“¡Es aquí mismo!” Esta fue la exclamación de científicos al abrir recientemente el Santo Sepulcro de Jesucristo, el cual volvió a ver la luz después de más de cinco siglos. Ellos constataron que, a pesar de haber transcurrido dos milenios de grandes vicisitudes, la venerable piedra donde reposó el Cuerpo de Nuestro Señor está intacta en el mismo lugar. Luis Dufaur Por primera vez en casi dos milenios, científicos pudieron entrar en contacto con la piedra original sobre la cual fue depositado el Santísimo Cuerpo de nuestro Divino Salvador envuelto en lienzos mortuorios, entre los cuales el más famoso es el Santo Sudario de Turín.
Esta sagrada piedra se encuentra en la iglesia del Santo Sepulcro, en la parte vieja de Jerusalén, y está cubierta por una lápida de mármol que data al menos del año 1555, o quizá de siglos anteriores. “Lo que se descubrió es extraordinario”, explicó el arqueólogo Fredrik Hiebert, de la National Geographic Society. “Por lo general yo paso mi tiempo en la tumba de Tutankamón, pero esto es más importante”1, afirmó. Hasta hoy no habían ilustraciones de aquel lecho de roca calcárea, el cual, a fortiori, nunca fue fotografiado u objeto de cuadro u otra representación. No existía persona alguna que lo hubiese visto. Todo con lo que se contaba eran realizaciones artísticas más o menos imaginarias. El Santo Sepulcro fue abierto a los científicos durante 60 horas los días 26, 27 y 28 de octubre de 2016, y después volvió a ser lacrado y devuelto a su estado anterior. Los especialistas abrieron una ventana rectangular en una de las paredes del edículo o templete, a través de la cual los peregrinos pueden observar la piedra de la pared de la tumba de Nuestro Señor Jesucristo. ¿De dónde proviene esa tumba?
La tumba ya existía antes de la crucifixión de Jesucristo y pertenecía a José de Arimatea, que la mandó cavar para sí, pero que la cedió para que sea depositado en ella el Santísimo Redentor, de quien era secretamente discípulo. Senador y miembro del Sanedrín —el colegio de los más altos magistrados religiosos del pueblo judío—, Arimatea fue también un rico comerciante, dueño de una flota de navíos cuyos negocios llegaban hasta la actual Gran Bretaña. Él obtuvo de Pilato la liberación del cuerpo y cubrió los elevados gastos de su preparación, ofreciendo incluso el lino, que es hoy venerado en la ciudad italiana de Turín: el Santo Sudario. En represalia por esa generosidad, el Sanedrín mandó perseguirlo y le expropió sus bienes. Abandonado por amigos y familiares, después de pasar trece años en el cárcel, José de Arimatea fue liberado por el nuevo gobernador romano Tiberio Alejandro. Así, reconstituyó su fortuna y pasó a emplearla para la difusión de la fe. Fallecido en plena actividad evangelizadora, fue el ejemplo perfecto del hombre acaudalado que utiliza sus bienes para servir mejor al Redentor y su obra, al contrario del “joven rico” del Evangelio, que rehusó el llamado de Cristo por amor a las riquezas. En Occidente su fiesta litúrgica es celebrada el 17 de marzo y en Oriente el 31 de julio. San Marcos escribió que era un “miembro noble del Sanedrín, que también aguardaba el reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús” (15, 43). San Mateo, al describirlo, destaca que era un hombre rico, discípulo de Jesús. Peripecias históricas desconcertantes Los evangelistas nos dan una idea de la tumba donde se produjo la Resurrección y señalan el lugar. No obstante, el Santo Sepulcro, después de la Pasión de Nuestro Señor, corrió grave riesgo de desaparición. Por eso, podemos considerar su preservación como un milagro histórico.
