PREGUNTA He oído decir que recibimos a nuestros ángeles de la guarda en el bautismo. ¿Es esto cierto? Me pareció extraño porque, de ser verdad, significaría que los bebés no cristianos no tienen ángeles de la guarda. ¿Podría usted aclarar esto? RESPUESTA
Antes de entrar en la cuestión concreta planteada por nuestro consultante, conviene decir algunas palabras sobre la existencia y la misión de los ángeles, ya que esto ayudará a comprender mejor la asistencia que prestan a las personas que tienen a su cuidado. Es un dogma de fe que fuera del mundo visible Dios creó un reino de espíritus invisibles. El IV Concilio de Letrán (1215) afirma expresamente la existencia de los ángeles y antepone la “criatura espiritual” a la “criatura corpórea”, afirmación que repite en los mismos términos el Concilio Vaticano I (1869-1870). En la Sagrada Escritura, estos seres espirituales son llamados con diversos nombres: ángeles o mensajeros, espíritus, hijos de Dios, guardianes, santos habitantes del cielo, legiones celestiales. Los ángeles en el Antiguo Testamento Los ateos racionalistas del siglo XIX sostenían que Israel introdujo la doctrina de los ángeles después del exilio de Babilonia, bajo la influencia de la religión persa. Pero ya el primer libro de la Biblia —mucho antes, por lo tanto, de ese cautiverio— narra que los querubines son los guardianes del Paraíso terrenal (Gn 3, 24); que tres ángeles se le aparecieron a Abraham (Gn 18); que fue un ángel el que detuvo su mano para que no sacrificara a Isaac (Gn 22); que otro ángel fue prometido a Eliezer de Damasco para ayudarle a elegir una esposa para Isaac (Gn 24, 7); que Lot fue visitado por dos ángeles que instaron a su familia a abandonar la ciudad y enceguecieron a los sodomitas (Gn 29), y que una multitud de ángeles apareció subiendo y bajando por una escalera apoyada en la tierra y que tocaba con la parte superior el cielo (Gn 28, 12). Son igualmente numerosos los pasajes de los libros del Éxodo, de los Números y de los Jueces que hablan de los ángeles, quienes también se manifiestan a los profetas. En el libro de Tobías, el ángel que lo acompañaba y protegía se presenta diciendo: “Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio del Señor y tienen acceso a la gloria de su presencia” (Tb 12, 15). El libro del profeta Daniel habla del ángel Miguel (Dan 10, 13 y 22) y del ángel Gabriel (Dan 8, 16 y 9, 21). Los ángeles en el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento, además del pasaje de la Anunciación hecha por san Gabriel a la Santísima Virgen (Lc 1, 19 y 26) y la escena de la Natividad en la que una cohorte de ángeles canta alabanzas a Dios (Lc 2, 9-14), vemos a Nuestro Señor hablar frecuentemente de los ángeles (Mc 12, 25 y 13, 32; Mt 18, 10; 22, 30 y 26, 53; Lc 16, 22 y Jn 1, 51). Ellos también aparecen en la vida de san Pedro (Hch 10, 3 y 12, 7-11) y de san Pablo (Hch 27, 23), que los mencionan en sus epístolas. Por su parte, san Juan habla de los ángeles prácticamente en cada página del Apocalipsis. Los Padres de la Iglesia son unánimes sobre la existencia y el carácter creado de los ángeles, a los que se nombra a menudo en la liturgia. El primer estudio completo sobre los ángeles fue escrito por el Pseudo Dionisio (De caelisti hierarchia), que habla de su naturaleza, sus dones y su misión. Santo Tomás de Aquino prueba la existencia de los ángeles desde el punto de vista de la razón natural, afirmando que por encima del mundo material se eleva el mundo humano, una amalgama de materia y espíritu. Este orden postula, por encima del mundo humano, un reino de espíritus puros, seres sin cuerpo, a los que llama “sustancias intelectuales” (Summa contra los Gentiles, II, 48-57). Es en ellos donde el Ser divino encuentra su mayor y más perfecta semejanza, y como están más cerca de él por esencia, también lo están por lugar, ya que habitan en el cielo. Por otra parte, la finalidad de la Creación es dar gloria a Dios, pero este fin no puede alcanzarse plenamente sin ángeles que lo conozcan sin las limitaciones del hombre.
