Vidas de Santos San Alejandro María Sauli

Lumbrera de la Iglesia y modelo de Pastor

En el siglo XVI surgieron grandes santos, como san Alejandro Sauli, Superior General de los Barnabitas, obispo de Aleria, en Córcega, y de Pavía, en Italia, que llevaron adelante la Contrarreforma. Ellos no apenas combatieron los errores de Lutero y sus adeptos, sino que emprendieron una auténtica reforma en la vida de la Iglesia.

Plinio María Solimeo

Alejandro nació en 1530, en Milán, oriundo de una de las más ilustres familias genovesas que enriquecieron a la Iglesia con cardenales y obispos, notables por sus talentos y piedad. El blasón de su familia existía hasta hace poco tiempo en las fachadas de hospitales e iglesias que a ella le debían su existencia.

Para cultivar su inteligencia y piedad precoces, sus padres le dieron hábiles preceptores y después lo enviaron a Pavía, para los estudios humanísticos (lenguas y otros).

Al regresar a Milán, Alejandro fue nombrado a los diecisiete años de edad paje del emperador Carlos V, lo que le abría las puertas de un futuro brillante en la corte imperial.

Pero las inclinaciones de Alejandro eran otras, y pidió ser admitido en la Congregación de los Barnabitas, fundada poco antes en la iglesia de San Bernabé, en Milán. Ahora bien, un joven noble, paje del emperador, brillante en los estudios, tenía que comprobar su vocación religiosa antes de ser aceptado.

La prueba a la que fue sometido, sin lugar a dudas, era extremamente dura para el descendiente de una ilustre familia: en la fiesta de Pentecostés de 1551, cuando la ciudad estaba llena de gente, debía recorrer sus principales calles vestido con el rutilante traje de paje imperial y con una enorme cruz a cuestas. A todo lo cual Alejandro no rehuyó. Al llegar a la famosa Piazza dei Mercanti, vecina a la catedral de Milán, había un palco improvisado en el cual un grupo de comediantes ejecutaba una pieza teatral. El joven Alejandro interrumpe la representación y pide a los actores que abandonen el palco. Pronunciando, entonces, un conmovedor sermón sobre el servicio que el hombre debe prestar a Dios.

Aceptado sin reproches por los Barnabitas, fue enviado para culminar sus estudios en el colegio de la congregación en Pavía.

Ardoroso apóstol en el púlpito y en el confesionario

Apenas ordenado sacerdote, se entregó a la predicación y al ministerio de la confesión, con un don especial para tocar las almas y convertir a los pecadores.

Sus talentos llevaron a sus superiores a nombrarlo, a pesar de su juventud, profesor de Filosofía y de Teología en la Universidad de Pavía. Allí fundó, anticipándose a los tiempos, una Academia para congregar a los universitarios católicos.

Cartuja de Pavía. San Alejandro fue obispo de esa ciudad, situada cerca de Milán, durante los dos últimos años de su vida.

Sin soslayar los encargos del magisterio, Alejandro continuó su apostolado en el púlpito y en el confesionario. El joven profesor adquirió tanta fama por su don de conducir a las almas, que varias comunidades de religiosos se pusieron bajo su dirección.

San Carlos Borromeo lo invitó a predicar en Milán y lo escogió como confesor y consejero.

Una luz tan brillante no podía dejar de atraer la atención de aquellos que le eran más próximos. Por eso, fue elegido Superior General de su congregación antes de cumplir los 33 años de edad.

Como Superior, Alejandro Sauli “no solo vigiló la observancia intacta de la regla, tuvo también un cuidado particular en la enseñanza de los jóvenes reclutas para que se formen dignamente en la doctrina y en la santidad del ministerio al cual fueron llamados”.1

Su capacidad como administrador y como director de almas dio nuevo brillo a su joven congregación y la hizo aún más conocida en el mundo católico. Lo cual llevó al Papa san Pío V, tomando en cuenta su ardor misionero y su espíritu apostólico, a investirlo como obispo de la casi extinguida diócesis de Aleria, en la isla de Córcega.

De Superior General a obispo en Córcega

Relicario con la mano de san Alejandro Sauli, obispo de Pavía

Esta isla había sido evangelizada en la época de san Gregorio Magno, pero hacía más de 70 años que estaba sin obispo y reducida al estado más deplorable. Su escaso clero era muy ignorante —no conocía bien ni siquiera el rito de la misa— y sin entusiasmo. Sus habitantes —que vivían dispersos entre bosques y montañas— casi salvajes, no conocían los más elementales rudimentos de nuestra religión. Había pocas aldeas y casi ninguna iglesia.

