Antonio Augusto Borelli Machado
Como madre de Jesucristo, la Virgen María es digna de toda alabanza. Por eso los cristianos, desde los primeros tiempos, ya la saludaban con las palabras del Ángel: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). A estas palabras se conjugaron las de santa Isabel —madre de san Juan Bautista, precursor del Mesías—, cuando María, su prima, la fue a visitar. Conociendo, por una revelación sobrenatural, que esta sería la Madre de Dios, santa Isabel la saludó diciendo: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc 1, 42). Oportunamente la Iglesia introdujo las palabras “Jesús” después de “tu vientre”, y “María” después del saludo inicial (“Ave” en latín, “Dios te salve” en castellano). En el siglo XII, el uso de esta primera parte del Avemaría se hizo más frecuente, y en el siglo siguiente, las órdenes religiosas la prescribieron para sus miembros. En el siglo XIV, comenzó a ser añadida la súplica: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”. En 1568, el papa san Pío V oficializó esta añadidura cuándo, al promulgar el Breviario Romano (conjunto de oraciones y lecturas que deben recitar diariamente los sacerdotes), mandó que después del Padre Nuestro, al comienzo de cada hora del oficio divino se rezara también el Avemaría. La salutación angélica y la renovación de las alegrías de la Anunciación Como las palabras del ángel Gabriel constituyen el núcleo inicial a partir del cual se aglutinan los diversos elementos que forman el avemaría, esta es llamada de salutación angélica. El Avemaría es la salutación por excelencia a la Virgen Santísima, la alabanza más perfecta que le podemos dirigir, pues está formada con las palabras que el propio Dios inspiró a su mensajero, el ángel Gabriel. María exultó de alegría ante la buena nueva (en griego = evanghélion) de la venida del Redentor, que el ángel le anunciaba. Así, los cristianos consideraban que por cada avemaría que repitieran la Virgen Santísima sentiría como que un eco de esa alegría. Y asociándose a este júbilo, se complacían en multiplicar las avemarías. Esta salutación a María era habitualmente acompañada de una genuflexión, para expresar mejor el significado de la palabra Ave, que significa: yo os saludo. Se cuenta, por ejemplo, que san Luis IX, rey de Francia de 1226 a 1270, tenía la costumbre de rezar todos los días 50 avemarías, arrodillándose y levantándose mientras pronunciaba lentamente cada una de ellas. La constitución del Rosario Con el paso del tiempo, se estableció la costumbre de rezar un total de 150 avemarías. Este número corresponde al de los salmos del Antiguo Testamento, poemas religiosos compuestos en su mayor parte por el rey David. Y como el conjunto de los 150 salmos se llama Salterio, por analogía se dio a las 150 avemarías así rezadas el nombre de Salterio de María.
A las avemarías se unió el Padre Nuestro, la oración perfecta que Jesucristo enseñó a sus discípulos. Y, más tarde, el Gloria al Padre, doxología (fórmula de alabanza) a la Santísima Trinidad: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén”. Para una mejor disposición del conjunto, las 150 avemarías fueron divididas en quince decenas; cada decena fue precedida de un Padre Nuestro y seguida de un Gloria al Padre. Para facilitar el recuento de las decenas de avemarías, se utilizan semillas de ciertas plantas o pequeños granos, llamados cuentas, hechos de madera, metal u otro material, ensartados regularmente en un cordón o articulados con alambre. Un crucifijo, que nos recuerda la cruz en donde Nuestro Señor Jesucristo fue muerto para redimir a la humanidad, completa el piadoso instrumento. Esta es la devoción que la piedad católica denominó con la palabra rosario, nombre que por extensión se aplica también al instrumento —que acaba de ser descrito— con el que se lleva la cuenta de las avemarías. Al comenzar la recitación del rosario, se reza el Credo, resumen de los principales artículos de la fe católica, sujetando devotamente la cruz. ¿Por qué se llama rosario? El nombre rosario viene, como es evidente, de rosa. En el latín medieval, rosarium significa jardín de rosas. La Virgen María es llamada, en ciertos poemas medievales: jardín de rosas. En el rosario, las avemarías son concebidas como rosas espirituales que el fiel presenta a la Santísima Virgen, tejiendo de ese modo en su honor una corona simbólica de rosas o un pequeño sombrero de rosas (de ahí provienen los términos corona en italiano y chapelet en francés, para designar a la tercera parte del rosario, que en portugués se denomina simplemente terço). El simbolismo de la rosa La rosa se presta a una gran variedad de aplicaciones simbólicas. Ya el Libro de la Sabiduría (2, 8) colocaba en la boca de los libertinos la frase: “Coronémonos con capullos de rosas antes que se marchiten”. En el mundo antiguo coronarse de rosas era signo de alegría, muchas veces una alegría mundana y pecaminosa, es decir, sin ninguna referencia —y hasta opuesta— a Dios. Justamente porque la rosa estaba de esa manera asociada a la vida disoluta de los paganos, e inclusive al culto pagano (ellos coronaban de rosas las estatuas de sus dioses, para simbolizar la entrega de sus corazones), muchos de los primeros cristianos se rehusaban categóricamente a hacer, en el culto al Dios verdadero, uso análogo. Rechazaban todo lo que pudiera traerles al espíritu algo de aquel mundo con el cual habían roto radicalmente. Y así, sea en las fórmulas de las oraciones, sea en la decoración de los lugares de culto, sea en los objetos y vasos sagrados, sea en los paramentos litúrgicos (vestidos utilizados por los sacerdotes en las ceremonias religiosas), sea hasta en los objetos de adorno personal, la figura y el simbolismo de la rosa fue ampliamente abolido. Lo cual explica la ausencia casi completa de la figura de la rosa en las catacumbas romanas. Sin embargo, consolidada la victoria del cristianismo sobre el paganismo, después de las persecuciones de los primeros siglos, y desaparecida de la memoria aquella vinculación con el vicio y el pecado, se abrieron ampliamente al uso metafórico y simbólico de la rosa. Y evidentemente, la metáfora fue aplicada, en primer lugar, a la más sublime de las meras criaturas, que es la Bienaventurada Virgen María, llamada en la letanía lauretana Rosa Mística. La letanía lauretana es un conjunto de invocaciones a la Madre de Dios que se empezó a utilizar en el santuario mariano de Loreto María, la más alta de todas las meras criaturas
En efecto, así como la rosa, por el esplendor de su forma y por la excelencia de su perfume, tiene la primacía entre todas las flores, así la Virgen María tiene la primacía entre todas las meras criaturas. Por encima de Ella está apenas el Verbo Encarnado, cuya naturaleza humana está unida a la naturaleza divina, en la unidad de una sola persona que es divina: la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Inmediatamente debajo viene, por lo tanto, la Virgen María, que habiendo dado a luz al Hombre Dios, es Madre de Dios. No es posible concebir posición más excelsa entre las meras criaturas. Ella está por encima de los ángeles: es la Reina de los Ángeles. La Virgen Santísima está tan alto, tan alto, tan alto, que sin dejar de ser criatura, de algún modo toca en el propio Dios. En efecto, María es llamada Hija predilecta del Padre Eterno, Madre admirable de Dios Hijo y Esposa fidelísima del Espíritu Santo. Estas bellísimas invocaciones —que se acostumbran rezar al comienzo del rosario— definen adecuadamente las relaciones inefables de la Santísima Virgen con las tres Personas de la Santísima Trinidad. Jesucristo es Rey, Sacerdote y Profeta. Rey porque domina sobre todas las criaturas; Sacerdote porque se ofreció al Padre celestial como víctima expiatoria por los pecados de los hombres; y, Profeta porque indica a los hombres el camino que deben seguir para alcanzar la salvación eterna. Y como antiguamente era costumbre ungir con óleo a los reyes, sacerdotes y profetas, por eso es llamado el Cristo (en griego) o Mesías (en hebreo), que significa el Ungido de Dios. María Santísima, como Madre de Jesucristo, participa en cierto modo de los predicados de su Divino Hijo. Ella es Reina de todas las criaturas, pues está por encima de todas ellas. Y aunque no pueda ser llamada Sacerdotisa, en el sentido propio y verdadero del término, Ella, por su Compasión cooperó para nuestra redención; y cooperó no solo con sus méritos y satisfacciones personales, unidas a las de Cristo su Hijo, como también y sobre todo ofreciendo e inmolando, en cuanto le cabía, a su Divino Hijo en sacrificio al Padre celestial, en lo alto del Monte Calvario; razón por la cual merece ser llamada Corredentora. Finalmente, es Profetisa, porque trajo al mundo al Salvador y nos lleva a Jesucristo, y es misión de los profetas conducir a los hombres por el camino de la salvación. Por esta posición excelsa, tanto en el orden sobrenatural como en el orden de la creación, la Virgen María ejerce su dominio sobre todos los hombres y sobre toda la naturaleza creada. Reconociendo la efectividad de ese imperio en el plano espiritual y también en la realidad profunda de las cosas de este mundo, adoptando un lenguaje feudal, en muchos pueblos los cristianos la llaman encantadoramente, Nuestra Señora, así como llaman a Jesucristo, Nuestro Señor. Culto a Dios, a Nuestra Señora y a los santos Culto es un signo de sumisión con que manifestamos reconocimiento a la superioridad y excelencia de alguien. A Dios le debemos el culto de adoración o latría, por el cual lo reconocemos como nuestro Creador y soberano Señor, nuestro único y sumo bien. Sin embargo, esta adoración no se hace apenas con palabras: toda nuestra vida debe ser orientada hacia Dios, nuestro último fin. A Jesucristo le debemos el mismo culto de adoración, en cuanto Dios y en cuanto Hombre, en la dualidad de sus naturalezas, divina y humana, y en su unidad de Persona, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
