La capital de la República Checa es una joya arquitectónica, en la que florecen admirables estilos característicos de la civilización cristiana
Gregorio Vivanco Lopes Existe una arquitectura religiosa y una arquitectura profana. Al hacer tal afirmación, no pretendo afirmar lo que es obvio, sino apenas sentar las bases de algunas consideraciones que merecen tratarse aquí, a propósito de las bellezas deslumbrantes de la ciudad de Praga, capital de la actual República Checa. La arquitectura religiosa se desarrolló espléndidamente en la Europa de la Edad Media, a partir del románico, floreciendo más tarde en esta incomparable maravilla de la civilización cristiana que son las catedrales góticas. Posteriormente el barroco, también digno, produjo monumentos religiosos de gran belleza artística, propios para servir de marco a la elevación del culto y la piedad de los fieles en iglesias y capillas, monasterios y conventos. El llamado “arte moderno” está fuera del nuestro panorama, de hecho una degeneración del arte. * * * ¿Y la arquitectura profana? Por definición, es aquella no específicamente religiosa. Es la arquitectura de los castillos y palacios de los nobles, de las mansiones de los burgueses, de casas modestas pero dignas del pueblo en general. Aquí tocamos el punto capital de estas consideraciones. La arquitectura profana, aunque no siendo específicamente religiosa, no debe ser irreligiosa y menos aún antirreligiosa. Vamos por partes. Por supuesto, que una casa familiar no debe asemejarse a una iglesia ni a un convento. Pero como el hombre está llamado a dar gloria a Dios dondequiera que se encuentre y en cualquier circunstancia de su vida, la casa que construya para vivir con los suyos no solo debe tener por objeto protegerlo de la intemperie y proporcionarle un justo bienestar, sino también ayudarle a elevar su alma a Dios. ¿Cómo se consigue eso? Por la proporción y belleza de la construcción, por el buen gusto de los colores, por la elevación de las líneas arquitectónicas, en fin, por los mil imponderables que un edificio comunica a quienes lo contemplan. En este sentido, un castillo, un palacio, una mansión, incluso la simple residencia de un campesino o de un obrero, cada uno a su nivel, debe ayudar al espíritu humano a elevarse a través de la admiración y la contemplación. Como el hombre es un ser compuesto de espíritu y materia, la casa no solo debe tener en vista al cuerpo, sino que también debe satisfacer los nobles anhelos del alma. * * * Estas fueron algunas de las consideraciones que hicimos, un amigo y yo, una tarde cuando regresábamos de Praga, mientras lamentábamos no poder permanecer más tiempo en la ciudad. La arquitectura de Praga, afortunadamente restaurada después de los años de pesadilla comunista, es una invitación permanente a la admiración y la contemplación. No estoy hablando, evidentemente, de los edificios modernos ni de la influencia protestante a la que la ciudad fue sometida, mucho menos de ciertas tendencias al ocultismo que encontraron refugio ponderable en esas regiones. ¡Lo que nació de la civilización católica, eso sí, es una maravilla! Edificios de gran belleza, de estilos muy diferentes (románico, gótico, renacentista, barroco), todos mezclados, sin orden definido, forman un conjunto arquitectónico verdaderamente deslumbrante, distribuido por calles angostas y plazas pequeñas que mantienen toda la organicidad de un trazado medieval. La portentosa catedral gótica, donde se encuentra la tumba del emperador Carlos IV del Sacro Imperio, que en Praga estableció su capital; el enorme castillo, visible desde toda la ciudad; las “cien cúpulas” de las iglesias; en un área diferente de la arquitectura, las vitrinas con encantadores cristales blancos y de colores de Bohemia; los numerosos y antiguos puentes sobre el sinuoso río Moldava, especialmente el artístico puente Carlos, del siglo XIV; todo esto atrae, encanta, eleva. Y sobrevolando la ciudad, las bendiciones del Niño Jesús de Praga, que es venerado en la iglesia de los carmelitas descalzos.
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