Santuario universal de oración por las almas del Purgatorio André de J. da Silva Entre las páginas luminosas de la historia de la Iglesia, ciertas obras, aunque nacidas en pequeñas aldeas, adquieren resonancia universal, como un destello que se proyecta hasta los confines del mundo. Tal es el caso del Santuario de Nuestra Señora de Montligeon, en Francia, erigido por el desvelo de un sacerdote que, inflamado de amor a Dios y compasión por las almas que sufren, quiso ofrecer al universo católico un foco de oración por las almas del Purgatorio. El purgatorio: un dogma muchas veces «olvidado»
Antes de narrar el origen de esta obra, es conveniente recordar la doctrina de la Santa Iglesia sobre el Purgatorio, tan a menudo olvidada por los católicos de hoy. El Concilio de Trento enseña “que existe el purgatorio y que las almas allí detenidas son ayudadas por los sufragios de los fieles y particularmente por el aceptable sacrificio del altar”,1 esto es, la santa misa. La Sagrada Escritura ya insinúa esta verdad en el famoso episodio de Judas Macabeo, que hizo ofrecer sacrificios por los soldados muertos en combate. Santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos: “Por eso encargó un sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado”.2 Los Santos Padres, como san Agustín, recomendaban ofrecer la misa por los difuntos: “No dudemos en socorrer a los que se han ido y en ofrecer nuestras oraciones por ellos”.3 ¿Por qué? Porque el Purgatorio es un lugar de purificación. Las almas que mueren en la gracia de Dios, pero aún con penas que expiar o apegos que purgar, son retenidas hasta que sean dignas de entrar en la visión beatífica. Se han salvado, pero sufren intensamente. Ya no pueden merecer ni abreviar por sí mismas el tiempo de expiación: solo nosotros, que hacemos parte de la Iglesia militante, podemos ayudarlas con oraciones, limosnas y sobre todo, con el Santo Sacrificio de la Misa. El humilde párroco de la Chapelle-Montligeon
Esta doctrina consoladora encendió el corazón del padre Paul-Joseph Buguet (1843-1918), nacido el 25 de marzo de 1843 en la pequeña localidad de Bellavilliers, departamento de Orne, Normandía. Era hijo de Jean-Michel Buguet, humilde sabotier (fabricante de zuecos), y de Marguerite Bellanger, hilandera de oficio. Al día siguiente de su nacimiento, el 26 de marzo de 1843, recibió la inestimable gracia del bautismo, que marcaría para siempre su alma. Creció en el seno de una familia sencilla, acostumbrándose desde muy temprana edad a las privaciones materiales, pero también a una fe robusta y una piedad ejemplar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Ordenado sacerdote en 1870, el mismo año en que estalló la guerra franco-prusiana, experimentó desde los inicios de su ministerio la gravedad de los tiempos y la urgencia de las realidades eternas. En 1876 fue nombrado párroco de la pequeña aldea de La Chapelle-Montligeon, en la diócesis de Séez. La región era pobre y olvidada, y el sacerdote, además de cuidar de las almas, tenía que luchar contra la miseria material de sus feligreses. Pero en lo más profundo de su alma ardía una preocupación aún mayor: el destino de las almas después de la muerte. Él mismo había perdido a seres queridos de forma trágica. En 1876, tres muertes muy dolorosas lo marcaron profundamente: su hermano Auguste, aplastado por la caída de la campana de la iglesia de Mortagne-au-Perche, y sus dos sobrinas, que fallecieron poco después consumidas por el dolor. El joven sacerdote interpretó estas pruebas como un llamado del Cielo. En sus anotaciones, dejó escrito: “Una consecuencia que se desprende de lo que acabo de meditar es la necesidad de aliviar las almas del Purgatorio. He tardado demasiado en realizar la obra que había proyectado”. Fue en medio de tales reflexiones que nació en él la inspiración: fundar una obra universal de sufragios, dedicada a las almas más olvidadas, aquellas por las que nadie reza. Fundación de la obra de Montligeon
En 1884, madurada por la oración y confirmada por las duras pruebas de su vida, nació finalmente la obra soñada por el padre Buguet: la Asociación en sufragio de las Almas del Purgatorio, entregada a la protección especial de la Santísima Virgen. Su ideal, a la vez sencillo y grandioso, consistía en crear una inmensa familia espiritual, en la que vivos y difuntos se inscribieran para participar, de manera continua y perpetua, de las oraciones y sufragios ofrecidos en Montligeon. El punto central de esta obra es el Santo Sacrificio de la Misa, celebrado diariamente en el santuario en favor de todas las almas inscritas, expresión concreta de la caridad que une a la Iglesia militante con la Iglesia purgante. La devoción conoció un rápido crecimiento. Ya el 4 de octubre de 1884, el obispo de Séez, François-Marie Trégaro, aprobó oficialmente la fundación de la Obra expiatoria para la liberación de las almas abandonadas del Purgatorio. Con ardor misionero, el padre Buguet comenzó a recorrer las parroquias vecinas de Perche (la región normanda donde se encuentra el santuario) y luego se dirigió a otras diócesis de Francia, predicando, organizando inscripciones e inflamando a los fieles con esta causa tan noble. Aprobación de la Iglesia y expansión mundial La Providencia confirmó sus esfuerzos. En 1893, el Papa León XIII elevó la asociación a la dignidad de archicofradía, y en 1895 le concedió el título singular de “Archicofradía Prima-Primaria”, convirtiéndola en la “obra madre” de