Entrevista al Dr. Carlos P. del Campo García Huidobro
Engendrado por la doctrina marxista, este “trípode” revolucionario ha llevado a la miseria espiritual y material a las poblaciones de diversos países, en nombre del “pueblo”, de la “justicia” y de la “igualdad” Después de repetidos fracasos —a causa de sus doctrinas socioeconómicas y, sobre todo, de las condenaciones que recibió de eminentes autoridades eclesiásticas—, la Teología de la Liberación está actualmente reapareciendo con las mismas ideas, “recalentadas”. Por ejemplo, al incentivar el establecimiento de gobiernos que profesan una ideología anticristiana, disfrazada de “opción preferencial por los pobres”. Invocando a “los pobres”, cabe recordar, el comunismo subyugó a muchas naciones, con los resultados que ya conocemos… Un ejemplo del pasado: la ruina de los países cautivos detrás de la Cortina de Hierro. Un ejemplo del presente: la miseria reinante en Cuba… ¿Por qué los “teólogos de la liberación” intentan nuevamente alimentar un “conflicto social” para implantar el ruinoso igualitarismo socialista? ¿Quieren acaso obtener los mismos resultados catastróficos? A fin de responder a estas y otras cuestiones, Tesoros de la Fe entrevistó al Dr. Carlos Patricio del Campo, agrónomo egresado de la Universidad Católica de Chile, quien posee además un doctorado y una maestría en Economía Agraria otorgada por la Universidad de California (Berkeley, EE. UU.). Es autor del libro Is Brazil Sliding Toward the Extreme Left?(¿Está el Brasil resbalando hacia la extrema izquierda? – 1986) y de las partes técnicas y económicas de otras dos obras en las que fue coautor junto con Plinio Corrêa de Olivera: Soy católico: ¿puedo estar contra la Reforma Agraria? (1981) y La propiedad privada y la libre iniciativa, en el tifón agro reformista (1985). * * * Tesoros de la Fe — ¿Cree Ud. que la Teología de la Liberación —aun en su versión depurada de ciertos conceptos marxistas y de prédicas a favor de la violencia, pero todavía firmemente anclada en las ideas de la lucha de clases y de la distribución igualitaria de la riqueza— pueda constituir una solución para resolver problemas de pobreza existentes en América Latina? Dr. Carlos del Campo — En primer lugar, es preciso decir que es un error imaginar que pueda ser pacífico un movimiento social construido sobre la idea de que, para conseguir una sociedad más justa, son condiciones necesarias la lucha de clases y la distribución igualitaria de la riqueza. La lucha de clases y el conflicto social están necesariamente ligados entre sí. No puede existir uno sin el otro como método de acción político-social. A eso se suma el hecho de que la violencia es un medio indispensable para imponer un “orden” social igualitario. Esto porque, siendo el igualitarismo contrario al propio orden natural de las cosas, sólo puede nacer y subsistir bajo el imperio de la violencia. La historia comprueba esto hasta la saciedad. Por lo tanto, una Teología de la Liberación enraizada en la lucha de clases y en el igualitarismo, aunque se pretenda pacífica, es de suyo contradictoria y por eso inviable. Establecido este principio, paso a responder a la pregunta propiamente dicha. Para esto imaginemos la Teología de la Liberación, en su aspecto frecuentemente presentado como esencial y básico, que es la “opción preferencial por los pobres”, entendiendo por tal, la formación de un ambiente, la toma de actitudes y medidas enérgicas destinadas a disminuir la pobreza. En este sentido y sin sombra de duda, con base en la experiencia y en hechos concretos, se puede afirmar que el mejor camino para eso, y quizá el único, es la implantación del régimen de economía de mercado basado en tres principios fundamentales: la propiedad privada, la libre iniciativa y la acción subsidiaria del Estado. La plena vigencia de estos principios básicos del verdadero orden social es condición necesaria para limitar y disminuir la pobreza; pero no es condición suficiente. Es preciso que, además, de manera importante, la sociedad esté empapada del espíritu y de la moral cristianos, fuentes de la auténtica justicia y de la caridad. La experiencia en América Latina es una prueba de esto. Los bolsones de pobreza existentes en diversos países del Continente nada tienen que ver con la economía de mercado. Por el contrario, su origen reside justamente en políticas implantadas en desacuerdo con ésta. Un caso de los más característicos es la política promovida por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), que forma parte de la ONU, entre las décadas del 40 y 50 del siglo pasado. Ella puso en práctica un proceso de industrialización forzada de substitución de importaciones. Esta política penalizó los sectores primarios, especialmente la agricultura, en la época empleador de la mayoría de la población menos calificada y de menor renta; favoreciendo, al mismo tiempo, una minoría de mayor calificación, aumentando sus ingresos. Esto provocó un aumento de la desigualdad en la distribución de la renta y fomentó el surgimiento de bolsones de pobreza. Tesoros de la Fe — Las reformas estructurales del tipo de la Reforma Agraria, ¿han efectivamente resuelto los problemas de pobreza de ciertos sectores de América Latina? Dr. Carlos del Campo — Los datos objetivos revelan exactamente lo contrario. La Reforma Agraria y algunas experiencias de socialismo de Estado realizadas en América Latina lo demuestran.
