PREGUNTA Oí decir a un sacerdote en una charla que apenas tres cosas actúan en nuestro mundo: Dios, el ser humano y la naturaleza. El demonio no tiene influencia. Todas las cosas malas que ocurren en el mundo son resultado de la voluntad de los seres humanos. RESPUESTA Según la consulta, un sacerdote habría negado la influencia del demonio sobre “todas las cosas malas que ocurren en el mundo”, las cuales serían tan sólo el resultado de errores humanos. Pero bastaría recordar la tentación de Adán y Eva en el Paraíso, y las tres tentaciones del demonio contra la propia persona de Nuestro Señor Jesucristo, narradas en el Evangelio —además de muchos otros pasajes de la Sagrada Escritura— para desmentir esa afirmación atribuida a un sacerdote. La tomamos, pues, como el lector la transmite, sin cuestionarnos si ella representa exactamente lo dicho. Pues, cualquiera que sea la tesis exacta del sacerdote, tal como nos fue descrita expresa un pensamiento muy difundido en el mundo contemporáneo, y así nos da la ocasión de mostrar a los lectores que tal posición colisiona frontalmente con la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo y, por lo tanto, con la doctrina y la práctica de la Santa Iglesia.
Sin duda, hubo en el pasado y continúan existiendo en el presente personas excesivamente crédulas que atribuyen al demonio cualquier comportamiento extraño que notan en alguien, comportamiento ése que a veces resulta de enfermedades psíquicas o físicas del paciente en cuestión. Por eso la Iglesia recomienda que, antes de proceder al exorcismo, el sacerdote autorizado a practicarlo se certifique que se trata de la presencia del Maligno y no de una enfermedad, la cual se resolvería con un tratamiento médico adecuado, y no con un exorcismo. (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1172). Pero de ahí a generalizar, afirmando que el demonio nunca interviene en los acontecimientos de este mundo, es un gravísimo error que justamente explica por qué el ángel del mal se infiltra en tantas partes sin encontrar obstáculos a su maléfica influencia. Exclusión arbitraria que afrenta la buena doctrina Según la enseñanza de la Iglesia, “el diablo y demás demonios, por Dios ciertamente fueron creados buenos por naturaleza; mas ellos, por sí mismos, se hicieron malos” (Concilio IV de Letrán en 1215: Denzinger nº 800). San Pedro dice que esos ángeles pecaron, y por eso fueron “precipitados en el tártaro” (infierno) y allí entregados “a las cadenas de las tinieblas para ser atormentados” (2 Pe. 2, 4). Aunque San Pedro no explicite cuál haya sido tal pecado, éste implica necesariamente un rechazo radical e irrevocable a Dios. Es ese carácter irrevocable de su opción lo que hace que el pecado de los ángeles no tenga condiciones de ser perdonado. Como dice San Juan Damaceno, “no hay arrepentimiento para ellos después de la caída, tal como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte” (La Fe ortodoxa, II, 4). Es durante la vida que el hombre, usando de su libre voluntad, decide su suerte eterna. La Sagrada Escritura atestigua la nefasta influencia que esos ángeles ejercen en el mundo, al punto de intentar desviar a Jesús de la misión recibida del Padre Eterno (cf. Mt. 4, 1-11). Si hicieron eso con el propio Hijo de Dios, no es de sorprender que lo hayan hecho con Adán y Eva, en el Paraíso terrenal, induciéndolos a desobedecer a Dios (cf. Gen. 3). Y es ésa la obra maléfica a que se dedican desde entonces: desviar a los hombres del camino de la salvación y llevarlos consigo hacia los tormentos del infierno. El Apóstol San Pedro nos previene: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar” (1 Pe. 5, 8). El Catecismo de la Iglesia Católica, no obstante, pondera (nº 395): “Sin embargo, el poder de Satanás no es infinito. No es más que una simple criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satanás actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños —de naturaleza espiritual, e indirectamente incluso de naturaleza física— en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la Divina Providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio. Pero «nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rom. 8, 28)”. El don de la libertad hace sobresalir en el ángel y en el hombre la imagen y semejanza de su Creador. Por lo tanto, el demonio ejerce una acción constante y perversa en este mundo, tanto de naturaleza espiritual como de naturaleza física, tanto sobre cada hombre en particular como sobre el conjunto de la sociedad. Y están en el error todos aquellos que cierran los ojos a esta actuación, y más aún los que la niegan. La exclusión de la actuación del demonio sobre el mundo es por tanto arbitraria y colisiona del modo más frontal con la enseñanza continua de la Iglesia. Sólo en los Evangelios, Nuestro Señor Jesucristo habla quince veces del infierno.
Actuación del demonio para diseminar la confusión El cardenal Jorge Medina Estévez, en ese entonces prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, al presentar en Roma el Nuevo Rito de los Exorcismos del Ritual Romano, describe cómo se ejerce el influjo nefasto del demonio y de sus secuaces para perder a los hombres: “Así como Jesús es la Verdad (cf. Jn. 8, 44), el diablo es el mentiroso por excelencia. Desde siempre, desde el inicio, la mentira ha sido su estrategia preferida. No hay lugar a dudas de que el diablo tiene la capacidad de atrapar a muchas personas en las redes de las mentiras, pequeñas o grandes. Engaña a los hombres haciéndoles creer que la felicidad se encuentra en el dinero, en el poder, en la concupiscencia carnal. Engaña a los hombres haciéndoles creer que no tienen necesidad de Dios y que son autosuficientes, sin necesitar ni la gracia ni la salvación. Logra engañar a los hombres amortiguando en ellos, e incluso haciendo desaparecer, el sentido del pecado, sustituyendo la ley de Dios como criterio de moralidad por las costumbres o consensos de la mayoría. [...] Detrás de las mentiras, que llevan el sello del gran mentiroso, se desarrollan las incertidumbres, las dudas, un mundo donde ya no existe ninguna seguridad ni verdad, y en el cual reina, en cambio, el relativismo y la convicción de que la libertad consiste en hacer lo que da la gana. De esta manera no se logra entender que la verdadera libertad consiste en la identificación con la voluntad de Dios, fuente del bien y de la única felicidad posible” (Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 26-1-1999). Y por lo tanto, en no ser esclavo de las pasiones, o del mundo, o del demonio. La consecuencia es que la presencia del demonio y de su acción hace de la vida del hombre una lucha continua contra la potencia de las tinieblas, lucha tremenda que durará hasta el último día, y que sólo se vencerá con la ayuda de la gracia de Dios, obtenida por intercesión de María Santísima, Medianera de todas las gracias. Aunque esté bien conciente de la acción del maligno, que procura desanimarnos y diseminar la confusión, la Iglesia está segura de la victoria final de Cristo, porque se apoya en su palabra: “Tened confianza, yo he vencido al mundo” (Jn. 16, 33).
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