La ciencia moderna ha demostrado de múltiples maneras la autenticidad del Santo Sudario, la sábana que envolvió el cuerpo inerte de Nuestro Señor Jesucristo. Ahora, el reciente trabajo de un científico francés demuestra asimismo la veracidad de la túnica que llevaba nuestro Divino Redentor cuando cargó la cruz hasta la cima del Calvario, como siempre se ha creído. Luis Dufaur Quien llega a la pequeña ciudad de Argenteuil —hoy absorbida por la periferia urbana de París— no tiene idea del inmenso tesoro que guarda su antigua iglesia parroquial, hoy convertida en basílica menor. En un relicario de oro, ¡nada menos que la preciosa túnica de Nuestro Señor Jesucristo! La misma que, según la tradición milenaria de la Iglesia, fue tejida por la Santísima Virgen para el Niño Jesús, y la piedad popular afirma que fue creciendo con Él a lo largo de los años. La misma que utilizó en su Pasión, cuando fue entregado por los fariseos a Pilatos, y que llevó hasta lo alto del Calvario, curvado bajo el peso de la cruz. La misma que los crueles sayones romanos, viendo que era inconsútil —es decir, que formaba una sola pieza, sin costuras— echaron las suertes, para no tener que dividirla entre ellos. Así lo hicieron, cumpliendo lo que habían anunciado los Profetas. Hace unos veinte años atrás, el ambiente en la basílica de Argenteuil era de desolación. Los sacerdotes estaban convertidos en curas obreros, y no había quien atendiera bien al visitante o al peregrino. Sin embargo, en la última década se ha verificado el renacer de un interés notable por la preciada reliquia, que presagia una vuelta al tiempo en que las multitudes acudían llenas de fe, transidas de amor sobrenatural, a venerar la túnica bañada en sangre que el Cordero de Dios derramó en abundancia para la Redención de la humanidad pecadora. Los protestantes se volvieron contra la preciosa reliquia con un odio furibundo. La saña impía de la Revolución Francesa, ebria de impiedad, escepticismo y furor anticristiano, intentó destruirla. El mito del progreso, que al penetrar en la Iglesia favoreció el naturalismo, le dio un tremendo golpe de desprestigio. Y con el advenimiento del llamado “progresismo” católico, hostil a las devociones tradicionales, la reliquia fue relegada a un olvido aún mayor. Por último, la tendencia a hacer de la religión una experiencia preponderantemente sensible, en un ambiente de excitación y fiesta, pretendió sepultar para siempre aquel despojo sagrado de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Un hecho ocurrido hace dos mil años es confirmado por la ciencia moderna La túnica permaneció en Argenteuil recordando, a pesar del olvido al que fue relegada, la infinita bondad del Redentor, despreciada por siglos de pecado y alejamiento de Dios. Y por esta misma razón, fue una increpación muda frente a tanto rechazo y dureza de corazón. Aunque ignorada y despreciada, molestaba. A los fautores del caos en la Iglesia —sean subversivos o lúdico-festivos— les denunciaba su delirio. A las almas fieles les inspiraba una profunda contrición y una tierna compasión. Y a los que tuvieron noticia de ella —en mayor número, de hecho, de lo que se cree— la gracia alimentó una esperanza. A este notable abandono contribuyó también el hecho de que, en el pasado, las pruebas de la autenticidad de la reliquia habían desaparecido. Y es notoria la avidez del espíritu moderno por demoler todo objeto religioso que no esté respaldado por pruebas, si fuera posible, de una certeza matemática… Pero he aquí que en el umbral del milenio, utilizando los equipos más avanzados, la ciencia moderna ha venido a romper este cerco de aislamiento, afirmando, sobre la base de complicados exámenes: “¡Esta es la túnica con la que nuestro Señor Jesucristo cargó la cruz hasta la cima del Calvario, como siempre se creyó!” A tales conclusiones conduce, en particular, la obra titulada “Jesús y la ciencia - La verdad sobre