En el 18º Congreso Internacional sobre el Sida, realizado en Viena: maciza presencia de organizaciones homosexuales, ausencia de personalidades políticas y creciente distanciamiento del público Carlos Eduardo Schaffer
El gran baile (Life Ball) en la plaza frente a la municipalidad de Viena, el sábado 17 de julio, marcó la apertura del 18º Congreso Internacional sobre el Sida. Con la participación del expresidente norteamericano Bill Clinton, el multimillonario Bill Gates, la vistosa princesa Mette-Marit, esposa del príncipe heredero de Noruega, la actriz Whoopi Goldberg y Auma Obama, media hermana del presidente Barack Obama, además de chefs y modistas de renombre, científicos premiados y otras personalidades. En suma, gente que no está en busca de votos. Ausentes: los políticos europeos. El propalado activista homosexual Gery Keszler organiza anualmente el Life Ball. Se trata de un espectáculo estrepitoso destinado a captar recursos contra el sida, pero que sobre todo difunde los estilos homosexuales. Al día siguiente, después de la tormenta que arruinó el baile, se inició el congreso. Presentes 25 mil especialistas en sida, activistas del movimiento homosexual, enfermos de sida y militantes de izquierda. El lema del congreso —Derechos aquí y ahora— revela la triple ventaja buscada por los activistas: identificar al enfermo de sida como víctima marginada; tratamiento más eficaz contra el virus del sida; y sobre todo más dinero. En la falta de fondos para combatir el sida, el movimiento homosexual reivindica ventajas en nombre de los derechos humanos. Para ese fin, crea intencionalmente una confusión entre enfermos de sida y homosexuales. Derechos humanos, el último argumento Gery Keszler y Annie Lennox congregaron un grupúsculo de compañeros, compuesto prácticamente por activistas homosexuales venidos de diversos países, autodenominado Marcha por los Derechos Humanos. Keszler fue el orador al final de la marcha: “Estigmatizar y discriminar infringe los derechos humanos”, fue su tema. Habló también Lennox, ex cantante pop, tocó la misma tecla: “Mientras no hablemos de derechos humanos, el combate al sida no tendrá éxito”. ¿Por qué hablan los activistas del estigma del sida? Sondeos realizados entre homosexuales con sida revelan la repugnancia general por la enfermedad, hasta entre los propios infectados. Una vez contaminados, si aún son jóvenes, la gran mayoría evita declararla a los padres e incluso a los hermanos. Un estudio recientemente realizado por la ÖGNA-HIV (asociación médica austriaca para el tratamiento del sida) muestra que apenas el 33% de los recién infectados hablan de la enfermedad a los hermanos, 25% a la madre y 16% al padre. Pero el secreto inconfesado y el recelo de contaminar a la familia los llevan a autoaislarse. ¿En qué momento revelar el mal? ¿Cómo hacerlo? ¿Cierto día, decir simplemente yo tengo sida? El drama que sufren es doloroso. Los compañeros de trabajo, por ejemplo, hecha la revelación, pasan a evitarlo. Ese silencio y esa separación complican la situación síquica del enfermo. Y para el 25% de los contagiados, la peor tortura es la sospecha de los que aún no conocen su estado.
Sin embargo la tragedia avanza. La enfermedad se hace notar, ya sea en el rostro, en la pérdida de peso, en el cansancio, sea en la autosegregación, en el comportamiento taciturno y timorato. Es casi imposible hacer nuevas amistades. Ciertos médicos temen a los infectados, pues el riesgo de contagio es grande si los consultorios no están enteramente equipados. Al sentir que ya no es el mismo, la víctima se autoestigmatiza. Muchos se apartan de la sociedad. Además, como un gran número de enfermos de sida son homosexuales, se sienten excluidos de la sociedad porque aún perdura en ésta algo del sentido común que incluye a la práctica homosexual entre los pecados que gritan a los Cielos y claman a Dios por venganza. A este comportamiento, el movimiento homosexual lo califica de discriminación u homofobia. Expresando el consenso del congreso, Keszler y Lennox se refieren a tal rechazo como un estigma que debe desaparecer, pues infringiría los derechos humanos. Y algunos activistas, llenos de odio, ya comienzan a exigir represión contra los que no le reconocen a la homosexualidad todos los derechos sociales. «Grupos de riesgo», expresión prohibida Según los participantes del evento, no se debe hablar más de grupos de riesgo, entre los cuales indudablemente se incluyen los homosexuales. La expresión es ahora tachada de discriminatoria, debiendo ser sustituida por la de comportamiento arriesgado, aplicable a los que no usan medios para prevenir el contagio en las relaciones sexuales. Pero esos medios son claramente insuficientes e incómodos para las personas dominadas por el vicio las cuales acaban por abandonarlos. “Los hombres que mantienen relaciones con otros hombres incurren en alto riesgo de infección, pero desdeñan ese riesgo”, declara Isabell Eibl, responsable del servicio de prevención contra el sida en Viena (“Die Presse”, 13-7-10). Posición irracional, pero real, fruto del desenfreno sexual que amortece el miedo al sida y aumenta el deseo de las relaciones arriesgadas. Éste conduce a la perturbación de la razón, y en este caso ambos atentan contra la naturaleza. Bajando el último peldaño del vicio se llega al abismo de la muerte.
