PREGUNTA Sabemos que es lícito trabajar honestamente y procurar la riqueza, para alcanzar comodidad y tranquilidad, disfrutando de bienes materiales como una buena casa, aparatos electrónicos, un automóvil, tener condiciones para viajar, etc. En resumen: confort. Pero rogando siempre, luchando para no cometer ningún pecado mortal, comulgando y confesándose, adquiriendo la indulgencia plenaria, rezando el rosario, asistiendo a charlas católicas, buscando siempre el conocimiento de Dios, ayudando al prójimo y practicando la caridad siempre que sea posible. ¿Se puede adquirir la santidad cuando se poseen riquezas? ¿O la salvación se vuelve más difícil, pues podrían aumentar las tentaciones que derivan de la posesión del dinero y de los bienes con él adquiridos? Creo que muchos tienen esta duda. ¡Ella me está atormentado! Un cordial abrazo. RESPUESTA Desde hace mucho tiempo el mundo viene siendo bombardeado por pensadores revolucionarios que inculcan que nuestra sociedad es entrañadamente injusta, porque en ella unos tienen todo, y a otros les es negado hasta lo necesario para vivir. Es lo que llaman “injusticia institucionalizada”, es decir, una sociedad que produce automáticamente la injusticia, de modo que los que tienen van atesorando cada vez más, y los que no tienen van siendo expoliados de lo poco que tienen, sin ninguna posibilidad de escapar de ese mecanismo “diabólico”. Y ese mecanismo funciona también —dicen los pensadores revolucionarios— incluso sin que muchos se den cuenta, de manera que los beneficiarios del sistema —los “opresores”— son injustos aún sin percibirlo, como tampoco perciben lo inicuo de ese proceso sus víctimas —los “oprimidos”.
De ahí el esfuerzo de “concientización” necesario para que “opresores” y “oprimidos” se den cuenta de ese mecanismo injusto y lo interrumpan. Los “opresores”, renunciando a lo que adquirieron “injustamente”; y los “oprimidos”, tomando por la fuerza —hasta con las armas, si es necesario— lo que les fue sustraído también “injustamente”. Después de cerca de 200 años de “concientización”, es comprensible que esta teoría —cuyo error en seguida mostraremos— haya impresionado a muchas almas, creando en ellas dudas y hasta escrúpulos que las atormentan, como al consultante. Doctrina marxista Como fácilmente se descubre, ésa es la doctrina marxista, del alemán Karl Marx (1818-1883), publicada junto con Engels, explicitada en el manifiesto del Partido Comunista en 1848. No obstante, contemporáneamente o antes que él, otros defendían las mismas ideas, como Proudhon (1809-1865), autor de la célebre frase: “La propiedad, he ahí el robo”. Con la toma del poder por el comunismo en Rusia, en 1917, esta teoría fue llevada a la práctica y allí aplicada durante más de 70 años. El resultado fue astutamente escamoteado, pero hoy se sabe: fracaso total, a costa de la opresión del pueblo ruso y de varias otras naciones subyugadas, con mucha sangre derramada. Mientras los jerarcas del poder comunista acumulaban oro en sus palacios y disfrutaban de islas, mansiones y yates en el Mar Negro. Atrayente modelo para otros “defensores de los oprimidos”... Un sistema que constituyó “la vergüenza de nuestro tiempo”, como lo calificó un documento de la Congregación para a Doctrina de la Fe, entonces presidida por el cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI. ¡Además de la opresión de las almas, que es, entre los males, incomparablemente el mayor! No obstante, esta teoría no se circunscribió a los ambientes específicamente ateos, sino se introdujo subrepticiamente en los medios católicos influenciados por la corriente progresista. Representante sobresaliente de esa corriente fue Mons. Helder Cámara, durante muchos años secretario general de la CNBB (Conferencia Episcopal Brasileña), obispo auxiliar de Río de Janeiro, y más tarde arzobispo de Olinda y Recife. Conocido como el arzobispo rojo, tuvo una actuación destacada durante el Concilio Vaticano II y fue elemento activo de la “concientización” a que nos referimos. Fue él quien acuñó y difundió la expresión “injusticia institucionalizada”.
