Vidas de Santos Santa Catalina de Génova

El poder inconmensurable de la gracia de Dios


Favorecida por una de las más extraordinarias operaciones de Dios en el alma humana, su voluntad como que se transformó en la voluntad del Creador


Plinio María Solimeo



La célebre familia Fieschi, de Génova, dio a la Iglesia dos Papas, nueve cardenales y dos arzobispos, y a la patria muchos magistrados y aguerridos capitanes. Santa Catalina nació en el seno de aquella familia el año 1447. Sus padres eran fervorosos católicos y la educaron en el santo temor de Dios.

Desde pequeña Catalina fue objeto de copiosas bendiciones del cielo, entre ellas la de recibir a los ocho años de edad un don particular de oración y unión con Dios. A los doce, empezó a renunciar a su propia voluntad para hacer sólo la del Divino Redentor, y se consagró con ahínco a las cosas espirituales, meditando conti­nuamente en la sagrada Pasión de Nuestro Señor. Quiso consagrarse a Dios en un claustro, cuando tenía trece años, pero no fue admitida debido a su insuficiente edad.

En aquella época, Génova era teatro de sangrientas guerras entre güelfos (partidarios del poder temporal de los Papas) y gibelinos (defendían el poder del emperador). El duque de Milán, aprovechándose del estado anárquico de Génova, se apoderó de la ciudad. Con el establecimiento de la paz y de la tranquilidad, las desavenencias entre las familias rivales se fueron también calmando. Dos familias en esas condiciones eran la de los Fieschi y la de los Adorno. Para cimentar una reconciliación entre ellas, fue concertado el matrimonio de Catalina Fieschi, de dieciséis años, con Giuliano Adorno. Como Catalina veía en todo la mano de Dios, aceptó la situación tan contraria a sus deseos.

Génova, en 1493


El matrimonio no fue feliz, pues Giuliano era de temperamento colérico, voluble y extravagante. Al contrario­ de Catalina, amaba las pompas y vanidades del siglo, el lujo, los placeres. Así, engendró una verdadera aversión a su esposa, despreciándola y ultrajándola de muchas maneras. Agravaba esta situación el hecho de ser él un jugador empedernido, que dilapidaba en el juego no sólo su fortuna, sino también la dote de Catalina. Poco a poco la familia fue cayendo en la pobreza. A pesar de todo, Catalina le era totalmente sumisa y procuraba conquistarlo para Dios, por medio de la paciencia y la ­virtud.

Humanamente desamparada, parecía que Dios Nuestro Señor había dejado a la pobre Catalina entregada a su propia suerte por espacio de cinco años. Los parientes, viéndola tan maltratada y probada, insistieron en que se distrajera reanudando la vida social, lo que la llevó a intercambiar visitas con damas de su alcurnia, frecuentar diversiones y fiestas de su círculo, todo con gran moderación. Pero estas iniciativas, en vez de saciar su corazón, le comunicaban un espantoso vacío, situación que duró otros cinco años.

Dios muestra cuan grande es su bondad

Fue entonces que su hermana monja le aconsejó consultar al confesor de su convento, hombre piadoso y experimentado en la vida espiritual. En la fiesta de San Benito del año 1473, a los 26 años, ella buscó a aquel sacerdote; y narró después, que tan pronto se puso de rodillas en el confesionario, “fue objeto de una de las más extraordinarias operaciones de Dios en el alma humana, de que tengamos noticia. El resultado fue un maravilloso estado de alma que duró hasta su muerte. En este estado, ella recibió admirables revelaciones, de las cuales se refirió a veces a los que la rodeaban, y que están sobre todo incorporadas en sus dos celebradas obras: los Diálogos entre el alma y el cuerpo, y el Tratado sobre el purgatorio.1

Tratado sobre el Purgatorio, edición en inglés


Uno de sus biógrafos así describe esta gracia: “El Señor se dignó iluminar su mente con un rayo tan claro y penetrante de su divina luz, y encender en su corazón una llama tan ardiente de su divino amor, que ella vio en un momento, y conoció con mucha claridad, cuan grande es la bondad de Dios, que merece infinito amor; además de ello, vio cuan grande es la malicia y perversidad del pecado y de la ofensa a Dios, cualesquiera que sean, hasta ligeros y veniales”.2 En ese momento Catalina sintió excitarse en su corazón una contrición muy viva por sus pecados; y un amor tan grande a Dios, que la puso fuera de sí. Exclamaba: “¡Amor mío, nunca más he de ofenderte!”

Esta llama ardiente consumía su corazón y la llevaba a un deseo insaciable de la santa comunión. Por eso obtuvo la gracia, rarísima en aquel tiempo, de poder comulgar diariamente. Se sentía tan fortificada con el pan de los ángeles, que llegaba a pasar los 40 días de la Cuaresma y los del Adviento sin tomar otro alimento que un vaso de agua mezclada con vinagre y sal.

Para que su cuerpo y sentidos estuviesen sujetos y obedientes al divino amor que la consumía, practicaba extremas austeridades. Dormía apenas sobre una jergón, usando como almohada un pedazo de madera. Se disciplinaba hasta que corría sangre, usaba cilicios, y prohibió a su lengua de proferir cualquier palabra inútil. Rezaba de rodillas, durante siete u ocho horas al día.

