PREGUNTA El catolicismo es una religión basada en la fraternidad, en la caridad, en el amor al prójimo, conforme las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo. Por otro lado, las leyes humanas prevén innumerables crímenes, y todo el aparato estatal está hecho para que los crímenes sean castigados. Como cristianos, ¿cómo debemos actuar con relación a los criminales? ¿Debemos realmente segregarlos de la convivencia social? ¿O Jesucristo espera algo diferente de nosotros? ¿Qué “piensa” Dios, o mejor dicho, cómo Jesús nos “reprocha” cuando somos parte de un aparato estatal destinado a reprimir el crimen? RESPUESTA La pregunta que se nos formula es de lo más actual. Comenzaremos por darle una respuesta rápida, y después entraremos en los pormenores. La caridad, el amor al prójimo que Nuestro Señor Jesucristo nos enseña, consiste obviamente en querer el bien de nuestro prójimo. Pero si ese prójimo está deliberadamente vuelto hacia la práctica del mal, el primer bien que debemos querer para él es que se aparte de todo mal. No obstante, si él cierra los oídos a los consejos que le damos y está decidido a hacer el mal a sí mismo o a los demás, según sea el caso no hay otra solución sino la de privarlo decididamente de su libertad de obrar ese mal. Así practicamos la caridad hacia él, evitando que practique el mal; sobre todo practicamos la caridad hacia terceros a quienes él pudiera perjudicar. Esto con respecto a la caridad. Habría que considerar aún lo que atañe a la justicia, pero alargaría demasiado esta exposición, de modo que lo dejamos para otra ocasión.
Ascesis, una palabra olvidada Esta respuesta genérica comporta varios “conformes”, que es necesario especificar para tratar adecuadamente el tema. El primer axioma de la moral católica e incluso también de la Ley Natural, se expresa en la fórmula clásica: “El bien debe ser hecho” (bonum est faciendum) y “el mal debe ser evitado” (malum est vitandum). Este axioma vale individualmente para cada uno de nosotros, es decir, debemos practicarlo con relación a nosotros mismos; pero vale también en nuestra relación con terceros. Esto implica un esfuerzo que debemos ejercer para hacer el bien con nosotros mismos, por ejemplo, venciendo la pereza que podamos tener de ejecutar determinado trabajo; o para controlar nuestras reacciones excesivas frente a las contrariedades de la vida, evitando dirigir palabras ofensivas al prójimo que perjudicó nuestros intereses. Sin duda, en justicia, tenemos el derecho de defender de modo proporcionado nuestros intereses legítimos. Pero, a veces, somos llevados a dejar desbordar nuestras pasiones. El esfuerzo necesario para mantener el dominio sobre nosotros mismos se llama ascesis, palabra importante que va saliendo de uso, pero cuyo ejercicio debemos empeñadamente restaurar. El sesgo monstruoso de la ideología freudiana La educación moderna, de inspiración freudiana, sostiene exactamente lo contrario, es decir, que no debemos hacer ascesis alguna, no debemos cohibirnos de nada, y sí hacer aquello que nos plazca, en el momento en que queramos, sin ninguna consideración de orden moral o de respeto a las normas de la convivencia social. Para Freud, el bien consiste en dar rienda suelta a todo lo que nos apetece; y el mal está en cohibir los instintos de nuestra naturaleza, cualesquiera que ellos sean. Eso porque —argumenta él— la ascesis preconizada por la moral católica produce la templanza, que sería causa de neurosis y psicosis y constituyen el verdadero mal para el hombre. Aplicada concretamente a la educación de los hijos, esa teoría enseña que nunca se debe decir no a un niño, sino dejarlo hacer lo que se le antoje, para evitar los disturbios psíquicos consecuentes de la inhibición de sus instintos naturales. A tal punto que él escribe, en sus libros —horresco referens (con horror lo menciono)— ¡que ni siquiera se debe impedir al niño de jugar con los desechos del propio organismo!... Con eso, es fácil comprender que la “receta” de Freud engendra “monstruitos”, que con el correr del tiempo se transforman en grandes monstruos, capaces de cometer toda clase de absurdos, desatinos y crímenes, que él sin embargo no califica así. Por el contrario, para