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Con el fin de reunir en su persona todos los géneros de grandeza, según se desprende de esta meditación escrita por el santo fundador de los sacramentinos
Pedro Julián Eymard (1811-1868) Cuando Dios Padre decidió dar su Hijo al mundo quiso hacerlo con honra, pues Él es digno de todo honor y alabanza. Le preparó, por tanto, una corte y un servicio real dignos de Él: Dios quería que su hijo encontrase, aun sobre la tierra, una recepción digna y gloriosa, si no a los ojos del mundo, al menos a los suyos propios. Este misterio de gracia de la Encarnación del Verbo no fue improvisado por Dios: aquellos que habían sido elegidos para participar en él habían sido preparados por Él desde hacía mucho tiempo. La corte del Hijo de Dios humanado la componían María y José; el propio Dios no podía haber encontrado más dignos servidores para estar junto a Él. Consideremos sobre todo a san José. Encargado de la educación del Príncipe Real del Cielo y de la tierra, encargado de gobernarlo y servirlo, ha de honrar con su servicio a su Divino Pupilo: Dios no podía tener con qué ruborizarse de su Padre adoptivo. Y como Él es Rey, de la sangre de David, hizo nacer a José de este mismo tronco real; quiso que fuese noble, aun de la nobleza terrenal. Por las venas de José corría la sangre de David, de Salomón y de todos los nobles reyes de Judá: si la dinastía aún ocupase el trono, él sería el heredero y debería ocuparlo en su momento. No os detengáis a considerar su pobreza actual: la injusticia ha expulsado a su familia del trono a que tenía derecho; pero no deja por eso de ser rey, el hijo de esos reyes de Judá, los más grandes, nobles y ricos del universo. En los registros del empadronamiento, en Belén, José será inscrito y reconocido por el gobernador romano como el heredero de David: ahí está su pergamino real, es fácilmente reconocible y lleva su real firma. ¿Qué importa la nobleza de José?, diréis tal vez. Jesús no vino sino para humillarse. Yo os respondo que el Hijo de Dios, que quiso humillarse durante algún tiempo, quiso asimismo reunir en su Persona todo género de grandezas: Es también rey por derecho de herencia; es de sangre real. Jesús es noble, y cuando eligió a sus apóstoles entre la plebe los ennobleció; este hijo de Abraham y heredero del trono de David tiene todo el derecho a hacerlo. Él ama este honor de familia; la Iglesia no pasa por encima de la nobleza el rodillo de la democracia; respetemos, pues, todo lo que a ella respecta; la nobleza es de Dios. Pero, ¿es preciso entonces ser noble para servir a Nuestro Señor? Si lo sois, le tributaréis gloria mayor, pero no es necesario. Él se contenta con la buena voluntad y la nobleza de corazón. Sin embargo, los anales de la Iglesia nos muestran que un gran número de santos, y de los más ilustres, gozaban de blasón, tenían un nombre, pertenecían a una familia ilustre; muchos eran incluso de familia real. Nuestro Señor se complace en recibir los homenajes de todo lo que es honorable. San José recibió una educación perfecta en el templo, y Dios lo preparó así para ser el noble servidor de su Hijo, el edecán del más noble de los Príncipes, el protector de la más augusta Reina del Universo.
Mois de Saint Joseph, Le premier et le plus parfaite des adorateurs, Extrait des écrits du P. Eymard, Bureau des Oeuvres eucharistiques et Société Saint-Augustin, Desclée, De Brouwer et Cie., Bruges-Bruxelles-Lille-Paris, 7ª ed., p. 59-62.
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