El nuevo prelado partió hacia su diócesis llevando a tres miembros escogidos de su congregación como auxiliares y se entregó sin descanso a su labor apostólica. Era necesario fundar iglesias, reedificar las que estaban en ruinas y restablecer con el mayor decoro el culto divino. De su catedral, en Aleria, solo quedaban escombros. Sin iglesia y sin morada, san Alejandro se estableció primero en Corte, en el centro de la isla. Allí convocó un sínodo según el padrón de los que san Carlos Borromeo realizaba en Milán, para hacer un balance de la situación, corregir los abusos más relevantes y elaborar un plan de acción a ejecutar. En dicho sínodo, promulgó los decretos del Concilio de Trento, y fundó, según sus directrices, un seminario para la formación del clero. Estableció también escuelas para la instrucción de la niñez, a fin de que los más pequeños aprendieran el catecismo y se prepararan para recibir más dignamente los sacramentos. Enseñaba a su clero, predicaba el catecismo al pueblo, visitaba a los enfermos, pacificaba los odios y las peleas entre familias, tan comunes en aquella isla.

Comenzó a visitar pueblos y aldeas, localizados incluso en los lugares más inaccesibles, predicando la palabra divina. Y lo hacía con tanta unción y elocuencia, que la gente caía a sus pies, ávida de una mayor formación religiosa.

El abnegado pastor y sus auxiliares se entregaron a la tarea con gran empeño. En poco tiempo, los tres misioneros que el santo trajera consigo murieron de fatiga. San Alejandro continuó como un anacoreta con sus homilías, enriqueciéndolas con limosnas, ayunos y una rigurosa abstinencia para obtener un mayor fruto.

Su oración obtiene el hundimiento de una flota de corsarios. Vigoroso polemista: conversión de herejes y judíos

Teniendo que mudarse continuamente a causa de los ataques de los corsarios, Alejandro Sauli acabó por fijar su residencia en la costa este de la isla, en Cervione, a donde trasladó también su seminario y construyó su catedral. A esta la dotó de un capítulo de canónigos. Por esa época ocurrió un estruendoso milagro operado por el santo. Veinte galeras de piratas se aproximaron de Córcega a fin de saquearla. El pueblo fue presa del pánico y muchos huyeron al centro de la isla. Le pidieron al obispo que también huyera, proporcionándole un caballo. Pero él respondió que antes debían depositar su confianza en Dios. Se retiró entonces a una capilla donde se puso en oración. Después salió y se dirigió en compañía de los fieles a la playa y rezó. En ese instante se levantó una tormenta que se abatió ferozmente sobre los agresores y los sepultó en el fondo del mar.

Para uso de su clero, san Alejandro compuso las Advertencias, donde mostraba cómo los sacerdotes debían comportarse y cómo dirigir las almas a ellos confiadas. Compuso también los Entretenimientos, obra en la cual explicaba la doctrina de la Iglesia para uso del clero, con tanta claridad y ortodoxia, que san Francisco de Sales decía que, con esa obra, san Alejandro agotaba la materia tratada.

Canonizado por san Pío X, el cuerpo de san Alejandro Sauli es venerado en la catedral de Pavía

Gran polemista, Alejandro Sauli convirtió a un discípulo de Calvino que fue de Ginebra a Córcega para intentar contaminar a la isla con los errores de su secta.

Por amor a la Cátedra de Pedro y a la Sede Apostólica, de tiempo en tiempo san Alejandro se dirigía a Roma, donde frecuentemente era invitado a predicar. El Papa Gregorio XIII se encantaba con sus discursos y san Felipe de Neri lo veneraba a causa de sus talentos y piedad. En un sermón, en Roma, convirtió a la verdadera fe a cuatro judíos de los más radicales. Predicó también con gran fruto en Génova y Milán, donde fueron recogidos varios testimonios de su santidad.

Génova y Tortona lo querían como pastor, pero Gregorio XIV lo nombró obispo de Pavía, en 1591. Había dedicado más de veinte años de energía, empeño y salud entre los corsos.

En su nueva diócesis, el apóstol de Córcega emprendió de inmediato la visita pastoral con el mismo desvelo y abnegación que había empleado en su primera diócesis, regresando a Pavía para las fiestas solemnes.

Estando en Calosso, en el condado de Asti, el santo prelado fue atacado por una enfermedad que lo llevaría a la tumba, el 11 de octubre de 1592. A raíz de los muchos milagros que fueron obtenidos por su intercesión, Benedicto XIV lo beatificó en 1741. Fue el gran san Pío X quien lo canonizó en 1904. Su cuerpo es venerado en la catedral de Pavía.2  

 

 

Notas.-

1. Celestino Testore, Enciclopedia Cattolica, Città del Vaticano, Casa Editrice G. C. Sansoni, Florencia, vol. I, p. 809, v. Alessandro Sauli.

2. Otras obras consultadas:

* Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, d’après le Père Giry, Bloud et Barral, Librairies-Éditeurs, París, 1882, t. IV, p. 640 y s.

* José Leite SJ, Santos de cada día, Editorial A. O., Braga, 1987, vol. III, p. 160 y s

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