Santoral
Quinto Domingo de CuaresmaPoco o nada nos aprovecha para nuestra santificación pensar en la muerte de Cristo como un hecho meramente histórico, perdido en el tiempo, sin ninguna relación con nuestras vidas. Menos aún si no consideramos que la Pasión de Cristo se renueva en nuestros días. Sí, hoy Cristo es nuevamente perseguido, calumniado, objeto de burlas, abofeteado, ridiculizado, cruelmente azotado, coronado de espinas y clavado en una cruz. |
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Fecha Santoral Marzo 17 | Nombre |
Poco o nada nos aprovecha para nuestra santificación pensar en la muerte de Cristo como un hecho meramente histórico, perdido en el tiempo, sin ninguna relación con nuestras vidas. Menos aún si no consideramos que la Pasión de Cristo se renueva en nuestros días. Sí, hoy Cristo es nuevamente perseguido, calumniado, objeto de burlas, abofeteado, ridiculizado, cruelmente azotado, coronado de espinas y clavado en una cruz.
En la Santa Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Jesucristo, se repite en los días actuales la Pasión de nuestro divino Salvador y Redentor. Pensemos un poco... En pleno siglo XXI, en cuántos países del mundo la Iglesia es perseguida. ¡Cuántos templos no fueron quemados o saqueados! ¡Cuántos religiosos y fieles han alcanzado en los últimos años la palma del martirio! ¿Sabía, estimado lector, que en lugares en donde impera la ley de Mahoma, hacer apostolado es crimen penado con la muerte, y practicar el catolicismo es considerado un delito? Pero los católicos no son perseguidos solamente en países musulmanes o comunistas. En los Estados Unidos —abanderados de la libertad— están prohibidos los crucifijos e imágenes en las escuelas públicas; en donde hay incluso profesoras que han ido a prisión por ello. Y en Francia, para muchos cuna de esa libertad, el parlamento está discutiendo un proyecto de ley para prohibir los signos religiosos que se consideren “ostentosos” en los colegios del Estado. La Pasión de Cristo se renueva en las leyes que se promulgan, cada vez más abiertamente anticatólicas. El divorcio está prácticamente implantado en el mundo entero. El aborto, verdadera matanza de los inocentes, uno de los mayores genocidios de todos los tiempos, es defendido como un “derecho” de la mujer. La familia, basada en la indisolubilidad del matrimonio y en la mutua fidelidad de los cónyuges, está por los suelos. Leyes y proyectos a favor de la perversión homosexual se multiplican hasta en nuestro sufrido país. La Pasión de Cristo se renueva en el crecimiento incontenible de la inmoralidad, que como un mar de lodo amenaza acabar con todo resto de decencia, mientras la inocencia parece una virtud en proceso de extinción. Ese lodo inmundo se manifiesta en la decadencia de los espectáculos, de la propaganda y de las costumbres en general. La televisión invade nuestros hogares con escenas de sexo, violencia y ordinariez. La vestimenta cada vez más provocativa camina a pasos agigantados rumbo a la desnudez total. Ni la propia casa de Dios se libra de los arrebatos de la moda, que obligan a los buenos sacerdotes a negar la comunión a quienes se presentan sumariamente vestidos. La Pasión de Cristo se renueva en el aumento pernicioso de la superstición, en la abundante literatura y material esotérico, en las consultas a horóscopos de todo género, en el uso común de amuletos y talismanes, en la frecuencia a hechiceros, adivinos y chamanes. En la promoción de libros, juegos y películas que introducen a los niños en la magia negra y la brujería, y que les son ávidamente ofrecidos por sus ingenuas y despreocupadas madres esclavizadas a la moda. Es la penetración del mundo de lo horrendo y del satanismo, mientras paralelamente la droga hace sus devastaciones. La Pasión de Cristo se renueva en la corrupción de la vida pública y privada que amenaza con postrar a los pueblos en el mayor de los desánimos y fracasos, al no encontrar élites y líderes que los interpreten, que velen por los altos intereses de la nación y que estén limpios de polvo y paja. En la proliferación de casinos —causa de tantas ruinas materiales—, de discotecas —causa de tantas ruinas morales—, de lugares de dudosa reputación, de mil frivolidades, etc. La Pasión de Cristo se renueva en el agresivo proselitismo anticatólico de las sectas, que aprovechándose de la escasa o casi nula formación religiosa de los fieles —una de las más lamentables consecuencias de la crisis que atraviesa la Iglesia—, siembran la duda y la confusión religiosa, apartando así del redil sagrado de Nuestro Señor Jesucristo a miles de personas, que venden así su primogenitura a cambio de un mísero plato de lentejas o de promesas mesiánicas que nunca se cumplirán.
La Pasión de Cristo se renueva dentro de la propia Iglesia. ¡Cuánto teólogo de la liberación no se vale de su sagrada investidura, mal interpretando los hechos a los ojos de tanto estudiante novato y de gente sencilla, reduciendo la Pasión a un mero conflicto de clases o de intereses, a una mera cuestión social o política! Y a la sombra de ese pensamiento excita ambiciones, exacerba resentimientos y despierta envidias. La Pasión de Cristo se renueva en aquel clero que contesta el dogma y la autoridad de la Iglesia. Que pone en tela de juicio las verdades de la fe, que relativiza la moral tradicional, el sacerdocio, la castidad. En aquellos religiosos que escandalizan a los fieles por su mal ejemplo o carácter, por sus vicios o su conducta reprobable. Y en cuánto católico sin fe, o de una fe pobre y de superficie, que aprovecha la Semana Santa para “darse un descanso”, para relajarse y para pecar, mientras que Nuestro Señor Jesucristo muere en la cruz nuevamente por nosotros. La Pasión de Cristo se renueva, en fin, cada vez que nosotros mismos pecamos. Porque con nuestras faltas y desobediencias le injuriamos como el populacho judío, lo acusamos como los fariseos, lo flagelamos como sus mayores verdugos, lo condenamos como los príncipes de los sacerdotes, le traicionamos como Judas o nos lavamos las manos como Pilatos, y hasta lo crucificamos una vez más...
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La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo |
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