Los casos más característicos son Cuba y Chile en tiempos de Allende. La pobreza de la Cuba de Fidel, transformada en Isla Prisión, es emblemática. La mayoría de la población vive hacinada en tugurios sujetos a un feroz racionamiento de alimentos. Para aumentar los ingresos muchas familias se ven forzadas a prostituir a sus hijas al servicio de turistas extranjeros inescrupulosos. La carne, el pescado, la leche, etc. son artículos de lujo para la mayoría. Para tener una idea de la situación, citaré algunos datos del año 2011. El salario medio mensual era de $460,00 (pesos cubanos), equivalente a US$21,03; siendo que el 43% de la población recibía un valor inferior a ése. La canasta de racionamiento costaba $17,40 que contribuía con 41,2% de las calorías mínimas recomendadas. Para alcanzar ese mínimo era necesario incurrir en un gasto adicional de $403,00. Sobraban $40,00 (¡equivalente a US$1,83!) con los cuales debía tratar de costear los servicios básicos como agua, electricidad, gas, transporte, productos para el aseo personal y del hogar, y todos los gastos con sus dependientes. ¡Misión imposible! Se estima que el umbral de la pobreza se situaría en los $841,40 mensuales por persona. Si el salario medio alcanza sólo $460,00, bien se puede imaginar la amplitud de la pobreza y el grado de dificultad para vivir en Cuba (datos obtenidos del artículo “La Pobreza en Cuba” de autoría del Raúl A. Sandoval González , economista y profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana, publicado en la página web progreso-semanal.com, con fecha de 28/03/2012). En cuanto a Chile, dos años después de la subida de la Unidad Popular al poder, la situación social y económica del país presentaba un cuadro trágico. En los dos últimos años del gobierno de Allende (1972/1973), el producto geográfico bruto (PGB), en términos per capita, tuvo una disminución de -2,9% y -7,1%, respectivamente. Como consecuencia de la Reforma Agraria, en los años 1971, 1972 y 1973 la producción agropecuaria sufrió una caída de -1,8%, -7,4% y -10,3%, respectivamente. Surgieron graves problemas de abastecimiento de bienes esenciales. Las colas y esperas eran el drama diario que vivía la población, especialmente los más pobres, que no tenían condiciones de adquirirlos en el mercado negro. La inflación llegó a niveles alarmantes del orden de 500% al año. O sea, tres años de gobierno conforme con los principios de la Teología de la Liberación condujeron a Chile al caos económico y social. Tesoros de la Fe — La lucha de clases, fomentada por personajes como Chávez y Morales, ¿han realmente resuelto los problemas de pobreza en los respectivos países? Dr. Carlos del Campo — Los datos disponibles revelan que el desempeño de Venezuela y de Bolivia, de modo general, está por debajo de la media de América Latina. Según informaciones de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) publicadas en el “Panorama social de América Latina 2011”, la media anual de crecimiento económico del Continente fue de 2,3% en el período 2000-2008, -3,1% en 2009 y 4,9% en 2010. Para esos mismos períodos, los valores respectivos de Venezuela fueron 2,6%, -4,8% y -3,0% respectivamente; y, en el caso de Bolivia fueron 1,7%, 1,6% y 2,4%. Con relación a la pobreza, los resultados no han sido mejores. América Latina en su conjunto tuvo una disminución significativa de la pobreza en los últimos 20 años. En la década del 90 alrededor de 45% de la población era considerada pobre; en 2010 ese valor caía para el orden de 22%. En el caso de Bolivia, en cambio, la caída fue muy pequeña; del orden de 55% a 60% en la década del 90 para 54% en 2007. En el caso de Venezuela, la pobreza en la década del 90 llegaba a valores entre 40% a 50%, disminuyendo para 28% en 2010; desempeño inferior a la media de América Latina. Al otro lado del espectro latinoamericano se observan resultados bien superiores. En Chile, por ejemplo, la pobreza disminuyó, de valores del orden de 30% en los años 90 para 11% en 2009. Perú, de otro lado, de valores del orden de 48% en los años 90 la pobreza cayó para valores en torno de 31% en 2010, y continúa disminuyendo. Se sabe que los datos sobre pobreza y distribución de renta en general están sujetos a desvíos no pequeños por las dificultades prácticas de obtener informaciones confiables de renta y de otras variables. A