Ejemplo eminente de resignación
Rechazada por su familia y por su ambiente, esta humilde pastora fue objeto de una especial predilección de la Divina Providencia, que obró señalados milagros por intermedio suyo Plinio María Solimeo El espíritu marxista, diseminado en nuestros días, no sólo lleva a la lucha de clases, sino que también se refleja en una rebelión contra la Providencia Divina, bajo pretexto de la injusticia que existiría con relación a los menos favorecidos por la fortuna. No obstante, la multiplicidad de aquellos que se santificaron en la vida secular —no sólo en el trono imperial, como San Enrique y Santa Cunegunda, sino hasta en el estado de indigencia, como San Alejo— comprueban la falsedad del referido espíritu marxista. Santa Germana Cousin, cuya fiesta se conmemora el día 15 de junio, es otro ejemplo de santificación en las más adversas condiciones de fortuna y salud. Cuerpo incorrupto durante 40 años Una mañana de diciembre de 1644, se procedía a un entierro en la pequeña iglesia de Pibrac, localizada a algunas leguas de Toulouse. Se trataba de Germana Audouane, que había pedido en su testamento ser sepultada dentro del recinto sagrado. Apenas los sepultureros habían retirado las primeras lajas del suelo para cavar la tumba, encontraron enterrado un cuerpo fresco como si hubiese sido puesto en la víspera. Un golpe de pala alcanzó el rostro del cadáver, dejando ver la carne viva y la sangre brillante. Enorme conmoción. Todo el poblado de Pibrac fue atraído al lugar. Desenterrado el cuerpo, vieron que era de una joven de poco más de 20 años, cuyos miembros estaban todavía flexibles. Las flores que la adornaban estaban comenzando a marchitarse, y la mortaja ligeramente oscurecida. En el cuello de la joven se veían cicatrices de pequeños tumores, y su mano derecha estaba deformada. ¿Quién sería? Ni el párroco, ni la mayoría de los concurrentes la reconoció. Pero dos de los antiguos habitantes de Pibrac, Pierre Pailhès y Jeanne Salères, la identificaron como una contemporánea suya, Germana Cousin, que había muerto cerca de 40 años atrás, y de quien, en aquella época, se contaban hechos maravillosos. El cuerpo fue colocado en una vitrina, en la nave de la iglesia, para facilitar la asistencia del público, pues todos querían presenciar aquella preservación milagrosa. Hubo una oposición. La señora de Beauregard, castellana de los alrededores, tenía un asiento reservado en la iglesia, y le incomodaba la proximidad del cuerpo y el flujo de las personas. Pidió que lo trasladaran a otro lugar más apartado. Apenas manifestó esta queja, sintió un fuerte dolor y la aparición de un tumor en el pecho. El castigo era tanto más grave por el hecho de que la señora de Beauregard estaba amamantando a un hijo. La castellana se postró entonces junto al cuerpo de la humilde pastora suplicándole que la curara, haciendo el voto de donar a la iglesia una urna de plomo para cobijar su cuerpo. El segundo milagro vino tan rápido como el primero, lo que aumentó la fama de santidad de Germana Cousin en las ciudades, villas y aldeas a la redonda. La historia de la “santa sin historia” Hay tan pocos datos sobre la vida de Santa Germana Cousin, que fue llamada “la santa sin historia”. Pues, como vimos, ella se hizo más conocida después de su muerte que en vida. Fue allí mismo, en Pibrac, que Germana nació presumiblemente en 1579. Su padre, Lorenzo Cousin, era, según algunos, un hombre de posición que llegó a ser dos veces alcalde del lugar;1 según otros, un agricultor casi indigente.2 Casado con María Laroche, mujer piadosa y de frágil salud, tuvieron casi en la vejez una hija enfermiza, escrofulosa y lisiada de la mano derecha. Tempranamente huérfana, Germana fue apartada de la vida familiar, siendo trasladada al establo de la casa, por el miedo de que su enfermedad se transmitiera a las otras niñas de la casa. Cuando tuvo la edad suficiente, fue incumbida de cuidar el rebaño perteneciente a la familia.
