. Una visión armónica, arquitectónica, jerárquica y monárquico-aristocrática de la Creación, desde un ángel hasta un grano de arena, resaltados los puntos que la Revolución más procura combatir”. Analicemos la definición: “Visión amorosa”, donde se remite para el primer Mandamiento de la Ley de Dios; “de todo el orden del Universo”, es decir, abarcando todas las criaturas; “armónica, arquitectónica”, o sea, el orden en que todo está en su debido lugar, formando la armonía del Universo; “jerárquica y monárquico-aristocrática”, no sólo vista de su punto más alto, sino también en sus puntos intermediarios; “desde un ángel hasta un grano de arena”, destacando que abarca toda la creación, desde lo más espiritual hasta el mínimo material; “resaltados los puntos que la Revolución más procura combatir”, y aquí encontramos esa prodigiosa sinergia de la contemplación con la lucha, que él levaba hasta sus extremos. Comienza por el amor a Dios, reflejado en el orden del Universo, y termina en la lucha contra las fuerzas del demonio que impulsan la Revolución anticristiana. Un bello programa de vida. Sacralización de la vida social Los pensamientos del Dr. Plinio volaban entre consideraciones sobre el Cielo empíreo, los “posibles de Dios” (criaturas que Dios podría haber creado, en su perfección infinita), profundizaciones sobre las tres Personas de la Santísima Trinidad y diversas otras altas elucubraciones, sin perder nunca el sentido de la realidad en la cual actuaba. No eran sueños o devaneos inútiles y estériles, sino un empeño en profundizar continuamente en las cosas de Dios. De esos pensamientos él sacaba nuevas explicitaciones, que alimentaban muchos círculos de estudios o reuniones para sus discípulos.
De la ceremonia de la Vigilia Pascual, por ejemplo, destiló una noción que aplicaba al orden temporal. Cuando el sacerdote entra con el Cirio Pascual en medio de la oscuridad, y canta “Lumen Christi”, se refiere a la luz de Nuestro Señor penetrando en las tinieblas. De ahí una analogía rica de sustancia a respecto de las tinieblas del mundo revolucionario: en los días de hoy, ¿cómo está el “Lumen Christi”? Esa batalla entre el poder de las tinieblas y la Luz de Cristo, ¿cómo se está desarrollando? Éste era un punto fundamental en el análisis que hacía de la sociedad temporal. Él deseaba sacralizar todos los momentos del día. Como trabajaba normalmente hasta la madrugada, se preguntaba por qué no podría haber un Angelus que se rezase a medianoche. Así, algunas veces rezaba el propio Angelus en aquella última hora del día, otras veces repetía tres veces una jaculatoria: “Dignare, Mater, die isto”, al que se respondía: “Sine peccato nos custodire” (Dignaos, Madre, en este día / guardarnos sin pecado). Al final del día, múltiples oraciones y beso de reliquias, antes de acostarse, ocasión en que aún hacía alguna lectura, generalmente de temas históricos. La Historia lo fascinaba, por la contemplación de la psico-sociología, de las personas, de los pueblos y de las circunstancias, bien como de los reflejos que en ella hay del orden puesto por Dios en el Universo.
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