PREGUNTA Una sobrina mía, asidua frecuentadora de shows musicales, sustentaba hoy, durante el almuerzo en familia, que la Iglesia está perdiendo a los jóvenes porque no tiene la flexibilidad de adaptarse a los nuevos modos de pensar y de actuar de la juventud de nuestros días. Y por eso elogió a los sacerdotes y obispos que aprueban el rock e introducen ritmos modernos y hasta bailes en la celebración de la Eucaristía. ¿Hasta dónde la Iglesia puede ir, en las concesiones a los gustos de los jóvenes actuales, para conquistarlos y atraerlos a la práctica de la religión? RESPUESTA La afirmación de que “la Iglesia está perdiendo a los jóvenes”, aunque se oiga con relativa frecuencia en ciertos medios y es común en la prensa, es contestable bajo diversos ángulos. Cuando en una familia un hijo se descarría, ¿se debe decir que la madre perdió al hijo? ¿O, con más propiedad, se debe decir que el hijo perdió a la madre? Un ejemplo aclarará el sentido de la pregunta. ¿Quién perdió a quién? Un ejemplo responde Imaginemos a una reina, soberana de un país rico y poderoso, cuyo heredero va poco a poco tomando caminos inconvenientes, llegando al punto de volverse absolutamente indigno de ascender al trono. En consecuencia, la reina lo obliga a abdicar de sus derechos a la sucesión, según las reglas del reino (la historia registra varios casos concretos de situaciones análogas, y así el ejemplo no es meramente hipotético). Cabe preguntarse: ¿Fue la reina que perdió al hijo indigno, o fue el hijo que perdió con justicia el derecho de suceder a su madre? Pues bien, la Iglesia promete a sus hijos fieles una herencia eterna en el Reino de los Cielos. Si alguien se vuelve indigno de él, ¿quién es el que sale perdiendo: la Iglesia, que perdió a un hijo, o el hijo que perdió la herencia eterna que le estaba destinada? La pregunta que colocamos al inicio, por lo tanto, está llena de sentido, no es un mero juego de palabras. “Compromiso con la modernidad”
Es un hecho que muchos jóvenes de nuestros días, de ambos sexos, ceden a las malas inclinaciones que dejó en cada uno el pecado original. Atraídos por las solicitaciones cada vez más osadas y hasta incluso inconcebibles de los centros de entretenimiento (cine, teatro, shows, discotecas, etc.) como de los medios de comunicación de masas (prensa, radio, televisión, a los cuales es necesario añadir hoy la devastadora Internet), se entregan a una vida sensual escandalosa, por lo que, en número considerable, no dan la debida atención a los mandamientos y a las normas morales de la Iglesia. Algunos, sin embargo, conservan un cierto sentido religioso de la vida, y quisieran que fuese posible establecer un utópico compromiso entre la práctica de algunas devociones, aprendidas en la infancia, con la vida desordenadamente sensual que llevan. En esos casos, puede surgir el deseo de que la Iglesia relaje ciertas normas morales “muy rígidas” [¡sic!] y acepte el pretendido “compromiso con la modernidad”. Ese clamor fue capitaneado “sacrílegamente” hasta por ciertos sectores eclesiásticos y laicos llamados “progresistas”, que se volvieron portavoces de aquel compromiso inmoral dentro de la Iglesia. Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios La Iglesia sin embargo no puede abdicar de la prédica y de la exigencia del cumplimiento de los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, por lo que cualquier “compromiso con la modernidad”, que implique la inobservancia o simple atenuación de esos Mandamientos, es absolutamente inmoral. En efecto, la Iglesia recibió de Nuestro Señor Jesucristo un conjunto de principios religiosos y morales a los cuales debe ser fiel, bajo pena de dejar de ser Ella misma. Precisamente para que eso no suceda, es asistida continuamente por el Divino Espíritu Santo, que la ilumina para discernir “las señales de los tiempos” —como hoy se acostumbra decir— aprovechando