esta dificultad se suman algunas modificaciones en los métodos de cálculo ocurridas en el transcurso del tiempo. Pero, una cosa parece cierta: la verdadera revolución económico-social inspirada en mayor o menor grado en la Teología de la Liberación, puesta en práctica en algunos países de América Latina, no ha tenido los resultados que propalan sus adeptos. En realidad este resultado no debería sorprender a nadie. Sobran pruebas del fracaso de las políticas estatizantes e intervencionistas en la economía. Dos ejemplos bastan. Primero, la caída del Muro de Berlín dejando al descubierto la miseria en que estaban los países sometidos al yugo del socialismo y del comunismo. Segundo ejemplo —de gran actualidad—, la crisis que vive Europa: es una muestra más de las consecuencias de una política de fuerte participación estatal, practicada por una parte considerable de los países del Continente, sujetos, además, a las imposiciones exigidas por la Unión Europea. Destácase, en este sentido, la implantación de una moneda única, puesta en práctica sin tomar en consideración la realidad económica, política e ideológico-cultural de los países de Europa. Tesoros de la Fe — Para los teólogos de la liberación es incluso más importante conseguir la igualdad de clases que la superación de la pobreza. Por ello, los elogios a Cuba: ahí son todos pobres pero iguales. ¿Cree que ésa sea una visión cristiana de la sociedad? Dr. Carlos del Campo — Evidentemente, no. La igualdad de clases es contraria al orden natural creado por Dios. En este sentido es interesante citar textualmente lo que afirma al respecto el gran pensador católico Plinio Corrêa de Oliveira en su obra Revolución y Contrarrevolución: “Santo Tomás enseña que la diversidad de las criaturas y su escalonamiento jerárquico son un bien en sí, pues así resplandecen mejor en la creación las perfecciones del Creador. Y dice que tanto entre los ángeles como entre los hombres, en el Paraíso Terrenal como en esta tierra de exilio, la Providencia instituyó la desigualdad. Por eso, un universo de criaturas iguales sería un mundo en que se habría eliminado, en toda la medida de lo posible, la semejanza entre criaturas y Creador. Odiar, en principio, toda y cualquier desigualdad es, pues, colocarse metafísicamente contra los mejores elementos de semejanza entre el Creador y la creación, es odiar a Dios”.
También viene muy a propósito recordar aquí un trecho de la encíclica de Juan XXIII Ad Petri Cathedram, del 29 de junio de 1959: “Es también cada vez más necesario promover también entre las clases sociales esa armoniosa unidad que se busca entre los pueblos y naciones. Si esto no se logra, pueden nacer de ahí —como ya estamos viendo— muchos odios y discordias, de los cuales resultarán tumultos, perniciosas revoluciones, y a veces mortandades, así como un paulatino empobrecimiento de la economía pública y privada, llevada a una situación crítica. (…) Por consiguiente quienes se atreven a negar la desigualdad de las clases sociales contradicen las leyes de la propia naturaleza, y quienes se oponen a esta amistosa e imprescindible unión y cooperación entre dichas clases, pretenden, sin duda, perturbar y dividir la sociedad humana, con grave peligro y daño del bien público y del privado. (…) Ciertamente cada una de las clases y diversas categorías de ciudadanos pueden defender sus propios derechos, con la condición de que esto no se haga con violencia, sino legítimamente, sin invadir injustamente los derechos de los demás, tan inviolables como los propios. Todos son hermanos; por consiguiente todo ha de resolverse con amistoso trato y mutua caridad fraterna”. Finalmente, cito al Profesor Plinio Corrêa de Oliveira en su obra Nobleza y elites tradicionales análogas: “La opción preferencial por los nobles y la opción preferencial por los pobres no se excluyen, y menos aún se combaten, según enseña Juan Pablo II: «Sí, la Iglesia hace suya la opción preferencial por los pobres. Una opción preferencial, nótese; no, por lo tanto, una opción exclusiva o excluyente, porque el mensaje de la salvación esta destinado a todos». Sirvan estas palabras de esclarecimiento para quienes, animados por el espíritu de lucha de clases, imaginan la existencia de una inevitable conflictividad entre noble y pobre”.
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