Un atento lector del libro Fátima: ¿Mensaje de Tragedia o de Esperanza?, escribió a su autor, Antonio Borelli Machado, con un pedido de esclarecimiento sobre ciertos pormenores de las apariciones de la Santísima Virgen en 1917 a los tres pastorcitos. Juzgándolo de interés para nuestros lectores, reproducimos a continuación la materia.
1. En la primera aparición, Lucía le pregunta a Nuestra Señora acerca del destino eterno de Amelia. La Virgen le responde diciendo que Amelia estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo. ¿Quién era esa Amelia? La tal Amelia, a respecto de la cual Nuestra Señora dijo que “estará en el Purgatorio hasta el fin del mundo”, era una joven de Aljustrel (aldea donde vivían los videntes), y que quedó conocida por una “irremediable deshonra en materia de castidad”, según afirma el historiógrafo de Fátima, el Canónigo Sebastião Martins dos Reis (Síntesis crítica de Fátima, 1967, p. 64, nota 40). 2. ¿Por qué tanto rigor con un alma? ¿Por qué dejar a alguien sufriendo hasta el fin del mundo en el Purgatorio? En primer lugar, cabe ponderar que los juicios de Dios son infalibles, porque Él tiene un conocimiento perfecto de lo que cada alma hizo. Siendo infinitamente justo no castiga a nadie más allá de la medida, y siendo infinitamente misericordioso, hasta mitiga algún tanto su castigo. No siempre aquello que parece más razonable a nuestra mente limitada y falible corresponde al conocimiento infinito que Dios tiene de las almas. Puesta la cuestión en estos términos debemos proceder según la lógica ignaciana de los Ejercicios Espirituales, y no concluir que Dios es excesivamente severo, sino que el pecado es un acto tan grave que merece un castigo tan severo… Y aún más, ¡moderado por la misericordia infinita de Dios!
En el caso concreto de Amelia, bien se ve cómo Dios abomina la pérdida de la virginidad fuera del Sacramento del Matrimonio, lo que debe estremecer a un número incontable de fieles que fueron formados en la escuela permisivista que se difundió en ciertos ambientes católicos, especialmente después del Concilio Vaticano II. Además, ¿cómo podemos saber nosotros qué otros pecados graves habrá cometido esa persona? Dios, sin embargo, lo sabe. Si algo en nosotros no está en sintonía con esa evaluación de la extrema gravedad del pecado en general, y del pecado contra la castidad en particular, debemos reformar nuestros criterios a la luz de la doctrina católica y de la lógica ignaciana arriba recordada. Todo pecado mortal es un acto extremadamente serio, pues es una ofensa a Dios, un acto de rebeldía contra Dios, que nos hace enemigos de Dios y reos del infierno. Si la persona se arrepiente, Dios le devuelve su amistad, pero no deja de cobrar la pena debida a ese pecado, en la tierra o en el Purgatorio. En fin, cabe observar que tanta gente debe de haber tenido pena de esa Amelia, y rezado por ella, que la sentencia inicial dada por Dios puede haber sido conmutada, y quizás ya esté hasta en el Cielo. Pues, como es sabido, nuestras oraciones y sacrificios —sobretodo el Santo Sacrificio de la Misa— alivian las penas de las almas del Purgatorio. Tal es la consoladora doctrina católica, severa en sus austeridades, y suave en sus perdones. Queda aquí una invitación a nuestro lector, que se interesó por Amelia, a rezar por ella. 3. ¿Por qué Nuestra Señora habría sido rigurosa con Francisco, al decirle que sólo iría al Cielo si rezase muchos rosarios? Para las otras dos videntes la Virgen no puso esa condición. En cuanto a Francisco, aunque no tuviese sino nueve años, algo no andaba bien en la rectitud de su alma con relación a Dios, razón por la cual Nuestra Señora dijo que él tendría que rezar muchos rosarios, antes de entrar al Cielo. Por eso, entre los videntes de Fátima, como señalaba el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, al comentar las apariciones, Francisco es el modelo de las almas penitentes. Tal vez haya sido, de los tres videntes, el que mejor discernió el sentido profundo del Mensaje de Fátima. Corrobora esa impresión el libro del R. P. Joaquín María Alonso, Doctrina y espiritualidad del mensaje de Fátima (Arias Montano Editores, Madrid, 1990), que realza mucho la figura del ya hoy Beato Francisco. Jacinta, por lo que todo indica, no perdió la inocencia de su alma, y de ahí el que Nuestra Señora no tuviera para ella ninguna exigencia especial. En cuanto a la Hermana Lucía, era la vidente principal, y sobre ella Nuestra Señora tenía designios especiales. Lo cual no nos impide de recordar que ella fue un tanto floja en enfrentar las dificultades que las apariciones le acarreaban, a punto de ser amonestada por la propia Jacinta. ¡No es fácil la vida de una vidente auténtica! 4. En el capítulo III de su libro, que trata de algunas visiones particulares, en la página 71, Jacinta se refiere a su madrina. ¿Quién es ella? ¿Será la Madre María de la Purificación Godinho? Jacinta llamaba madrina a la R. M. María de la Purificación Godinho, que la asistió en el Hospital Doña Estefanía, en Lisboa, y recogió muchas de sus reflexiones. Esa Madre Godinho alegó años después haber tenido, ella misma, algunas revelaciones de Nuestra Señora, sobre una congregación religiosa que debería fundar. Como la autenticidad de esas revelaciones dejó dudas, algunos autores pretenden poner en duda todo cuanto la Madre Godinho afirmó de Jacinta. Ello no me parece razonable, pues según la praxis canónica, e incluso la praxis procesal civil, el valor de un testimonio se mide por la credibilidad del testigo en la época de la declaración, y no por lo que ella venga a hacer después. Y, además, lo que la Madre Godinho dice como proveniente de Jacinta es tan consonante con todo el Mensaje de Fátima, que considero totalmente arbitrario tachar esa declaración por la conducta futura de la declarante.
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