¿Acaso creció Germana resentida contra todo y contra todos, principalmente contra Dios, que la dejó nacer en condiciones tan humillantes? —No. La escuela de la humillación y del sufrimiento elevó su espíritu hacia Dios, aceptando amorosamente la triste suerte que le fue reservada. Triste suerte a los ojos del mundo, pero no a los ojos de Aquel que entregó a su Hijo Unigénito a la muerte, y muerte de cruz. Esa suerte sólo está reservada para los elegidos que comprenden el valor incalculable del sufrimiento. François Veuillot, en su biografía de la santa, se refiere a dos personas que la ayudaron mucho a comprender su situación y a servirse de ella para su propia santificación: una antigua empleada de la familia, que le dedicó a la huerfanita un verdadero amor materno, enseñándole los rudimentos de religión, y el viejo párroco de Pibrac, hombre virtuoso y con celo apostólico, que veía en aquella cándida e inocente niña a una predilecta del Cielo. Milagros: señales de la predilección divina La humilde pastorcita, a su tiempo, se hizo catequista. Enseñaba a las otras niñas el catecismo que había aprendido y lo que le transmitía el Divino Espíritu Santo con sus dones. Aunque vivía apenas de pan y agua, encontraba un medio de repartir su alimento con otros aún más privados de los bienes terrenos. Sus contemporáneos guardaron en la memoria tres de sus milagros. Uno de ellos, repetición de otro ocurrido siglos atrás con una reina santa: habiendo recogido de la mesa, después de la comida familiar, las migajas y restos que sobraban, para darlos a los pobres, Germana colocó todo en su delantal, y cuando salió para socorrer a sus protegidos fue vista por su madrastra. Esta, provista de una vara, corrió atrás de Germana, llamándola a los gritos de ladrona y de otros adjetivos que su ira y mal genio le sugirieron. Algunos vecinos acudieron providencialmente y fueron testigos del milagro. La adolescente abrió su delantal y de él cayeron flores perfumadas y frescas, como no existían en la región. Devotísima de la Santa Misa, que en aquel tiempo se celebraba con toda seriedad y devoción, Germana acudía a la iglesia al primer toque de campana. Pero para eso era necesario muchas veces dejar su rebaño. Confiada en la Divina Providencia, clavaba su bastón de pastora en el suelo y ordenaba a las ovejas que no se alejasen de él durante su ausencia. Nunca perdió ni un solo animal, a pesar de que en un bosque vecino habían muchos lobos. Para ir a la iglesia, Germana atravesaba un riachuelo, saltando de piedra en piedra. Durante las lluvias o el deshielo, el riachuelo crecía mucho de caudal, volviéndose imposible cruzarlo a pie. Pero no para Germana. Parecía no darse cuenta de la dificultad. Iba tan recogida que simplemente entraba en él sin preocupación y aquellas aguas —como otrora las del Mar Rojo, a la voz de Moisés, huyendo del Faraón— se separaban, dejándola pasar a pie enjuto. Una noche de 1601, tres viajeros vieron una luz en el cielo, y un blanco cortejo de ángeles que bajaban hasta una casa de Pibrac, y después subían transportando el alma de una joven igualmente vestida de luz y coronada de flores. Al llegar al poblado, constataron que en la casa de la familia Cousin la joven Germana había muerto durante el sueño. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia, y su memoria cayó en el olvido hasta que, en 1644 como hemos visto, intervino nuevamente la Providencia Divina. Emocionante post-historia de Santa Germana El párroco de Pibrac, para evitar la veneración pública de una persona aún no canonizada, colocó en la sacristía la urna que contenía los restos mortales de Germana. Dieciséis años más tarde, el padre Jean Dufour —vicario general de la arquidiócesis de Toulouse— mientras realizaba la visita pastoral a pedido del arzobispo, vio aquella urna funeraria en la sacristía y le causó extrañeza. Le contaron su historia y quiso ver el cuerpo, constatando que estaba completamente incorrupto, como por ocasión de su hallazgo. El párroco le mostró un registro donde se relataban innumerables curaciones milagrosas atribuidas a Germana. Ése fue el inicio del proceso diocesano que, casi 200 años después, conduciría a la beatificación y canonización de la humilde pastora.
Pero antes sería objeto de una profanación y de un nuevo milagro retumbante, en la época del Terror. En 1793, durante la siniestra Revolución Francesa, tres revolucionarios de Toulouse, queriendo acabar con aquella “superstición”, acompañados de tres personas del lugar, violaron la urna y retiraron el cuerpo aún incorrupto de Germana —tan endurecidos estaban los sediciosos, que ni siquiera a la vista de aquel milagro se conmovieron— y lo enterraron en la misma sacristía, cubierto con una capa gruesa de cal viva. Los tres revolucionarios de Toulouse fueron atacados por humillantes y dolorosas deformaciones. Dos de ellos, arrepentidos, pidieron el auxilio de la santa y se curaron. El tercero soportó la enfermedad hasta el fin de su vida. No sabemos bien qué sucedió con los tres acompañantes de Pibrac. Dos años después, en 1795, fue posible desenterrar nuevamente el cuerpo. Si bien la carne había sido devorada por la cal, ésta respetó milagrosamente el esqueleto que normalmente también tendría que haber desaparecido. Después de la canonización de Germana, en 1854, el pueblo de Toulouse quiso perpetuar su memoria con un monumento de diecisiete metros de altura, en el cual, en lo alto de una pirámide, aparecía Germana en oración, teniendo un cordero a sus pies. Esto no duró mucho. En 1881, la nueva municipalidad de Toulouse, dominada por la masonería, hizo demoler el monumento, relegando la imagen de la santa al subsuelo de un museo. Hubo reacción popular. Finalmente la imagen fue solemnemente instalada en el altar de una iglesia construida en homenaje a la santa, en un barrio popular de Toulouse. Una basílica también fue erigida en Pibrac, al lado de la vieja iglesita en la cual recibiera las aguas regeneradoras del bautismo aquella que fue y aún es la hija más ilustre de la ciudad. Notas.- 1. Cf. François Veuillot, Sainte Germaine Cousin — Fille de Ferme, P. Lethielleux, París, 1941, p. 10. 2. Cf. Les Petits Boullandistes, Vies des Saints, d’aprés le Père Giry, Bloud et Barral, París, 1882, t. VII, p. 43.
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