proclama arzobispo emérito Leyes y costumbres inmorales, como el aborto y los escándalos del clero, atrajeron la punición divina representada por los huracanes Katrina y Rita, denunció Mons. Philip Hannan, siendo aplaudido por los fieles Luis Dufaur
“He predicado en las parroquias locales, y vengo diciendo que somos responsables ante Dios no sólo por nuestras acciones personales. Somos también ciudadanos de una nación, y en el Antiguo y Nuevo Testamentos está dicho que somos co-responsables por su moralidad. Como ciudadanos, somos responsables por la actitud de la nación en cuestiones sexuales, por el irrespeto a los derechos de la familia, por el uso de drogas, por la muerte de 45 millones de niños abortados, por el comportamiento escandaloso de algunos sacerdotes. Por lo tanto debemos comprender que ciertamente Dios tiene el derecho de castigar. Si me preguntasen si Dios tenía conocimiento de esto, que fue la mayor tempestad en nuestro país, diré que ciertamente Él la permitió. Negarlo, sería una necedad tan grande como afirmar que Henry Ford no conocía como funciona el automóvil”. Estas graves y trascendentes lecciones religiosas fueron dadas por Mons. Philip M. Hannan, de 92 años, arzobispo emérito de Nueva Orleans (EE.UU.), en declaraciones a la televisión local. Él estuvo al frente de la diócesis durante 23 años. Actualmente es director de la red católica WLAE TV y de Focus Worldwide TV. Mons. Hannan es tan respetado en la ciudad, que ha sido llamado “el Papa de Nueva Orleans”. Los fieles quieren conocer la verdad entera Mons. Hannan se quedó en la ciudad durante y después del huracán Katrina, y se dedicó a socorrer a las víctimas y visitar las iglesias devastadas. Según él, el pueblo “está comenzando a reaccionar, afinando con la moral”. Cuando predicó la noción de castigo, un domingo en Mandeville, ante mil fieles, “el pueblo aplaudió intensamente. Ellos querían que les fuese dicha la verdad. Hemos llegado a un grado de inmoralidad nunca visto, y el castigo fue el Katrina. Debemos contar a nuestra posteridad lo terrible que fue, para que ella entienda que se trató de un castigo, el cual debe mejorar nuestra moralidad.
“Yo pienso que nos corresponde predicar muy fuertemente, sinceramente y directamente que esto fue un castigo de Dios. Él nos dio derechos y por consiguiente nos da deberes también. Debemos prestar atención a este castigo. [...] Para quien lee seriamente las Escrituras, no hay cómo escaparse de ello. Todos los que yo conozco, sacerdotes y obispos, creen del mismo modo”. En la arboleda de un jardín detrás de la catedral de Nueva Orleáns existe una conocida imagen del Sagrado Corazón de Jesús con los brazos abiertos. Los árboles fueron arrancados de raíz, pero la imagen quedó milagrosamente en pie. Sólo perdió dos dedos, pronto recuperados y entregados al arzobispo emérito. “Los protestantes quedaron muy impresionados por el hecho de que los árboles al caer no la hubiesen derrumbado”, explicó el prelado. En esta sorprendente protección se puede palpar una vez más que la mano de Dios guió al devastador huracán. Silenciar el castigo divino es una gravísima omisión En Fátima, en 1917, Nuestra Señora vino a pedir penitencia, y hasta lloró milagrosamente por el mundo en Nueva Orleans, en 1972, por medio de su imagen. Prédicas valientes y seriamente fundadas en las Escrituras, como la de Mons. Hannan, atienden el llamado pungente de Nuestra Señora. También van al encuentro de las necesidades de las almas sinceras, predisponiéndolas a cambiar de vida y enrumbar hacia el Cielo. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de aquellos que —seglares, sacerdotes y hasta altos prelados—, en esas circunstancias, porfían en predicar que el buen Dios jamás castiga. ¿Hacia dónde llevan ellos a las almas? Sería natural que la prensa, sobre todo la prensa católica, diese un proporcionado espacio a declaraciones como éstas, indispensables por lo demás para interpretar lo que sucedió. Pero, al contrario, se crea un silencio como que universal. De la participación de Dios en este flagelo, nada fue dicho. La inmoralidad generalizada ysistemática sigue expandiéndose sobre la Tierra, y la “humareda de Satanás” —para emplear los términos de Paulo VI— no cesa de penetrar en la Santa Iglesia.
Terquedad oficial en las causas que atrajeron el castigo La homilía del arzobispo emérito de Nueva Orleans por cierto ha de quedar inscrita en los anales de la Historia de la Iglesia, por su oportunidad y veracidad. En un sentido completamente opuesto, nos llegó una noticia estremecedora. Las autoridades de Nueva Orleans anunciaron que uno de los eventos orgiásticos que se hacían públicamente en la ciudad, el Mardi Gras, será realizado el próximo año. El gobierno local, empresas turísticas y patrocinadores confirmaron su financiamiento. El hecho nos recuerda las palabras que San Alfonso María de Ligorio recomendó que fuesen predicadas en tiempos de grandes calamidades: “Algunos ven los castigos y fingen no verlos. Otros aún, dice San Ambrosio, no quieren tener miedo del castigo si no ven que ya llegó. Hermano mío, quién sabe si ésta es la última llamada que Dios te hace”. Cuando el pecador reconoce su culpa y glorifica la Justicia divina, atrae sobre sí los dulces e inefables torrentes de misericordia de Nuestra Señora. Sin embargo, cuando se vuelve indiferente al castigo, sólo atrae mayores y más terribles puniciones.
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