Delincuencia urbana Otra manifestación de la teoría de la “injusticia institucionalizada” es la apología de la delincuencia urbana. Se alega que el pobre, siendo una víctima del mecanismo de la “injusticia institucionalizada”, entra en la vía del crimen organizado o espontáneo porque no tiene otra alternativa para salir de la miseria. La culpa de hacerse criminal no es de él, sino de la sociedad que lo excluye de los beneficios que debían ser de todos. Él no recibe la educación necesaria para adquirir una formación profesional que le permita disputar un empleo honesto. La única vía abierta para él sería la del crimen. Según esta concepción, la culpa de la delincuencia no es de él, sino de los que acaparan todas las prebendas de la sociedad. La solución —siempre según tales apologistas— sería instituir una sociedad estrictamente igualitaria, en que todos tuviesen igual acceso a los servicios de educación, salud, transporte, a los alimentos y bienes producidos, etc. En fin, una sociedad enteramente socializada —vale decir, socialista— como Cuba, por ejemplo... o la Venezuela de los sueños del coronel Hugo Chávez. Ahora bien, la doctrina católica es lo contrario de todo eso. Es una incongruencia hablar de “socialismo cristiano” o “socialismo católico”. El Papa Pío XI condenó tales expresiones al afirmar, en la Encíclica Quadragesimo Anno, que socialismo y catolicismo “son términos contradictorios”. En la Encíclica Rerum Novarum, el Papa León XIII es muy claro cuando dice: “No se puede igualar en la sociedad civil lo alto con lo bajo. Los socialistas lo pretenden, es verdad, pero todo es vana tentativa contra la naturaleza de las cosas. Y hay por naturaleza entre los hombres muchas y grandes diferencias; no son iguales los talentos de todos, no la habilidad, ni la salud, ni lo son las fuerzas; y de la inevitable diferencia de estas cosas brota espontáneamente la diferencia de fortuna. “Todo esto en correlación perfecta con los usos y necesidades tanto de los particulares cuanto de la comunidad, pues que la vida en común precisa de aptitudes varias, de oficios diversos, al desempeño de los cuales se sienten impelidos los hombres, más que nada, por la diferente posición social de cada uno”. Utopía igualitaria fracasada “Esa película ya la vimos”, según la expresión hoy en boga. Como arriba recordamos, esa teoría sirvió de directriz, durante más de 70 años, para las repúblicas socialistas soviéticas, y dio en lo que dio. ¿Vamos a intentar implantarla ahora en América del Sur? — ¡Dios nos libre!
El lector puede quedarse con la conciencia tranquila. La teoría de la “injusticia institucionalizada” es fundamentalmente falsa, lo que no significa firmar un certificado de justicia intachable para las exageraciones del sistema capitalista. Aunque el sistema de propiedad privada y libre iniciativa sea justo en sus principios fundamentales, puede sufrir las perturbaciones inherentes a una sociedad materialista y paganizada como la de hoy, en que los Diez Mandamientos de la Ley de Dios son conculcados, y los principios de la doctrina católica pisoteados. En estas condiciones, no habrá sistema alguno —social, político o económico— que funcione según los dictámenes de la justicia. Que cada uno busque en su ámbito personal y familiar, con la indispensable ayuda de la gracia, observar los Diez Mandamientos; y, con todo empeño, vea cómo apoyar a los que luchan por su fecunda implantación en la sociedad en general. Así estará en paz con su conciencia, a pesar de los bramidos e insultos de los partidarios de la así llamada teoría de la “injusticia institucionalizada”. ¡Que la Virgen de Guadalupe, Patrona de América Latina, proteja a nuestro continente!
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