Innumerables apariciones de la Madre de Dios tuvieron como designio la conversión de los indios. En la ciudad de San Salvador de la Bahía de Todos los Santos, la Virgen de Gracia preparó y dio inicio a la futura evangelización de Brasil. Iván Rafael de Oliveira Diego Alvarez Correa fue un joven hidalgo portugués nacido en Viana do Castelo. Alrededor del año 1510, impulsado por su intrepidez, se embarcó en un bajel y navegó hacia las nuevas tierras de ultramar. Atrapado en una furiosa tormenta, su embarcación fue arrastrada por las olas y naufragó cerca de las playas de la actual Bahía. Diego Álvarez fue uno de los pocos que sobrevivieron y llegaron a la orilla. Pero salvarse de las olas no fue el final de su tragedia. En la playa, fueron capturados por los indios. La antropofagia era una de las tantas aberraciones comunes entre los indios brasileños, aunque los sociólogos y pseudoteólogos modernos se dediquen a defender la “cultura indígena” como un modelo perfecto al que debe imitar el mundo actual. Así, los náufragos de 1510 fueron acogidos con un gran banquete, del que los recién llegados serían… el plato principal. Sin embargo, la Santísima Virgen, Madre de la Divina Gracia, tenía en sus designios importantes planes para liberar a los pobres indios de la barbarie en la que vivían. En el transcurso de los días, los náufragos fueron siendo sacrificados uno a uno. Hasta el momento en que solo quedaba con vida el joven Diego, quien sería objeto de una gracia especial. Caminando por la playa, encontró un barril de pólvora y dos arcabuces rotos que la marea había arrojado de los restos de su embarcación. Reparó de inmediato una de las armas y salió de cacería con los indígenas. Divisó un gran pájaro posado en lo alto de la copa de un árbol, cargó rápidamente su arcabuz, apuntó y realizó un disparo tan certero que derribó al animal. A los indios, que por entonces no conocían las armas de fuego, viendo al pájaro fulminado después del tremendo estruendo, les invadió el terror. A partir de aquel momento, Diego pasó de la condición de esclavo a la de amo y señor. Tales fueron las hazañas y la fama del “hombre de fuego”, y se hicieron tan conocidas, que en un corto lapso de tiempo todas las tribus de la región pasaron a respetarlo y a temerlo. De aquellos mismos indios recibió el poético nombre de Caramurú (hijo del trueno, en lengua tupí). Por su parte, los caciques no tardaron en sentirse honrados de ofrecerle a sus hijas como esposas. Entre todas ellas, Diego le tomó un especial cariño a una india tupinambá llamada Paraguaçú, hija de Taparica, jefe de la tribu que lo cobijaba. Alrededor de 1530, cuando un barco francés recaló frente a las playas de Bahía, Caramurú se embarcó con destino a Francia, llevando consigo a la india Paraguaçú. Al llegar al puerto francés de Saint-Malo, Paraguaçú fue bautizada y recibió el nombre de su madrina, la reina Catalina de Medicis. De igual modo, se celebró la boda religiosa, pues Caramurú era un hombre de fe; temía por su alma y la de su esposa. Así se constituyó la primera familia católica de Brasil. Después de una breve estancia en Europa, el matrimonio regresó a Brasil.
Un día, Diego se enteró de que un navío castellano que se dirigía al Río de la Plata había naufragado en las inmediaciones. El vivo recuerdo de lo que años atrás había experimentado y las gracias por entonces recibidas, lo movieron a socorrer de inmediato a los tripulantes, antes que llegaran los indios con otras intenciones. Con gran satisfacción, no tardó en regresar con los españoles y los acogió lo mejor que pudo. Sin embargo, Catalina Paraguaçú, visiblemente preocupada, le dio a conocer que se le había aparecido en sueños una hermosa mujer con un niño recién nacido en brazos. En la visión, la mujer le dijo que, habiendo escapado del naufragio, ahora estaba cautiva de los indios; y pedía que la llevaran a donde vivía Catalina, para recibir de ella una nueva morada. Los españoles se sorprendieron mucho, pues bien sabían que ninguna mujer había venido con ellos en el navío. Aun así, accediendo a los deseos de su esposa, Caramurú partió en pos de aquella dama. Después de intensos rastreos, volvió sin encontrar nada. Pero los sueños de Paraguaçú no cesaban, y emprendió una tercera búsqueda. Finalmente entró en una hondonada donde halló una imagen de la Santísima Virgen que un indio había recogido en la playa. En la actualidad, esta imagen se venera en el altar mayor de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, en Salvador de Bahía. Al presentar esta imagen a su esposa, Catalina la abrazó, derramando muchas lágrimas de alegría, pues reconoció en ella a la Mujer que se le había aparecido en sueños. Al poco tiempo, una pequeña choza serviría de capilla y de morada para la Señora de tantas gracias. Este fue el deseo de la Madre de Dios, que desde aquel lugar emprendería su obra evangelizadora. Muy pronto esta Señora recibiría a los nuevos gobernadores que se encargarían de administrar la Tierra de la Santa Cruz. De allí partirían también los santos misioneros, como san José de Anchieta, que convertirían a la fe verdadera a un incontable número de indios. * * *
Muy devoto de la Virgen de Gracia fue D. Juan de Lencastre, quien desempeñó el cargo de Gobernador General del Brasil (1694-1702). Desde un comienzo, puso su bastón de mando en manos de la Santísima Virgen, para así poder acertar en todas las disposiciones de su gobierno. La visitaba continuamente, le entregó joyas preciosas y amplió su iglesia. No sorprende que su mandato estuviera marcado por grandes victorias, como la del Quilombo dos Palmares en 1695. Después de muchos años en que dicha banda de cimarrones sembró el terror en el noreste brasileño, sus cabecillas fueron finalmente derrotados, gracias al decidido apoyo de Lencastre. En una ocasión, la ciudad de Salvador sufrió una terrible sequía. A instancias del gobernador, los benedictinos, guardianes de la imagen de Nuestra Señora de Gracia, la sacaron en procesión. Todo el pueblo, el clero y las autoridades de la primera capital del Brasil acompañaron la ceremonia con devoción filial. Bastó que la imagen saliera de su altar para que de inmediato el cielo se llenara de nubes oscuras. Al final del recorrido, en el momento en que la imagen entraba en otra iglesia, llovió con tal abundancia que las compuertas del cielo parecían haberse reventado.
* * * Hoy en día, una hermosa iglesia barroca sustituye a la primitiva ermita. Allí se venera a la histórica imagen de Nuestra Señora de Gracia y, asimismo, se encuentra la tumba de Catalina Paraguaçú, que nunca más se separó de su Señora, la Santa Madre de Dios.
Fuente principal.- Fray Agustín de Santa María, Santuário Mariano e História das Imagens Milagrosas de Nossa Senhora, Ed. Antonio Pedrozo Galram, Lisboa, 1722, t. IX, p. 7-15.
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