La ley natural prescribe al hombre el santificar de tiempo en tiempo un día, consagrándolo al culto de Dios, pero no determina ningún día particular. El sábado fue establecido en el Antiguo Testamento en memoria del descanso de Dios después del sexto día de la creación, así como también por el beneficio que concedió a su pueblo librándole de la servidumbre de Egipto (Deut. 14, 15). La ley del sábado parece haber existido antes de Moisés y se remonta probablemente al origen del género humano. Los Apóstoles reemplazaron el sábado con el domingo, para perpetuar los grandes misterios de la resurrección de Jesucristo y venida del Espíritu Santo. Estos misterios significativos de una liberación espiritual, y de una creación más excelente que la primera, fueron cumplidos, no en el sétimo día, sino en el octavo, que es al propio tiempo el día primero de una semana nueva. El mismo Salvador santificó en cierto modo este día con sus discípulos, apareciéndose entre ellos en el cenáculo dos domingos más tarde. Los Apóstoles adoptaron, pues, este día con justo título como sagrado, llamándole «domingo», «dominica dies», es decir, «día del Señor» y mandando a todos los fieles que lo santificasen. Así como Dios reparte bendiciones especiales sobre las familias y naciones que guardan fielmente el domingo; también amenaza con severos castigos a los profanadores de su santo día. La profanación del domingo es un gran crimen a los ojos de Dios, un escarnio para la religión, y un escándalo para el prójimo. La continuidad de esta profanación es funestísima: produce olvido de Dios y de los deberes de cada uno, desmoraliza a los pueblos y destruye el cristianismo en las almas (cf. F. X. Schouppe S.J., «Curso abreviado de religión», París-México, 1906, pp. 373-378). El tercer mandamiento nos manda honrar a Dios con obras de culto en los días de fiesta. En la ley antigua los días de fiesta eran los sábados y otros días particularmente solemnes para el pueblo hebreo; en la ley nueva son los domingos y otras festividades establecidas por la Iglesia.
En la ley nueva se santifica el domingo, que significa día del Señor, en lugar del sábado, porque en tal día resucitó Jesucristo Nuestro Señor. En los días de fiesta se nos manda como obra de culto asistir devotamente al santo sacrificio de la Misa. El buen cristiano santifica las fiestas: 1) asistiendo a la Doctrina cristiana, al sermón y a los divinos oficios; 2) recibiendo a menudo y con las debidas disposiciones los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía; 3) ejercitándose en la oración y en obras de cristiana caridad con el prójimo. El tercer mandamiento nos prohíbe las obras serviles y otras cualesquiera que nos impidan el culto a Dios. Las obras serviles que se prohíben en los días festivos son las obras que se llaman manuales; a saber, los trabajos materiales en que el cuerpo tiene más parte que el espíritu, como las que de ordinario ejecutan los criados, obreros y artesanos. Trabajando el día de fiesta se comete pecado mortal; pero excusa de culpa grave la brevedad del tiempo que se emplea. Se permiten en los días de fiesta las obras que son necesarias a la vida o al servicio de Dios y las que se hacen por causa grave, pidiendo licencia, si se puede, al propio párroco. Se prohíben en las fiestas las obras serviles para que podamos atender mejor al culto divino y a la salvación de nuestra alma y para descansar de nuestras fatigas. Por esta razón no se prohíbe en ellas algún honesto esparcimiento. En las fiestas hemos de evitar principalmente el pecado y todo lo que pueda inducirnos a él, como son las diversiones y reuniones peligrosas (Catecismo Mayor de San Pío X, Ed. Magisterio Español, Vitoria, 1973, pp. 55-56).
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