Vidas de Santos San Ireneo de Lyon

Doctor unitatis – Doctor de la unidad

Obispo de Lyon (Francia), discípulo de san Policarpo, primer gran teólogo de la Iglesia, escribió numerosas obras que forjaron los fundamentos de la teología católica y enfrentaron los errores y las herejías del siglo II, especialmente las que provenían del gnosticismo. El Papa Francisco lo declaró Doctor de la Iglesia.

Plinio María Solimeo

San Ireneo de Lyon, Carl Rohl Smith, 1883-84. Escultura exterior del Frederikskirken, Copenhague (Dinamarca)

Ireneo nació en el siglo II, probablemente en Esmirna (actual Izmir, en Turquía), entre los años 130 y 135. Como había conocido muy de cerca a san Policarpo, obispo de aquella ciudad, unos treinta años después de la muerte de este jerarca, escribió que bien podría señalar “el lugar donde el bienaventurado Policarpo se sentaba a predicar la Palabra de Dios. Todavía está presente en mi mente con qué gravedad él entraba y salía a donde sea que iba; la santidad con la que se comportaba, la majestad de su expresión y sus santas exhortaciones a la gente. Aún me parece oírlo ahora relatarme cómo conversaba con Juan y muchos otros que habían visto a Jesucristo, las palabras que él había oído de sus bocas”.

De este discípulo directo del Apóstol virgen y de “otros que habían visto al Señor”, Ireneo pudo recoger la tradición apostólica aún viva, pues Policarpo había sido consagrado obispo por el propio san Juan Evangelista. De ahí la importancia de su testimonio doctrinal, que fue transmitido en un contacto privilegiado con sus discípulos y que ejerció una gran influencia en sus vidas.

De san Policarpio se lee en el Martirologio Romano del 23 de febrero: “En Esmirna, el triunfo de san Policarpo, discípulo de san Juan Apóstol, y por él consagrado obispo de aquella ciudad, que fue el principal de toda el Asia. Después, en tiempo de Marco Antonino y Lucio Aurelio Cómodo, en presencia del procónsul, y vociferando contra él todo el pueblo en el anfiteatro, fue arrojado a la hoguera; pero no recibiendo daño del fuego, atravesado con la espada recibió la corona del martirio”.

En cuanto a san Ireneo, procedía de una familia greco-cristiana, habiendo recibido una esmerada educación, como lo demuestra su profundo conocimiento de las Sagradas Escrituras, de la literatura y de la filosofía de su tiempo. Los datos biográficos sobre él proceden del testimonio transcrito por Eusebio en el libro quinto de su Historia Eclesiástica.

En la Iglesia de Lyon y en Roma

Se ignora cuándo san Ireneo se trasladó a Occidente con algunos misioneros deseosos de llevar el estandarte de la fe a otros pueblos. Pero lo cierto es que en el año 177 ó 178, durante la persecución de Marco Aurelio, ya se encontraba ejerciendo su ministerio sacerdotal en la Iglesia de Lyon, fundada por san Potino. Trabajó al lado de este santo obispo, que en 175 lo envió a Roma para resolver con el Papa Eleuterio la delicada cuestión doctrinal de los herejes montanistas.

Martirio de san Policarpo de Esmirna

Fue presentado al Papa por los cristianos de la Galia con estas palabras: “Celador del Testamento de Cristo”. Los fanáticos montanistas, venidos de Oriente, predicaban el desprecio de las cosas del mundo, anunciando el pronto regreso de Cristo para el Juicio Final. Entre los que se dejaron seducir por la herejía estaba el famoso Tertuliano.

Mientras Ireneo visitaba al Papa en Roma, ambos se sorprendieron al enterarse de la bárbara persecución decretada por el emperador Marco Aurelio en 177. La cual alcanzó rápidamente a la ciudad de Lyon, causando la masacre de al menos 48 cristianos, que murieron dando testimonio de la fe. Entre ellos se encontraba el obispo san Potino, quien falleció a consecuencia de los malos tratos sufridos en la prisión a la edad de 90 años.

