Gracia, naturalidad y lógica PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA Un ejemplo magnífico de palmeras imperiales son aquellas del Jardín Botánico, en Río de Janeiro. Dos hileras de palmeras muy altas y sus copas aisladas en la cima: como soldados presentando armas a un rey de ensueño que debe pasar, y en cuya expectativa ellas están alineadas para el saludo militar. Consta, además, que fue don Juan VI — rey de Portugal y Brasil— quien las mandó plantar. Ellas son muy altas y tienen un aspecto que se aprecia mucho en ciertas columnas. Una columna no es tan bella cuando es un cilindro igual desde el suelo hasta el techo. Lo bonito de una columna es cuando ella tiene una proporción entre el diámetro mayor de abajo y el menor de arriba, de modo que ella se va afinando cada vez más hasta llegar a lo alto, sin ningún salto brusco. Ella debe ir afinándose como un taco de billar, hasta arriba. Esto es lo bonito de la columna. * * * Pero también hay diferencia de colores. Aquel tronco seco tostado, marrón muy oscuro tendiente al negro, al llegar a la parte superior, da lugar al verde claro del follaje, que demuestra que el árbol no está muerto. Del suelo, al interior de su oscuro tronco, va subiendo la savia en una ascensión asombrosa, que irriga toda la palmera sin que se lo perciba. Arriba, aquella parte más delicada brilla al sol. Hay una bonita proporción de colores entre el verde claro del follaje y la madera oscura del tronco.
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