Nuestro Señor Jesucristo se le apareció con su cruz, reducido al último estado de sufrimiento e irrisión. La imagen sufridora del Redentor se imprimió tan profundamente en su alma, que ella lloraba frecuentemente al considerar la monstruosa ingratitud de los hombres después de recibir el inestimable beneficio de la Redención.

Con su oración fervorosa, convierte al marido

A fuerza de oraciones, paciencia y sumisión, Catalina consiguió convertir a su marido, que concordó en vivir con ella como hermano y secundar sus buenas obras. Se mudaron en 1482 a una casa contigua a un hospital, en el cual ambos cuidaban de los enfermos. Giuliano entró a la Tercera­ Orden de San Francisco, y después de una penosa enfermedad, habiendo recibido todos los socorros de la Santa Madre Iglesia, entregó­ su alma a Dios en 1497.

Catalina aún le sobrevivió trece años, que empleó en oraciones y obras de misericordia. Para eso ingresó en una asociación religiosa, la Sociedad de la Misericordia, constituida por los más distinguidos habitantes de la ciudad y por ocho damas escogidas entre­ las más nobles y ricas de Génova, con el fin de socorrer a los pobres. Catalina quedó encargada de distribuir las limosnas que la asociación recaudaba. Socorría de preferencia a los leprosos o portadores de úlceras gangrenosas, y les procuraba habitación, cama, ropa y alimento. Muchas veces iba a sus casas para prestarles los más humildes oficios. A fuerza de actos heroicos, consiguió dominar la natural repugnancia a esa hedionda ruina del cuerpo humano, de modo que podía cuidar personal­mente de las llagas más repulsivas.

Su dedicación inspiró a los administradores del gran hospital de Pammatone, en Génova, a entregarle su administración.­ De ello se ocupó Catalina el resto de su vida. Esta actividad, no obstante, en nada le impedía de mantener su corazón constantemente unido a Dios.

Nueve años antes de su muerte, fue atacada por una enfermedad que duró hasta su último suspiro. Los mejores médicos de la Italia, siendo hombres de fe, declararon que la enfermedad no tenía causa natural, que su origen era sobrenatural, y que no había remedio para ella. Frecuentemente la dejaba a dos pasos de la muerte, sufriendo convulsiones que la llevaban a soltar gritos de dolor y hacían temblar a los que la veían.

Autora de un tratado sobre el Purgatorio

Las dos obras de gran valor teológico que Catalina dejó fueron escritas por obediencia a su confesor. Contienen una doctrina muy profunda y íntegramente conforme a las verdades de fe.

Cuerpo incorrupto de Santa Catalina en la catedral de Génova


En su Diálogo entre el alma y el cuerpo, describe los efectos poderosos del amor divino en un alma y la dulce y suave alegría que frecuentemente los acompañan. Tan constante era su contacto con las almas del Purgatorio, que su escrito sobre aquel lugar de expiación le valió el título­ de Doctora del Purgatorio.­

Su cuerpo incorrupto se venera
en la catedral de Génova

Falleció en Génova a los 63 años, el 15 de setiembre­ de 1510. Su cuerpo fue sepultado en la capilla del hospital, donde permaneció 18 meses. Descubrieron entonces un hilo de agua que pasaba bajo la pared del lugar en que estaba la tumba. Ésta fue abierta, y el cajón fue encontrado en estado deplorable. Sin embargo, el cuerpo estaba perfectamente incorrupto. En los años 1551, 1593 y 1642 el sarcófago fue sucesivamente removido a otros lugares. En 1694, aún incorrupto, fue colocado en una urna de plata revestida de cristales, bajo el altar mayor de la iglesia erigida en su honra en el barrio de Portoria, en Génova, a fin de ser visto y venerado por todos.

El cuerpo incorrupto de Catalina fue cuidadosa­mente examinado por peritos en 1837 y 1960. El médico jefe de este último equipo afirmó: “La conservación es verdaderamente excepcional y sorprendente, y merece un análisis de la causa. La sorpresa de los fieles es justificada­ cuando atribuyen a ello una causa sobre­natural”.3 

Notas.-

1. F. M. Capes, St. Catherine of Genoa, in The Catholic Encyclopedia, online edition © 2003 by Kevin Knight, www.newadvent.org.
2. Edelvives, Santa Catalina de Génova, in El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1955, t. V, p. 153.
3. Joan Carroll Cruz, Saint Catherine of Genoa, in The Incorruptibles, Tan Books and Publishers, Rockford, EE. UU., 1977, p. 160.

Otras obras consultadas.-

* Les Petits Bollandistes, Sainte Cathérine Fieschi de Genes, Veuve, in Vies des Saints, Bloud et Barral, París, 1882, t. XI, pp. 103 y ss.
* P. Juan Croiset, Santa Catalina de Génova, in Año Cristiano, Saturnino Calleja, Madrid, 1901, t. III, pp. 828 y ss.
* P. José Leite S.J., Santa Catalina de Génova, in Santos de Cada Día, Editorial A.O., Braga, 1987, pp. 78 y ss.


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