todas las asociaciones semejantes en el mundo entero. Entre 1895 y 1899, el padre Buguet multiplicó sus viajes, llevando la obra más allá de las fronteras francesas y alcanzando renombre internacional. En Roma se creó una secretaría bajo la protección del cardenal Lucido María Parocchi. En aquella misma época, se comenzó a celebrar diariamente el Oficio de Difuntos en la Basílica de Santa María in Montesanto, en la Piazza del Popolo, como extensión romana de la obra de Montligeon. Para dar mayor difusión a su iniciativa y mantener vivo el vínculo con los asociados, el padre Buguet utilizó los recursos de la imprenta. Fundó una tipografía en Montligeon, que imprimía boletines, folletos y estampas, que se difundían en todas partes. De este modo, unía sus dos ideales más queridos: el sufragio por las almas del Purgatorio y la creación de un trabajo digno para los obreros de su parroquia. Ambos, con la bendición de Dios, tomaron proporciones que el modesto párroco nunca podía haber imaginado. Pronto se hizo evidente que la pequeña iglesia parroquial del siglo XVI ya no podía acoger a la creciente multitud de peregrinos que acudían a Montligeon. Ante esta necesidad, en 1892 el padre Buguet decidió emprender la construcción de un templo de mayores proporciones y digno de la misión universal confiada a la obra. Una vez obtenida la aprobación de su obispo, se empeñó con fe heroica en la búsqueda de recursos para financiar las obras. El 4 de junio de 1896, el mismo Mons. Trégaro colocó la primera piedra de la nueva iglesia, concebida en estilo neogótico. No faltaron las pruebas: dificultades financieras casi insuperables, incomprensiones locales e incluso críticas de quienes lo consideraban un visionario. Pero el sacerdote perseveró, sostenido por su filial confianza en la Santísima Virgen. Finalmente, el 1 de junio de 1911, se pudo celebrar la primera misa en el majestuoso edificio, que en 1913 sería reconocido como sede oficial de la Archicofradía Prima-Primaria, la Obra expiatoria para la liberación de las almas abandonadas del Purgatorio.
Nuestra Señora, “Libertadora y Puerta del Cielo” El título con el que se venera a María Santísima en Montligeon expresa su misión maternal: Nuestra Señora Libertadora de las Almas del Purgatorio, también llamada en la inscripción del altar mayor de la basílica: Notre-Dame Libératrice et Porte du Ciel (Nuestra Señora Libertadora y Puerta del Cielo). La escultura mariana que domina el santuario es profundamente simbólica. Representa a la Virgen María descendiendo al Purgatorio, inclinándose con ternura sobre las almas que sufren. Su mirada es de compasión, y de sus manos parte el gesto maternal de liberación, sacando del fuego purificador a los fieles que ya se encuentran preparados para el encuentro definitivo con Dios. Al mismo tiempo, la imagen la muestra conduciendo a dichas almas al Cielo, verdadera “Puerta” por la que se accede a la visión beatífica. No se trata de una mera representación artística: es la expresión de la doctrina católica sobre la mediación universal de la Santísima Virgen, enseñada por los Santos Padres y confirmada por el Magisterio. Si Cristo es el único Mediador necesario entre Dios y los hombres (cf. 1 Tim 2, 5), María participa de esta mediación de forma subordinada, pero real y eficaz, como Madre del Redentor y dispensadora de todas las gracias.
Ya en el siglo XII, san Bernardo de Claraval proclamaba: “En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. Que su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para alcanzar el socorro de su intercesión, no olvides nunca los ejemplos de su vida”.4 En Montligeon, esta lección de san Bernardo se hace palpable: María Santísima es invocada como medianera que abrevia las penas del Purgatorio, obteniendo de su Divino Hijo misericordia para los que aún expían. Del mismo modo, san Luis María Grignion de Montfort, en su Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, afirma que Nuestra Señora es el camino más seguro y corto que conduce a Jesús, porque “Dios Hijo quiere formarse por medio de María y, por decirlo así, encarnarse todos los días en los miembros de su Cuerpo místico”.5 Si esto es válido para la vida terrenal, ¡cuánto más lo es para la vida después de la muerte, cuando las almas esperan ansiosamente su liberación! En Montligeon, por lo tanto, la devoción mariana ilumina el misterio del Purgatorio con la luz de la esperanza. La justicia divina purifica, pero es María quien, como Madre y Abogada, presenta nuestras oraciones ante el trono del Altísimo y obtiene la liberación de los hijos que tanto ama. En tiempos de materialismo y olvido de los novísimos, Montligeon se erige como una voz que clama: “¡Acordaos de las almas del Purgatorio!”. Al rezar por ellas, obedecemos el mandamiento de la caridad y al mismo tiempo, preparamos para nosotros mismos abogados en el Cielo. Porque, como decía san Ambrosio: “Si ayudamos a las almas, seremos ayudados cuando llegue nuestra hora”.6 Que el Perú católico conozca y difunda esta devoción. Y que Nuestra Señora de Montligeon, Madre de la Esperanza, Libertadora y Puerta del Cielo, sea siempre nuestra intercesora, para que un día nos encontremos, purificados y felices, en la eterna visión de Dios.
Notas.- 1. Concilio de Trento (1545-1563), Sesión XXV, Decreto sobre el Purgatorio in https://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/fft.htm.2. 2 Macabeos 12, 46.
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