Un camino de concesiones y pactos con el mundo que conduce al infierno Continuando con la presentación y el análisis de trechos seleccionados del Diario de santa Faustina Kowalska, el autor considera el irresponsable abuso de la misericordia divina y de las fatales concesiones al mundo pecador Luis Dufaur Las advertencias que Nuestro Señor hizo a santa Faustina no tenían otra finalidad que la de sensibilizar a las almas para que implorasen la Divina Misericordia que rebosa de su Sacratísimo Corazón, sin que las personas quieran abusar de ella. Nuestro Señor manifiesta en numerosas ocasiones que suscitó la vocación de santa Faustina para revelar los insondables tesoros de su Misericordia y apartar a los hombres del camino equivocado. Para comprender la inmensa importancia de la devoción a la Divina Misericordia, Dios quiso que santa Faustina fuera su transmisora. Pero la Divina Misericordia no encuentra eco en las almas que deberían beneficiarse de ella y que Nuestro Señor más desea, por un sinnúmero de deformaciones o defectos. Además de los pecados formales, hay un obstáculo insidioso y muy dañino para la salud espiritual de los hombres: la deformación del concepto mismo de misericordia y su aplicación al apostolado. A propósito de este abuso de la misericordia, que desgraciadamente hoy en día se intenta difundir con diversos sofismas, escribió el gran doctor de la moral católica, san Alfonso María de Ligorio: “Puede haber entre vosotros, hermanos míos, alguno que se encuentre con el alma cargada de pecados, y que —lejos de pensar en librarse de ellos mediante la confesión y la penitencia— no deje de cometer nuevos pecados, gravándose aún más. Esto ciertamente abusa de la misericordia divina; pues ¿con qué fin permite nuestro tan buen Dios que este pecador viva, si no es para que se convierta, y en consecuencia escape a la desgracia de perder su alma?”.1 Tratando con engaños de facilitar la práctica de la moral, la misericordia manipulada de forma abusiva pretende adecuar las costumbres católicas al mundo pecaminoso. Ella quisiera presentar la religión como no es: como una vía cubierta de flores y facilidades para los pecadores empedernidos y engañados. En realidad, actuando así, los conduce anestesiados a la condenación eterna. El Señor hizo que santa Faustina viera el engaño de este falso camino y lo denunciara a todos. Caminos que llevan al infierno y al cielo
“Un día vi dos caminos: un camino ancho, cubierto de arena y flores, lleno de alegría y de música y de otras diversiones. La gente iba por este camino bailando y divirtiéndose, llegaba al final sin advertir que ya era el final. Pero al final del camino había un espantoso precipicio, es decir el abismo infernal. Aquellas almas caían ciegamente en ese abismo; a medida que llegaban, caían. Y eran tan numerosas que fue imposible contarlas. Y vi también otro camino o más bien un sendero, porque era estrecho y cubierto de espinas y de piedras, y las personas que por él caminaban [tenían] lágrimas en los ojos y sufrían distintos dolores. Algunas caían sobre las piedras, pero en seguida se levantaban y seguían andando. Y al final del camino había un esplendido jardín, lleno de todo tipo de felicidad y allí entraban todas aquellas almas. En seguida, desde el primer momento olvidaban sus sufrimientos”.2 La visión del infierno: Nuestro Señor le manda escribir lo que vio Durante los ejercicios espirituales de ocho días, el 20 de octubre de 1936, la santa refirió que por voluntad expresa de Dios había descendido al infierno para contar lo que allí presenció: “Hoy he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel. Es un lugar de grandes tormentos, ¡qué espantosamente grande es su extensión! “Los tipos de tormentos que he visto: el primer tormento que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; el segundo, el continuo remordimiento de conciencia; el tercero, que aquel destino no cambiará jamás; el cuarto tormento, es el fuego que penetrará al alma, pero no la aniquilará, es un tormento terrible: es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira divina; el quinto tormento, es la oscuridad permanente, un horrible sofocante hedor, y a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de los demás y el suyo; el sexto tormento, es la compañía continua de Satanás; el séptimo tormento, es una desesperación tremenda, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias. Estos son los tormentos que todos los condenados padecen juntos, pero no es el fin de los tormentos. Hay tormentos particulares para distintas almas, que son los tormentos de los sentidos: Cada alma es atormentada de modo tremendo e indescriptible con lo que ha pecado. Hay horribles calabozos, abismos de tormentos donde cada tortura es diferente de la otra. Habría muerto a la vista de aquellas terribles torturas, si no me hubiera sostenido la omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa: con el sentido que peca, con ese será atormentado por toda la eternidad. Lo escribo por orden de Dios para que ninguna alma se excuse diciendo que el infierno no existe o que nadie estuvo allí ni sabe cómo es. Yo, sor Faustina, por orden de Dios, estuve en los abismos del infierno para hablar a las almas y dar testimonio de que el infierno existe. Ahora no puedo hablar de ello, tengo la orden de dejarlo por escrito. Los demonios me tenían un gran odio, pero por orden de Dios tuvieron que obedecerme. Lo que he escrito es una pálida sombra de las cosas que he visto. He observado una cosa: la mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe.
Cuando volví en sí no pude reponerme del espanto, qué terriblemente sufren allí las almas. Por eso ruego con más ardor todavía por la conversión de los pecadores, e invoco incesantemente la misericordia de Dios para ellos. Oh Jesús mío, prefiero agonizar en los más grandes tormentos hasta el fin del mundo, que ofenderte con el menor pecado”.3 También en Fátima, la Santísima Virgen hizo ver el infierno a los pastorcitos. Durante la tercera aparición, el 13 de julio de 1917, según la hermana Lucía: “[la Santísima Virgen] abrió las manos como en los meses anteriores. El reflejo [de luz que ellas irradiaban] pareció penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio llevados por las llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa”.4 La misericordia de Dios es inseparable de su justicia El 1 de noviembre de 1937, después de las vísperas, las monjas hicieron la habitual procesión al cementerio para visitar y rezar ante las tumbas de las religiosas fallecidas. Narra santa Faustina: “Yo no pude ir porque estaba de guardia en la puerta, pero eso no me impidió rezar por las queridas almas. “Cuando la procesión volvió del cementerio
1. R. P. Basile Braeckman CSsR, Sermons de S. Alphonse de Liguori, Analyses, commentaires, exposé du système de sa prédication, Jules de Meester-Imprimeur-Éditeur, Roulers, t. II, p. 55-60.
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