El obispo auxiliar de Karaganda, en Kazajistán, Mons. Athanasius Schneider, ejerce un especial apostolado al inspirar la debida reverencia y adoración al Santísimo Sacramento, empeñándose para que los fieles reciban en la boca y de rodillas la Hostia consagrada En una entrevista concedida a Juan Miguel Montes, nuestro corresponsal en Roma, Mons. Schneider explica las razones que lo llevaron a publicar el libro Dominus Est — Reflexiones de un obispo de Asia central sobre la Sagrada Comunión. Con un prefacio de Mons. Malcolm Ranjith (ex secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; actualmente arzobispo de Colombo, en Sri Lanka, y cardenal de la Santa Iglesia), la obra está alcanzando repercusión mundial. Publicada por la Librería Editora del Vaticano, fue traducida a quince idiomas en menos de un año.
Monseñor Athanasius Schneider nació en 1961 en Kirguistán, a donde sus padres, que eran alemanes, habían sido deportados, y donde fueron obligados a realizar trabajos forzados durante los años 50, período en que aquella nación se encontraba subyugada por la URSS. Es miembro de la Orden de la Santa Cruz, en la cual profesó en 1982. Fue ordenado sacerdote el 25 de marzo de 1990. Después de permanecer en Lisboa varios años, ejerció su actividad pastoral en algunas parroquias del Brasil, habiendo sido también director espiritual de la comunidad de su orden allí establecida. Posteriormente se doctoró en teología en el ámbito de los estudios patrísticos, en Roma. Fue elegido consejero general de su orden religiosa, cargo que ocupó por cerca de diez años. Ejerció además el cargo de director espiritual y de estudios del seminario del Kazajistán (el primer seminario católico de aquella región), de párroco en varios lugares del país, canciller de la diócesis y director de una revista católica mensual. El 2 de junio de 2006, recibió la consagración episcopal, siendo nombrado obispo auxiliar de la diócesis de Karaganda, en Kazajistán. * * * Tesoros de la Fe — V. Excia. publicó, por la Libreria Editrice Vaticana, la obra Dominus Est, ya traducida a quince lenguas, que aborda el respeto debido al altísimo misterio de la sagrada Eucaristía. Sabemos que le han llegado felicitaciones de muchas partes. ¿Qué lo movió a difundir su preocupación sobre el modo hoy generalizado de recibir en la mano la Hostia consagrada? Mons. Schneider — Crecí en la clandestinidad soviética. Fui educado por sacerdotes que fueron mártires y confesores. Recibí clandestinamente la primera comunión de un santo sacerdote, y mi educación, tanto de parte de mis padres como de parte de sacerdotes durante la clandestinidad soviética, me marcó profundamente. Cuando mi familia emigró a Alemania, yo tenía doce años y no tenía la menor idea del tema de la recepción de la Eucaristía. Al entrar en una iglesia durante la santa misa, y viendo cómo se efectuaba la distribución de la sagrada comunión en la mano, transmití a mi madre mi impresión: “Pero eso es como la distribución de galletas en la escuela”. Era una observación inspirada en mi inocencia infantil.