él el monstruo es el aparato social y estatal que inhibe la práctica de los instintos esencialmente buenos con que nace el niño. De ahí las consecuencias monstruosas que la sociología de inspiración freudiana deduce de esos principios, por ejemplo al considerar tirana a la sociedad que segrega a los locos y a los criminales de la convivencia social. Los manicomios prácticamente están desapareciendo. Llegará el momento en que se deseará eliminar también las prisiones, como se puede deducir de la campaña unilateral contra los abusos que lamentablemente ocurren dentro de las cárceles o en la actuación del aparato policial. No tengamos recelos de apoyar la benemérita y justa actuación de los agentes penitenciarios y de las fuerzas del orden, a fin de que ejerzan sus funciones con sagacidad y absoluta firmeza. Naturalmente, sin excesos inhumanos, y a este respecto viene a propósito recordar el principio de la Escritura: “Los grandes sufrirán grandes tormentos” (Sab. 6, 7) por las injusticias que cometan. Dios castigó a Caín por el asesinato de su hermano Abel (Gén. 4, 11-12). El lector puede quedarse tranquilo, por cuanto Dios no nos “reprochará” con ojos freudianos... Dios no nos ve con ojos marxistas Tampoco Dios nos contemplará con ojos marxistas. La ideología freudiana actúa de forma sutil, mientras que la ideología marxista actúa de forma descubierta, auspiciada como lo es por todos los medios de comunicación. Además, cuenta con el escandaloso apoyo de la teología progresista, infiltrada inclusive en altos puestos de la Jerarquía de la Iglesia. Lo cual es increíble, dado que el carácter marxista de esa teología anticatólica fue denunciado en importantes documentos de la Santa Sede, en el pontificado de Juan Pablo II.
El año 2006, un motín de criminales que purgaban sus condenas en la prisión, coordinado con delincuentes aún no juzgados o no capturados por la policía, esparció el terror en la ciudad de São Paulo. Una autoridad regional tuvo entonces la disparatada idea de señalar a las élites sociales y económicas como responsables por la situación de pobreza en que se encontraría la mayor parte de la población; y ellas serían en último análisis, las responsables por la existencia de prisiones abarrotadas de criminales. Éstos, por lo tanto, tendrían razón en rebelarse... La idea es de indudable carácter marxista, y provocó la justa indignación de la clase media. La referida autoridad entregó poco después el cargo que ejercía interinamente, y se recogió al sosiego de su vida apagada. Ahora bien, es público y notorio que no se trataba de víctimas de la pobreza, sino de una organización criminal vinculada al narcotráfico, por lo que el alegato de la referida autoridad es simplemente un desatino. Y a pesar de haber suscitado un vigoroso y generalizado repudio, la fuerza de la propaganda marxista acabó por generar escrúpulos a ese respecto en ciertos católicos pusilánimes e infectados por la prédica de la Teología de la Liberación. Repitiendo lo dicho, el lector puede quedarse tranquilo, pues la mirada de Dios nada tiene de marxista —sería una blasfemia pensar lo contrario— y nada encontrará para censurar a quien apoye el “aparato estatal” cuya misión es “segregar de la convivencia social” a los que, después de un juicio ecuánime, sean con absoluta justicia considerados culpables de los crímenes cometidos. Aprovecho para aclarar que, de acuerdo con la doctrina de Santo Tomás de Aquino, un dispositivo legal es también legítimo cuando está de acuerdo con las leyes de la Iglesia y la Ley Natural. De lo contrario, será legal, pero no legítimo. Que el mundo resbala peligrosamente rumbo a una situación de ilegitimidad legal —con la amenaza de la introducción del aborto, de la eutanasia, de la aprobación de la unión de personas del mismo sexo y otras monstruosidades del género—, es otra cuestión, que no es el momento de tratar aquí pues excede los límites de la pregunta del consultante, a la cual pensamos haber respondido suficientemente. Que Dios lo ayude a tomar una buena posición, librándolo de cualquier vestigio de freudismo o de marxismo que eventualmente haya perturbado la paz de su alma.
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