Jerusalén fue destruida el año 70 d.C., después de una feroz guerra y sus habitantes se dispersaron. El año 131, el emperador romano Adriano mandó construir sobre sus ruinas una ciudad pagana que se llamó Aelia Capitolina, para cuya edificación se emprendieron obras de nivelación de tierras inmensas que enterraron la sepultura de Jesús. Sobre ella habría sido erigido un templo dedicado a Venus (Afrodita para los griegos), diosa de la sensualidad. Mientras tanto, los cristianos padecían las persecuciones. El año 313, el emperador Constantino acabó con las persecuciones a los cristianos. Trece años después, su madre, santa Elena, visitó Jerusalén en busca de las reliquias de la Pasión, e identificó el lugar de la crucifixión (el Gólgota) y la sepultura llamada Anastasis (“resurrección”, en griego). El emperador autorizó la construcción de un santuario que substituiría el templo de Venus, el cual quedó conocido como basílica del Santo Sepulcro. Eusebio (265–339), obispo de Cesarea y padre de la Historia de la Iglesia, registró esos hechos. En 614, la iglesia de Constantino fue gravemente damnificada por los persas sasánidas, paganos que saquearon Jerusalén y arruinaron la basílica. Ella fue reconstruida por Heraclio, emperador de Constantinopla, que reconquistó la ciudad. Pero estaba lejos de terminar la sucesión de invasiones, restauraciones, depredaciones y guerras.
En 638, Palestina entera fue ocupada por invasores musulmanes. Tres siglos después, en 966, las puertas y el tejado de la iglesia ardieron durante unos disturbios. En 1009, el califa fatimí Al-Hakin ordenó la destrucción de todas las iglesias cristianas de Jerusalén, incluyendo el Santo Sepulcro. Solo quedaron los pilares del templo de la época de Constantino. La noticia de esa destrucción fue decisiva para inspirar el movimiento de las Cruzadas. El califa Ali az-Zahir, sucesor de Al-Hakin, permitió que el emperador de Bizancio, Constantino IX Monómaco, y Nicéforo, Patriarca de Jerusalén, reconstruyeran y decoraran nuevamente la iglesia. Aquella fue la iglesia que los cruzados encontraron en 1099, al entrar en Jerusalén. Ellos la ampliaron y consagraron de nuevo el año 1149. En lo esencial, es la que existe actualmente. En 1187, el caudillo islámico Saladino volvió a invadir la ciudad, pero prohibió la destrucción de los edificios religiosos cristianos. En el siglo XIV, el lugar pasó a ser administrado por monjes católicos y cismáticos griegos, a los cuales se sumaron otras confesiones religiosas. En los siglos siguientes fueron hechas diversas restauraciones, destacándose la de 1810, por iniciativa británica, después de un gran incendio, y las ocurridas entre 1863 y 1868. En 1927, un nuevo movimiento sísmico causó importantes daños en la estructura de la iglesia. ¿Dudas sobre la autenticidad del Sepulcro? Durante la restauración de 1810 fue erigida sobre el Santo Sepulcro una estructura conocida como edículo (del latín aedicule, o “casita”), la cual estaba hace mucho tiempo requiriendo otra restauración. Pero los responsables de ella no conseguían llegar a ningún acuerdo “ecuménicamente” pues viven en perpetuo desacuerdo.
