Al conmemorarse la fiesta de san Andrés Kim Taegon —primer sacerdote coreano— el día 20 del presente mes, tenemos la ocasión de presentar aquí una breve historia del catolicismo en aquel país asiático, admirable por la integridad de sus fieles y el heroísmo de sus mártires. Plinio María Solimeo
Corea, antiguamente llamada Tsio-Sien (“Serenidad de la mañana”), y más tarde conocida como “El reino ermitaño”, debido a su negativa de recibir extranjeros, es quizá la única nación en los anales misioneros que se ha evangelizado a sí misma. Esta evangelización tuvo la peculiaridad de comenzar por las clases altas de la sociedad —la nobleza y los sabios— y extenderse al resto. Antes de que ningún sacerdote hubiera penetrado en su suelo, el catolicismo se había desarrollado tan espléndidamente que ya contaba con varios mártires. A finales del siglo XVI, el emperador del Japón, deseoso de conquistar China, envió un ejército a invadir Corea para tener allí una cabeza de puente. Después de derrotar a los coreanos y a los chinos que acudieron en su ayuda, el condestable del Japón, Agustín Arimandono, católico y rey de Fingo, envió un gran número de prisioneros al Japón como esclavos. Muchos de ellos se convirtieron a la verdadera fe, uniendo su sangre a la de los mártires japoneses. De los cincuenta y seis mártires que dieron su vida por la fe en Nagasaki el 2 de setiembre de 1622, cinco eran coreanos. La sangre de estos mártires en suelo japonés atrajo la gracia de la fe a su país natal, de una forma sin precedentes en la historia. En busca de la verdadera religión Ni Tek-Tso, conocido como Piek-i, pertenecía a una familia noble que se había distinguido en la literatura y en los altos cargos públicos, y fue orientado hacia la carrera de las armas. De elevada estatura y fuerza prodigiosa, dotado de inusuales cualidades intelectuales, no se consideraba feliz. Desde su más tierna juventud, se sintió devorado por el deseo de conocer la verdad. Otros sabios, entre ellos un famoso médico, Kouen Tsiel-sin-i, un día del año de gracia de 1777, con la misma preocupación, se retiraron a un lugar aislado en las montañas para dedicar unos días al estudio y la reflexión sobre el tema. Piek-i se unió a ellos.
Después de analizar todo lo que tenían a mano sobre la moral y la religión del país y de la China, sin llegar a ningún resultado satisfactorio, tomaron algunos libros que uno de los misioneros de la Corte del Celeste Imperio había enviado por conducto de una de las embajadas anuales de Corea a China. Estos tratados elementales sobre la religión católica entusiasmaron a aquellos hombres rectos que buscaban la verdad. La impresión fue tan profunda que, de común acuerdo, decidieron empezar a practicarla, aunque todavía en secreto. Primeros contactos con Pekín Piek-i no quedó satisfecho tan solo con estas nociones. Quería mucho más. Le pidió a un amigo suyo que se había convertido, Seng-houn-i, que iba a participar en la embajada anual a China, que buscara allí a los misioneros europeos, dándole instrucciones detalladas sobre lo que debía pedir y preguntar. En Pekín, Seng-houn-i fue directamente a la catedral, donde el obispo Alexandre de Gouveia le recibió con los brazos abiertos y le administró el bautismo, dándole el nombre de Pedro. Al regresar a su país, el recién bautizado llegó provisto de un gran número de libros, cruces, imágenes y otros regalos, que entregó a Piek-i. Así nació la famosa cristiandad de Nai-po, que más tarde fue fuente de cristianos fervorosos y mártires ilustres.
Martirios y heroísmo de algunos cristianos A pesar de algunas persecuciones aisladas, la Iglesia en Corea iba expandiéndose. En 1791, sin embargo, dos miembros de la nobleza fueron martirizados: Pablo Yun Ji-chung y su primo Santiago Kwon Sang-yeon, por negarse a realizar un culto pagano con motivo de la muerte de la madre del primero. Este incidente desencadenó una persecución general contra los cristianos, varios de los cuales sufrieron el martirio. Aunque la persecución duró casi dos años, la predicación del Evangelio continuó y surgieron nuevos apóstoles fervorosos para llenar el vacío dejado por los mártires. Y el número de cristianos llegó a cuatro mil, algo impresionante si se tiene en cuenta que hasta entonces no habían tenido contacto directo con ningún sacerdote. ¡Por fin, un sacerdote! ¡Y su martirio! Estos cristianos perseguidos, martirizados y dispersos anhelaban una sola cosa: un sacerdote que pudiera administrarles los sacramentos y guiarles por el camino del cielo. Por fin, en 1793, diez años después del surgimiento del cristianismo en estas tierras ya regadas por la sangre de los mártires, hace su entrada un sacerdote chino recién ordenado que, a pesar de su corta edad, tenía la prudencia y la virtud necesarias para tan arriesgada misión. El padre Santiago Chu ejerció su ministerio en la clandestinidad durante varios años, en medio de nuevas y terribles persecuciones, hasta que recibió la corona del martirio en 1801. Gran parte de la cristiandad coreana pereció junto a él. No obstante, sus raíces permanecieron lo suficientemente fuertes como para seguir germinando en las catacumbas, aunque nuevamente quedara autocéfala.
