Además de San Luis María Grignion de Montfort, otro gran doctor de la devoción mariana fue San Alfonso María de Ligorio (1696-1787). A continuación trascribimos algunos trechos de su monumental obra «Las Glorias de María».*
Con justa razón venera la Santa Iglesia a la Virgen María, exhortando a los fieles a invocarla bajo el título glorioso de Reina, por haber sido ensalzada a la dignidad de Madre del Rey de los reyes. Si el Hijo es Rey, justo título tiene también la Madre para llamarse Reina. Desde el instante en que dio su consentimiento para ser Madre del Verbo eterno, dice San Bernardino de Sena, mereció ser proclamada por Reina de todo lo criado [...]. Es Reina, pues María. Pero nunca olvidemos, para nuestro consuelo, que es Reina dulce, Reina clemente, Reina siempre inclinada a favorecer a los miserables pecadores. Por esto quiere la Santa Iglesia que la saludemos llamándola Reina de misericordia. El mismo nombre de Reina está diciendo piedad y clemencia, pues como observaron Séneca y San Alberto Magno, la magnificencia de los reyes consiste especialmente en aliviar y consolar a los infelices, causa por que distan tanto entre sí tirano y rey, pues el tirano se propone su propia utilidad, pero el rey debe tener por fin el bien de los vasallos. Y por eso los reyes, cuando los consagran, les ungen la cabeza con aceite, símbolo de misericordia, para darles a entender que han de abrigar en el pecho, más que otra cosa, pensamientos de piedad y beneficencia [...]. Constituyó el Eterno Padre a Jesucristo Rey de justicia, haciéndole Juez universal, como cantó el Profeta (Sal. 71, 2): Oh Dios, da tu juicio al Rey y tu justicia al Hijo del Rey; sobre cuyas palabras dice un docto intérprete: «Señor, a vuestro Hijo Rey disteis la justicia, y la misericordia a la Madre del Rey»; cuyo texto acomoda el Salterio Mariano, diciendo acertadamente: «Señor, da tu juicio al Rey, y tu misericordia a la Madre del Rey» [...]. María es Reina de misericordia hasta para los más miserables Pero viéndonos tan pecadores, ¿se podrá temer que se desdeñe de interponerse en nuestro favor? O, siendo tanta su santidad y majestad, ¿esto nos ha de retraer acaso de echarnos a sus pies e implorar su poderoso valimiento? «De ninguna manera, dice San Gregorio; pues cuanto más santa y en lugar más elevado está, tanto es más dulce y piadosa con los pecadores arrepentidos que recurran a su protección». Aquella majestad de que están rodeados los reyes de la tierra causa temor en los vasallos, y muchos no se atreven a estar en su presencia. «Pero, ¿qué temor, dice San Bernardo, puede nadie tener en presentarse a esta Reina de misericordia, cuando en ella nada hay que sea terrible y austero, sino que toda es dulzura y afabilidad?» [...] Usad, pues, de clemencia con nosotros, ¡oh Reina de misericordia!, para que nos salvemos. No digáis: «No puedo», viendo la multitud de nuestros pecados, porque mayor que todos ellos es vuestro poder y la piedad de vuestro corazón. * Apostolado Mariano, Granada, 1997, pp. 25-31.
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