Por fin, la Autoridad de las Antigüedades de Israel impuso su reforma, bajo pena de cerrar el templo. La obra fue encargada a un equipo de científicos de la Universidad Técnica Nacional de Atenas, dirigida por la supervisora principal, profesora Antonia Moropoulou. Este equipo ya había restaurado la Acrópolis de Atenas y la catedral de Santa Sofía, en Estambul. Un trabajo metódico exigía el análisis de la base geológica sobre la cual el edículo se apoya. Pero esa base es la propia roca en que fue abierta la cámara mortuoria donde se operó la Resurrección. Y el hecho de que millones de peregrinos pasaron a lo largo de los siglos sobre el Santo Sepulcro podría haber alterado la resistencia de la roca. Era prudente, necesario y útil hacer una inspección del local. Sin embargo, si se trataba de abrir el Sepulcro, se debería aplicar en él todo aquello que la tecnología posee de mejor, a fin de recoger la mayor cantidad posible de datos científicos. “Estamos en el momento crítico para la rehabilitación del edículo”, explicó la profesora Moropoulou. “Las técnicas que estamos usando para documentar este monumento único permitirán al mundo estudiar nuestros hallazgos como si ellos mismos estuvieran en la tumba de Cristo”.2
Ocurre que, además de la tradición y de documentos muy antiguos, la única fuente que confirma que allí se ubicaba el Santo Sepulcro era el testimonio de santa Elena, que recuperó la tumba en 326, hace casi 1,800 años. Y no faltaba el runrún de los incrédulos, argumentando que todo no pasaba de una superstición religiosa, que allí abajo no había nada o apenas una tumba cualquiera. ¿Qué encontraron?
Los científicos creían que la tumba podría haber sido destruida entre tantas vicisitudes históricas. No obstante, un barrido inicial de radar mostró que la sepultura, de 1.28 metros de profundidad, estaba íntegra. Complicaba el juicio el hecho de que los barridos hechos en toda la iglesia detectaron al menos otras seis cavidades funerarias. Nada que causara sorpresa, pues en el tiempo de la Pasión el lugar había sido un cementerio, al que los Evangelios se refieren con el nombre de “Gólgota”, que significa “monte de las calaveras”. No obstante, solo una de las cavidades detectadas coincidía con el lugar señalado como el Santo Sepulcro: debajo del edículo. Los especialistas removieron en primer lugar la gran pieza de mármol donde los fieles rezan, depositan flores y exvotos. Debajo de ella había una capa de relleno sobre la cual posaba la placa. Después de la remoción del relleno, fue identificada una lápida rajada al medio, con una cruz esculpida. El último en ver esa placa de mármol vivió unos seis siglos atrás. El arqueólogo Fredrik Hiebert explicó que se trataba de una pieza del siglo XII, de la cual sólo se tenía noticia escrita. Su rajadura tendría como finalidad, en el caso de invasión musulmana, mostrar a los saqueadores que la lápida no tenía valor comercial para que así ellos dejaran de profanarla. Todo concordaba con lo que se sabía sobre el Santo Sepulcro, y los trabajos prosiguieron. Debajo de la placa con la cruz había aún más relleno, que fue cuidadosamente removido. Por fin, la piedra sagrada original se reveló intacta ante los científicos. “¡Me tiemblan un poco las rodillas!”
“Estoy absolutamente sorprendido. Me tiemblan un poco las rodillas porque no me esperaba esto”, exclamó el arqueólogo Hiebert. “Esta es la roca sagrada que ha sido venerada durante siglos, pero solo ahora se puede ver realmente”, dijo la profesora Antonia Moropoulou, que dirigió la restauración.3 Los arqueólogos identificaron más de mil tumbas semejantes cortadas en la roca alrededor de Jerusalén, explicó la arqueóloga Jodi Magness, de National Geographic. Pero todos los detalles del Santo Sepulcro “concuerdan perfectamente con lo que sabemos acerca de cómo los judíos pudientes sepultaban a sus muertos en el tiempo de Jesús”, remarcó Magness. De acuerdo con lo que Dan Bahat, ex arqueólogo de la ciudad de Jerusalén, afirmó del lugar donde Jesús fue sepultado, “no hay otro sitio del que pueda afirmarse lo mismo con igual certeza, y realmente no tenemos motivos para rechazar la autenticidad del sitio”.4 Para el escéptico periódico The New York Times 5, la única prueba de que aquella era la tumba de Jesús consistía en el hecho de haber cautivado durante siglos la imaginación de millones de personas. Pero, añade, ahora “vimos con nuestros propios ojos el lugar real donde Jesucristo fue enterrado”. El incrédulo periodista del diario americano fue uno de los pocos invitados a “ver con sus ojos” la piedra sobre la cual reposó el Cuerpo Santísimo de Jesucristo antes de la Resurrección. Quedó impresionado por su pobreza: una simple piedra calcárea, lisa y sin adornos, con una rajadura al medio. Todo ello bajo el parpadeo de las velas que iluminaban en aquel momento el minúsculo recinto. Misterios en la abertura del Sepulcro de Cristo
Algunos arqueólogos que trabajaron en la abertura del Santo Sepulcro dijeron haber percibido fenómenos no habituales. Narraron, por ejemplo, que al aproximarse de la piedra original sobre la cual reposó el cuerpo de Cristo ungido por su Santa Madre, percibieron un “aroma suave”.6 Este sería comparable a los perfumes florales que también fueron relatados en apariciones de la Santísima Virgen o de santos. También los aparatos electrónicos conectados sobre el Santo Sepulcro comenzaron a funcionar mal o se desconectaron completamente, como si fuesen afectados por fuerzas electromagnéticas no identificadas.
