El portero de la Virgen de Altötting Humilde hermano lego capuchino, se santificó por la práctica de la caridad más extrema y el espíritu de oración Plinio María Solimeo En el valle del Rottal, en la pequeña ciudad de Parzham (entonces en el reino de Baviera, actual Alemania), vivía a principios del siglo XIX un piadoso agricultor, Bartolomé Birndorfer, Bart, como era conocido. Era dueño de una hermosa propiedad rural, con ganado y tierras fértiles, y gozaba de una relativa prosperidad. No obstante, “llegaron tiempos difíciles cuando una devastadora e incontrolable revolución masónica arrasó la región. El gobierno se apoderó de los monasterios y confiscó sus bienes. La así llamada ‘Ilustración librepensadora’ sembró dudas contra la fe, se burló de la piedad y, en muchas familias, aflojó los lazos de las buenas costumbres y las santas virtudes. Las guerras del tirano Napoleón causaron estragos en Europa; en 1809, el valle del Rottal también fue devastado. Las lluvias torrenciales de 1816 y 1817 provocaron una penosa hambruna. No fue sino hasta 1818 que hubo un cambio para mejor, un año de verdadera abundancia”. En este triste cuadro, ¿cómo se comportó la familia Birndorfer? “Cada vez que llegaba un carro lleno de granos al establo, el agricultor se arrodillaba con su mujer y sus hijos, y con lágrimas de alegría rezaba tres padrenuestros, agradeciendo a Dios por sus dones”.1 Víctima de tantas catástrofes, Bartolomé vio menguar sus posesiones. Pero conservó lo principal, la fe, y mantuvo lo suficiente para llevar una vida modesta y despreocupada. Una de las alegrías que le deparó ese año de 1818 fue el nacimiento, el 22 de diciembre, de su noveno hijo, que recibió en el bautismo el nombre de Juan Evangelista, quien posteriormente sería conocido en el mundo entero como san Conrado de Parzham. El ejemplo de sus padres —que rezaban a diario el rosario y el Ángelus en familia, además de observar religiosamente todos los preceptos de la Iglesia— tuvo una gran influencia en el pequeño Hansel (diminutivo de Juan en alemán), que empezó a mostrar indicios precoces de santidad. Aunque vivía lejos de la iglesia parroquial, el niño nunca dejaba de asistir a ella, independientemente de las condiciones meteorológicas, siguiendo el ejemplo de sus padres. Hansel tenía una especial devoción a la Santísima Virgen, señal de los predestinados, y desde muy joven adquirió la costumbre de rezar el rosario en su honor, invitando a sus compañeros de juego a acompañarle en esta santa devoción. Los planes de la Divina Providencia para Hansel A los seis años, en el pueblo de Weng, a media hora de camino de la hacienda, Hansel empezó a aprender sus primeras letras. Muy concienzudo, se empeñó en sus estudios. Aprendió a leer y escribir, aritmética, historia sagrada y el Canisius, como se conocía entonces el pequeño catecismo en el que san Pedro Canisio condensaba las verdades de la fe para los niños, con el fin de inmunizarlos de la influencia protestante. Pero no fue suficiente, ya que cuando solicitó la admisión en el colegio benedictino de Deggendorf, fue rechazado por no tener todos los estudios necesarios. Esto no le desanimó, como confesó más tarde a un amigo de la infancia: “Puedes estar seguro de que el buen Dios no me abandonó. Tenía un lugarcito reservado para mí”.2 De adolescente, Hansel comenzó a ayudar a su padre en las labores del campo. Sin embargo, como desde siempre había deseado la soledad, estar a solas con Dios, se refugiaba en sus ratos libres en el establo de la hacienda o en otros lugares desiertos; y mientras trabajaba cantaba himnos religiosos. Su pureza era angelical, teniendo como modelo a san Luis Gonzaga. Los empleados de la hacienda comentaban entre sí: “Si no se convierte en un santo, nadie lo hará”. Un contemporáneo comentó: “El joven Birndorfer nunca estuvo hecho para ser agricultor. Estaba destinado para la oración, la penitencia y las obras de caridad”.3 Hansel perdió a su madre cuando tenía catorce años de edad. Siguió ayudando a su padre hasta que éste murió. Había cumplido entonces 31 años y quería hacerse religioso. Su confesor le aconsejó ingresar en el convento de los capuchinos. “Un capuchino de cuerpo y alma”
Hansel ingresó como postulante en el convento capuchino de Santa Ana en Altötting. Los frailes eran los responsables del santuario nacional de Nuestra Señora del mismo nombre, uno de los lugares de peregrinación más frecuentados de Alemania: más de cien mil peregrinos al año. Primero fue nombrado ayudante de la portería y luego portero, cargo que ocupó hasta su muerte. Recibió el nombre de Conrado en honor a san Conrado de Piacenza, un ermitaño franciscano del siglo XIV. El hermano Conrado pronto se hizo conocido por su extrema bondad, su amor a los pobres, su esmero en el trabajo y su espíritu de recogimiento. Después de dos años como postulante, fue enviado al monasterio capuchino de Laufen, donde se encontraba el noviciado para los hermanos legos de la Orden. Decía a sus hermanos de hábito: “Un capuchino es feliz solamente cuando vive de acuerdo con la regla”. “Hay que ser un buen capuchino y nada más”. Uno de sus compañeros atestigua que, ya en el noviciado, “se convirtió en un capuchino de cuerpo y alma”.4 Pero a costa de mucha oración y mucho esfuerzo. “Rezad mucho por mí, para que pueda pasar con éxito este año