Apóstol de Sri Lanka En el antiguo Ceilán, hoy Sri Lanka, el catolicismo fue en amplia medida sostenido por la admirable virtud de su apóstol, el Padre José Vaz, del Oratorio de Goa Plinio María Solimeo Establecido en Ceilán (isla al sur de la India) en 1505, cuando allí llegaron los portugueses, el catolicismo se fue difundiendo por toda la región costera occidental de la isla —la legendaria Taprobana de los romanos, que se menciona en el poema épico Os Lusíadas de Luis de Camões— penetrando también en algunos puntos de su interior, como en el poderoso reino de Kandy.1 En 1658, los protestantes holandeses conquistaron la isla. Expulsaron a los misioneros, prohibiendo, bajo pena de muerte, darles abrigo y obligando a los católicos a frecuentar sus templos, para ser bien vistos por los nuevos dirigentes. Bajo condiciones tan adversas, la perseverancia de los católicos estaba amenazada. Celo apostólico: socorrer a Ceilán En Goa, en la India portuguesa, el sacerdote portugués José Vaz tuvo noticias de tan triste situación y deseó socorrer a los católicos perseguidos. Pero su apostolado en Ceilán tenía que ser estable y duradero, para lo cual fue necesario una larga preparación. De ese modo, transcurrirían doce años hasta que él pudiese pisar aquel suelo. El P. Vaz ingresó entonces en un instituto religioso, aparentemente sin ningún futuro. Casi inmediatamente fue elegido su superior. Como tal, obtuvo la afiliación del núcleo a la Orden del Oratorio, fundada por San Felipe Neri en Italia. El Oratorio de Goa fue la primera institución nativa en toda Asia. Su papel sería providencial, pues habría de proveer, por más de un siglo, los misioneros para Ceilán, en un período en que los europeos estaban impedidos de hacerlo. Tendría también la gloria de otorgar a la isla sus dos primeros obispos. Sillalai: aldea fidelísima resiste a la herejía Disfrazado de mendigo y acompañado por un joven esclavo, el P. Vaz consiguió penetrar en Ceilán. Al llegar a Jaffna, al norte de la isla, después de mil vicisitudes, en aquella circunstancia se valió de un medio simple pero heroico para encontrar a los católicos que ocultaban su fe: se colgó un rosario al cuello. Si la medida por un lado atrajo la ira de los gobernantes y el escarnio de los paganos, por otro llamó la atención de los católicos. Así, las puertas para su apostolado quedaron semi abiertas. Semi, porque la implacable persecución protestante continuaba y el riesgo de muerte estaba latente. Los católicos no le permitieron al sacerdote que permaneciera en la ciudad, repleta de herejes y sus espías, sino en la vecina Sillalai. Sus habitantes eran católicos tan convictos que, para evitar una rebelión, los holandeses resolvieron ignorarlos. Así, la pugnaz aldea se transformó en el cuartel general de la misión del P. Vaz. Desde allí atendía a Jaffna y sus alrededores.
Primeros mártires de la nueva misión Don Pedro2 era un joven católico rico e influyente. Pero era ambicioso, y para estar en buenas relaciones con el nuevo poder, renegó de la verdadera religión. Cuando el P. Vaz llegó a Jaffna, Don Pedro no pudo resistir a la presión de su conciencia, fue a verlo y regresó convertido. Aunque ambicioso, no era mediocre. Y practicó severas penitencias para compensar su apostasía. Eso agradó tanto a la Providencia Divina, que le reservó el inestimable don del martirio. En la víspera de la Navidad de 1689, el P. Vaz, valiéndose del privilegio de ese día, celebraría la Santa Misa en tres casas diferentes. Mientras los fieles esperaban en cada una de ellas rezando el rosario, las tres residencias fueron invadidas simultáneamente por soldados protestantes. Alguien los había traicionado. El P. Vaz escapó milagrosamente, siendo no obstante apresados más de 300 católicos. El comandante holandés mandó liberar a las mujeres, niños y a la mayoría de los hombres, después de cobrar una fuerte multa. Pero retuvo a los ocho líderes. Su cólera se concentró particularmente en Don Pedro, que había repudiado la insensata religión reformada y todos los favores de los herejes. O volvía atrás, o sería ejecutado. Don Pedro no se dignó responder. Fue duramente flagelado para que cediera. Mientras los violentos golpes se sucedían, Don Pedro fue meditando en la Pasión del Salvador, hasta perder los sentidos. Semi muerto, fue tirado en la celda, donde sus siete compañeros lo esperaban. Volviendo en sí, mal tuvo fuerzas para exhortarlos en la perseverancia, yendo en seguida a recibir en el cielo la corona de la gloria eterna. Los demás perseveraron. Condenados a trabajos forzados, en un breve espacio de tiempo todos murieron, víctimas de sufrimientos físicos y morales. Generosidad providencial de un tejedor Después de lo ocurrido en Jaffna, el P. Vaz juzgó que permanecer allí sería arriesgar continuamente su vida y la de su rebaño. Se dirigió entonces a Kandy, donde también, hacía varias décadas, los cristianos estaban sin pastor. Pero fue precedido por un calvinista francés, que convenció al monarca local de que el misionero era un espía portugués. Tan pronto llegó, el apóstol fue encarcelado. El futuro del catolicismo en Ceilán dependió en ese momento, humanamente hablando, de la tocante fidelidad, desapego y sensibilidad de alma de un tejedor que acostumbraba preparar tejidos bordados para el rey y la corte de Kandy, reino independiente en el centro de la isla. Él vino a saber de la prisión del P. Vaz algún tiempo después. Preparó entonces con esmero el más elaborado tejido que jamás había hecho, y se dirigió al palacio. Maravillado, el monarca le preguntó cuánto quería por aquella obra de arte. “Nada más de que el permiso para ver y hablar con el sacerdote que Su Majestad tiene en la prisión”, fue su sorprendente respuesta. Realmente, tener la posibilidad de confesarse después de tantos años era la mejor paga que este verdadero cristiano podía recibir. Sin embargo, la Santísima Virgen recompensó su generosidad: el rey quedó tan tocado con el amor del tejedor a su religión, que le respondió que no sólo él, sino todos los cristianos que quisieran hablar con el padre podrían hacerlo libremente. Así, en virtud de aquel acto de generosidad y desprendimiento de un simple fiel, el P. Vaz pudo transformar la cárcel durante dos años en su primera parroquia. Le fue permitido hacer un cobertizo con hojas de cocotero en el huerto de la prisión. Allí celebraba, predicaba, atendía confesiones, realizaba matrimonios y bautismos, enseñaba catecismo y preparaba a los niños para la primera comunión. Al final de ese período, convencido de la inocencia del misionero, el rey lo liberó, autorizándolo además a construir una iglesia en la capital.
