En sí, no suele ser la mentira sino pecado venial; pero puede llegar a mortal, cuando con ella se hace notable daño o se da escándalo; y el que tiene costumbre de mentir está en gran peligro de perder la salvación, porque le quita Dios su gracia. El Espíritu Santo huye del hipócrita (Sab 1, 5). La boca que miente mata el alma (Sab 1, 11). No es tan malo el ladrón como el mentiroso; porque aquél puede restituir lo que ha robado; pero el mentiroso no puede muchas veces reparar la fama del prójimo (Card. Hugolino). El ladrón es menos malo que el mentiroso pertinaz, pero uno y otro se condenan (Eclo 20, 25). Es mancha odiosa en el hombre la mentira (Ibid.). El que miente se parece a una moneda falsa, acuñada con el busto del diablo. Cuando se presente en el juicio preguntará Dios: ¿De quién es esta imagen?, y al decir que del diablo, contestará: Pues dad al demonio lo que es suyo (S. Teresa). Dios aniquilará a los que hablan mentira (Sal 5, 7). El mentiroso no entrará en la celestial Jerusalén (Prov 21, 28). Cristo amenaza a los hipócritas con un terrible ¡Ay! (Mt 23, 13 y ss.). La mentira está vedada, aun cuando por ella se pudiera alcanzar un gran bien. La mentira en favor del prójimo es tan ilícita como el hurtar para hacer limosna a los pobres (S. Agustín). Aunque con una mentira pudiéramos salvar la vida propia o la del prójimo, no nos sería lícito mentir (Id.). San Anfión, obispo de Nicomedia, no quiso evadirse, por medio de una mentira, aunque le convidaban a ello los soldados enviados a prenderle y a los que él había hospedado generosamente; y así se dejó llevar al martirio. No es lícito hacer una cosa mala para que se siga una buena (Rom 3, 8). El fin bueno no legitima los medios intrínsecamente malos. Se ha dicho que los jesuitas habían defendido, que el fin santifica cualesquiera medios; pero nadie podrá señalar un solo autor de la Compañía, que haya enseñado tal cosa. Quien la enseñó y profesó fue Voltaire, el cual escribía el 21 de octubre de 1736 a su amigo Thieriot: La mentira solo es viciosa cuando hace daño; pero es virtud mentir para producir un bien. Él mismo daba a sus camaradas este consejo en su lucha contra la Iglesia: “Hermanos, mentid, y mentid con aseveración; siempre queda alguna cosa”. ¡Curioso filósofo en verdad!
P. Francisco Spirago, Catecismo Popular Explanado, Gustavo Gili, Barcelona, 1907, t. II, p. 367-368.
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