En cuanto criaturas espirituales dotadas de razón y destinadas a la visión eterna de Dios, el Creador les concedió las gracias necesarias para prepararlos y, después de una prueba, los elevó al estado sobrenatural y los confirmó en gracia. Los que no pasaron la prueba, rebelándose contra Dios al grito de “Non serviam” (no serviré) de Lucifer, se transformaron en demonios, habitan en el infierno e intentan destruir la obra de Dios tentando a los hombres. Todos tenemos un ángel de la guarda desde que nacemos Por eso los ángeles fueron colocados al lado de los hombres, para protegerlos y asistirlos. San Pablo es categórico: “¿Es que no son todos [los ángeles] espíritus servidores, enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación?” (Heb 1, 14). Ellos cumplen esta tarea transmitiendo a los hombres las instrucciones divinas —como ya se ha visto en los pasajes bíblicos citados anteriormente—, así como transmitiendo a Dios las oraciones de los hombres y protegiéndolos, según el salmista: “No se acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos” (Sal 90, 10-11). En ese sentido, es conveniente rezar frecuentemente la oración al ángel de la guarda, tan eficaz e importante, así como el exorcismo breve del Papa León XIII. Que cada alma individual tenga un ángel de la guarda nunca ha sido definido por la Iglesia, por lo tanto, no es un artículo de fe. San Basilio (Hom. em Ps. XIIII) y posiblemente san Juan Crisóstomo (Hom. III em Ep. a Col.) sostuvieron que solo los cristianos tenían este privilegio. Pero está más en conformidad con la “mente de la Iglesia” que todos los hombres sean confiados a un ángel, como lo expresó san Jerónimo: “Qué grande es la dignidad del alma, ya que cada uno tiene desde su nacimiento un ángel encargado de custodiarla” (Comm. em Matt., XVIII, lib. II).
El Catecismo de la Iglesia Católica no resuelve del todo la cuestión, y en su párrafo 336 dice lo siguiente: “Desde su comienzo (Mt 18, 10) hasta la muerte (Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su intercesión (Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). ‘Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida’ (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1). Desde esta tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios”. Es una sentencia cierta que después del bautismo cada fiel tiene su ángel de la guarda particular, pero según la enseñanza general de los teólogos, no solo cada bautizado, sino todo ser humano, incluso un infiel, tiene su ángel de la guarda particular desde su nacimiento (cf. Luis Ott, Précis de Théologie dogmatique, p. 177). De hecho, en el evangelio de san Mateo (18, 10), Nuestro Señor dice: “Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial”. Ahora bien, Él dijo esto antes de la crucifixión y estaba hablando de niños judíos no bautizados. Grandes misiones de san Miguel Arcángel Por último, cabe señalar que en el libro de Daniel (10, 13) los ángeles también son investidos del cuidado de distritos particulares. Uno de ellos es llamado “príncipe del reino de Persia”, y san Miguel de “uno de los príncipes supremos” y protector de los judíos. Podemos suponer que fue él “el ángel del Señor” que, durante o reinado de Ezequías, se apareció de noche en el campo de los asirios y golpeó “a ciento ochenta y cinco mil hombres”, seguramente por la peste, puesto que “todos eran cadáveres al amanecer” (2 Re 19, 35).
Siguiendo la tradición judía, san Miguel Arcángel fue invocado para proteger a los cristianos en varias ocasiones. En el año 590, cuando una gran peste asoló Roma, el Papa san Gregorio Magno encabezó una procesión por las calles en expiación de los pecados. En la tumba de Adriano (actual castillo de Sant’Angelo, próximo a la basílica de San Pedro), san Miguel se apareció y envainó su espada, indicando el fin de la peste. Posteriormente, el Santo Padre construyó una capilla sobre aquella tumba y, hasta el día de hoy, una gran estatua de san Miguel corona el monumento. Según la tradición católica, el arcángel san Miguel tiene cuatro misiones: 1) continuar la lucha contra Satanás y los demás ángeles caídos; 2) rescatar a las almas de los fieles del poder de Satanás, especialmente en la hora de la muerte; 3) proteger al Pueblo de Dios, tanto a los judíos de la Antigua Alianza como a los cristianos de la Nueva Alianza; y 4) finalmente, conducir a las almas de los que parten de esta vida y presentarlas a Nuestro Señor para el juicio privado y, al final de los tiempos, para el Juicio Final. Por ello, la iconografía cristiana representa a San Miguel como un caballero guerrero, vestido con una armadura de combate y blandiendo una espada o una lanza, mientras se alza triunfante sobre una serpiente, un dragón u otra representación de Satanás. Que en esta hora de inmensa ruina espiritual de la humanidad, confiemos nuestras vidas a nuestro ángel de la guarda y el futuro del mundo y de la Iglesia a san Miguel Arcángel. Pero, sobre todo, invoquemos en nuestro auxilio a María Santísima, Reina de los Ángeles y vencedora de todas las herejías.
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