Estimados amigos: “San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén”. Esta es la oración, en su versión castellana, que el Papa León XIII mandó que se rezara al final de todas las misas y cuya costumbre perduró por más de un siglo. El culto a san Miguel existe en la Iglesia Católica desde tiempos inmemoriales. En las Sagrada Escritura el arcángel es mencionado nominalmente en cuatro pasajes, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Vencedor de Satanás, es uno de los siete ángeles que asisten delante del Señor y está entre los tres arcángeles cuyos nombres figuran en la Biblia. Según una venerable tradición multisecular, el arcángel san Miguel se apareció en sueños hasta tres veces al obispo san Auberto de Avranches, en el siglo VIII, ordenándole que construyera un santuario en su honor. Auberto, creyendo que ello era producto de su imaginación, no le prestó atención. Entonces, para convencerlo de que no era una sugestión, san Miguel le hundió un dedo en el cráneo, confirmando el carácter milagroso del mandato. Así surgió la famosa abadía francesa del Mont Saint Michel, en Normandía, coronada por la colosal imagen del arcángel fundida por Frémiet. En esta edición presentamos, entre otras materias, un artículo de Plinio Corrêa de Oliveira a respecto de la devoción al arcángel san Miguel, escrito en setiembre de 1951 para uno de los primeros números de la revista “Catolicismo”. Esperando que esta lectura sea de su mayor agrado, me despido hasta el próximo mes. Jesús y María, El Director
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