las reliquias de Cristo”, del ingeniero André Marion, investigador del mundialmente conocido Centre National de la Recherche Scientifique - CNRS (París). Este profesor, experto en el procesamiento numérico de imágenes, enseña en la Universidad de París-Orsay y es autor de numerosas publicaciones científicas y técnicas. Ya ha realizado sorprendentes descubrimientos sobre el Santo Sudario de Turín, basados en métodos ópticos digitales ultramodernos. No obstante, el mencionado libro merece un reparo: el tono aséptico de su estilo, que es habitual en la literatura científica, pero que en una obra para el gran público puede parecer irrespetuosa. No obstante, veamos los hechos tal y como los describe. Un periplo histórico con algo de milagroso Hay pocos y escasos registros del destino de la Sagrada Túnica de Nuestro Señor Jesucristo después de la Crucifixión y durante los primeros siglos. Sabemos por el Evangelio que se echaron las suertes para definir quién sería el poseedor de la túnica del Divino Redentor, en vista de lo cual la reliquia quedó en manos de uno de los soldados romanos. Probablemente fue recuperada por los primeros cristianos, volviendo quizás a manos de la Santísima Virgen o de los Apóstoles. Todo indica que la veneración de la túnica estaba restringida a los discípulos. En efecto, después de Pentecostés, la Sinagoga desató una persecución despiadada y exterminadora contra los cristianos. La Virgen María pasó a residir en Éfeso, lejos de Tierra Santa, con san Juan Evangelista. El odio persecutorio de los judíos de entonces —que entró en receso tras la destrucción de Jerusalén— pronto cedió el lugar a las persecuciones romanas iniciadas por Nerón en el año 64. Hasta que, el 312, el emperador Constantino abolió el culto pagano y comenzó a favorecer el cristianismo. El año 326, santa Elena —madre de Constantino— viajó a Asia Menor y a Tierra Santa y trajo las reliquias de la Pasión, que fueron expuestas a la veneración pública. Así, la Santa Cruz, la Corona de Espinas, los clavos de la Pasión, la túnica de Nuestro Señor, el velo de la Verónica y otras reliquias de inconmensurable valor fueron llevadas a Constantinopla, la nueva capital del Imperio Romano. A principios del siglo IX, Irene, emperatriz de Oriente, ofreció la Sagrada Túnica de Nuestro Señor como regalo al emperador Carlomagno, que acababa de ser consagrado emperador de Occidente por el papa san León III. Carlomagno, a su vez, confió la custodia de la reliquia a la abadía de Nuestra Señora de la Humildad, situada en Argenteuil, a corta distancia de París. Este monasterio estaba reservado para las grandes damas de la corte que se alejaban del mundo. La abadesa Teodrada era una de las hijas del gran Carlos, célebre por su belleza y su empeño para implantar la Regla de San Benito en los monasterios del imperio carolingio. Providencial hallazgo tras su desaparición
Sin embargo, otro espectro amenazante se alzó contra la túnica impregnada con la sangre redentora. Los vikingos, feroces guerreros paganos procedentes de Escandinavia, asolaron las costas de Francia en los siglos IX y X y penetraron por los ríos al interior del país masacrando a la población, destruyendo las ciudades y saqueando los templos. París fue atacada seis veces. En el año 845 por unos 120 barcos vikingos. El peligro era inminente. La abadesa Teodrada y las religiosas tuvieron que abandonar el monasterio. Entonces surgió el dilema: ¿qué hacer con la túnica divina? Era arriesgado para las monjas llevarlo consigo, ya que podían ser sorprendidas en el camino. La solución fue guardarla en una caja fuerte, junto con los certificados de autenticidad de la reliquia. La caja fuerte fue tapiada en el interior de la iglesia a una altura que no despertara la atención de los bárbaros. Los años transcurrieron. La princesa imperial convertida en abadesa y las demás religiosas murieron en el exilio. Y se llevaron con ellas el