VII Centenario de su Canonización Plinio Corrêa de Oliveira Santo Tomás de Aquino fue una gran lumbrera que Dios puso en medio de su Iglesia para iluminar, confortar y animar a las almas a lo largo de los siglos para que resistieran con gallardía los embates de la herejía. Con su portentosa inteligencia y su ardiente piedad, abordó todos los problemas que en su época estaban abiertos a la investigación de la mente humana. Recorrió las regiones más áridas, más oscuras y más traicioneras del conocimiento con una sencillez, una claridad y una energía verdaderamente sobrenaturales. Superando no solo la sabiduría humana de los filósofos paganos, sino la propia sabiduría de los Doctores de la Iglesia que le precedieron, compuso entre otras obras la Suma Teológica, en la que recoge todas sus victorias sobre la herejía, la ignorancia o el pecado. Su doctrina ha permanecido siempre tan pura que la Santa Iglesia la señala como la fuente indispensable de toda vida intelectual verdaderamente católica. Si hubo un intelectual que nunca tuvo la menor mancha de herejía, ese intelectual fue santo Tomás de Aquino. Su sentido católico era prodigioso. Por un lado, nunca entró en conflicto con las verdades ya definidas por la Santa Iglesia en su tiempo. Por otro lado, resolvió un sinnúmero de cuestiones sobre las que la Santa Iglesia aún no se había pronunciado y, con su solución, preparó y apresuró el pronunciamiento infalible de la Esposa de Jesucristo. Por último, la nota característica y constante de su vida fue una sumisión tal a la doctrina católica que, aunque la Iglesia llegara a definir más adelante alguna verdad en sentido contrario al de Santo Tomás, él se convertiría inmediatamente en el más humilde, más amoroso y más caluroso paladín de aquel pensamiento que antes había impugnado y en el más inflexible adversario del error que hubiese enseñado como verdad. En consecuencia, santo Tomás de Aquino realizó plenamente el tercer grado del sentido católico. Encontramos católicos que piensan de modo diferente a la Iglesia y cuya fe es tan débil que solo a duras penas se someten a las determinaciones que ella establece. Hay otros que no tienen ningún reparo en admitir lo que la Iglesia enseña, pero que ante cualquier problema difícilmente atinan a dar con la verdadera solución, si no son previamente ilustrados con el pensamiento católico. Finalmente, el más alto de los grados consiste en aceptar con prontitud y con amorosa facilidad todo lo que la Iglesia enseña, en estar tan impregnado del espíritu de la Iglesia que se piensa como ella aunque por el momento no se conozca su pronunciamiento sobre las cuestiones y, por último, en pensar de tal modo sobre los asuntos que ella aún no ha definido, que cuando los defina estemos dispuestos a modificar nuestra opinión, lo cual rara vez será necesario, porque habremos sabido esbozar en la gran mayoría de los casos el pensamiento de la Iglesia. Así pues, si hay una virtud que debemos admirar en Santo Tomás, que debemos tratar de imitar y cuya obtención debemos pedir ardientemente a Dios por intermedio del gran Doctor, esta virtud es la del sentido católico. * * *
Todos sabemos cómo debemos amar la pureza y con qué magnífica promesa el Señor la ha engalanado en el Sermón de las Bienaventuranzas (Mt 5, 3-12). Nadie ignora la ardiente dilección con que el Corazón de Jesús ama a las personas que nunca se han manchado con el pecado de impureza. Basta pensar en el amor que Jesucristo le tuvo a la Santísima Virgen y a san Juan Evangelista, el apóstol virginal, para comprender el significado que la pureza tiene para Nuestro Señor. Pero si hay una pureza que, según nuestro estado, debemos conservar íntegra en nuestro cuerpo y en nuestro corazón, existe también una pureza virginal de la inteligencia que debemos cultivar celosamente, y que por cierto agrada a Nuestro Señor de un modo inconmensurable. Es la pureza de la inteligencia verdaderamente católica, templo vivo e inmaculado del Espíritu Santo, que jamás se sintió atraída ni dio su apoyo a ninguna doctrina herética, que detesta la herejía con todo el vigor indignado con que las almas puras detestan la lujuria, y que se preserva de la menor adhesión a cualquier pensamiento que no sea el de la Iglesia, con el cuidado con que las almas castas saben mantener lejos de sí todas las impresiones impuras. Nuestro Señor dijo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15, 5). Cuanto más unidos estemos a la vid, tanto mayor será la savia que habrá en nosotros. Ahora bien, del mismo modo se puede decir que la Santa Iglesia es la vid y nosotros los sarmientos, y que cuanto más unidos estemos a ella, tanto mayor será la savia que habrá en nosotros. Y como estaremos tanto más unidos a la Iglesia cuanto más unidos a ella estén nuestros pensamientos, tanto más intensa será nuestra vida espiritual, cuanto más completo sea nuestro sentido católico. * * * No es conveniente, sin embargo, quedarnos en generalidades. En la época de confusión en que vivimos, no basta con hablar de sumisión a la Iglesia. Es necesario ser explícitos y hablar desde luego de la infalibilidad papal. La pureza virginal de nuestra inteligencia solo puede provenir de nuestra obediencia afectuosa e incondicional al Trono de San Pedro. Si estamos plenamente con el Papa, estamos plenamente con la Iglesia, con Jesucristo y, por tanto, con Dios. Que al recordar a este gran Doctor nuestro sentido católico encuentre el apoyo de gracias cada vez más vigorosas, y que estas gracias reciban de nuestra voluntad una cooperación cada vez más entusiasta. Esta debe ser la conclusión práctica de nuestra meditación.
* “Legionario”, n.º 391, 10 de marzo de 1940.
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Exterminio de la Familia Imperial Rusa (p. 4) Homenaje a Santo Tomás de Aquino (p. 12) |
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