de prueba; para que sea capaz no sólo de llevar el hábito, sino de obtener el espíritu de un verdadero hermano capuchino”, escribió a su familia.5 Una de las mayores pruebas del hermano Conrado en el noviciado fueron las repetidas reprimendas que el superior le daba para poner a prueba su humildad. Le decía que estaba allí para sufrir y que la comida que recibía era por pura caridad. Conrado enfrentó esta situación con valentía y espíritu sobrenatural, pero no sin trabajo, como se desprende de las once resoluciones que tomó en el noviciado, de las que citamos algunas: “Me propongo, en primer lugar, permanecer continuamente en la presencia de Dios y preguntarme con frecuencia si haría esto o aquello si mi confesor o superior me estuviera observando y sobre todo si Dios y mi ángel de la guarda estuvieran presentes”. “Me propongo observar el silencio a conciencia. Resuelvo hablar brevemente y así evitar muchos inconvenientes y poder conversar mejor con Dios”. Una de estas ocasiones se produjo al atender a las numerosas peregrinas que acudían al convento por cualquier motivo: “Me propongo evitar, en la medida de lo posible, conversar con el sexo opuesto a menos que la obediencia me imponga deberes que me obliguen a hablar con las mujeres. En ese caso resuelvo ser muy reservado y mantener la custodia de los ojos”. Como el hermano Conrado aspiraba a la santidad, he aquí otra resolución “Me propongo obligarme a prestar mucha atención a los pequeños detalles y evitar en lo posible toda imperfección. Me propongo observar fielmente la santa regla y no apartarme de ella ni un milímetro, pase lo que pase”. Para ello contaba con un modelo celestial: “Me propongo cultivar una profunda devoción a la Santísima Virgen María y esforzarme por imitar sus virtudes”.6 Estos propósitos son muy importantes para quien tiene la tarea de ocuparse de una portería tan concurrida. El Papa Pío XI comentó su papel de portero en 1930, cuando lo beatificó: “En todo esto manifestó una extraordinaria diligencia y prudencia, sabiduría, atención y tacto. Ved qué importante función ejerce un portero en los grandes palacios y hoteles. El portero lo es todo, lo sabe todo. Todo el mundo se dirige al portero con la seguridad, incluso de noche, para obtener una respuesta satisfactoria a sus preguntas”.7 “Parece como si los poderes del infierno estuvieran desatados”
Luego de su profesión religiosa, el hermano Conrado fue enviado de vuelta al convento de Altötting a fin de reasumir el oficio de portero. No por estar recluido en un convento, y por otra parte cuidando de la portería, era ajeno a lo que ocurría en el mundo. En las cartas que enviaba a su familia hablaba de los “malos y peligrosos tiempos” en los que vivían. Era una época en la que los movimientos ateos y socialistas cobraban fuerza, y en la que comenzaba la revolución industrial. Por eso les decía a sus parientes: “Vivimos tiempos en los que toda alma devota debe estremecerse. Parece como si los poderes del infierno estuvieran desatados y trataran de arruinar todo lo que es bueno y religioso”.8 ¿Qué diría de nuestra época de ateización de la sociedad, y especialmente de la crisis que sacude a la Santa Iglesia? En el vestíbulo, en un recoveco bajo la escalera, había una rendija en la pared a través de la cual podía adorar el Santísimo Sacramento en la capilla de los frailes. En su tiempo libre buscaba este refugio. También pasaba muchas noches en oración, tanto en el oratorio de los frailes como en el santuario. Esto hizo que corriera la voz de que nunca descansaba, estando siempre en continua oración. San Conrado tenía el don de obrar milagros y de leer las conciencias, así como el carisma de la profecía. Murió el 21 de abril de 1894, después de vivir en el convento durante 41 años, siempre en la portería. Fue beatificado por Pío XI en 1930 y canonizado por el mismo Pontífice cuatro años más tarde, tan solo cuarenta años después de su muerte.9 A propósito de su muerte, Pío XII dijo:“Descansa ahora, incansable héroe de la caridad, de la fortaleza y de la fe. Es verdad que nunca cruzaste los Alpes, ni navegaste por el mar. Más bien, fuiste durante más de cuarenta años por obediencia un continuo vigilante. Sin embargo, por la obediencia, elevaste el más bajo de los oficios para servir como caballero de Cristo, y fue por ello equiparable a la más noble de las empresas”.10
Notas.- 1. Salve Maria Regina, St. Conrad of Parzham, biografía basada en el original alemán del Rector Georg Albrechtskirchinger in http://www.salvemariaregina.info/Martyrologies/Konrad.html. 2. Capuchin Franciscans, St. Conrad of Parzhan in https://www.capuchins.org/documents/conrad.bio.2017.0728.pdf, “excerpted and adapted by Fr. Blaine Burkey, O.F.M.Cap., from the account by Fr. Costanzo Cargnoni, O.F.M.Cap., in The Capuchin Way: Lives of Capuchins, v. 1, pt. 2, North American Capuchin Conference, 1996, p. 180-206”. 3. Id. ib. 4. Id. ib. 5. Salve Maria Regina, op. cit. 6. Capuchin Franciscans, op. cit. 7. Id. ib. 8. Id. ib. 9. Cf. Butler’s Lives of Saints, St. Conrad of Parzham, P. J. Kennedy & Sons, New York, 1956, v. II, p.143-144; y Prudencio de Salvatierra OFMCap, San Conrado de Parzham, in Las grandes figuras capuchinas, Madrid, Ed. Studium, 1957, p. 123-139. 10. Salve Maria Regina, op. cit.
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