lo que es bueno (es decir, conforme a Dios) en cada época de la historia, y rechazando categóricamente lo que es malo. ¿Existen entonces elementos buenos en el mundo moderno, que la Iglesia podría incorporar a sus prácticas? ¡Sin duda! No todo lo que el mundo moderno produjo, y continúa produciendo, es contrario a la Ley natural y a la Ley de Dios. Sería groseramente simplificador decir: “Es moderno; entonces, es malo”. Más matizado sería decir: “Es moderno; entonces, ten cuidado, porque puede estar impregnado de materialismo y de secularismo [ateísmo]”. Con las debidas —y, casi diríamos, infinitas— cautelas es posible, pues, asumir ciertos progresos culturales, científicos y tecnológicos actuales e incorporarlos a una civilización y a una cultura verdaderamente católicas. Por ejemplo, la cosmología moderna tuvo tales avances que, por así decir, va tocando con las manos el acto creador de Dios (palabras de un científico). Nos referimos especialmente a la tesis del Intelligent Design [Diseño Inteligente], que solamente la incredulidad endurecida de una parte significativa de científicos agnósticos continúa rechazando. El Intelligent Design es la teoría según la cual la complejidad y armonía fenomenal del Universo postula una inteligencia creadora infinitamente perfecta. Pero el punto en que la teoría del “compromiso con la modernidad” coge más en la carne viva de la realidad, a un número muy grande de nuestros contemporáneos, es el campo moral. Por eso tratamos de él al comienzo. El meollo de la pregunta queda así respondido. Sin embargo, ella abarca algunos temas específicos muy sensibles, que no quisiéramos dejar sin respuesta. Uno de ellos es la cuestión del rock frente a la moral católica. Rock, música sensual y diabólica Para los efectos de este comentario, no entraremos aquí en las distinciones que los especialistas hacen entre los diversos estilos y modalidades de rock. A nuestro modo de ver, incluso el llamado rock leve (soft) —en oposición a las diversas modalidades de rock pesado (heavy metal)— presenta tales inconvenientes, que debe ser rechazado por un cristiano verdaderamente imbuido del espíritu de Nuestro Señor Jesucristo.
Cualquier católico que haya conservado un mínimo de su inocencia bautismal no puede dejar de sentirse profundamente agredido en su integridad moral por el ritmo manifiestamente erótico del rock, en cualquiera de sus grados o modalidades. Es desagradable decirlo, pero no podemos dejar de hacer notar que el simple ritmo de esas músicas —sin considerar las palabras, frecuentemente libidinosas y, todavía más grave, no raras veces de cuño explícitamente satanista— busca insinuar e incluso imitar la práctica del acto sexual. Lo que queda más claro aún debido a los pasos de baile correspondientes al ritmo. No vemos, por lo tanto, cómo la Iglesia podría hacer concesiones en ese terreno para “atraer” a los jóvenes. Sería, eso sí, traicionar los principios más fundamentales de la moral católica y conducir a los jóvenes a la perdición. Es necesario observar también que existe, de modo creciente, un cierto número de jóvenes que desean las misas tradicionales, con canto gregoriano y recogimiento. ¡Pero de ellos la propaganda no habla! Bailes modernos en las ceremonias litúrgicas ¿Qué decir, por fin, de la introducción de bailes y ritmos modernos paralelamente a la realización de las ceremonias litúrgicas? Algunos sacerdotes que se valen de estos “atractivos” toman el cuidado de admitirlos apenas antes o después del acto litúrgico. Es la prueba más clara de que reconocen cómo esos ritmos y bailes son incompatibles con la sacralidad del santo Sacrificio de la Misa, renovación ipsis litteris, aunque incruenta, de lo que pasó en el Calvario. Este reconocimiento implícito nos dispensa de mayores comentarios. A buen entendedor, pocas palabras bastan...
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