Ese comportamiento ya había sido señalado por Peter-Philipp Schmitt en “FAZ” (1-12-08): “Un número creciente de homosexuales no ve peligro en el sida. Pero, cuando son infectados, se ven excluidos de la convivencia social e incluso otros homosexuales los excluyen”. Confiesa un homosexual: “No acostumbro revelar inmediatamente mi problema, pues primero quiero ser tratado como un ser humano, y después como enfermo de sida”. Las personas en general lamentan el estado en que cayó el enfermo de sida, y el movimiento homosexual suele explotar esta triste circunstancia para inducir a la opinión pública a la compasión, no sólo por los enfermos de sida en general, sino por los homosexuales en particular. Haciendo así, intentan explotar en beneficio propio la buena voluntad pública, aún ampliamente impregnada de caridad cristiana. La compasión es un sentimiento noble, que lleva a ayudar al prójimo para que se libere del mal en que cayó. Pero pactar con la homosexualidad o llegar a verla con indiferencia, no caben en la verdadera compasión. Mucho menos se podría entender como compasión una concesión a las reivindicaciones del movimiento homosexual, el cual considera la homosexualidad como un derecho humano. Compasión sería, eso sí, ayudar a un homosexual a librarse de su tendencia, o al menos a evitar la práctica de actos homosexuales. Sorprendente omisión de la verdadera solución En ningún momento de la realización del congreso la prensa divulgó noticias que tratasen de la abstinencia sexual como medio eficaz para evitar el sida. Incluso de parte de las autoridades eclesiásticas, no hubo pronunciamientos en ese sentido. O si los hubo, fueron de poco relieve. Faltaron voces que recordasen que el cuerpo humano es templo del Espíritu Santo y no puede ser mancillado. Podemos imaginar el furor que tal alusión provocaría en los participantes del congreso, pero es seguro que sería bien recibida por la mayoría de la población. Graves contradicciones del movimiento homosexual Activistas de los derechos humanos se alían con los homosexuales, sin encubrir sus intenciones de expandir la homosexualidad usando recursos destinados al combate contra el sida. Ciertas medidas de protección para personas sanas son tachadas de discriminación. Por ejemplo, ellos se oponen a pruebas preventivas en las prisiones, donde el índice de contaminación es elevado. Hablando sobre medidas profilácticas en las prisiones, afirma absurdamente Manfred Nowak, director del Instituto Boltzmann para los derechos humanos en Viena: “No, la salud pública no tiene precedencia sobre el principio de la discriminación” (“Die Presse”, 24-7-10).
También es calificada de discriminatoria la prohibición que ciertos países han establecido a la entrada en su territorio de extranjeros con sida. Discriminatoria es considerada aún la obligación del enfermo de sida de revelar su mal al ser acogido en una posta de salud u hospital. Pero si estas medidas de sentido común que intentan restringir la propagación de la enfermedad son discriminatorias, ¿para qué sirven las organizaciones anti-sida? Otra contradicción estridente: tales organizaciones piden constantemente mayores fondos para multiplicar libros, folletos y centros de información para la juventud sobre relaciones sexuales. Pero la información a los jóvenes en esa materia está habitualmente hecha para incitar la práctica sexual precoz, lo que lleva a exponer a los jóvenes a la enfermedad. Se dice que el uso de drogas es el gran responsable por la propagación del sida. La verdad es un poco diferente: no es tanto la droga la que disemina el mal, sino que por un desorden psíquico los homosexuales buscan la droga. No obstante, el congreso propuso una mayor libertad para el consumo y el tráfico de drogas. No quieren que sean considerados crímenes y proponen que su venta sea regulada, como sucede con el alcohol y el tabaco. Vivir con la infección hasta la muerte Descubierto hace 28 años, hoy el sida puede tomar varios años en llevar al paciente a la muerte, al menos en los países ricos. Pero en África, Rusia y Asia Central, ese mal viene produciendo devastaciones.
