Admirable apóstol y Patrono de Irlanda
«Por su predicación, Irlanda, anteriormente morada de la idolatría, se volvió la Isla de los Santos».¹ Favorecido por visiones de lo alto, don de profecía y grandes milagros, este santo alcanzó gran renombre en los siglos IV y V.
Alfonso de Souza
"Yo Patricio, miserable pecador y el último de los servidores de Jesucristo, tuve por padre al diácono Calpumius, hijo del padre Potius.² Nací (el año 377) en Bonaven Taberniae, en una villa que poseía mi padre”, dice el mismo santo, al inicio de su obra autobiográfica, Confesión.³ ¿Dónde queda ese lugar designado por un nombre latino? En Francia, dicen unos. En Escocia, otros. O incluso en Inglaterra. Pero poco importa, pues, por su apostolado y por su muerte, Patricio se volvió el santo prototípico y posesión incontestable de Irlanda. A pesar de haber nacido en una familia religiosa, Patricio confiesa que hasta los dieciséis años “no me había jamás preocupado seriamente por el servicio de Dios”. Más allá de eso, “desde pequeño, tenía un verdadero horror al estudio”. Una atribulada vida lo conduce a la oración Pero eso no sería siempre así. Raptado por piratas y vendido como esclavo, el adolescente, viéndose sólo y abandonado, en el sufrimiento, soledad y desamparo, se volvió hacia Dios: “y su temor aumentó en mí más y más; creció la fe y mi espíritu se elevó, de modo que, en un sólo día, yo rezaba un centenar de oraciones, y hacía lo mismo de noche. En la floresta o montaña, incluso antes del alba, me elevaba en oración y no sentía daño en ello, incluso en la nieve, hielo o lluvia. No había entonces ningún rastro de tibieza en mí, como veo ahora, porque mi espíritu estaba lleno de fervor”.4 “En los caminos de la Providencia, los seis años de cautiverio de Patricio se volvieron una preparación remota para su futuro apostolado. Adquirió un perfecto conocimiento de la lengua céltica, en la cual un día iría a anunciar las buenas nuevas de la Redención. Como su señor, Milchú, era un gran sacerdote druida, él se familiarizó con todos los detalles del druidismo, de cuya esclavitud estaba destinado a liberar a la raza irlandesa”.5 Terminado ese período de expiación, se le apareció un ángel diciendo que sus oraciones y ayunos habían sido aceptados por Dios, y que llegaba la hora de regresar a casa. Que huyese hasta el litoral, donde un navío estaba listo a zarpar. Pero no fue tan simple. El capitán no quiso llevarlo consigo. Patricio lloró y rezó. Viendo sus lágrimas y aflicción, el maestre del barco consintió en llevarlo, con tal que no los incomodase. Todos eran paganos y posiblemente piratas. Después de un viaje de tres días, el barco ancló en un lugar despoblado. ¿Habría encallado? El hecho es que toda la tripulación, incluyendo a Patricio, permaneció en tierra durante 28 días. Como los víveres se acabaron, el piloto del navío se volvió hacia Patricio y le dijo: “Tú eres cristiano y afirmas que tu Dios es todopoderoso. Pide por nosotros, para que venga en nuestro auxilio”. El joven les respondió que, si ellos se convirtiesen, Dios los ayudaría. Inmediatamente salió de la selva una manada de puerco espines que mataron, comieron y salaron, agradeciendo al Dios de Patricio aquel auxilio. Finalmente Patricio llegó a su patria... para ser nuevamente raptado y liberado dos meses después. Pero sus tribulaciones no habían terminado. En un viaje con sus padres a Armorica, la provincia fue invadida por paganos, que degollaron a todos menos a Patricio. Y él fue vendido una vez más como esclavo. Una familia cristiana lo rescató, concediéndole la libertad. La dilatada y ardua preparación del futuro apóstol Patricio se dirigió entonces a la abadía de San Martín de Tours, donde vivió cuatro años, teniendo constantemente visiones divinas que le mostraban a Irlanda como el país a donde debería ir para sembrar la Fe. Pero aún no era llegada la hora de la Providencia, pues, dirigiéndose a aquel país para evangelizar la ciudad de Temoria, fue mal recibido por la población pagana y tuvo que regresar a Francia. Se puso entonces bajo la dirección del gran San Germano de Auxerre, una de las mayores luminarias de la Iglesia de la época en Occidente. Formado por tal director durante catorce años, Patricio estaba maduro para su misión. En esa época, la herejía pelagiana comenzaba a contaminar las incipientes cristiandades existentes en Inglaterra e Irlanda. San Celestino I envió a un obispo, Paladio, para combatirla, pero éste fue muerto por los herejes. San Germano recomendó al Papa que enviase a Patricio para substituirlo. Así, en el 432, regresó nuevamente al campo de apostolado que la Providencia desde hacía mucho le destinara. Recibió la consagración episcopal en el continente, y llegó a Irlanda alrededor del año 433. Milagros atestiguan su santidad Según algunos, la primera cosa que hizo en la futura Isla de los Santos fue buscar a su antiguo señor, para pagarle su rescate. En camino, se dirigió a la hoya del río Boyne, donde convirtió a muchos paganos y operó el primero de sus milagros en Irlanda, para probar la honra debida a Nuestra Señora y al divino nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo. Dejando a sus discípulos para confirmar a los neo-convertidos