A María Santísima le debemos un culto especial, por encima de todos los ángeles y santos. La Iglesia Católica llama a este culto de hiperdulía, para distinguirlo del culto a los santos, llamado simplemente de dulía (palabra de origen griego que significa esclavitud, servidumbre, sumisión, dependencia). Santos son aquellos que se destacaron por una virtud heroica y que la Iglesia propone a los fieles cristianos como modelos de santidad. Desde el cielo, interceden ante Dios a nuestro favor, obteniéndonos gracias para nuestra vida espiritual o para nuestras necesidades terrenas. Entre los santos, se rinde un culto de primacía llamado protodulía a san José, por ser esposo de la Virgen María y por aparecer a los ojos de los hombres como padre de Jesucristo. En realidad, Jesucristo fue concebido en el seno purísimo de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, sin el concurso de ningún varón, y su único padre es el Padre celestial. La singular dignidad de san José justifica que sea venerado en primer lugar (en griego protos = primero) entre todos los santos. La Liturgia es el culto público y oficial instituido por la Iglesia. Consta de oraciones, himnos, cánticos, lecturas de textos sagrados, bendiciones, genuflexiones, gestos, etc., organizado en ceremonias de gran esplendor y magnificencia, por ocasión de ciertas fiestas solemnes, en todo caso siempre bellas en su simplicidad, en los días comunes. Estas ceremonias se ordenan según diversos ritos. Además del rito latino, en vigor en Occidente, existen veinte otros ritos debidamente aprobados por la Iglesia Católica, todos ellos verdaderos y santos, que reflejan legítimamente las diferentes mentalidades, inclinaciones y gustos de los pueblos donde son practicados. Además del culto litúrgico, existe el culto privado, prestado en nombre propio por los fieles, individualmente o en conjunto, también de gran valor e indispensable para alcanzar las gracias que nos son necesarias. El rosario, forma excelente de culto El rosario constituye una forma particularmente excelente de culto privado a Dios y a la Santísima Virgen. El primer y supremo acto del culto católico es el Santo Sacrificio de la Misa. Como ejercicio de devoción, después de la Santa Misa y del Oficio Divino (antiguo Breviario, hoy Liturgia de las Horas) para los sacerdotes, y de la participación en los sacramentos para los laicos, la piedad católica coloca al santo rosario. “La Santísima Virgen reveló un día al beato Alano de la Rupe que, después del Santo Sacrificio de la Misa —primero y más vivo memorial de la Pasión de Jesucristo—, no hay oración más excelente ni meritoria que el rosario, que es como un segundo memorial y representación de la vida y pasión de Jesucristo”.2 La estupenda conversión de los albigenses, obtenida por santo Domingo y atribuida al rosario San Luis María Grignion de Montfort fue uno de los mayores propagadores de la devoción a la Santísima Virgen y en particular del rosario. Vivió en Francia de 1673 a 1716. En el admirable libro, que acaba de ser citado, narra como —según una piadosa creencia— Nuestra Señora inspiró a santo Domingo, el año 1214, la predicación del rosario como medio para convertir a los herejes albigenses que asolaban el sur de Francia. San Luis Grignion transcribe la propia narración del bienaventurado Alano de la Roche, en el libro De la dignidad del Salterio: “Viendo santo Domingo que los crímenes de los hombres obstaculizaban la conversión de los albigenses, entró en un bosque próximo a Tolosa y permaneció allí tres días y tres noches dedicado a la penitencia y a la oración continua, sin cesar de gemir, llorar y mortificar su cuerpo con disciplinas para calmar la cólera divina, hasta que cayó medio muerto. La Santísima Virgen se le apareció en compañía de tres princesas celestiales y le dijo: «¿Sabes, querido Domingo, de qué arma se ha servido la Santísima Trinidad para reformar el mundo?». —«¡Oh Señora, Tú lo sabes mejor que yo —respondió el—; porque, después de Jesucristo, tu Hijo, Tú fuiste el principal instrumento de nuestra salvación!». —«Pues sabe —añadió Ella— que la principal pieza de batalla ha sido el salterio angélico, que es el fundamento del Nuevo Testamento. Por ello, si quieres ganar para Dios esos corazones endurecidos, predica mi salterio».