De los Mártires de Lyon, muchos de los cuales se conmemoran el 2 de junio, el Martirologio Romano Monástico señala: “La pasión de san Potino, obispo, de santa Blandina y de sus compañeros, primeros mártires de la Galia, unos condenados al filo de la espada y otros a las fieras en el anfiteatro de Lyon en el año del Señor de 177. Su gloriosa confesión de fe nos es relatada en la admirable carta dirigida por los ‘servidores de Cristo que habitan en Vienne y en Lyon a sus hermanos orientales que tienen la misma fe y la misma esperanza en la Redención’.”

Puesto a salvo de la atroz persecución por haber abandonado Lyon, san Ireneo intercedió ante el Papa para que no excomulgara a la Iglesia de Asia por no querer celebrar la Pascua en la misma fecha que las demás comunidades cristianas. También instó a los obispos de las diversas comunidades cristianas a esforzarse por establecer la concordia y la unidad, y a combatir el racionalismo gnóstico, basados en la tradición apostólica.

Obispo, apologista y gran polemista en el combate a la gnosis

Cuando Ireneo pudo regresar a Lyon, fue elegido obispo de la ciudad para suceder a san Potino. Durante la paz religiosa que siguió a la persecución de Marco Aurelio, el nuevo obispo dividió sus actividades entre las de pastor y misionero, pero se dedicó sobre todo a sus escritos, prácticamente todos contra el gnosticismo, que se difundieron ampliamente en la Galia y otros lugares.

San Ireneo escribió contra esta herejía —que hasta hoy es la base de muchos sistemas filosóficos y religiosos— una obra titulada Desenmascarar y refutar la falsamente llamada Ciencia, que es universalmente conocida como Adversus haereses.

San Ireneo (Irenaeus en latín)

Cabe señalar que la herejía gnóstica fue posiblemente el mayor enemigo al que tuvo que enfrentarse la Iglesia en el siglo II.

Muy sucintamente, diremos que es muy antigua, pues nació ya antes de la era cristiana y presta su nombre a un gran número de sectas iniciáticas —es decir, cuya doctrina es revelada poco a poco a sus miembros a medida que son iniciados—, variadas y panteístas, relacionadas con las enseñanzas esotéricas de la cultura griega y helenística. Hasta hoy, los estudiosos no han llegado a una definición concluyente de la gnosis, de tan controvertido que es el tema.

Entre otras cosas, esta herejía sostenía que la materia es una deterioración del espíritu y, por ello, todo el universo es una depravación de la divinidad. Por consiguiente, el fin último de todos los seres debe ser la suplantación de la vulgaridad de la materia por el “conocimiento” —de ahí el término gnosis— de ciertas verdades ocultas relativas a Dios, al hombre y al mundo, a fin de retornar al “espíritu-padre”, retorno que debería ser inaugurado y facilitado por la aparición de algún salvador divinamente enviado.

Un elemento común a estas diferentes corrientes es un dualismo que afirma que existe un dios “bueno” y un dios “malo”. El Dios único que conocemos, Padre de todos, Creador y salvador del hombre y del mundo, es de hecho para ellos el “dios malo”, porque, al crear la materia, ha aprisionado en ella la partícula divina que existe en todos, y que debe ser liberada mediante el conocimiento.

El primer gran teólogo de la Iglesia

El Papa Benedicto XVI dijo en su homilía sobre el santo, durante la audiencia general del 28 de marzo de 2007: “Cimentándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, san Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la santidad originaria de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que la del espíritu. Pero su obra va mucho más allá de la refutación de la herejía; en efecto, se puede decir que se presenta como el primer gran teólogo de la Iglesia, el que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe”.

Contra la iniciación característica de todas las ramas de la gnosis, el recordado Papa agrega: “Como nos dice san Ireneo, así no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Solo esta fe es apostólica, pues procede de los Apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios”.

