Obra maestra del barroco peruano Según el historiador jesuita, P. Rubén Vargas Ugarte, el más preciado tesoro que guarda la iglesia cusqueña de San Blas, es una imagen de María Santísima que se descubrió en la pared lateral del templo el día 2 de julio de 1670. Como la noticia se divulgó por la ciudad, acudió mucha gente a contemplarla. Entre la muchedumbre se encontraba un mudo, conocido del vecindario, el cual exclamó al verla: «Ésta es la Virgen del Buen Suceso, Madre y Patrona de la Parroquia de San Blas». Carlos Noriega Pilares
De Tuyru-Túpac muy poco se sabe: en síntesis, que se llamaba Juan Tomás y que hizo el famoso púlpito de la iglesia de San Blas, en el Cusco. Quedamos tentados de decir que bastaría con saber eso… Sin embargo, los pocos detalles que conocemos son ricos en brillos y enseñanzas. Si aquel templo no tuviera otros méritos, bastaría el púlpito para darle una categoría excepcional, introducir a Tuyru-Túpac en la historia del Perú y recordar a los siglos posteriores los frutos de una profunda devoción a la Santísima Virgen. La tradición lo refiere como un tallador de Huamanga, que enfermo de lepra vio a la Virgen en un sueño y oyó que le decía: “Búscame en el Cusco y quedarás limpio”. Llegado a la Ciudad Imperial, caminando por sus calles encontró a su Soberana bajo la advocación del Buen Suceso. Tomado por la emoción, Tuyru-Túpac cayó de rodillas y balbuceando exclamó: “¡Noble Señora, Madre amadísima, tú eres quien me dijo en Huamanga que te buscara. Aquí estoy, Señora mía, a tus pies como tu esclavo, cúrame, como me prometiste!” La Virgen sonrió y su rosario se convirtió en lluvia de rosas, que bañó el cuerpo del enfermo. Tuyru-Túpac se frotó la cara y las manos con los pétalos y quedó sano. * * * El sismo del 31 de marzo de 1650 había sido desastroso para los tesoros escultóricos, arquitectónicos y pictóricos cusqueños. Otros pueblos quizás hubiesen concluido que, por la probabilidad de nuevos cataclismos, más valdría hacer templos “despojados”, fáciles de reconstruir y cuya eventual destrucción no constituyese una gran pérdida. Y algunos habrían sugerido, como en la escena evangélica, que sería mejor dar el dinero a los pobres… Pero, para los católicos cusqueños —y, entre ellos, cuántos indios de tan rica imaginación artística, intensísima piedad y prolijidad manual sin par— la catástrofe constituía una especie de desafío. Era como si Dios les preguntase si eran capaces, por Él, de hacer obras aún más bellas, grandiosas y ricas que las recién destruidas. Se trataba, pues, de vencer la naturaleza para dar gloria a Dios en la persona del Patrono… E1 párroco aprovechó, entonces, el milagro que beneficiara a Tuyru-Túpac para pedirle que hiciera un púlpito. El maestro cortó un cedro en la Plaza Cusipata. Hizo los planos y, soñando el rostro de los santos, reprodujo sus trazos en la madera. Así apareció Santo Tomás con otros nueve doctores, San Blas, y, en la taza del púlpito, la Virgen del Buen Suceso con los cuatro evangelistas. Mientras el artista tallaba, besaba la madera que se convertía en imágenes y lloraba cada vez que recordaba sus lepras… Desde entonces, la Providencia parece haber querido dejar patente que, por así decir, cedía a la fervorosa obstinación indígena, de modo que los sismos posteriores no dañaron la obra maestra. En efecto, los terremotos físicos la respetaron, aunque en verdad no esté tan garantizada la inocuidad de los cataclismos morales y culturales, como son las obsesiones miserabilistas que de vez en cuando asolan ciertos ambientes, inclusive católicos, y atacan implacablemente la riqueza del culto, el esplendor en las cosas sagradas y, en general, el verdadero arte religioso. De hecho, ¡cuántas obras de arte, al mismo tiempo magistrales y piadosas, sobrevivieron a los terremotos, para caer luego víctimas de un sacerdote “aggiornato”, que prefirió las “limosnas” de anticuarios o coleccionistas para algunas de sus obras sociales o sus quehaceres profanos, a conservar esos tesoros en sus iglesias, para incentivo de la vida de devoción local! ¡Cuántas presuntas restauraciones fueron, en realidad, demoliciones! ¡Cuántos claustros conventuales fueron convertidos en museos, universidades, centros comerciales, hoteles u oficinas públicas! Tuyru-Túpac procedió de forma diferente. O, mejor, de modo enteramente opuesto. Diríase que, en el famoso púlpito, la exuberancia del tallado excede la imaginación y la capacidad de percepción de quien lo contempla, como para indicar a la sensibilidad de los fieles que las grandezas de Dios sobrepasan todo lo imaginable y que pueden ser contempladas indefinidamente, pero nunca agotadas.
En el tallado la burda madera se convierte, por la prodigiosa habilidad artística y la inspiración del escultor, en abundante encaje, de modo que insinúa el modo como la gracia transforma las pasiones en fuerza del espíritu —esto es, en virtud— al servicio de la fe. Así, al observar la insigne obra de arte, el fiel de alguna manera es estimulado a emprender, con la ayuda de la gracia, una transformación quizá más ardua y larga, la de su propia alma, y, en algunos casos selectos, la del Perú… Por así decir, en estos últimos casi tres siglos y medio, Tuyru-Túpac enseñó póstumamente éstas y otras verdades a los feligreses de San Blas, y a todos los que la visitaron para admirar la obra magistral… e incluso a los que contemplan esta fotografía. En el auge del dolor producido por la enfermedad fatal, una oración a Nuestra Señora pidiendo auxilio le valió un sueño, éste le acarreó su curación, de ahí se siguió un trabajo, nuevos favores y nuevas luchas, hasta culminar en la obra magistral, en la gloria terrena y —todo indica— en la celestial. Así se dio ese prodigio de la civilización cristiana: un hombre de instrucción probablemente escasa, pero con intenso amor de Dios, y con una notable gratitud por la milagrosa cura de que había sido objeto, hizo un apostolado insigne, a lo largo de muchas generaciones, con miles y miles de personas quizá más instruidas que él, pero de quienes Dios quiso que se beneficiasen participando del excepcional vuelo de alma del artista. Pero Tuyru-Túpac enseñó mucho más, en particular a la gente de nuestro siglo, tan inclinada al pragmatismo. Si la población de San Blas hubiese sido pragmática, nunca semejante púlpito habría sido esculpido… y nunca el templo donde fue puesto se habría vuelto un foco de atracción, como hoy lo es. En una palabra, pasó a la historia porque cumplió el consejo evangélico “buscad el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás os será dado por añadidura”, sin duda el más necesario, pero también el más olvidado en los días que corren. Y por cuyo incumplimiento, el país está como está, es decir, perdió el amor de Dios… y todo lo demás, por añadidura.
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