Se levantó el santo muy consolado. Inflamado de celo por la salvación de aquellas gentes, entró en la catedral. Al momento repicaron las campanas para reunir a los habitantes, gracias a la intervención de los ángeles. Al comenzar él su predicación, se desencadenó una terrible tormenta, tembló la tierra, se oscureció el sol, truenos y relámpagos repetidos hicieron palidecer y temblar a los oyentes. El terror de estos aumentó cuando vieron que una imagen de la Santísima Virgen, expuesta en un lugar prominente, levantaba por tres veces los brazos al cielo para pedir a Dios venganza contra ellos si no se convertían y recurrían a la protección de la santa Madre de Dios. Quería el cielo con estos prodigios promover esta nueva devoción del santo rosario y hacer que se la conociera más. Gracias a la oración de santo Domingo, se calmó finalmente la tormenta. Prosiguió él su predicación, explicando con tanto fervor y entusiasmo la excelencia del santo rosario, que casi todos los habitantes de Tolosa lo aceptaron, renunciando a sus errores. En poco tiempo se experimentó un gran cambio de vida y de costumbres en la ciudad”.3 Si la historicidad del hecho no está comprobada, y la moderna crítica tiende generalmente a negarlo, debemos guardarnos de rechazar sin más la narración. En efecto, es históricamente cierto que la prédica de santo Domingo, inflamada de celo, tuvo el resultado allí descrito. Ahora bien, es también cierto, teológicamente, que esto solo puede haber ocurrido por una acción profunda y maravillosa de la gracia, que hizo ver a los habitantes de Tolosa, si no con los ojos de la carne al menos con los del espíritu, erguirse el brazo de Nuestra Señora clamando a Dios por venganza si ellos no se convertían. Así, envuelta en un lenguaje maravilloso, la narración del beato Alano describe lo que el hecho tuvo de más profundo y, en ese sentido, es fundamentalmente verídico. Por lo demás, debemos precavernos contra cierto espíritu crítico moderno, que con el pretexto de objetividad científica e histórica, por no saber ver a fondo, amputa de la realidad lo que ella tiene de más significativo y esencial. La conclusión que cabe sacar del episodio narrado es que la Santísima Virgen atribuye tanta eficacia al rezo del rosario, que las conversiones más estupendas, como las gracias espirituales y materiales que nos parecen más difíciles de obtener, serán alcanzadas con esta piadosa y excelente práctica. En la hora decisiva para la Cristiandad, el rosario obtiene una victoria milagrosa en Lepanto En la segunda mitad del siglo XVI, el imperio turco musulmán, movido por el odio contra la fe católica y por la saña de nuevas conquistas territoriales, amenazaba peligrosamente a la cristiandad europea. Esta embestida encontró una firme y eficaz oposición en el varón impávido que entonces ocupaba el trono pontificio: san Pío V. Por medio de una actividad diplomática tenaz, el gran Papa consiguió después de muchos esfuerzos la formación de una flota de cerca de 200 galeras, proporcionadas por los reinos de España y Nápoles-Sicilia, por los estados de Venecia y Génova, así como por la Orden de Malta y los propios Estados Pontificios. Animada por la promesa de victoria que le auguraba el Papa, la flota zarpó llena de confianza para el lugar del enfrentamiento. Este tuvo lugar el día 7 de octubre de 1571, cerca al puerto de Lepanto, en la entrada del golfo de Corinto. A pesar de la inferioridad numérica y de un comienzo de batalla gravemente desfavorable, la situación por fin revirtió en favor de la flota católica, gracias a una espectacular intervención de la Santísima Virgen, que apareció en el cielo infundiendo pavor en los musulmanes. En el preciso momento en que esto ocurría, san Pío V tuvo una revelación: interrumpiendo el trabajo con uno de sus auxiliares se dirigió a una ventana y mirando al cielo, anunció el resultado favorable de la batalla. Dos semanas después un correo llegaba a Roma con la noticia de la victoria, una prueba más de la eficacia del rosario. En efecto, cofradías del rosario habían promovido en aquel mismo día en que se dio la batalla procesiones y oraciones públicas en Roma por el feliz éxito de las armas católicas. En conmemoración de este extraordinario hecho, san Pío V instituyó la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria, que debía celebrarse todos los años, el primer sábado de octubre (día de la semana en que ocurrió la batalla de Lepanto); y mandó incluir en la letanía lauretana la invocación: “Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros”. En 1573, el Papa Gregorio XIII cambió el nombre de esta fiesta por el de Nuestra Señora del Rosario, lo cual es suficiente para indicar el papel de esta devoción en la victoria alcanzada. En 1716, el Papa Clemente XI extendió esta fiesta a toda la Iglesia occidental. El día 5 de agosto de aquel año, los turcos musulmanes habían sido derrotados una vez más en Peterwardein, en Hungría, por el príncipe Eugenio de Saboya. Finalmente, a comienzos del siglo XX, el gran pontífice san Pío X fijó definitivamente la fiesta de Nuestra Señora del Rosario para el día 7 de octubre. Lourdes y Fátima: el rosario, arma específica para las necesidades actuales de la Iglesia y de la cristiandad
