Esta sentencia era frecuentemente citada por Plinio Corrêa de Oliveira a fin de recordar la importancia de los buenos ejemplos, los cuales persuaden mucho más eficazmente que las palabras. Para esta sección, dedicada a la familia católica, tal proverbio es de un valor capital, pues los hijos son reflejo de los padres; así como hayan sido los padres, así serán normalmente los hijos.
De la Encíclica Divini Illius Magistri, de Pío XI, del 31 de diciembre de 1929: “El primer ambiente natural y necesario de la educación es la familia, destinada precisamente para esto por el Creador. Por esta razón, normalmente, la educación más eficaz y duradera es la que se recibe en una bien ordenada y disciplinada familia cristiana; educación tanto más eficaz cuanto más claro y constante resplandezca en ella el buen ejemplo, sobre todo de los padres y el de los demás miembros de la familia. “No es nuestra intención tratar aquí particularmente, aunque sólo fuese recorriendo los puntos principales, de la educación doméstica. [...] Queremos, sin embargo, llamar de un modo especial vuestra atención, venerables hermanos y amados hijos, sobre la deplorable decadencia actual de la educación familiar. A los oficios y a las profesiones de la vida temporal y terrena, que son ciertamente de menor importancia, preceden largos estudios y una cuidadosa preparación; en cambio, para el oficio y el deber fundamental de la educación de los hijos están hoy día poco o nada preparados muchos de los padres, demasiado sumergidos en las preocupaciones temporales. [...] “Conjuramos, por tanto, en nombre de Jesucristo, a los pastores de almas para que empleen todos los medios posibles, instrucciones, catequesis, sermones y escritos de amplia divulgación, que adviertan no teórica, sino prácticamente a los padres cristianos sobre sus gravísimos deberes en la educación religiosa, moral y cívica de sus hijos y les enseñen los métodos más convenientes para realizar eficazmente esta educación, supuesto siempre, como es natural, el ejemplo personal de su vida”. La autoridad de los padres debe atender, por encima de todo, la recta educación de los hijos “Sepan, pues, los padres y todos los educadores de la juventud usar rectamente la autoridad que les ha dado Dios, de quien son realmente vicarios, no para su propio provecho, sino para la recta educación de los hijos en el santo y filial «temor de Dios, principio de la sabiduría» (Sal. 110 [111], 10; Ecl. 1,.16) el cual es el único fundamento sólido del respeto a la autoridad y sin el cual no puede subsistir ni el orden, ni la tranquilidad, ni el bienestar en la familia y en la sociedad” (Pío XI, Divini Illius Magistri, in www.vatican.va, nº 55-58). Una mala influencia o descuido pueden producir consecuencias para el resto de la vida del niño De la alocución de Pío XII a las damas de la Acción Católica, el 26 de octubre de 1941: “Si San Gregorio Magno no dudó en llamar a todo gobierno de las almas ars artium, el arte de las artes, (Regula pastoralis, 1. I, c. 1: Migne PL, t. 77, col. 14) es ciertamente arte difícil y laboriosa la de formar bien las almas de los niños, almas tiernas, inclinadas a deformarse, ya por una impresión incauta, ya por una falaz excitación, almas entre las más difíciles y más delicadas de guiar, y que una influencia funesta o un culpable descuido pueden dejar huellas indelebles y malignas, mucho más fácilmente que en la cera. ¡Afortunados aquellos niños que encuentran en su madre junto a la cuna un segundo ángel custodio para la inspiración y el camino del bien!” (Pío XII, Davanti a questa, Documentos Pontificios, nº 61, Vozes, Petrópolis, 1953, pp. 4-5).
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