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Todo bebe es un ser racional. Aún antes de nacer, en el seno materno, ahí tenemos un ser racional. Apenas que, como el botón de una rosa, su razón aún no se abrió, ni la racionalidad está actuante. Sin embargo, poco a poco, con el paso de los años, la flor de la razón se irá abriendo en busca de la luz intelectual, hasta que el niño pueda tener un conocimiento suficientemente claro de las cosas y, por lo tanto, sea responsable de sus actos. ¿A qué edad se produce eso? Puede variar de cultura a cultura y hasta de un niño a otro. Algunos establecen como padrón la edad de 7 años, no obstante, pueden haber niños o niñas que sean señores de sus actos mucho antes que eso; otros un poco más tarde. De cualquier modo, es de suma importancia que el niño reciba una educación que lo estimule a raciocinar, a analizar las cosas que lo rodean, a distinguir lo verdadero de lo falso, el bien del mal, lo bello de lo feo. Una educación así no exige grandes esfuerzos de los padres o maestros, pues el niño tiene en sí los presupuestos racionales para entender bien todas las cosas. Se trata, eso sí, de incentivar, amparar, señalar el camino y evitar los escollos, que el resto lo hace el propio niño. Así, se debe penalizar la actitud del adulto que condena a un niño a permanecer largas horas frente a la televisión, recibiendo un bombardeo de imágenes, sin desarrollar su espíritu crítico ni de análisis. Esto equivale a ponerle a la mente una camisa de fuerza, pues atrofia su capacidad intelectual. Para no mencionar otros aspectos gravemente inmorales. Lo mismo ocurre cuando, desde la más tierna edad, iniciamos al niño en el uso torrencial de la cibernética, condicionando su intelecto a los impulsos electrónicos de computadoras, smartphones, tablets, etc. Esto puede llevar a una esclavización de la mente, que solo consigue pensar en conexión con la máquina, estableciendo una relación altamente dañina. Evidentemente, no estamos abogando por la abstinencia total del uso de esos dispositivos. Puestas las condiciones del mundo actual, y mientras ellas perduren, el uso de tales medios de comunicación y de trabajo pueden ser de utilidad. Pero esto no impide que, usando tales aparatos con ansiedad y apego, puedan enviciar el intelecto y la voluntad, tanto o más que el crack o la cocaína, produciendo un efecto devastador sobre la personalidad del adicto. Por eso mismo, se debe tener un cuidado particular al iniciar a los niños en estos “misterios”, más complicados que los misterios de Osiris. * * *
Las advertencias médicas al respecto se han multiplicado. Un reportaje publicado en el “The New York Times” (10-7-15) bajo el título “Los efectos negativos de las pantallas en niños y adolescentes”, señala: “El uso excesivo de juegos de computadora entre jóvenes chinos parece estar tomando una dirección alarmante y podría ser especialmente relevante para padres cuyos hijos pasan muchas horas frente a pantallas electrónicas. Los médicos de ese país consideran que este fenómeno es un trastorno clínico y han creado centros de rehabilitación donde los jóvenes afectados son internados durante meses, completamente aislados de elementos electrónicos. “Muchos jóvenes en Estados Unidos y otros países permanecen conectados y alejados de la vida real durante muchas más horas de las que los expertos consideran saludables para su desarrollo normal. Esto comienza en una etapa temprana, a menudo con niños que aún no hablan y se entretienen con los teléfonos celulares y tabletas de sus padres”. La Academia Norteamericana de Pediatría afirma que “un niño promedio de entre 8 y 10 años pasa cerca de ocho horas diarias frente a distintos elementos electrónicos y esta cantidad asciende a más de 11 horas diarias en niños mayores y adolescentes”. Y recomienda que “antes de que cumplan dos años, los niños no se deben exponer a ningún medio electrónico, porque el cerebro de un niño se desarrolla rápidamente durante estos primeros años y los niños pequeños aprenden mejor si interactúan con personas, no con pantallas”. “El uso excesivo de medios electrónicos puede tener importantes efectos negativos sobre la conducta, la salud y el rendimiento escolar de los niños. A medida que los niños se comunican cada vez más a través de medios electrónicos, y menos personalmente, comienzan a sentirse más solos y deprimidos”, afirma Kristina E. Hatch, en su tesis para la Universidad de Rhode Island. Las consecuencias físicas incluyen “dolor en los dedos y muñecas, padecer un estrechamiento de los vasos sanguíneos en los ojos y sufrir dolor de cuello y espalda”. De la dependencia cibernética, ¡libra Señora, a nuestros niños! ♦
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