San Potino (Pothinus en latín)

Y el Pontífice concluye diciendo: “En particular, criticando el carácter ‘secreto’ de la tradición gnóstica y constatando sus múltiples conclusiones contradictorias entre sí, san Ireneo se dedica a explicar el concepto genuino de Tradición apostólica, que podemos resumir en tres puntos: a) La Tradición apostólica es ‘pública’, no privada o secreta. […] b) La Tradición apostólica es ‘única’. […] c) Por último, la Tradición apostólica es, como dice él en griego, la lengua en la que escribió su libro, ‘pneumatikö’, es decir, espiritual, guiada por el Espíritu Santo”.1

A propósito de esta iniciación existente en las sectas gnósticas, san Ireneo repite, con particular alegría, el argumento de la tradición: “La tradición de los apóstoles ha sido manifestada al universo mundo en toda la Iglesia, y podemos enumerar a aquellos que en la Iglesia han sido constituidos obispos y sucesores de los apóstoles hasta nosotros, los cuales ni enseñaron ni conocieron las cosas que aquellos deliran. Pues, si los apóstoles hubiesen conocido desde arriba misterios recónditos, en oculto se los hubiesen enseñado a los perfectos, sobre todo los habrían confiado a aquellos a quienes encargaban las Iglesias mismas. Porque querían que aquellos a quienes dejaban como sucesores fuesen en todo perfectos e irreprochables para encomendarles el magisterio en lugar suyo” (Adv. haer III 3, 1).2

Frente a las fantasías mórbidas de sus adversarios, san Ireneo esgrimía la sana doctrina: “Cristo Nuestro Señor, por su inmenso amor, se hizo lo que somos para perfeccionarnos hasta ser lo que Él mismo es”, como escribió en su obra Demostración de la predicación apostólica, la cual se perdió, pero fue encontrada en 1904 en lengua armenia.

Los hugonotes dispersan sus reliquias

El santo obispo murió hacia el año 202. —¿Murió como mártir? Algunos dicen que sí, otros lo discuten. Hay, sin embargo, en sentido afirmativo, lo que dice el Martirologio Romano, y una referencia en el así llamado Martirologio Jeronimiano, obra del mismo san Jerónimo, que en 410 fue el primero en darle este título, y aun la de san Gregorio de Tours. De acuerdo con este santo, fue enterrado en la cripta de la basílica de San Juan de Lyon, bajo el altar. Según una antigua tradición, el santo obispo fue martirizado durante una masacre general de cristianos en Lyon bajo el emperador Septimio Severo.

Iglesia de San Ireneo en Lyon, vista desde la Rue des Macchabées

A esta basílica le sucedió una iglesia dedicada a san Ireneo, que dio el nombre a un barrio de Lyon. En el siglo XVI, su tumba fue profanada por protestantes calvinistas que dispersaron sus reliquias.

Acerca de este santo, cuya fiesta se celebra el 28 de junio, el Martirologio Romano dice: “En Lyon de Francia, san Ireneo, obispo y mártir, que, según escribe san Jerónimo, fue discípulo de san Policarpo, obispo de Esmirna, y casi contemporáneo de los apóstoles. Habiendo denodadamente combatido, de palabra y por escrito, contra los herejes, al cabo, en la persecución de Severo, con casi toda la gente de su ciudad, fue coronado con un glorioso martirio”.

Concluyamos este artículo con las palabras de Benedicto XVI: “San Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Tiene la prudencia, la riqueza de doctrina y el celo misionero del buen pastor. Como escritor, busca dos finalidades: defender de los asaltos de los herejes la verdadera doctrina y exponer con claridad las verdades de la fe. A estas dos finalidades responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros ‘Contra las herejías’ y ‘La exposición de la predicación apostólica’, que se puede considerar también como el más antiguo ‘catecismo de la doctrina cristiana’. En definitiva, san Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías”.3

El 21 de enero de 2022 el Papa Francisco declaró a san Ireneo de Lyon como el 37º Doctor de la Iglesia, con el título de Doctor Unitatis: “Doctor de la Unidad”. 

 

Notas.-

1. Benedicto XVI apud http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2007/documents/hf_ben-xvi_aud_20070328.html.
2. http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/cxl.htm.
3. Benedicto XVI, op. cit.

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