Hechos extraordinarios y edificantes La vida del P. Vaz fue tan admirable, que uno de sus auxiliares, escribiendo al Superior del Oratorio de Goa en 1698, dice: “Como el género de vida del P. Vaz es en realidad más sobrehumano que natural, el pueblo del país le atribuye muchos milagros. Hasta los paganos y los musulmanes relatan hechos sobre él que son de lo más extraordinarios”. A continuación, algunos de ellos: El P. Vaz acababa de entrar en una casa en Colombo, donde iba a celebrar, cuando los holandeses llegaron. Los fieles huyeron en todas las direcciones. Cargando consigo todo el material para la Misa, el santo misionero atravesó calmamente en medio de los soldados, sin que estos lo viesen. En otra ocasión, viajaba el P. Vaz de Kandy a Puttalan con algunos compañeros, cuando llegaron a un río cuyas aguas habían crecido mucho en virtud de las lluvias. Confiando en la Providencia, el sacerdote penetró en el río, midiendo su profundidad con una vara. Cuando alcanzó el medio, con las aguas por debajo de sus rodillas, llamó a sus amigos para que lo siguieran. No apenas ellos, sino que algunos paganos también atravesaron el río imitándolos. Viendo eso, algunos viajeros musulmanes desmontaron sus tiendas e intentaron hacer lo mismo. Tan pronto entraron en el río, el agua les llegó a los hombros, volviendo a discurrir tan violentamente que tuvieron que retroceder. Un rico e influyente budista de Kandy no podía soportar la ascendencia que el P. Vaz tenía sobre el rey. Cierto día en que el sacerdote estaba ausente, reuniendo a los budistas más influyentes de la ciudad, fue ante el rey para presentar toda suerte de mentiras y calumnias contra el sacerdote, amenazando con una sublevación en caso de que la iglesia de la misión no fuera demolida y los sacerdotes desterrados. El monarca, que enfrentaba otros difíciles problemas políticos, consintió en expulsar a los sacerdotes. Pero, al mismo tempo, mandó avisar al P. Carvalho, que sustituía al P. Vaz en la misión, que nada tenía que temer y que podía llevarse consigo lo que quisiera. Los hindúes arrasaron la iglesia mientras el P. Carvalho huía llevando lo indispensable para la Misa, refugiándose en la hacienda de un portugués. El castigo divino no tardó. El líder budista fue atacado por una terrible enfermedad, sus piernas se paralizaron, una horrible úlcera se le formó en la lengua y todo su cuerpo fue cubierto de heridas. Los habitantes de Kandy, inclusive los paganos, reconocieron en ello un castigo de Dios. Poco después, a través de los buenos oficios del médico del rey, el P. Vaz recibió libertad para predicar nuevamente, no apenas en la capital sino en todo el reino. Pesadas cruces al final de la vida Amando ardientemente a Nuestro Señor Jesucristo, el P. Vaz veneraba también su Cruz, siguiendo su senda dolorosa. Cierto día, estaba él predicando, cuando su habitual fiebre se elevó asoladoramente. Llevado a Kandy, sus piernas se paralizaron. Sin embargo, como había dos agonizantes que reclamaban los últimos sacramentos, arrastrándose, dejó su lecho para ir a socorrerlos. A camino de la segunda visita, su carro de bueyes tropezó, y el P. Vaz rodó desde una considerable altura hasta el fondo de un barranco. A consecuencia del accidente, la parálisis de sus piernas se volvió total, se le formó un absceso en el oído derecho y el maxilar se endureció, impidiéndole cerrar la boca durante cuatro días. En el curso de aquellos tormentos, su único alivio era pronunciar el dulcísimo nombre de Jesús, ofreciéndole sus sufrimientos. Viendo que sus días estaban contados, renunció en manos del P. José Menezes a los cargos de Vicario General del obispo de Cochim y de Superior General de los Oratorianos en Ceilán, expirando el 16 de enero de 1711. Fue beatificado en 1995 y canonizado el 2015. ♦ Notas.- 1. Los datos que sirvieron de base para este artículo fueron extraídos de la obra del arzobispo Ladislao Michele Zaleski, The Apostle of Ceylon, St. Joseph’s Catholic Press, Jaffna, Sri Lanka, 1991. 2. Don, aquí, es una corrupción del Dom portugués. Los nativos, oyendo frecuentemente ese apelativo y no dándose cuenta de que era una fórmula de tratamiento, lo adoptaron como nombre propio.
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