La pequeña Lourdes en el corazón de Roma Paulo Henrique Chaves
creo que la frase “La abundancia de las aguas alegra la ciudad de Dios” proviene de las Sagradas Escrituras. En efecto, la naturaleza no ha podido ser más pródiga en favorecer a la Ciudad Eterna en este sentido. Pues por doquier brotan con abundancia y armonía las aguas de mil y una fuentes, que proporcionan por cierto un agua purísima, semejante a aguamarinas derretidas. De tal modo, que se ha convertido en una costumbre romana, sin distinción de edad ni sexo, calmar la sed en ellas. No necesitamos detenernos a considerar lo placentera, atrayente y a la vez relajante que es el agua, que nos invita a una vida tranquila, rica en pensamiento y en contemplación. Pero, por desgracia, el ajetreo de nuestro tiempo, con sus prisas y sus ruidos, no ha perdonado ni siquiera a Roma. Pues han ahogado el rumor de sus fuentes… Si usted se encuentra en el corazón de la ciudad, por ejemplo en la Piazza Colonna, y quiere refugiarse un poco del estruendo propio de cualquier otra capital moderna, basta con caminar unos cien metros. Incluso menos, si se toma el atajo que atraviesa la Galería Colonna para llegar a la iglesia de Santa Maria in Via (Santa María en el camino). ¿Pero por qué este lugar? ¿Por qué este y no otro, como por ejemplo la contigua plaza de San Claudio, donde se expone permanentemente el Santísimo Sacramento, o incluso la plaza de San Silvestre, un poco más allá, donde se venera la cabeza de San Juan Bautista? Por último, ¿por qué no a cualquier otra de las centenas de iglesias romanas? Es porque en Santa Maria in Via existe una fuente, pero una “fontana” muy especial, como el lector verá a continuación.
Fue en la noche del 26 al 27 de setiembre de 1256 cuando las aguas del pozo de las caballerizas del palacio del cardenal Pedro Capocci subieron hasta desbordarse. Los caballos, asustados, empezaron a relinchar. Despertados por el ruido, los criados acudieron al lugar y su sorpresa fue mayúscula cuando vieron flotar sobre las aguas una pesada laja en la que había estampado un fresco con la figura de la Santísima Virgen. Intentaron sacarla, pero no lo consiguieron, pues se les resbalaba de las manos. Advertido, el cardenal bajó con algunos de sus familiares y, después de rezar, pudo rescatar sin dificultad la imagen, la cual entronizó en su oratorio privado. Al día siguiente, el purpurado relató el prodigio al Papa Alejandro IV, quien, al término del proceso jurídico que comprobó el milagro, ordenó que aquellas caballerizas se convirtieran en una iglesia. Cuando finalizó su construcción, el Santo Padre junto con el clero romano acompañó a la imagen milagrosa en una devota procesión, para colocarla a la veneración pública al lado del pozo donde había aparecido. Desde entonces hasta nuestros días, la Santísima Virgen ha concedido gracias y curaciones a través de esta agua, que los fieles beben devotamente y llevan a los enfermos. * * * Esta bella historia sería suficiente para que un romano —pues en todo italiano hay un católico que duerme— acudiera en masa a este lugar que a justo título se llama La Piccola Lourdes (la pequeña Lourdes). Tales son los prodigios de gracia que, sin publicidad, tienen lugar allí, a semejanza del santuario mariano francés. Se podría decir que eso no es todo. Hay un factor imponderable que cambia por completo el comportamiento de las personas que entran en Santa Maria in Via. La iglesia invita al recogimiento, a la oración. Aplaca las angustias, toca las más finas cuerdas del alma y despierta la nostalgia de un pasado lleno de esperanzas. He estado allí muchas veces. Lo he observado, lo he analizado. Una peregrinación continua se desplaza hasta este refugio. Cada día, un número incalculable de fieles extraen no sé cuántos litros de agua, que se consumen y se llevan a los enfermos. Allí, junto al pozo, un fraile atiende a los fieles y enciende velas que se ofrecen en cantidad. Los devotos suelen tomar un vaso de agua en tres sorbos, pidiendo gracias en cada intervalo. Después se arrodillan y rezan. Se dan casos de personas que piden abrir la pequeña puerta que hay en el centro de la mesa de comunión para rezar más cerca de la imagen. El fraile no se opone. Vi entrar a una familia entera, y un adolescente con aires de ateo se negó a beber el agua, esbozando una sonrisa irónica, como quien afirma su superioridad sobre aquellas creencias.
Sin embargo, a instancias de su padre, acabó cediendo, bebió del agua milagrosa y recuperó la seriedad… Otros llenan una copita, otros botellas, otros bidones, para satisfacer los deseos de aquellos necesitados que no pueden acudir al lugar. La iglesia está a cargo de la Orden de los Siervos de María, que la mantienen impecablemente cuidada, limpia y con una decoración de muy buen gusto. Hablando con uno de los sacerdotes responsables, un hombre de unos sesenta años, me dijo que el secreto de la afluencia de fieles es que no han “aggiornado” su iglesia, a pesar de las muchas presiones recibidas. E hicieron bien, en mi opinión, porque allí las personas rezan, elevan sus mentes a Dios… Mientras que muchas otras iglesias se vuelven frías y están vacías.
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