Marie-Armelle Beaulieu, jefe de redacción de Terre Sainte Magazine, revista de la Custodia Franciscana de Tierra Santa 7, fue una de las pocas personas que obtuvo el permiso para visitar la sagrada tumba abierta. Ella se mostró escéptica en cuanto al “olor suave”, diciendo que el mismo puede ser el resultado de una autosugestión. No obstante, durante la apertura del sepulcro en 1809, que fue parcial y estuvo a cargo del arquitecto Nikolaos Komnenos, el cronista de la época también mencionó un “dulce aroma”. Marie-Armelle fue bastante menos escéptica a respecto de las perturbaciones electromagnéticas en el instrumental científico. Los científicos imaginaban que la piedra estuviera en un nivel mucho más bajo. Los análisis que indujeron a ese error habrían sufrido distorsiones, provocadas por las perturbaciones electromagnéticas del sepulcro de Cristo. La directora de las obras, profesora Antonia Moropoulou, afirmó taxativamente que es difícil que un profesional de relieve ponga su propia reputación en riesgo en busca de notoriedad con un “truco publicitario”. Ese profesional no desfiguraría hechos ocurridos durante una actividad de tal relevancia, tan sujeta a la crítica de numerosos otros científicos. Milagro ante el cual toda rodilla se dobla Marie-Armelle se refirió a los imponderables sobrenaturales del local, diciendo: “Estaría encantada de que un peritaje científico demostrara que esta piedra fuera en efecto donde reposó Cristo, pero incluso si se demuestra lo contrario, seguiría siendo un signo de la Resurrección”. Y explicó la razón de su aparente contradicción: “La iglesia del Santo Sepulcro es un sitio desconcertante. Al principio no me gustaba mucho. Me esperaba una iglesia hermosa y me encontré con este lugar de arquitectura extraña, que no recuerda en nada a las escenas bíblicas. No hay ningún rastro del jardín de la tumba, por ejemplo”.
“Pero progresivamente fui desarrollando un apego, durante las procesiones en las que participo con los franciscanos. No es un sitio para visitar, sino más bien un lugar para orar. Gracias a un religioso, pude penetrar hasta la roca que soportó el cuerpo de Cristo, algo que no habría podido imaginar… Me sentía en un estado extraño, un poco como ingrávida, pero me acuerdo de todos los detalles. Nunca más iré al Santo Sepulcro de la misma forma”. Y prosigue: “Tenía la costumbre de hacer la genuflexión delante de la tumba de Cristo y luego reflexioné y pensé que era absurdo, que allí no había ninguna Presencia real, y que es delante de las santas especies que conviene hacer una genuflexión. Pero en el Santo Sepulcro, delante de esta tumba, hay una ‘ausencia real’. Una tumba vacía. Un milagro ante el cual se doblan todas las rodillas, en el cielo, sobre la tierra y en los infiernos”, comentó.8 Hiebert dijo que cuando los arqueólogos descubrieron la segunda laja con la cruz grabada por los cruzados, tuvieron una sorpresa: “El santuario fue destruido muchas veces por incendios, terremotos e invasiones a lo largo de los siglos. En verdad, no sabíamos si lo habían construido exactamente en el mismo lugar cada vez. Pero esto [la laja de los cruzados] parece ser una prueba visible de que el lugar que los peregrinos adoran hoy en día es realmente la misma tumba que el emperador romano Constantino encontró en el siglo IV y los cruzados reverenciaron. Es asombroso. Cuando nos dimos cuenta de lo que habíamos encontrado, mis rodillas estaban temblando”,9 añadió.