El rosario se revela así como el remedio específico —y, en este sentido, un arma, por cuanto todo remedio combate la enfermedad contra la cual es aplicado— para todas las necesidades, grandes y pequeñas, de la Iglesia y de la cristiandad. En estos últimos tiempos, en que el ímpetu de las fuerzas del mal va aceleradamente en aumento, en contraposición, por designio de Dios, asume también cada vez mayor amplitud el papel de la Santísima Virgen en el plan divino para la salvación de los hombres. En efecto, a medida que las tinieblas fueron tomando cuenta del mundo, la Virgen hizo surgir desde el siglo XIX, una luz de salvación que, al principio tenue, fue en aumento y seguirá creciendo, hasta alcanzar su máximo fulgor y magnificencia, e iluminar a toda la tierra. Se puede fijar el año 1830 como el inicio del ciclo de las grandes apariciones marianas, que son otros tantos marcos de su intervención maravillosa en los acontecimientos humanos. Así, en aquel año, la Santísima Virgen se apareció a una Hermana de la Caridad, santa Catalina Labouré, en la capilla de la Rue du Bac, en París, revelándole la Medalla Milagrosa. Esta contiene la imagen de la Madre de Dios en una de sus caras y los monogramas de Jesús y María junto con una cruz en el verso. Esta medalla atrajo tantas gracias y operó verdaderos milagros en favor de los que la usaban (y continúa haciéndolo en los que la usan) que mereció ser llamada Medalla Milagrosa. En 1846, la Virgen se apareció a dos pastores, un niño y una niña, en La Salette, en los Alpes franceses, produciendo un gran movimiento de conversión en el pueblo. Nuestra Señora pidió en aquella ocasión especialmente la santificación de los domingos, por medio de la asistencia a la santa misa y la abstención de trabajos materiales en ese día de la semana. La más célebre aparición del siglo XIX es la de Lourdes, al sur de Francia, en que la Santísima Virgen se mostró a santa Bernadette Soubirous, en 1858. En este conjunto de dieciocho apariciones, en que Nuestra Señora habló más por gestos simbólicos que por palabras, la aparición corría las cuentas de su rosario a medida en que la joven Bernadette lo rezaba. El uso del rosario quedó así consagrado de un modo maravilloso. Ahora bien, esta es una de las apariciones más comprobadas históricamente, confirmada por el surgimiento de una fuente milagrosa cuya agua por virtud divina produjo incontables milagros, examinados y atestiguados científicamente por equipos médicos. ¡Y esto viene ocurriendo desde 1858 hasta nuestros días, por más de 165 años! En Lourdes, cuando se le pidió a la aparición que dijera quién era, Nuestra Señora declaró ser la Inmaculada Concepción, confirmando así el dogma proclamado cuatro años antes por el gran pontífice Pío IX. Las apariciones de Lourdes representan pues una sonrisa de la Madre de Dios al mundo, si bien que la Santísima Virgen no haya dejado de advertir a los hombres sobre la necesidad de conjugar la oración con la penitencia. El mismo mensaje evangélico de oración y penitencia, hecho de un modo aún más apremiante, fue comunicado por la Virgen en Fátima, Portugal, en 1917, en las revelaciones privadas que pueden ser consideradas las más célebres de todos los tiempos en la historia de la Iglesia. El efecto, una multitud calculada entre 50 a 70 mil personas asistió al milagro del sol, después de la última aparición, el 13 de octubre de 1917: Ante los ojos de la multitud atónita y temerosa, el sol giró velozmente sobre sí mismo y pareció precipitarse sobre la tierra, volviendo después a su lugar en el cielo. El fenómeno se repitió tres veces seguidas y duró cerca de diez minutos. Observadores situados a kilómetros de distancia pudieron también comprobar el fenómeno, que fue consignado inclusive por la prensa de la época. El milagro del sol fue un sello de Dios para convalidar el importantísimo mensaje que la Santísima Virgen transmitió a los hombres. Nuestra Señora describe la situación extremamente grave en que se encuentra la humanidad, alejada de Dios y de la Iglesia, de sus mandamientos y de su moral. En una situación de pecado que merece pesados castigos del cielo, si no hay enmienda. Como remedio, la Madre de Dios ofrece la devoción a su Corazón Inmaculado, y principalmente el rosario, que salvará a la humanidad y evitará los tremendos castigos que están siendo preparados.