secreto… En el siglo XII, cuando el abad Suger de Saint Denis restauró el antiguo monasterio de Argenteuil, un misterio circundaba el lugar. Se sabía que la túnica estaba allí. Pero… ¿dónde? El abad ordenó que se efectuaran restauraciones. Así, en 1156 —en virtud de una visión, según unos; debido a un hecho fortuito providencial, según otros— los albañiles descubrieron que una parte del muro de la iglesia abacial estaba hueca. Al registrarla, encontraron una caja fuerte en cuyo interior estaba la Sagrada Túnica, con los certificados de autenticidad. Al conocerse el hallazgo, un fervor de fe y devoción se apoderó de Francia. Ese mismo año, los arzobispos de Sens y Rouen, los obispos de París, Chartres, Orléans, Troyes, Auxerre, Châlons, Évreux, Meaux y Senlis procedieron a reconocer la reliquia y los documentos adjuntos, y redactaron el famoso certificado conocido como la Charte de 1156. Y, en una ceremonia memorable, presentaron la túnica para la veneración de una multitud de fieles, entre los que se encontraba el rey Luis VII (p. 146-147). A partir de entonces, varios siglos se sucedieron en los que generaciones de nobles, burgueses y plebeyos peregrinaron en gran número, recibiendo gracias extraordinarias y siendo favorecidos por milagros, que confirmaban indirectamente la autenticidad de tan venerable reliquia. Cuando el Divino Redentor subió al Gólgota debe haber considerado a aquellas multitudes medievales penetradas de compasión, de ternura y hasta de noble indignación, reparando los horrendos ultrajes de los verdugos y las refinadas injurias de los fariseos. Es conmovedor pensar que entonces debió rezar especialmente por ese mundo de pecadores necesitados, pero arrepentidos y colmados de gratitud. La reliquia escapa a la destrucción de los protestantes Al final de la Edad Media, se desató una persecución indeciblemente encarnizada contra la túnica de Argenteuil: la Revolución Protestante. En 1544, las guerras de religión alcanzan su punto álgido y el rey Francisco I hace fortificar Argenteuil. Pero no fue suficiente. En 1567 los protestantes invaden la ciudad, incendian la iglesia y ahorcan al párroco. Pero fue como si la Sagrada Túnica hubiera desaparecido entre los muros del santuario. Los hugonotes ni siquiera la vieron y no pudieron hacer nada contra ella. Después de la masacre “reapareció intacta, tan misteriosamente como había desaparecido” (p. 170). Reyes y reinas siguieron peregrinando a Argenteuil con frecuencia. Los milagros se multiplicaron, los Papas cubrieron la santa reliquia con innumerables privilegios, los nobles enriquecieron el santuario y los historiadores elaboraron sus primeros estudios. La contemplación de los indecibles dolores de la Pasión comunicó nuevas fuerzas a los católicos que luchaban contra los protestantes, quienes, por su parte, preferían la lujuria y la rebelión predicadas por Lutero y sus secuaces. Un sacerdote concesivo hace algo… que ni siquiera los sayones hicieron
En 1790, la Revolución Francesa, heredera de la furia protestante anticatólica, se volvió contra la Sagrada Túnica. El rector de la basílica, el padre Ozet, intentó acomodarse a los nuevos tiempos revolucionarios y juró la Constitución Civil del Clero, quedando ipso facto excomulgado. Los revolucionarios se radicalizaron y, entonces, el sacerdote juramentado ofreció el relicario de vermeil, todo el oro y la plata de la iglesia a la Convención Nacional, empeñada ahora en la eliminación de nobles y opositores. El 18 de noviembre de 1793, el presbítero, en su política de concesiones, concibió una idea desesperada y descabellada: rasgó la túnica inconsútil, enterró la parte principal en el jardín y repartió otros pedazos entre algunos de sus feligreses. Lo que no hicieron los sádicos verdugos de Nuestro Señor, lo hizo un sacerdote de Cristo, obsesionado en establecer acuerdos con la iniquidad… Sus intentos de simpatizar con la Revolución fueron en