Para recoger toda la información posible, los científicos usaron radares que barrían el suelo, como también escáneres térmicos. Realizaron esa función 35 especialistas en conservación de antigüedades, que emplearon 60 horas de trabajo, documentando cada paso. Ellos llegaron con toda certeza hasta la piedra que sirvió de lecho mortuorio a Nuestro Señor. Una tumba vacía… “llena de la presencia de Cristo”
Cuando los instrumentos se descalibraron o detuvieron, el hecho fue comunicado por la profesora Moropoulou, jefe de los arqueólogos: “Lamentamos, pero nuestros aparatos fueron afectados. Ellos no funcionan. No puedo decirles más”. Los aparatos fueron reparados, pero hasta hoy la falla permanece enigmática. “A veces hay fenómenos que no se pueden explicar. Pero aquí estamos en una tumba viva, la tumba de Cristo. Creo que todo el mundo puede comprender que hay fenómenos naturales que pueden perturbar los campos electromagnéticos”, dijo ella. “Pues es necesario simplemente admitir que la fuerza en que creemos y en la cual pensamos también hace parte”,10 añadió. La profesora alejó cualquier idea de alguna exageración de fondo religioso en cualquiera de los profesionales comprometidos en el trabajo. La inusual perturbación electromagnética en el Santo Sepulcro reforzó la hipótesis científica de que en el momento de la Resurrección el Cuerpo de Cristo habría emitido una irradiación de tal intensidad, que los mayores equipos modernos no son capaces de reproducir. Después de cinco años de experiencias en laboratorio, un equipo de científicos de la Agencia Nacional para las Nuevas Tecnologías, Energía y Desarrollo Económico Sostenible (ENEA), de Italia, calculó que para obtener la impresión de la imagen del cuerpo de Cristo en el Santo Sudario de Turín sería necesario un relámpago luminoso de una potencia estimada en 34 mil millones de vatios.11 En una comparación primaria, eso equivale a la energía generada durante 20 minutos por la represa de Itaipú,12 disparada en un solo instante. Pero hoy no existe un equipo capaz de ello. Y no había energía eléctrica en Jerusalén en el tiempo de la Pasión. La perturbadora irradiación ahora constatada podría haber sido un eco de aquella formidable emanación ocurrida hace dos mil años en la Resurrección. Marie-Armelle entró en el Santo Sepulcro cuando los obreros se habían ido a dormir. La energía eléctrica estaba desconectada y ella iluminó el lugar con su smartphone. Pero primero quiso asegurarse de que todo estaba perfectamente vacío. La presencia de alguna urna, vaso o hueso habría atestiguado contra la Resurrección. Habiendo Cristo resucitado, nada quedó de su sacrosanto Cuerpo, excepto los tejidos mortuorios recogidos por los discípulos, como registran los Evangelios.
