El mes pasado tratamos de la doble finalidad que Dios ha dado al hombre. En esta oportunidad presentamos un artículo del mismo autor* sobre la necesidad que el hombre tiene de practicar una religión.
El conocimiento de Dios y del hombre nos obliga a practicar la religión, que une al hombre con Dios como a su principio y último fin. Conocemos a Dios y al hombre: a Dios, con sus atributos infinitos, con su Providencia que todo lo gobierna; al hombre, criatura de Dios, con su alma espiritual, libre e inmortal. De ahí resultan las relaciones naturales, esenciales y obligatorias del hombre para con Dios. La religión es el lazo que une al hombre con Dios. Este lazo se compone de deberes que el hombre debe llenar para con el Ser Supremo, su Creador, su Bienhechor y su Señor. Estos deberes contienen verdades que creer, preceptos que practicar, un culto que tributar a Dios. La religión es necesaria al hombre, porque está fundada sobre la naturaleza de Dios y sobre la naturaleza del hombre, y se basa en las relaciones necesarias entre Dios y el hombre. Imponer una religión es derecho de Dios; practicarla es deber del hombre. ¿Necesita Dios de los homenajes de los hombres? Dios nada necesita; se basta plenamente a sí mismo, y nuestros homenajes no le hacen más perfecto ni más feliz. Pero Dios nos ha dotado de inteligencia y de amor, para ser conocido y amado por nosotros; tal es el fin de nuestra creación. La religión es, pues, un deber de estricta justicia: el hombre está obligado a practicar la religión para respetar los derechos de Dios y obtener así su último fin.
* La Religión Demostrada, del padre P. A. HILLAIRE (Editorial Difusión, Buenos Aires, 3ª edición, 1945, pp. 68-73).
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