Plinio Corrêa de Oliveira
Porte varonil, de una fuerza llena de armonía y proporción, en que el vigor del cuerpo es como que penetrado y embebido por la presencia fuerte y luminosa de un alma grande. Trazos fisonómicos muy definidos, pero igualmente muy proporcionados. ¿Bello? Sin duda. Pero, por así decir, casi no se tiene tiempo de analizar la belleza física, pues la mirada profunda, seria, serena, pensativa, grave y suave al mismo tiempo, retiene toda la atención. Y esto a tal punto que casi no se puede prestar atención en lo demás. Es una mirada de pensador y de hombre de acción. Pensador que ve las cosas desde lo más alto de las cumbres de la filosofía y de la teología. Hombre de acción que tiene la vista muy puesta en la realidad, que sabe ver a fondo a las personas, las cosas, los hechos. Una nota de melancolía en la mirada, un qué de firme y enérgico en los labios, la actitud noble y altiva de toda su persona. Las manos, que parecen hechas para el mando, hacen ver en este hombre extraordinario un luchador que no tiene ilusiones sobre el mundo: tomó definitivamente posición ante él, y está listo para todos los embates que la vida le presente. Todo esto se presenta iluminado por una sutileza de expresión y una aristocrática afabilidad que dejan entrever al hidalgo y al diplomático. * * * Tal fue la riquísima personalidad de aquel que en esta vida se llamó Rafael Merry del Val, arzobispo titular de Nicea y que pasó a la historia como el Secretario de Estado de San Pío X. Oriundo de estirpe aristocrática, pues era hijo del marqués Merry del Val y de la condesa de Zulueta, en sus venas corría sangre ilustre de varios países de Europa: España, Inglaterra, Holanda. Consagrándose al servicio de la Iglesia, al recibir las sagradas órdenes y la plenitud del sacerdocio, no perdió nada de sus dotes naturales, al contrario, las elevó. Pues lo propio de la gracia es no destruir la naturaleza, sino elevarla y santificarla. Su sabiduría profunda brotaba de una fe ardiente, de una piedad admirable. Su fuerza era la expresión de un temperamento sobrenatural. Su dignidad era fruto de una alta conciencia del respeto que se debía a sí mismo por tantas razones naturales y principalmente sobrenaturales. * * *
En una época en que un viento de envilecimiento sopla sobre todo, y procura incluso hacer mediocre al sacerdocio, preconizando un tipo de clérigo de apariencia mezquina, vulgarizado, secularizado, al sabor de la demagogia reinante, la noble figura del cardenal Merry del Val se presenta como un admirable modelo de dignidad sobrenatural, que nos hace entender adecuadamente la dignidad inefable del sacerdote en la Iglesia de Dios. Dignidad ésta que puede refulgir tanto en un prelado como Rafael Merry del Val, cuanto en el más modesto párroco de aldea. * * * La altivez cristiana no es lo contrario de la humildad. Antes bien, es su complemento armonioso. El Secretario de Estado de San Pío X tenía un alma profundamente humilde, y a él se debe una de las más bellas páginas sobre la humildad cristiana. En esta sección, en que confrontamos habitualmente dos imágenes contrastantes, comparamos hoy una fotografía con una oración. Verán así nuestros lectores cómo en un corazón verdadera y sobrenaturalmente católico, la más alta dignidad coexiste con la más profunda humildad, a imitación de aquel Corazón Sagrado del cual la Iglesia nos dice que es, al mismo tiempo, Manso y Humilde, y de una infinita Majestad.
Tomado de Catolicismo, nº 44, agosto de 1954.
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