vano. El padre Ozet fue arrestado y pasó dos años en prisión, siendo liberado al final del Terror. Luego desenterró la pieza principal y fue a buscar los otros fragmentos dispersos. Pero solo se recuperó unos pocos… Con ellos reconstituyó la túnica, faltando una parte importante del frente. A su vez, las auténticas (documentos) de la reliquia desaparecieron para siempre… Después de la tormenta igualitaria se reanudó el culto. Devotos agradecidos donaron nuevos y valiosos relicarios. El gran y beato Papa Pío IX le tuvo una devoción especial y mandó encender una vela perpetua ante la reliquia. En julio de 1882 y en marzo de 1892, se realizaron cuidadosos trabajos de conservación de la túnica, estudiando minuciosamente el encaje correcto de las piezas, después de la desafortunada partición del padre Ozet. Primeros exámenes científicos Los trabajos de 1892 permitieron realizar la primera investigación verdaderamente científica, que constató: a) se trata de una túnica inconsútil (sin costuras); b) tuvo contacto directo con la piel; c) esta marcada con grandes manchas de sangre; d) fue tejida con hilo de lana de oveja, fino como pelo de camello, con una trama de espina de pescado; e) era de color marrón rojizo oscuro, que recuerda el hábito franciscano o carmelita. Los análisis del Dr. Philippe Lafon, director del Laboratorio de Investigación Aplicada para la Medicina e Higiene, y del Dr. J. Roussel, miembro de la Sociedad Química de París, corroboraron que las manchas eran de sangre (p. 198-200). En 1893, estudios microscópicos de la famosa Manufacture des Gobelins indicaron que se trataba de un tejido con todas las características de los primeros siglos de la era cristiana en Oriente Medio. El dictamen fue ratificado en 1931 por numerosos expertos consultados por el padre Parcot (p. 190-195). En aquella época, la vestimenta de los judíos se componía de tres piezas, además de un paño menor: una túnica equivalente a nuestra camisa pero de mayor tamaño (la de Argenteuil); por encima, otra más amplia y vistosa, que sería nuestro traje (la túnica de Tréveris); y, un manto exterior, doblado sobre los hombros, que se desplegaba en caso de frío o lluvia y cubría todo el cuerpo. La túnica de Argenteuil es inconsútil. Este tipo de prenda era poco frecuente e indicaba una alta posición social. También destacan la excelencia del hilo y la perfección de su forma. Es sedosa al tacto, la trama es tan delicada que incluso puede pasar desapercibida. Según la costumbre de la época, la Virgen debe haber fabricado ella misma el hilo, hilando continuamente cuatro o cinco fibras de lana de oveja; y luego tejió la túnica en un telar casero. El color rojizo o violáceo de la tintura es común, no siendo característico de los ricos, que usaban el púrpura. Bien podemos imaginar el amor insondable con el que María se empeñó en la tarea, quizás ya vislumbrando el destino sublime, trágico y grandioso que tendría aquel tejido. Desde este punto de vista, la Sagrada Túnica de Argenteuil es también una reliquia indirecta de la Madre de Dios. Los rigurosos exámenes del Prof. Marion La Sagrada Túnica suele estar doblada en un relicario, donde puede verse a través de un cristal protector. Se desdobla y se expone solemnemente cada 50 años. Con motivo de la exposición de 1934, fue sometida a un exhaustivo estudio fotográfico, que incluyó el uso de rayos infrarrojos y ultravioleta. En 1984 hubo una nueva exposición pública, pero las fotografías fueron tomadas solo por aficionados. En 1997, el profesor Marion, que había hecho sensacionales descubrimientos en el Santo Sudario de Turín mediante técnicas informáticas no destructivas, solicitó al obispo de Pontoise, custodio oficial de la reliquia, permiso para practicar pruebas análogas en la Sagrada Túnica de Argenteuil. La respuesta fue no. El profesor Marion envió otra solicitud al Vaticano y recibió la misma negativa de la Secretaría de Estado.