en la Fe, se dirigió a Slemish, donde el jefe pagano Dichú quiso matarlo con una espada. Pero, al descargar el golpe, su brazo quedó paralizado, volviendo sólo a la normalidad cuando él, arrepentido, se convirtió. Donó al apóstol un establo, que fue transformado en el primer santuario erigido por San Patricio en Irlanda, junto al cual fundó un monasterio que se volvería su lugar de recogimiento. Sabiendo después que una asamblea anual de los jefes y guerreros paganos iba a reunirse en Tara, donde residía el principal de los jefes (una especie de rey de la isla), se dirigió hacia allá. Pero ahí se encontraba también el principal centro de los druidas, sacerdotes de la religión pagana que predominaba en el país. Patricio sufrió intensa persecución de su parte, escapando de la muerte de milagro. Los sacerdotes druidas, para mostrar su poder, por medios diabólicos hicieron que una nube negra cubriese el firmamento. San Patricio los desafió a hacerla desaparecer. Por más que hiciesen, no lo consiguieron. A una oración del Santo, el sol volvió a aparecer. El jefe de los sacerdotes, entonces, también por poder diabólico, como Simón el Mago, se elevó por los aires, volando como un pájaro. Patricio rezó, y el miserable se estrelló contra el suelo. Con esto, se convirtieron diversos jefes tribales y familias. El hijo de uno de ellos, Benen o Benigno, se volvió compañero inseparable del Santo y lo sucedió en la sede episcopal de Armagh. Se convirtieron también, en la ocasión, el rey de Dublín, el de Minster y los siete hijos del rey de Connaught. De ahí en adelante el apostolado de San Patricio fue muy favorecido por esos varios jefes tribales y el número de conversiones fue enorme. El Santo destruye un ídolo y convierte a los paganos Pasando cerca de un lugar llamado Magh-Slecht, el apóstol supo que, a corta distancia, estaba una multitud adorando al ídolo Crom-Cruach, un enorme pilar de granito cubierto con placas de oro y plata, cercado por doce ídolos menores. San Patricio fue hasta allá y con un golpe de su báculo redujo a polvo al ídolo. En un solo lugar, Killala, convirtió al rey y sus seis hijos, junto a 12 mil vasallos. Pasó después siete años visitando cada localidad de Connaught, organizando parroquias e instruyendo al pueblo. La mies era abundante. Se volvió legendaria la conversión de dos hijas del rey local —Ettia, la rubia, y Felden, la pelirroja— que pidieron al apóstol que las instruyese en la fe cristiana para ver a Dios cara a cara. Ambas fallecieron inmediatamente después del bautismo, siendo enterradas con sus trajes bautismales. El año 440, San Patricio emprendió con mucho éxito la evangelización de la región de Úlster. Cuatro años después, construyó la catedral de Armagh, que, a pedido suyo, el Papa San León Magno elevó a metropolitana.
Dios concede a servidores, como Patricio, un coraje heroico Eran tantos los milagros, bendiciones y hechos maravillosos que acompañaban el apostolado de San Patricio, que él mismo exclama en su autobiografía: “¿De dónde provienen esas maravillas? ¿Cómo los hijos de Hibérnia (Irlanda), que jamás habían conocido al verdadero Dios y adoraban ídolos impuros, se volvieron un pueblo santo, una generación de hijos de Dios? Los hijos y las hijas de reyes solicitan la honra de ser monjes o de consagrar su virginidad al Señor. ... ¡Y cuántas vírgenes y viudas que luchan contra todos los obstáculos humanos para permanecer fieles a su Esposo celestial! Yo no sé el número, pero Dios lo sabe, Él es quien da un coraje heroico a sus humildes servidores”. En Irlanda, los bardos o cantores épicos formaban una casta hereditaria, que recorría el país cantando las proezas de los grandes héroes. Pues fue entre ellos que Patricio reclutó a sus más fieles discípulos, de manera que muchos monasterios fundados por el Santo se convirtieron en la morada de la poesía céltica. Ellos supieron adaptar tan bien su talento al cristianismo en sus cánticos que, según se dice, los mismos Ángeles del cielo venían a oírlos. Por eso el arpa de los bardos se tornó el símbolo y blasón de la Irlanda católica.6 Pero no todo eran sucesos y maravillas. El mismo apóstol afirma que “diariamente espero una muerte violenta, ser robado, llevado nuevamente a la esclavitud, o alguna otra calamidad. ... Me pongo en las manos del Dios poderoso, porque es Él que todo lo gobierna”.7 Y era muy necesario. Cierto día, por ejemplo, viajaba en un carro de bueyes al lado del conductor, su discípulo, cuando éste le pidió cambiar de lugar con él, sujetando las riendas mientras el discípulo descansaba un poco. El maestro no sospechó de nada. Poco después una lanza, tirada por algún enemigo, atravesó el corazón del discípulo, que así salvó la vida del maestro y alcanzó al mismo tiempo la corona del martirio. El mismo Patricio no moriría mártir como ardientemente lo deseaba. Falleció en paz, el día 17 de marzo de 461, después de 30 años de fructuoso apostolado en la Isla de los Santos, dejando atrás de sí innumerables santos formados en su escuela.
Notas.- 1. Breviario Romano, apud Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, d’après le Père Giry, Bloud et Barral, París, 1882, p. 475.
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