Mi madre sufría mucho por eso, pues no podía admitir que se recibiera al Señor —en su Divina Majestad, aunque oculto en la sagrada Hostia— de un modo exteriormente minimalista, más propio de gestos profanos que de un acto de culto. Decidimos así, con mis padres, no frecuentar más aquella iglesia. Pasamos a frecuentar otra, pero la escena se repetía en cada iglesia visitada. Tesoros de la Fe — Debe haber sido un fuerte choque para V. Excia., que conservaba dignamente las pocas especies eucarísticas disponibles en la larga noche soviética, conforme cuenta en su libro. Mons. Schneider — De hecho. Cuando regresamos a casa, mi madre se puso a llorar. No entendía cómo se podía tratar a Nuestro Señor de aquella manera. Y aún hoy no comprendo cómo se puede recibir a Nuestro Señor, Persona divina, de modo tan superficial. Tanto más cuanto, según me parece, el clero y los obispos se habituaron a ese estado de cosas. Observando la situación de los últimos 30 años —es decir, desde mi llegada a Occidente—, tengo la impresión de que ese modo de distribuir la comunión en la mano se propagó como una concesión a las reglas de la moda, y según una estrategia global. Por eso, los obispos y el clero deberían ser más atentos. Me propuse entonces escribir un libro que expusiera más profundamente en qué consiste la sagrada comunión. Cité ejemplos, del tiempo de la clandestinidad soviética, mostrando cómo personas que yo conocí trataban la sagrada Eucaristía. Quise también presentar la historia de la liturgia de la comunión, porque era totalmente distinta la manera de recibirla en los primeros siglos de la Iglesia, con relación al modo actual, inclusive cuando era distribuida en la mano. Tesoros de la Fe — Normalmente se oye decir que regresamos a la práctica de los primeros siglos. ¿Por qué dice usted que hay una diferencia entre la práctica de hoy y la primitiva? Mons. Schneider — El modo utilizado hoy nunca fue empleado en la Iglesia. Constituye una invención calvinista, ni siquiera es de los luteranos. En la Iglesia antigua, la manera de recibir la sagrada especie era diferente. Con profunda veneración, ella era recibida en la mano derecha, no se le tocaba con la otra mano, y era directamente llevada a la boca. Después de su recepción, se debía purificar la palma de la mano. El comulgante portaba un corporal blanco en la mano.
Con el paso del tiempo, la Iglesia ahondó el conocimiento y el amor debido al divino sacramento de la santísima Eucaristía. Así, casi instintivamente, tanto en la Iglesia de Oriente como en la de Occidente, se comenzó a distribuir la sagrada comunión directamente en la boca. Sucesivamente, al comienzo del segundo milenio, se le sumó el gesto bíblico de arrodillarse. Ése fue un proceso muy natural y orgánico, sin duda inspirado por el Espíritu Santo, que anima la Iglesia. Por eso, tal proceso no puede ser alterado a través de una ruptura tan drástica como la realizada hace 40 años, con la introducción de la comunión en la mano. Repito, ésa no era la forma antigua, sino que fue inventada. Más se parece a los gestos profanos, mediante los cuales alguien toma la comida con la propia mano y la coloca en la boca. Tesoros de la Fe — En la fiesta del Corpus Christi del 2009, el Papa Benedicto XVI invitó a los fieles a la renovación de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. También alertó sobre “una secularización que se infiltra incluso dentro de la Iglesia y que puede traducirse en un culto eucarístico formal y vacío, en celebraciones sin la participación del corazón que se expresa en la veneración y respeto de la liturgia”. Mons. Schneider — Exactamente. El respeto debido en la recepción de la comunión es parte central de la verdadera senda que pretenda una renovación auténtica de la liturgia y del culto divino. ¡Y cuánta necesidad tiene el mundo occidental de tales gestos! La Iglesia tiene aún el deber de retomar esos gestos evidentes, aprobados hace milenios, y que dieron tantos frutos. Son gestos que constituyen una clara demostración de lo que podemos presentar al mundo para mostrar que creemos en Jesús no apenas con nuestra mente, con nuestra palabra, sino en su verdadera divinidad. Y creemos considerando las consecuencias de la Encarnación, del dogma de la transubstanciación, de la presencia real, es decir, de todas las consecuencias prácticas. Creer es ciertamente decir, alabar, pero también practicar gestos que demuestren nuestra fe. Tesoros de la Fe — El libro de V. Excia. fue muy difundido, y parece que eso se debe también al hecho de haber ido al encuentro de un sentimiento generalizado sobre la necesidad de hacer algo en tal sentido. Mons. Schneider — Recibí muchas repercusiones obtenidas por el libro en el mundo entero, la mayoría de ellas provenientes de simples fieles que se sintieron tocados, agradeciéndome por haber abordado este tema, que parecía un tabú en la Iglesia.