La nación rusa está particularmente concernida en estas apariciones, pues allí está dicho que Dios se serviría de ella como flagelo para castigar a la humanidad pecadora. Sin embargo, al mismo tiempo, el maternal desvelo del Inmaculado Corazón por esa nación hará con que sea consagrada por el Papa y finalmente se convierta. Después de la consumación de los castigos anunciados en Fátima, se cumplirá también la maravillosa promesa hecha por la Santísima Virgen: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”. Es decir, María Santísima reinará sobre las almas y será concedido al mundo algún tiempo de paz. El triunfo de María significa el triunfo de Jesucristo, pues no puede triunfar la Madre sin que el Hijo triunfe. Y el triunfo de Cristo significa el acatamiento amoroso y filial de su Iglesia por la generalidad de los hombres, y la restauración de la civilización cristiana en su máximo esplendor. Es lo que en la visión profética de san Luis María Grignion de Montfort se llama: el Reino de María. Para que esto suceda, la Virgen recomendó el rezo diario del rosario en las seis ocasiones en que se apareció en Fátima. Esta es, sin duda, la mayor consagración del rosario, especialmente para nuestros días. Frente a esta constatación, la objeción de que esta devoción no ha penetrado hasta ahora en los usos y costumbres de la Iglesia en Oriente parece totalmente anacrónica. Porque si Nuestra Señora indicó de un modo tan categórico al rosario como medio de salvación para Occidente, no es comprensible que la misma devoción no se aplique a Oriente, que también está profundamente concernido en las apariciones de Fátima. Por lo tanto, en nuestras manos descansa el futuro. De nosotros depende valernos de este instrumento de salvación, así como de propagarlo por todos los medios legítimos a nuestro alcance.
Notas.- 1. Rosário: A grande solução para os problemas de nosso tempo, Artpress, São Paulo, 1994, p. 39-53.
|
El Santo Rosario La gran solución para nuestro tiempo |
Tradición no es apego al pasado, sino camino y avance Las cosas terrenas corren como un río por el lecho del tiempo; el pasado cede necesariamente su puesto y el camino a lo por venir, y el presente no es sino un instante fugaz que une a ambos... | |
Dos mundos, el de ayer y el de hoy Los trajes pueden reflejar la compostura. Hoy se encuentran trajes de lo más extravagantes en todas las calles y en cualquier lugar del mundo. En el maniquí de la derecha, la ropa interior aparece bajo la exterior, contrario al recto orden de las cosas... | |
Objeciones de una revista luterana contra la Iglesia Los protestantes (luteranos) afirman, en su revista, que en la época de Lutero la Iglesia vendía lugares en el cielo a los más ricos... | |
Una plazuela de Venecia: Intimidad ceremoniosa y suave La pequeña plaza de Venecia que aparece en la ilustración causa una primera impresión en el observador: es una plazuela en la que, sin duda alguna, esta presente una vida con intimidad... | |
¿Una nueva ofensiva iconoclasta? El pasado domingo 11 de marzo, los fieles que asisten regularmente a la misa de las 7 de la mañana en la iglesia dedicada a Nuestra Señora de Fátima en el distrito de Miraflores, en Lima, fueron conmovidos al comprobar que la estatua de la Virgen que se venera en el atrio del templo había... |
Promovido por la Asociación Santo Tomás de Aquino