Plinio Corrêa de Oliveira
Quien viera el Santo Sepulcro, excavado en la roca, sabiendo que Nuestro Señor Jesucristo estuvo allí sepultado, en su humanidad, tendría una cierta impresión. En nuestros días, el sagrado lugar se encuentra debajo de una iglesia, la Basílica del Santo Sepulcro; por lo cual el ambiente está muy transformado. Sin embargo, quisiéramos saber, ¿qué impresión causaría aquel bendecido lugar cuando aún no existía la basílica? Para eso, es legítimo hacer lo que san Ignacio de Loyola recomienda en los Ejercicios Espirituales: la “composición de lugar”. Reconstituir el lugar —el sepulcro— y la escena de la Resurrección. Así, voy a imaginar la impresión que yo tendría si allí hubiese estado. Fue pensando en esto que encontré una explicación para los portales de piedra de las catedrales góticas: una enorme piedra en la cual en oblicuo se hubiese tallado los contornos de un arco gótico. Talladas también en la piedra unas columnitas, rematadas por pequeñas imágenes de santos con sus respectivos doseles. Quien ve los portales góticos, se queda con una idea mítica de la piedra sagrada que cubre el altar y el tabernáculo que guarda al Santísimo Sacramento, al Hombre Dios. Aquel conjunto forma un arco gótico lindo que atraviesa varias espesuras de la piedra. Transponiendo el arco gótico, uno se queda con la impresión de que se atraviesan varios siglos de historia; varias fases del pensar y del sentir de la Iglesia; se atraviesan mil acontecimientos. Aunque la persona no se dé cuenta de qué acontecimientos… y ahí radica lo más interesante. El Santo Sepulcro: la primera ojiva gótica de la historia En ese sentido, yo imaginaría el Santo Sepulcro abierto en la piedra, por orden de José de Arimatea, pero de un modo tosco. Alguien que ya conociera el gótico, mirando hacia la abertura en la piedra, percibiría un arco prodigioso. Quien no conociera el gótico —por ejemplo, un hombre del tiempo de Nuestro Señor— no lo percibiría. Pero un hombre del período medieval lo percibiría, y viendo la abertura del Sepulcro exclamaría: “¡Es el gótico! ¡Es la primera ojiva de la historia!”. Y esto a pesar de que aquella piedra bruta, en la cual fue cavado el Santo Sepulcro, no tenga la belleza, la levedad, ni el encanto de un portal gótico. Por un lado, en el gótico se puede percibir la ojiva alabando al Hijo de Dios, pero por otro lado, en la lápida del sepulcro, se percibe la muerte, la tragedia del deicidio. Es un contraste que alguien podría decir que es feo. Sin embargo, es la yuxtaposición de la belleza y de la muerte, de la virtud y del pecado. El cortejo para el entierro del Divino Redentor
¿Cómo se podría imaginar la cámara funeraria donde estuvo sepultado Nuestro Señor? Para expresar esto, sería necesario imaginar una roca muy grande —pero no una montaña tipo Himalaya—, aún cubierta de tierra y plantas. Entrando por la abertura cavada en la roca, habría un corredor profundo, sin luz. Todo inerte, dando la idea del meollo de la muerte. Se podría imaginar un cortejo entrando en aquel corredor llevando el Sagrado Cuerpo de Nuestro Señor. En el cortejo, la gente portando antorchas. La humareda marcando el techo y las paredes de aquella excavación, todavía un tanto oscura y tenebrosa. En el fondo, el lugar donde colocaron el Cuerpo Divino. Podemos imaginar a la Santísima Virgen, en cuyo claustro materno estuvo el Redentor, que lo contempla muerto y piensa en el crimen satánico que se cometió con la Crucifixión. En la apariencia, la victoria fulgurante de la impiedad, de la vulgaridad, del pecado. El Cuerpo de su Hijo allí está, perfumado, pero encerrado en aquella oscuridad. Del Sagrado Cuerpo emana una discretísima claridad. Una luz mantenida por un ángel brillaba como un vitral de catedral gótica, pero apenas en uno de sus lados, dejando todo el resto en la penumbra.
Con el tiempo la luminosidad aumentaría, desdoblándose en fosforescencias cada vez más bonitas, recordando los tormentos de la Pasión, pero también toda la vida del Redentor. Primeramente, junto a la Sagrada Familia, después, los tres años de su vida pública, el período de gloria, los días de persecución, las preocupaciones, el huerto de los Olivos. En fin, toda la Vida, Pasión y Muerte del Salvador desdoblándose en luces como en una narración. La Virgen María percibía todo eso mientras adoraba el Sagrado Cuerpo. Legiones de ángeles también lo adoraban. Resurrección: El sepulcro transformado en una catedral hecha de luces Siguiendo con esta “composición de lugar”, podemos concebir, tres días después del trágico entierro, que algo nuevo ha ocurrido dentro del Santo Sepulcro. En cierto instante el cuerpo adorable daría señales de vida. Aparece una luminosidad extraordinaria. Nuestro Señor se levanta con una majestad indescriptible. El Santo Sepulcro estaría transformado en una catedral hecha de luces. La montaña como que se raja; los ángeles ruedan la piedra que cerraba el sepulcro; el ambiente se vuelve festivo y triunfal. ¡Es la Resurrección! ¡Nuestro Señor sale del sepulcro con el brazo derecho levantado y los dedos en posición de quien enseña y bendice, con aire de desafío victorioso! Se aparece a santa María Magdalena. Aunque es lícito imaginar que antes se haya aparecido resucitado a su Santísima Madre. Justificación de este método de meditación Esta sería una modalidad de meditación, imaginando cómo transcurrió la Resurrección. Conforme la piedad y el modo de ser de cada uno, se la podría imaginar de diversos modos. La validez de este método imaginativo es innegable, porque como tales acontecimientos constituyeron hechos perfectos, ellos tenían todas las excelencias que estamos imaginando y aún muchas otras. Si todos los católicos de la tierra hasta el fin del mundo meditaran sobre la Resurrección, habría una prodigiosa unidad de pensamiento a respecto del magno acontecimiento de la Historia Universal, a pesar de que cada uno individualmente meditando el mismo hecho central, no obstante, imaginaría las escenas de modo diferente. Podemos así, conservando el núcleo de la realidad objetiva del sublime acontecimiento, enriquecerlo con una combinación de imaginaciones, reflexiones, deducciones de la fe, así como de revelaciones de santos y de personas virtuosas.
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