Si hoy puede no matar en el acto, ¿en qué condiciones viven con él aquellos que lo contraen? El enfermo de sida pasa a vivir en aislamiento social, si no inmediatamente, al menos después de algunos años. Los amigos tienden a abandonarlo, y otros contagiados también. La familia, al saber que él optó por un comportamiento ruinoso, no quiere sacrificarse por su incuria. Algunos enfermos toman hasta 28 comprimidos al día. Después de algunos años, andan con dificultad o usan sillas de ruedas. Necesitan de enfermeros que los asean, que les aplican inyecciones y friccionan la piel reseca por el exceso de medicamentos. Pero es común encontrar enfermeros que temen tratarlos, debido al recelo de la contaminación, y sobre todo los dentistas rechazan a pacientes con sida. Se evita la muerte inmediata, pero el paciente vive en estado mórbido, a costa de remedios caros. Los presupuestos se vuelven cada vez más insuficientes. Pocas esperanzas de tratamiento “Dinero para la vida”, gritaban los activistas homosexuales en el congreso. Clinton tomó la palabra en la inauguración, refiriéndose a la situación financiera precaria del movimiento anti-sida, y sustentó que los gobiernos no deben invocar la crisis mundial como pretexto para no contribuir. Dirigiéndose a los 25 mil congresistas, la mayoría de los cuales participaba con el auxilio de fondos gubernamentales, refrendó con esta constatación emotiva: “Muchos países dan mucho dinero para que muchas personas con muchos aviones puedan participar de muchos congresos”. Gran número de especialistas presentes manifestaba pocas esperanzas: aumenta en el mundo el número de infectados, y no se tiene al alcance de la vista una vacuna contra el sida. El pesimismo domina el medio científico. Clinton resaltó aún la necesidad de controlar los gastos de infraestructura de las asociaciones anti-sida. La opinión pública toma distancia Crece el temor con relación al sida, de ahí la aversión creciente de la población a la homosexualidad, tenida como principal causante de su expansión. La princesa Mette-Marit mencionó el cansancio creciente de la opinión pública sobre el tema sida-homosexualidad. Fue probablemente éste el motivo por el cual este año se intentó retirar del Life Ball la connotación predominantemente homosexual. Aumenta el número de nuevas infecciones entre los jóvenes, pero ningún esfuerzo se hace en el sentido de cohibir la devastadora práctica sexual entre ellos; nadie quiere pagar por las consecuencias del libertinaje. Los activistas insistían: Dinero para la vida. Reivindican la adopción de un impuesto sobre las transacciones financieras. La sugerencia de gestionar donativos privados fue recibida con general escepticismo. ¿Quién destinará fondos para amparar males de grupos de riesgo, que cómodamente se entregan a relaciones arriesgadas? Muchos países vienen congelando sus donaciones, otros las disminuyen. Esto explica la ausencia de políticos en este congreso.
El “dogma” de la libertad sexual tiende a llevar a las personas, evidentemente, a la falta de interés y de empeño de la voluntad para cohibirse o prevenirse. Todos creen que no les va a pasar nada. Una vez infectado, tienen dificultad para tomar los medicamentos, cuya prescripción es severa, exigiendo de ellos una gran disciplina que ya demostraron no tener. Además de eso, tan pronto se sienten algo mejor, recaen en la vida desarreglada. Los activistas homosexuales no osaron utilizar en el congreso su arma sicológica preferida contra la población: la palabra homofobia, con la que pretenden inhibir el sentido común de los que, en función de principios morales u otros, rechazan la homosexualidad. El movimiento está dominado por la inseguridad. Sus adeptos parece que prefieren conquistar la compasión que combatir a los opositores. Hasta los políticos, sus mayores aliados, ahora toman distancia, por temor de perder votos. Hasta hoy el sida mató a 25 millones de personas, y hay 60 millones de portadores. Se espera una nueva onda de contaminaciones, teniendo en vista las condiciones de indisciplina corporal de los grupos de riesgo. “Es necesario no desistir, mantener la esperanza, vamos a continuar”,decían ciertos congresistas al partir. Sin embargo, en la gran sala del congreso, el estado sicológico era de abatimiento.
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