En 1831, el Papa Gregorio XVI erigió el Vicariato Apostólico de Corea Transcurrieron casi treinta años, siendo los católicos perseguidos, martirizados y cada vez más numerosos. En 1825, en nombre de los católicos, Augustine Yu escribió una conmovedora carta al Papa, narrándole sus vicisitudes y suplicándole la presencia de sacerdotes. El Pontífice, que recibió la carta a través de Pekín en 1827, encomendó esta misión a la naciente Sociedad de Misiones Extranjeras de París (MEP), que ya trabajaba en China. En setiembre de 1831, el Papa Gregorio XVI erigió el Vicariato Apostólico de Corea, nombrando como su primer obispo al padre Bartolomé Bruguière, misionero de aquella Sociedad en China. Este falleció en 1835 sin haber conseguido ingresar al país. Pese a todo, había preparado el camino. Y algunos intrépidos cristianos consiguieron finalmente, en 1836, introducir a un nuevo misionero en Corea, el padre Pierre Maubant. A principios del año siguiente, con la experiencia adquirida, hicieron lo mismo con el padre Jacques Chastan, y poco después tuvieron la alegría de llevar al otro lado de la frontera al padre Laurent Imbert, sucesor del obispo Bruguiére. Mons. Imbert, siempre en la clandestinidad, reorganizó la naciente cristiandad, dividiéndola entre él y los dos misioneros. Comenzó a efectuar su visita pastoral para administrar el sacramento de la confirmación y envió a tres adolescentes a China con el fin de que se preparasen para el sacerdocio. San Andrés Kim Taegon, primer sacerdote coreano
La cristiandad coreana clamaba por un misionero que curara sus heridas y la fortaleciera en el camino de su calvario. Para hacer realidad este deseo, desempeñó un importante papel un seminarista coreano en China: Andrés Kim, hijo y nieto de mártires. Ya entonces siendo diácono, consiguió penetrar en el país para organizar la entrada de otros dos misioneros, el padre Antoine Daveluy y Jean Férreol, este último nombrado nuevo vicario apostólico. Este prelado fue quien le confirió las órdenes sagradas a Andrés Kim, primer coreano en recibir esta gracia. Convirtiéndose en marinero por necesidad, el padre Kim fue enviado por su obispo en un junco a China para organizar la entrada de otros dos sacerdotes. Al regresar de su misión, su barco fue apresado. Traicionado por dos de sus marineros cristianos, su identidad y sus actividades fueron reveladas. Andrés Kim Taegon fue ejecutado el 16 de setiembre de 1846, a la edad de 25 años, junto con otros ocho cristianos que conquistaron con su martirio la honra de los altares. La terrible persecución de 1866
Diversas y complejas circunstancias concurrieron en 1866 para provocar la mayor y más sangrienta persecución de la historia del catolicismo en Corea. Los misioneros, dispersos y traicionados, fueron siendo cazados como animales, uno a uno. También en las provincias la sangre de los cristianos corrió abundantemente y las cárceles públicas se llenaron de fieles. El 13 de diciembre, el número de santos mártires coreanos alcanzó la cifra de 103. La cristiandad en Corea parecía haber sido aniquilada, como lo fuera prácticamente la del Japón. El 12 de junio de 1881, un edicto real anunció el fin de la persecución y la tolerancia religiosa. Dos años después, los misioneros constataron que, de los 20.000 cristianos bautizados hasta 1866, quedaban apenas 12.305. De ellos procede la mayoría de los católicos coreanos en la actualidad. Desgraciadamente, con la tolerancia, las sociedades misioneras protestantes norteamericanas invadieron el país con todo su poder material, sembrando en los surcos dejados por los misioneros. Como resultado, ahora representan entre el 10% y el 15% de la población, mientras que los católicos son apenas entre el 4% y el 5%. Si no fuera por el progresismo que hoy aflige a la Santa Iglesia, y que se ha mostrado más enemigo de la fe que los antiguos perseguidores, la verdadera religión tendría las condiciones para conquistar el país con más fuerza que nunca. * * * El 6 de mayo de 1984, el papa Juan Pablo II canonizó a Andrés Kim Taegon junto a otros 103 mártires de Corea, durante la visita que realizó al país asiático. Su fiesta se celebra el 20 de setiembre.
Bibliografía.- • Charles Dallet (Misionero Apostólico de la Société des Missions-Étrangères), Histoire de l’Église de Corée, Librairie Victor Palmé, París, 1874, en dos tomo
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