¿Cuál fue el verdadero motivo por el que Martín Lutero se rebeló contra la Iglesia? ¿Es verdad que fue porque era contrario al lujo del Vaticano? ¿Qué piensa la Iglesia sobre eso?
La afirmación de que Lutero se rebeló contra la Iglesia por haberse escandalizado con el lujo del Vaticano, no es históricamente correcta. En realidad, tal rebelión puede ser explicada —además de hechos preternaturales que no pueden ser descartados, provenientes de una violenta acción diabólica contra la Santa Iglesia Católica— también por hechos sicológicos como su exaltado e insumiso temperamento; el voto aturdido que él hizo al entrar en religión (por miedo y no por vocación auténtica, según todo indica); y, finalmente, por la mala formación filosófica y teológica que recibió, saturada de errores que ya habían sido condenados. En efecto, Lutero reeditó errores del inglés John Wycleff, del checo Jan Hus y de las herejías medievales que defendían una iglesia de santos, puramente carismática y sin Jerarquía. El esplendor del Vaticano Con relación al esplendor del Vaticano, es necesario considerar como premisa que Dios debe ser alabado con magnificencia y su culto debe necesariamente reflejar la infinita grandeza y santidad divinas. Por orden expresa de Dios, ya en el Antiguo Testamento, Salomón construyó el Templo con el máximo de riqueza, no solamente empleando maderas preciosas, sino utilizando aún verdadera profusión de oro. Así, leemos en el Libro I de los Reyes: “Todo el templo lo recubrió íntegramente de oro, y también recubrió de oro el altar para el lugar santísimo. En el lugar santísimo hizo dos querubines de madera de olivo; cada uno medía cinco metros de altura. Las alas del primer querubín medían dos metros y medio cada una, de manera que había cinco metros desde el extremo de una de sus alas hasta el extremo de la otra. El segundo querubín medía también cinco metros; los dos querubines tenían la misma dimensión y la misma forma: uno y otro medían cinco metros de altura. Salomón puso los querubines en medio del recinto interior. Éstos tenían las alas desplegadas: un ala del primer querubín tocaba el muro y un ala del segundo tocaba el muro opuesto; y las alas extendidas hacia el centro del templo se tocaban una con otra. También a los querubines los revistió de oro.
Alrededor de todos los muros del templo, hizo cincelar figuras de querubines, de palmeras y pimpollos, tanto en el interior como en el exterior del lugar santísimo. Y revistió de oro el suelo del templo, dentro y fuera del lugar santísimo. A la entrada del lugar santísimo, hizo unas puertas de madera de olivo; el dintel y los postes tenían forma pentagonal. Sobre las dos hojas de madera de olivo, hizo cincelar querubines, palmeras y pimpollos; revistió de oro las puertas, y aplicó oro laminado sobre los querubines y las palmeras. Lo mismo hizo para la entrada de la nave central: hizo un marco de madera de olivo, de forma cuadrangular, y dos puertas de madera de ciprés, cada una con dos hojas giratorias. Hizo esculpir querubines, palmeras y pimpollos, y los revistió de oro, bien aplicado a los relieves. Luego edificó el patio interior, con tres hileras de piedras talladas y una hilera de tablas de cedro. En el cuarto año, en el mes de Ziv, se pusieron los fundamentos del templo. En el año undécimo, en el mes de Bul —que es el octavo mes—, fue terminado el templo en todos sus detalles y conforme al proyecto. Siete años tardó Salomón para terminarlo” (6, 22-38). Lujo al servicio de Dios Como vemos, el lujo al servicio de la alabanza de Dios no solamente no es condenable, sino que es virtuoso y deseado por Él mismo. La riqueza y el esplendor de los templos nos ayudan a comprender mejor la belleza y la grandeza divinas, predicados de su santidad sin límites. Y es un tributo que la criatura presta al Creador y Soberano Señor de todas las cosas, de todas las riquezas, de todo lo que existe. Los protestantes y los anticlericales que hablan contra la riqueza de los templos son, en el fondo, igualitarios con tendencias socialistas y miserabilistas, como lo demostró, dicho sea de paso, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira en su obra máxima Revolución y Contra Revolución. Con relación a los protestantes, no debemos dejarnos enredar por sus sofismas y pretender rebatir acusación por acusación, sino rechazar en bloque su doctrina —la del libre examen— según la cual cada uno puede interpretar la Biblia como bien entienda, y que no es necesario un magisterio auténtico y una autoridad instituida por Dios para enseñar, santificar y gobernar al pueblo fiel.
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