Espiritualmente, Marie-Armelle se llevó un choque tremendo: “Fue un momento muy fuerte. Entré y vi que no había nada que ver. En eso está lo extraordinario. Me piden que hable sobre nada, porque no hay nada que ver. Y, sin embargo, ¡allí estaba la presencia de Jesús!”,13 concluyó. Una reflexión Es natural que una emoción traspase nuestros corazones de simples fieles católicos al leer estos hechos, los cuales me remiten a oportunos comentarios hechos durante una conferencia de Plinio Corrêa de Oliveira sobre el tema. Aquí los presento, de modo sintético y con algunas adaptaciones, a la consideración del lector: “La idea asociada al Santo Sepulcro es la de que Nuestro Señor Jesucristo —la suma perfección, la suma bondad y la suma santidad— fue muerto y quedó recostado en esta sepultura porque fue cometida una injusticia tremenda, una maldad horrorosa. “Pero ese lugar quedó como que perfumado por el paso sacrosanto de su cuerpo. El Santo Sepulcro quedó impregnado de respetabilidades y sacralidades por un proceso misterioso de contagio de lo sagrado. Por el hecho de que su santísimo cadáver haya tocado el lugar, este quedó impregnado de una respetabilidad participante de la suya. El sepulcro estaba vacío, pero Él había estado allí dentro. Por lo tanto, se hizo venerable en un grado inimaginable. En el Santo Sepulcro de Nuestro Señor coexisten la majestad y la grandeza que resplandecen en la Santa Faz del Santo Sudario, sumadas a una ternura inimaginable, proporcionada a aquella majestad. “Es bello imaginar la noche de la Resurrección. El Santo Sepulcro se va llenando de ángeles que portan su luz. En esa luz, de repente, el cadáver de Jesucristo comienza a moverse, pero no es un brusco levantarse. Aquel cadáver lívido va retomando los colores y lo inimaginable ocurre. ¡Aquel que no podía morir resucita!... ¡Un acontecimiento fantástico!
“La idea del Santo Sepulcro pisoteado, entregado a los mahometanos, profanado, adulterado, ilumina con belleza sobrenatural la necesidad de luchar para hacer cesar esa abominación, por la punta de la espada, si fuere necesario. Nace así el ideal de Cruzada, como todos ya conocen. La nobleza estaba siendo preparada en los altos hornos de la historia, cuando la Providencia derramó sobre ella un condimento especial, que fue la gracia de la Cruzada: la guerra santa para la liberación del Santo Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo. “Vinieron entonces gracias de fe, de amor de Dios, de elevación de alma, que comunicaron una especie de carisma imponderable a las casas reales y a la nobleza europea. La generalidad de los cruzados recibió, como en un ‘flash’, una gracia de orden mística ordinaria, pero muy sensible para percibir el carácter sagrado del Santo Sepulcro. Y esa gracia, que les fue transmitida por el bienaventurado Urbano II, el Papa de la Cruzada, los llevó a exclamar ‘¡Dieu le veut; Dieu le veut!’ [¡Dios lo quiere, Dios lo quiere!]. Al impulso de esa gracia, se armaron para emprender la cruzada y alejaron por mucho tiempo el peligro musulmán. “El Santo Sepulcro convoca y asume a todos los hombres con la fuerza de atracción ¡de un cadáver que no se encontraba en él! Jesucristo fue muerto y enterrado en una tumba custodiada por guardias romanos para impedir que alguien entrara. Pero, atraídos por ese sepulcro vacío hacía siglos, ¡legiones de caballeros atraviesan el mar! Así también, entre las cenizas ya casi frías de la civilización cristiana crepita aún hoy una brasa. Esa brasa son los católicos que como un vaso de fidelidad salvan la honra de la Iglesia, cambian la fisonomía de los acontecimientos y son una garantía para el futuro. Hacer parte de una Cruzada, caminando por los arenales inmundos de nuestro siglo en busca del Reino de María Santísima, constituye una gloria no menor que la de un cruzado andando por las arenas calientes del África del Norte o del Asia para la reconquista del Santo Sepulcro. “Esta consideración forma al héroe y al batallador: al católico auténtico y sin mancha”.
Notas.-
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El Santo Sepulcro: Una tumba vacía... llena de la presencia de Cristo |
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