Yo rezo, rezo, rezo, pero tengo la sensación de que Dios no me atiende. No recibo las gracias que pido. Mi vida familiar siempre fue muy tranquila y feliz, pero de un tiempo a esta parte, se introdujo una gran desavenencia entre nosotros. Por otro lado, hace cerca de un año, mi situación financiera sufrió un grave colapso. Esa doble situación traumática, familiar y financiera, me aflige tanto que, no teniendo a quién recurrir, lo hice a Dios. Pero Dios permanece sordo a mi voz. Esto me lleva a una pregunta: ¿qué respuesta podemos dar a los ateos cuando se ríen de nosotros, diciendo que nuestra oración no pasa de una mera elucubración de nuestro espíritu, y por lo tanto no tiene ningún valor, ningún sentido?
Dios es fiel a sus promesas. Y como todo en Dios es infinito, debe decirse asimismo que Él es infinitamente fiel a sus promesas. Ahora bien, Dios prometió atender nuestras oraciones; luego, las atenderá infaliblemente. Sin embargo, Dios no estableció plazos para darnos lo que pedimos. Y si demora en atendernos, es porque prepara una solución mejor aún para nuestro caso concreto. Es necesario, por lo tanto, tener calma y paciencia, y jamás seremos desilusionados en nuestra fe. Ésta es la respuesta teológica clásica para preguntas como la suya. Sin embargo, es comprensible que, si esas palabras no fueren acompañadas de una gracia especial, dejarán completamente indiferente a una persona que pasa por tales probaciones. Se hace indispensable abordar el tema por otro lado, más propio a tocar las almas en esas condiciones. Agnósticos y ateos Cuando los agnósticos y ateos dicen que nuestra oración es un flatus vocis (una palabra vacía y sin sentido), el raciocinio de ellos es obviamente el resultado de la negación de la existencia de Dios (los ateos), o por lo menos de que Dios pueda ser conocido por el hombre (los agnósticos). Desde esa perspectiva, la oración —el acto de presentarse delante de Dios, para conversar con Él, pedirle gracias, etc.— es una operación totalmente destituida de contenido, inútil, risible. Sin embargo, Dios, que es omnisciente (todo lo ve y todo lo sabe), toma también conocimiento de lo que expresamos. Pero Él va más allá, pues conoce hasta nuestros pensamientos más recónditos, nuestros deseos más secretos. Así, en rigor, ni siquiera requeriríamos expresar a Dios lo que ocurre al interior de nuestra alma, pues Él lo sabe. Pero Dios quiere que lo hagamos, para entrar en comunicación voluntaria con Él, y así prestarle culto de adoración, de alabanza, de reparación, de petición y de acción de gracias. Por lo tanto, al contrario de lo que piensan los ateos y agnósticos, nuestra comunicación con Dios es posible, necesaria y valiosa. Necesaria, porque precisamos de su ayuda. Valiosa, porque siendo omnipotente, puede darnos todo lo razonable que le pidamos.
Oración “importuna” ¿Por qué sucede entonces que, a veces, no vemos el fruto de nuestras oraciones? Dejemos de lado la hipótesis de que hayamos rezado poco y mal. En ese caso, claro está, Dios espera de nosotros mayor empeño. Pero vamos a suponer justamente que hayamos rezado con la insistencia necesaria, llegando incluso a importunar a Dios con nuestra santa insistencia, como el propio Divino Maestro nos aconsejó (cf. Lc. 11, 8). Viene entonces la pregunta de mi interlocutor: ¿por qué Dios parece no atendernos en esas situaciones? Aquí entra la explicación con que iniciamos esta respuesta: Dios prometió atender todos nuestros pedidos justos, y nos atenderá infaliblemente. Nuestra oración nunca será en vano. Mas las acciones de Dios se encuadran en el plan general de su Providencia. Dios tiene planes a respecto de cada hombre en particular, como tiene planes a respecto de la humanidad en general. A veces, Dios da a entender a un alma sus designios acerca de ella; otras veces, sin embargo, mantiene el alma en la oscuridad. Él quiere de esa misma alma una fidelidad a toda prueba, inclusive en la más completa oscuridad. Entonces, es preciso que el alma persevere en la oración, aun incluso en la oración “importuna”, y confíe que su oración no será frustrada. ¡Cuántos años de oración y ríos de lágrimas costaron a Santa Mónica la conversión de su hijo Agustín! Un día vendrá en que esa persona conocerá que fue atendida más allá de toda medida, según los designios maravillosos de Dios a respecto de ella. Y el auge de ese conocimiento se dará en el Cielo. Inclusive Dios puede establecer que, sólo después de cerrar los ojos para esta Tierra y abrirlos en el Cielo, el alma entenderá qué pasó, viendo que sus oraciones fueron colmadas con gracias que sobrepasaban todo el conocimiento y todas las esperanzas terrenas. Y quedará eternamente agradecida. Víctimas expiatorias Queremos ahora referirnos a las almas muy privilegiadas, que Dios escoge como víctimas expiatorias por los pecados de la humanidad; o, más específicamente, por el bien de la Iglesia, sometida hoy al ataque soez y articulado de adversarios traicioneros, y de otro lado, infelizmente, a las infidelidades, apostasías, delitos y caídas de todo orden, que deshonran el nombre cristiano. En esa situación, ser escogido por la Divina Providencia, en la oscuridad de nuestra alma, como víctima expiatoria, es un privilegio cuya gloria sólo en el Cielo comprenderemos perfectamente. Mencionamos aquí este caso extremo, porque puede darse con cualquier alma, cuando ella menos lo espera. Si fuese el caso de mi interlocutor, sería un privilegio y una gloria para él. Pero no todos están en ese caso extremo. Lo más común es que Dios vaya dilatando el atendimiento de nuestras oraciones, a la espera del momento más oportuno para sacarnos del apuro. Y entonces veremos que fuimos atendidos muy por encima de las expectativas más optimistas, confirmándose la verdad recordada más arriba, de que Dios es absolutamente fiel a sus promesas. Y quien se reirá entonces de los ateos seremos nosotros, será Dios, según lo que está escrito: “Qui habitat in coelis irridebit eos” (Salmos 2, 4) — Aquel que habita en los Cielos se reirá de ellos.
Intercesión infalible Esta respuesta, sin embargo, no estaría completa si no recordásemos que el católico debe elevar sus plegarias a Dios por la mediación de Nuestra Señora, cuya intercesión a nuestro favor es infalible. Así lo dice San Bernardo, en la célebre oración “Acordaos”, y lo repite San Luis María Grignion de Montfort en el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen: “María es tan caritativa que no rechaza a ninguno de los que imploran su intercesión, por más pecador que sea, pues —como dicen los santos— jamás se ha oído decir que alguien haya acudido confiada y perseverantemente a Ella y haya sido rechazado” (nº 85).
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La Mamacha Carmen de Paucartambo |
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