Gregorio Vivanco Lopes El cuasi nudismo que toma cuenta de las ciudades modernas va acercando a las personas de la práctica de desnudarse completamente en público, a la manera de los salvajes y de los indios primitivos. Para las mujeres, son shorts, microfaldas, escotes escandalosos, abdomen y espalda a la vista, pantalones apretadísimos realzando las formas del cuerpo o ropas transparentes. Para los hombres, se dispensa hasta la camisa, al mismo tiempo en que una especie de bermudas pone en realce la fealdad de las piernas. Todo lo que las personas —hombres y mujeres— tienen a modo de cicatrices, deformidades, manchas en la piel, malformaciones del cuerpo, huesos salientes, arrugas, va siendo mostrado sin inhibiciones. Los modos de estar o de sentarse en público se vuelven cada vez más permisivos, provocadores y degradantes. Se pierde el sentido de la belleza, de la dignidad, de la compostura, del recato, del pudor. Es la civilización que se hunde poco a poco en la barbarie. Y para indicar con toda claridad el término hacia el cual se camina, las manifestaciones de nudismo completo se van volviendo cada vez más frecuentes. Se está produciendo el hecho de que las personas se presenten desnudas en las calles para protestar contra algo. Ya se han hecho protestas sin ropa contra el precio de la gasolina, contra el calentamiento global, reclamando más ciclovías, contra las corridas de toros, contra el consumo de carne, etc. Es decir, tales reivindicaciones más parecen un pretexto para propagar el nudismo que otra cosa. Algunas feministas ya se han habituado a ese tipo inmoral de propaganda. Y, más allá del nudismo, se camina en dirección al amor libre. Simplemente porque no es posible que las personas convivan desnudas dondequiera que sea, sin que el instinto sexual, incluso en sus formas más degradantes, no se vea atizado y llegue a las últimas consecuencias. Es lo que viene siendo denunciado en ciertas playas nudistas. Se alega que es por falta de vigilancia. Pero si un lugar necesita ser constantemente vigilado para que en él las personas no se entreguen a las peores inmoralidades y obscenidades, entonces ¿qué lugar es ese? ¿Un burdel? ¿Un “campo de concentración” de disolutos? Volvamos al inicio de estas consideraciones. El famoso escritor latino Juvenal*, en su libro de Sátiras, escribe: “Nemo repente fuit turpisimus” (Juvenal, Satirae 2.83) — “Nadie se vuelve depravado de repente”. ¿Será que el espectáculo del seminudismo que se ha vuelto habitual en las ciudades modernas no prepara las abominaciones que actualmente vienen siendo denunciadas en las playas nudistas? Queda hecha la pregunta para que el lector responda.
*Décimo Junio Juvenal: Fallecido aproximadamente el año 130 dC, es el autor de las Sátiras, en que ridiculiza las costumbres de la Roma pagana de su época, contraponiéndola a las costumbres severas vigentes durante la República aristocrática. Esta fue enaltecida por el renombrado escritor Cicerón y el historiador romano Tito Livio.
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