Por ejemplo, me escribió un joven de los Estados Unidos, que perteneció a una comunidad protestante. Me contó que en esa comunidad sus miembros tenían el hábito de recibir la “cena del Señor” de rodillas y en la boca, apenas por reverencia al símbolo de la Eucaristía, pues para ellos la Eucaristía es sólo un símbolo. A pesar de ello, por respeto se arrodillaban y no querían tocarla con las manos. Cuando él se hizo católico, en la iglesia que frecuentaba le fue prohibido recibir a Jesús eucarístico de rodillas. Él me preguntó cuáles eran las razones de esa situación tan contradictoria: como protestante, podía arrodillarse delante de un símbolo; como católico, ya no podía arrodillarse delante de la presencia real. Otro ejemplo fue el de una mujer indígena del Brasil, gran devota de la sagrada comunión. Algunos años después del Concilio, cierto día se le ocurrió al párroco decir a la comunidad que, a partir del domingo siguiente, todos deberían recibir compulsivamente la comunión en la mano. El pueblo, simple y devoto, aceptó por respeto al párroco. Sin embargo, el sacerdote no les dijo toda la verdad, pues la Iglesia deja al fiel en libertad para recibir la comunión en la boca. Esta mujer fue así constreñida a recibirla en la mano, pero su alma se sentía perturbada, y uno de los motivos era que ella tiene el hábito de lavarse las manos antes de recibir a un huésped en su casa. “¿Y ahora cómo hago para recibir al Señor, si mis manos no están limpias? ¿Si, por ejemplo, toqué el dinero de la espórtula del ofertorio? Nuestro Señor merece más de que mis huéspedes. Yo necesitaba lavarme las manos durante la Misa, pero es imposible hacerlo”, me dijo perturbada. Ella buscó al sacerdote, a quien expuso su desconcierto. Éste le respondió: “Eres una ignorante, no entiendes nada. Nuestro Señor nunca distribuyó la comunión en la boca”. La mujer le pidió que le indicara dónde eso estaba escrito. Él respondió que en el Evangelio está escrito que Jesús dio la comunión en la mano a los Apóstoles, y ella simplemente respondió: “Pero, señor cura, yo no pertenezco al número de los Apóstoles”. Así, una simple mujer dio una respuesta iluminada. Reflexionando sobre esa respuesta, me vinieron a la mente las palabras de Jesús al decir que el Padre reveló su misterio a los pequeños y lo ocultó a los que se presumen inteligentes. Cuando esta señora se presentaba con las manos juntas, el sacerdote colocaba con fuerza la Hostia entre sus manos. Pero ella, manteniéndose tenazmente firme en su deseo, se vio obligada a recibir la comunión con las manos hacia atrás. Tengo la impresión de que son muchos los sacerdotes y los obispos que se comportan actualmente del mismo modo. Pienso que ese comportamiento es muy semejante al de los escribas y fariseos.
Tesoros de la Fe — ¿Juzga V. Excia. que esta problemática se reviste de particular actualidad en medio de los numerosos problemas con los cuales la Iglesia debe confrontarse en nuestros días? Mons. Schneider — Es fácil entender cuánto ella es actual. Un hecho importante en relación al cual no podemos cerrar los ojos, es el ejemplo del Santo Padre que, a partir de la solemnidad del Corpus Christi del año 2009, distribuye la comunión a todos, de rodillas y en la boca. Podemos constatarlo: donde el Papa celebra una Santa Misa, él lo hace de ese modo, incluso fuera de Roma. A pesar de que en esos lugares los obispos hayan permitido la comunión en la mano, el Santo Padre la distribuye en la boca a los fieles arrodillados. Este ejemplo del Santo Padre es para nosotros, obispos y sacerdotes, una clara señal. Si nosotros, obispos y sacerdotes, queremos sentir con la Iglesia y con el Papa, ciertamente no podemos comportarnos como si ese gesto nunca se practica. Debemos ser sensibles en andar en sintonía con el Papa en ese gesto, imitándolo. Tal acontecimiento, el pueblo de Dios lo recibe con gran alegría. Mi deseo es que este magisterio “práctico” del Papa encuentre imitadores entre los obispos, para el bien de las almas y con vistas a aumentar la verdadera fe y devoción en el misterio máximo y santísimo de nuestra fe, que es la sagrada Eucaristía.
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