Valdis Grinsteins En 1683, durante el cerco de Viena por los turcos musulmanes, el comandante austriaco necesitaba un mensajero que atravesara las líneas turcas y llevara al rey de Polonia Jan Sobieski una importante información. Franz George Kolschitzky fue escogido, por haber vivido muchos años entre pueblos orientales. Disfrazado con un uniforme turco, consiguió cumplir su misión. Después de eso, los turcos fueron derrotados y puestos en fuga. Entre los numerosos bienes que dejaron atrás, había grandes sacos repletos de granos negros, que los austriacos juzgaron que se trataba de algún alimento para camellos. Al constatar que no les podían ser útiles, comenzaron a quemarlos. En esto, al sentir el olor, Kolschitzky, que conocía las costumbres turcas, reconoció inmediatamente que se trataba del café. Consiguió evitar que los quemasen, y que se los entregaran en recompensa por su misión. Provisto así de aquella rubiácea, abrió en Viena el primer establecimiento de esta bebida, que hasta entonces era conocida apenas como remedio. Pero en poco tiempo el café se hizo popular, pues fue modificada la forma de su preparación, haciéndolo menos fuerte, añadiéndosele después un poco de leche. Con la popularidad, surgieron nuevos locales, los cafés, creándose así una moda. * * *
Al contrario de las cervecerías, dominadas por el ruido y a veces por disputas, los cafés se convirtieron en el punto de encuentro preferido de los intelectuales, apreciadores de la concentración mental que esa bebida les proporcionaba, además de quitarles el sueño. En París, pasó algo semejante. El café ya era conocido allá por unos pocos, y usado más como remedio. A partir de 1684 —cuando un inmigrante italiano abrió el Café Procope, frente a la Comédie Française— los cafés comenzaron a atraer a intelectuales, artistas y hombres de pensamiento, multiplicándose a partir de entonces esos establecimientos. Lamentablemente, los enemigos de la civilización cristiana rápidamente supieron utilizarse de ellos para alcanzar sus objetivos, y los cafés se transformaran rápidamente en lugares igualitarios de reunión, donde eran socialmente admitidos hombres para conversar en público sin mayores formalidades o presentaciones, y donde se urdían conspiraciones: “Los cafés proporcionaron a Inglaterra el primer lugar de reunión igualitario, donde se suponía que un hombre podía dialogar con sus vecinos de mesa, sea que los conociese o no”. 1 Además de aumentar su número, los cafés se fueron especializando. En algunos se difundían noticias, en otros se reunían los enciclopedistas para divulgar su veneno doctrinario, en otros se diseminaban rumores, mientras otros atraían escritores, pintores, poetas, etc. Bajo el reinado de Luis XV, sólo en París llegó a haber 600 cafés. No se puede medir adecuadamente la obra de difusión de las ideas igualitarias y contestatarias realizada en ellos. * * *
Esta asociación entre el café y la difusión de las ideas revolucionarias fue con el tiempo diluyéndose. La rubiácea comenzó a ser cultivada en otras tierras además de la originaria Arabia, surgiendo plantaciones importantes, familias que se enriquecían, y toda una cultura vinculada a su producción. Con eso, pasó a tener una connotación exótica, algo más geográfico que ideológico. Diversos tipos de café fueron apareciendo, creándose como consecuencia grupos especializados de apreciadores, además de establecimientos dedicados en búsqueda de una variedad de aromas y mezclas. Las modas sociales fueron cambiando, y la generalización del trato social igualitario hizo innecesario tener que ir a un café para conversar con desconocidos. Debido a las numerosas guerras y a la consecuente necesidad de vigilar y estar en guardia, el café se hizo popular también entre los soldados, penetrando a través de ellos en las clases más humildes y en los países más lejanos. Hoy, el café es el segundo producto básico legal de exportación que existe en el mundo, superado apenas por el petróleo. 2 * * * Todos estos motivos ayudaron a erradicar la mala asociación que se había establecido entre café y Revolución. Pero los cambios no se detuvieron ahí. La misma Revolución, que en el siglo XVII difundía ideas y presentaba a los hombres de pensamiento liberal como modelos para ser imitados, en el siglo XX pasó a presentar como modelos del futuro a los seres primitivos y a las personas que se mueven por impulsos espontáneos (cuando no animales…). El estructuralismo, el tribalismo, el rock, la contra-cultura asumieron los nuevos puntos de referencia. En ese ambiente, el café, con su estímulo a la reflexión y a la tranquilidad, se transformó en un enemigo, pues nada es más contrario a una explosión de espontaneidad que el pensamiento metódico o la reflexión, que el café nos puede proporcionar. Es claramente improbable que un cantante de hard-rock venga a decir, con una fina taza de porcelana en las manos: “Vamos a beber un café para, de forma metódica, tranquila y sistemática, analizar la doctrina y el pensamiento profundo que están por detrás de nuestra forma de ser”. El café adquirió en nuestros días una connotación tradicional, en algo contrarrevolucionaria, de buen trato y de armonía entre las personas. “Se transformó en símbolo de la distensión y de la convivencia”. 3 En muchos países, toda reunión social e incluso comercial, queda incompleta si no es servido un café que permita prolongar de forma más personal los temas tratados. * * * Para concluir, un curioso episodio religioso en el cual está presente el café. Se trata del diario espiritual de Santa Gema Galgani, mística italiana canonizada en 1936. Al relatar el comienzo del día 20 de agosto de 1900, ella escribe en su diario: “Mi ángel de la guarda no cesa de velar sobre mí, de instruirme y darme sabios consejos. Varias veces durante el día se me presenta y me habla. Ayer me hizo compañía mientras yo tomaba la comida... Como no me sentía nada bien después que terminé de comer, él me trajo una taza de café tan bueno, que me sentí instantáneamente curada, y, luego, también me hizo descansar un poco”. * * * ¿Qué tipo de café le habrá ofrecido el ángel a Santa Gema? Lamentablemente no lo sabemos. ¡Pero el hecho indica que en el Cielo empíreo tal vez podamos saborear esta bebida paradisíaca! Notas.- 1. Mark Pendergrast, El Café, Ed. Vergara, Buenos Aires, 2002, p. 34.
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