Mientras tanto, el especialista localizó en los archivos de la diócesis de Versalles las placas tomadas en 1934. Estaban bien conservadas. Sobre ellas aplicó técnicas de digitalización de imágenes basadas en potentes escáneres y computadoras. Cabe destacar la precisión del método, que alcanza las 10 a 20 milésimas de milímetro. Así que pudo mapear las manchas de sangre, que no se notan fácilmente a primera vista. Finalmente, comparó el mapa obtenido con las manchas de sangre —de hecho, estudiadas minuciosamente— del Santo Sudario de Turín. Sin embargo, pronto surgió una dificultad. El sudario envolvió el cuerpo de Nuestro Señor tendido e inmóvil en el Santo Sepulcro, mientras que la Sagrada Túnica de Argenteuil había sido llevada por Él curvado bajo la cruz, caminando con paso tambaleante, perdiendo el equilibrio y cayendo en la calleja pedregosa, inmensamente debilitado por las despiadadas torturas. Si todavía nos imaginamos a Nuestro Señor sosteniendo con sus manos el extremo de la cruz a la altura del hombro, es fácil suponer que la túnica debe haber formado pliegues. Estos pliegues raspaban las heridas abiertas en la divina espalda, mientras que la parte delantera de la túnica se aflojaba a causa de la curvatura general del cuerpo. Todos estos factores hicieron que la sangre se extendiera sobre la tela de forma irregular. El profesor Marion solicitó entonces la ayuda de un voluntario con las proporciones anatómicas del Santo Sudario. Simuló los movimientos del Via Crucis, utilizando una túnica del mismo tamaño que la de Argenteuil. Los movimientos se repitieron varias veces y de diversas formas, y se fotografiaron sistemáticamente. A continuación, basándose en estas fotos y mediante métodos informáticos, el profesor Marion creó un primer modelo virtual del cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo cargando la cruz. En el monitor de la computadora este modelo aparece como el dibujo de un maniquí. Sobre él aplicó entonces las imágenes de la túnica de Argenteuil. De este modo, reprodujo los pliegues que se forman naturalmente por el ajuste al cuerpo y la difusión de las manchas de sangre provocadas por los movimientos muy dolorosos bajo la cruz. Del mismo modo, aplicó la imagen de la Sagrada Túnica a un segundo modelo virtual basado en el Santo Sudario de Turín. ¡Concordancia con las llagas del Santo Sudario!
¡Y ocurrió una admirable sorpresa! En la primera experiencia, la distribución de las manchas de sangre en la túnica se correspondía perfectamente con las heridas y posturas propias de llevar la cruz. En la segunda, las manchas se colocaron de manera que se superpongan exactamente con las llagas del Santo Sudario. En ambos experimentos, en la pantalla del ordenador aparecen las heridas —las más sangrientas de todas— provocadas por el madero, bien diferenciadas de las horribles laceraciones de los azotes de la flagelación, indicando con precisión la posición de la cruz. Incluso se aclararon detalles históricos que intrigaban a los científicos. Uno de ellos es que los romanos —ejecutores materiales de la Crucifixión, bajo la presión del odio judío— no acostumbraban obligar al condenado a llevar toda la cruz. Dejaban ya clavado en el lugar del suplicio —en este caso, el Calvario— el madero principal, pero obligaban al reo a llevar el travesaño de la cruz, llamado patibulum. Por el contrario, los cuatro Evangelios no hablan del patibulum, sino solo de la cruz: Et baiulans sibi crucem exivit in eum – “Y, cargando él mismo con la cruz, salio” (Jn 19, 17). San Mateo, san Marcos y san Lucas mencionan la cruz en el episodio en que el Cirineo se vio obligado a ayudar a Nuestro Señor Jesucristo a cargarla. Ahora bien, en el análisis computarizado de las fotografías de la túnica, las llagas e hinchazones provocadas por una cruz y no por un mero patibulum, aparecen con la mayor claridad. Las manchas de sangre indican que en el Via Crucis los dos maderos se cruzaban a la altura del omóplato izquierdo de Nuestro Señor. En la iconografía tradicional, en el Via Crucis, Nuestro Señor suele aparecer con un cíngulo o cordón, ceñido a la altura de los riñones. Este cordón no había dejado ningún rastro conocido. ¡Pero en el ensayo digital, la presencia del cordón, del que nos habla la tradición, aparece perfectamente identificado! La conclusión del profesor Marion es la siguiente: “El procedimiento practicado fue, de lejos, mucho más preciso que los que tuvieron lugar en el pasado. Según nuestros antepasados, era necesario creer que una misma persona había manchado con su sangre la túnica [de Argenteuil] y la Sábana Santa [de Turín]. Estas repetidas afirmaciones requerían un estudio en profundidad: queríamos entonces verificar, por nosotros mismos, si tal comparación puede estar justificada. Los resultados, sin embargo, parecen perfectamente concluyentes. “La correspondencia de las heridas es un argumento a favor de la autenticidad de las dos reliquias, que deben referirse claramente a la misma víctima. Es muy difícil imaginar que falsificadores hayan intentado relacionar de una manera tan perfecta los dos objetos…” (p. 212). De la Pasión de Nuestro Señor a la pasión actual de la Iglesia Sin embargo, tan soberbia confirmación científica de la Pasión del Redentor no fue recibida en los ambientes eclesiásticos con el júbilo —prudente, sin duda, pero lleno de reconocimiento— que merecía. Por el contrario, el descubrimiento del ingeniero en la digitalización de imágenes tuvo una acogida gélida, para no decir una antipatía mal disimulada.
