Plinio Corrêa de Oliveira El brillo de la nobleza: valor que el dinero no proporciona

La excelencia del espíritu aristocrático y el apostolado característico que debe ser ejercido por los nobles: el de la tradición

Plinio Corrêa de Oliveira

Destacamento de la Guardia Noble Pontificia

IMAGINEN UNA SOCIEDAD burguesa, como la actual, pero en la cual hubiese nobles en todas sus clases sociales. Algunos, que conservaron su fortuna o al menos gran parte de ella, podrían figurar en las primeras categorías de la sociedad, al estar su fortuna realzada por el brillo del título de nobleza.

Otros, de acuerdo con lo que les quedara de su antigua fortuna, estarían en una situación análoga a los anteriores, añadiendo al brillo de la fortuna algo más, que es el brillo de la nobleza.

La nobleza sin fortuna brilla de un cierto modo, y la fortuna sin nobleza brilla de un modo diferente. Un hombre cualquiera que se hizo muy rico, nunca tendrá el brillo de un duque menos rico que él. La nobleza confiere un aumento de brillo que el dinero de por sí no proporciona.

Existen familias nobles que tienen una forma de vida que corresponde al de la burguesía media. En esta clase social, ellas ocuparán la primera fila, adelante de otros más ricos, debido a aquel brillo especial que la condición de nobleza añade.

Y si hubieran nobles proletarios, dedicados al trabajo manual por haber caído en la miseria —una miseria que imagino sea inmerecida y no consecuencia de defectos y pecados—, ellos estarán colocados en una posición superior al común de los proletarios.

Siempre existirá un brillo adicional, un superávit, por el cual el brillo nobiliario otorga al noble algo que el dinero no da.

Espíritu aristocrático: factor de excelencia

La presencia de nobles, de alto abajo, en las diferentes clases sociales de una sociedad burguesa, es como un polvo resplandeciente esparcido en todos los escalones de esa sociedad. La nobleza así difusa en el medio social, no es apenas preciosa, sino hasta indispensable para la sociedad, siempre y cuando ella no exista para el gozo de la vida, sino para la elevación del alma.

Antes de la Revolución Francesa, había profesiones que le estaban vedadas al noble, pues se consideraban indignas de él. Sin embargo, en aquel tiempo la nobleza tenía apoyos, por medio de los cuales los nobles eran auxiliados, aun cuando cayeran en extrema pobreza. Por ello se podía prohibir a un noble el ejercicio de ciertas profesiones.

En cambio, actualmente no cuenta con tales auxilios; presentándose momentos difíciles que el noble se ve obligado a soportar, en una situación muy delicada y, a veces, humanamente hablando, humillante.

Pero si conserva el espíritu aristocrático, en cualquier ámbito en que se encuentre, el noble puede revelarse insigne. El espíritu aristocrático católico, claro está, pues su premisa es la dignidad de católico.

Legitimidad de la nobleza hereditaria

El archiduque Carlos de Habsburgo el día de su matrimonio con la princesa Zita de Borbón Parma, en 1911.

El motivo por la cual los revolucionarios más se rebelan contra la nobleza, es porque piensan que el hijo de un noble no tiene el mérito de aquel, que por una acción heroica, se convirtió en noble. Por lo tanto, no tiene el derecho de heredar el premio que su padre mereció por aquella acción.

De hecho, un hombre que haya practicado un acto de valentía, lega algo de ese acto, algo de ese mérito a sus hijos, desde que éstos no sean indignos. Si un hijo es indigno —comete un crimen, por ejemplo— se comprende que pierda la condición de noble. Pero si es un hombre común y desciende de otro que realizó una gran acción de valor humano —máxime si tiene además un valor sobrenatural— que redundó en un bien para la Cristiandad y para la nación, se hace acreedor de la gratitud del país.

Si un hombre presta una parte de su fortuna a alguien muy rico, al morir éste, su hijo se convierte en titular de ese crédito, porque el crédito económico pasa de padre a hijo. Ahora bien, si eso ocurre con el crédito económico, ocurre también con el crédito moral, porque un hijo es heredero del nombre y del mérito de su padre.

Apostolado propio de la nobleza: el de la tradición

Habitualmente tenemos una concepción del apostolado puramente individual, o sea, el apostolado hecho por una persona con otras. Esta visión no es falsa, pero está incompleta. Pues una clase social, como un conjunto, puede y debe hacer apostolado con otra clase social. Una clase debe ser considerada como un todo moral, ejerciendo un apostolado sobre la sociedad. Y ésta como un conjunto de clases que se moralizan recíprocamente.

El apostolado que debe ser hecho por la nobleza es, por excelencia, el apostolado de la tradición. Pues ella es una clase que debe ser tradicional y debe conservar las tradiciones de un pasado católico en una sociedad como la de hoy, que ha dejado de ser católica.

Pío XII insiste en que el apostolado de la tradición es el mayor servicio que la nobleza puede prestar a la Iglesia y a la Patria. Nada mejor se puede hacer por la Iglesia y por la Patria que conservar esa tradición.

Ese respeto a la tradición, que hace parte del espíritu católico, constituye una misión no solamente de la nobleza, sino también de las élites tradicionales, análogas a la nobleza. Si éstas tuviesen conciencia de su papel, deberían brillar por el pudor, por el respeto a la moralidad, por la reverencia a todas las tradiciones del pasado. Y en vez de construirse casas extravagantes, amobladas y decoradas con el mal gusto característico del arte moderno, deberían mantener la tradición del pasado tanto dentro como fuera de sus casas, y asimismo en el modo de vestirse, de comportarse, etc.

Este apostolado no es exclusivamente de los nobles. Quien no es noble también puede y debe enseñar al noble a ser noble. Cuando vea que un noble quiere rebajarse haciéndose el gracioso, el vulgar, etc., no debe causarle gracia, sino todo lo contrario, debe hacerle sentir al noble su pesar. En cambio, cuando se encuentre con un noble que mantiene su tradición, debe manifestarle su respeto, su afecto y su estima. Es un apostolado de abajo hacia arriba.

La nobleza debe mantener vivo el esplendor de los siglos pasados que aún hoy la ilumina y la pone de realce. Y ese papel lo debe conservar incluso en la mendicidad, para que aquel perfume de los siglos pasados, aunque sean apenas algunas gotas, perfume aún al mundo contemporáneo y llegue hasta el Reino de María.   

Fátima: “una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia” San Eduardo, el Confesor
San Eduardo, el Confesor
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Tesoros de la Fe N°154 octubre 2014


La Hermana Lucía
Nº 154 - Octubre 2014 - Año XIII Qué grande es el poder de la oración El final de un mundo Fátima: “una sola fe, un solo bautismo, una sola Iglesia” El brillo de la nobleza: valor que el dinero no proporciona San Eduardo, el Confesor La Resurrección de Jesús y la Redención - II El caballero medieval



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