¿Cómo explicar esta actitud desconcertante? He aquí que la adorable túnica de Argenteuil nos lleva de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo a la Pasión de la Iglesia en nuestros días… Sorprendido por esta desfavorable acogida, el profesor Marion —que en ninguna parte de su obra manifiesta propensión o aversión al catolicismo— buscó una explicación de las posibles causas de esta actitud. Y constató la sospecha de que la difusión de las impresionantes concordancias entre las dos reliquias perjudicaría la orientación del ecumenismo, en el período posterior al Concilio Vaticano II. En efecto, tales descubrimientos demuestran luminosamente la verdad y la divinidad de la Iglesia Católica. Lo que va en detrimento de otras “iglesias”. ¿Cómo podrían presentarse en las reuniones ecuménicas los representantes católicos junto a hebreos y musulmanes —como que en pie de igualdad—, cuando el Santo Sudario y la Sagrada Túnica de Argenteuil claman por la veracidad de las Sagradas Escrituras, la fe y las tradiciones católicas y, en consecuencia, postulan que la Iglesia Católica es la única verdadera? ¿Con qué cara se presentarán en los actos ecuménicos los protestantes, adversarios acérrimos del culto a las reliquias, cuando en las de Turín y Argenteuil Nuestro Señor quiso dejar pruebas patentes de la sangre divina, para que los hombres la adoren? Estas reliquias muestran la demencia completa de los seguidores de Lutero, Calvino y tantos otros heresiarcas… ¡Pero para no perjudicar la “evolución actual de las ideas” y la “aproximación con las otras religiones” (p. 219), la sangre de valor infinito que Nuestro Señor Jesucristo derramó caudalosamente para nuestra Redención es silenciada, ignorada y finalmente condenada totalmente al olvido por ciertos sectores católicos! Una reliquia especialmente preciada para nuestros días El libro del profesor Marion, publicado a comienzos de 2000, causó polémica en Francia. Bajo su impacto, el obispo de Pontoise autorizó una rápida y poco publicitada exposición de la Sagrada Túnica. Esperamos que la ocasión haya servido al menos para realizar más exámenes científicos. Pero nuestra alma se dirige sobre todo a Jesús Nazareno subiendo la áspera Via Crucis, azotado por sus victimarios y siendo blanco del caudal de blasfemias proferidas por el populacho de Jerusalén. Podemos imaginar lo que el Hijo de Dios debió sentir, previendo lo que los hombres del siglo XXI harían con su preciosísima sangre inocente derramada por ellos. ¡Y qué tratamiento deberían dar a una reliquia sagrada estrechamente vinculada a esa sangre adorable! La túnica, sin embargo, permanece en Argenteuil como signo de que, por los méritos de la Pasión, la Santa Iglesia —inmortal por promesa divina— brillará con renovado resplandor, para una humanidad purificada por la penitencia, en los terribles y salvadores acontecimientos previstos por la Santísima Virgen en Fátima. Esperamos que en los días venideros la humanidad regenerada vuelva a acudir a Argenteuil con una piedad y un fervor análogos a los que se verificaron en los siglos de la fe, en los esplendores de la cristiandad medieval, e incluso mayores. Fuente de referencia.- André Marion, Jésus et la science – La vérité sur les reliques du Christ, Presses de la Rénaissance, París, 2000.
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La Sagrada Túnica de Nuestro Señor Jesucristo Autenticidad confirmada por la Ciencia |
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